REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

DEVOCIÓN A LA PASIÓN



DOLORES DE NUESTRA SEÑORA

*P. Manuel María de Jesús

(En cada Dolor un Padrenuestro, 7 Avemarías y Gloria. Al final de cada misterio: “Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la Cruz”)



1. LA PROFECÍA DE SIMEÓN
Ayúdame, Madre, a aceptar con paciencia las dificultades de la vida ofreciéndolas y uniéndolas a tus Dolores y a los sufrimientos de Jesús por la redención del mundo.


2. LA HUÍDA A EGIPTO
Alcánzame, oh María, la gracia de la fortaleza para huir de todo lo que pueda poner en peligro mi salvación eterna.


3. JESÚS PERDIDO EN EL TEMPLO
Oh María, ilumina mi mente y mi corazón para que en todo momento estime a Jesús y su amistad como el mayor de los tesoros y rápidamente busque su perdón si tuviese la desgracia de ofenderle.


4. MARÍA SE ENCUENTRA CON JESÚS CAMINO DEL CALVARIO
Madre, aumenta mi fe y mi amor hacia Jesús Eucaristía y que también sepa descubrirle en su Palabra, en el prójimo y especialmente en los pobres, en los enfermos, en los ancianos y necesitados.



5. LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS
Graba, oh Madre, en lo profundo de mi alma la certeza de que nadie podrá amarme jamás como Jesús, que me amó hasta el extremo de morir en la Cruz por mí para alcanzarme del Padre el perdón de mis pecados y la vida eterna.


6. LA LANZADA Y EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ
Del costado de Jesús herido por la lanza brotaron con el agua y la sangre los Sacramentos de la Iglesia. Infúndeme, oh María, un gran amor a los sacramentos para que acuda a recibirlos con la mayor frecuencia posible y con las debidas disposiciones.



7. LA SEPULTURA DE JESÚS Y LA SOLEDAD DE MARÍA

Ayúdame, Madre, a tener siempre presente lo fugaz y pasajero que es este mundo y a poner mi corazón en los bienes del cielo.



Oración
 Acudimos a Vos, Oh Madre Dolorosa, para que nos sostengáis en las muchas penas y tribulaciones que hemos de sufrir durante esta vida, y os pedimos que sepamos sobrellevar con resignación y alegre conformidad en la divina Voluntad las cruces que Dios amorosamente nos envía, a fin de purificarnos más y más de nuestros pecados y hacernos dignos de la gloria que nos tiene preparada en el Cielo. Amén

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VÍA CRUCIS BREVE
(P. Manuel María de Jesús)

EN UNIÓN CON JESÚS Y CON MARÍA, DISPENSADORA UNIVERSAL 
DE TODAS LAS GRACIAS

El Santo Ejercicio del Vía Crucis tiene concedida una indulgencia plenaria por cada vez que se haga; y dos si se ha comulgado.

V.- ¡Salve, oh Cruz, única esperanza nuestra, gloria y salvación del mundo!
R.- Haz al justo más justo aún, y alcanza perdón a los pecadores

* Antes de cada estación:

V.-Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
R.- Que por tu santa cruz redimiste al mundo

* Al final de cada estación:

V.- Señor, pequé
R.- Tened piedad de mí y de todos los pecadores
V.- Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R.- Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la Cruz



I  ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte

“Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte.
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo”.
                                            Is 53, 8

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, Señor nuestro, que con santa sumisión aceptaste la injusta sentencia por causa de nuestros pecados.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de vivir plenamente la virtud de la obediencia al Padre y  de saber sufrir, ofreciendo con amor, las injusticias de que seamos objeto.



II  ESTACIÓN
Jesús cargado con la cruz

“No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles; no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue”.
                                  Is 42, 2-3


Te adoramos y te damos gracias, Jesús, manso y humilde de corazón, que por amor al Padre y a nosotros aceptaste el peso de la cruz.
Oh María, sin pecado concebida, haz nuestro corazón semejante al de Jesús, alcánzanos la gracia de amar la cruz de cada día y de vivir con espíritu de abnegación y de mortificación.


III ESTACIÓN
Jesús cae bajo el peso de la cruz

“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos”.
                                                 Is 50, 6

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, humillado rostro en tierra para nuestra salvación.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de la santa humildad.



IV  ESTACIÓN
Jesús se encuentra  con su Santísima Madre

“Yo he experimentado la aflicción bajo la vara de su furor. Él me llevaba y me conducía en medio de tinieblas, sin luz”.
                                           Lam 3, 1-2

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, por este encuentro de amor y de dolor con tu Santísima Madre.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser fieles a nuestra  vocación cristiana hasta la muerte.



V  ESTACIÓN
Simón de Cirene  ayuda a Jesús a llevar la cruz

“Llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos.
Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado”.
                                                 Is 53, 4

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, que habiéndonos salvado, nos llamas a colaborar contigo en la redención del mundo.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de vivir la caridad fraterna.



