"El Señor me ha oído y se ha compadecido de mí. El Señor se ha hecho mi ayudador. Yo te ensalzaré, Señor, porque me amparaste; y no permitiste que mis enemigos se burlasen de mí"
(Introito)
Bienaventurado el hombre que permanece atento a la voz del Señor y no cierra el corazón a su Palabra.
Bienaventurados todos aquellos que como María acogen en su corazón la voluntad del Señor, la meditan y la ponen en práctica.
Bienaventurados los que no cierran sus oídos a los lamentos y al llanto de su prójimo.
Bienaventurados los que viven atentos al clamor de su prójimo y acuden presurosos para prestarles su auxilio.
Bienaventurados los de corazón compasivo y misericordioso porque escaparán al juicio implacable del Señor. Estos son los que enjugan las lágrimas de sus hermanos, hacen suyos sus padecimientos, se inclinan para sanar sus heridas y acercan a todos la ternura de Dios.
Dichosos los que siempre están dispuestos a ayudar a su prójimo, a levantar a los caídos, a animar a los desesperanzados, a consolar a los que caminan tristes y agobiados.
Dichoso es el hombre que se deja consumir por el fuego del amor divino y mediante sus obras brilla en medio de las tinieblas que se ciernen sobre el mundo aprisionado por los odios y las ambiciones, por las injusticias y el desamor.
P. Manuel María de Jesús
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