VI  ESTACIÓN
La Verónica limpia el rostro de Jesús

“No había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo”.
                                            Is 53, 2

Adoramos, Señor, tu rostro santísimo. Tú, el más bello de los hombres y en cuyos labios se derrama la gracia, caminas hacia el Calvario desfigurado por nuestros pecados.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser fuertes en la fe y valientes para dar testimonio de Jesús.



VII  ESTACIÓN
Jesús cae en tierra por segunda vez

“Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada”.
                                            Is 53, 3

Te adoramos y te damos gracias, Señor, al verte derrotado físicamente por amor nuestro y al mismo tiempo decidido a seguir adelante y consumar tu perfecta oblación.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser pacientes y perseverantes en la entrega de cada día.



VIII  ESTACIÓN
Jesús consuela a las piadosas mujeres de Jerusalén

“Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas”.
                                            Is 53, 6

Te adoramos y te damos gracias, Señor, que olvidándote de ti mismo reparas en las lágrimas ajenas.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de sentir verdadero dolor de nuestros pecados y total enmienda de los mismos.



IX  ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

“Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano.
Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas”.
                                               Is 53, 11

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, por tu heroica paciencia y mansedumbre.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de  saber siempre pedir perdón y  perdonar.



X  ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

“Cuando era maltratado, se sometía, y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”
                                                 Is 53, 7

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, sacerdote virgen, pobre y obediente, que en tu pasión fuiste expoliado y ultrajado.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de amar la austeridad y de vivir la virtud de la santa pureza.



XI  ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

“Eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban.
Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó”.
                                                 Is 53, 5

Te adoramos y te damos gracias, Señor, por el misterio y la fecunda fuente de tu cruz y de tu agonía.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia del puro amor de Dios.



XII  ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

“Éste es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco.
He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones”
                                             Is 42, 1

Te adoramos y te damos gracias, Cristo roto y entregado, volcán de amor y de gracia, océano infinito de misericordia, corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de morir a nosotros mismos y de morir por  Jesús.



XIII  ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz  y puesto en los brazos de su Madre

“Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores.
Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”.
                                                Is 53, 12

Te adoramos y te damos gracias, Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, Redentor y Salvador nuestro.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser enteramente tuyos y de vivir nosotros en ti y tú en nosotros.



XIV  ESTACIÓN
Jesús es sepultado

“Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor”.
                                               Is 53, 10

Te adoramos y te damos gracias, Señor Jesús, que por tu muerte has dado la vida al mundo.
Oh María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia y la virtud de la esperanza.

*Por la persona e intenciones del Romano Pontífice:
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
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* Textos en el espíritu de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina
* Por el P. Manuel María de Jesús

MORIR POR JESÚS

         Esta es la suprema aspiración de aquellos que verdaderamente aman a Cristo: sufrir con Él para reinar con Él, morir con Él para vivir con Él.
Si Jesús se entregó voluntariamente a su Pasión y murió por nosotros, no podemos menos de querer entregarle enteramente nuestra vida, morir por Él y con Él para llegar así a ser  partícipes de su holocausto de amor.
La muerte de Jesús fue manifestación de su infinito amor al Padre y a los hombres.
El fuego de la Caridad que arde en su Corazón Divino le llevó a entregarse a la muerte para restituir al Padre la creación entera y salvarnos a los hombres.
“Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos”.
Nadie nos ha tenido, ni podrá jamás tenernos, amor más grande que Nuestro Señor Jesucristo que nos ha amado sin medida, hasta el extremo,  con toda la intensidad de su amor humano y con la infinitud de su amor divino. Es así que cada uno puede decir verdaderamente: Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí.  Cristo me ama y renueva cada día y a cada instante su Sacrificio Redentor por mí.
Cada vez que uno de sus sacerdotes está ofreciendo el Santo Sacrificio otras tantas veces Jesús está renovando su entrega y su muerte de amor por mí y por todos los hombres.
Santa Teresa del Niño Jesús decía que nosotros no podremos nunca hacer por Él las locuras que Él hizo por nosotros.
No, no podremos nunca.
Sin embargo, hay algo que sí podemos hacer, y esto es, participar de sus locuras: dejarnos envolver y abrasar por el fuego de su Amor, acoger el torrente de su vida divina, abandonarnos en su Corazón manso y humilde,  y sumergirnos en el océano de su misericordia infinita.
Podemos rendirnos a su Amor.

Movidos, sostenidos y guiados por su gracia podemos seguir sus pasos y ser continuadores de su estilo de vida participando en su misión de llevar a plenitud el Reino.
No podremos nunca hacer por Él las locuras que Él hizo por nosotros, pero podemos participar de sus locuras, podemos dejarnos contagiar por la «locura de la Cruz»  y gloriarnos en ella.
Podemos vivir muriendo por Jesús dando muerte en nosotros al mundo y a las obras de la carne. Morir a nosotros mismos para que Él viva en nosotros, de tal manera que el mundo esté crucificado para nosotros y nosotros para el mundo, y así ya no vivamos más para nosotros mismos sino para Aquél que por nosotros murió y resucitó.
Morir por Jesús y con Jesús es la gracia más inmensa y más preciada que podemos desear y pedir a Aquella que es la omnipotencia suplicante y la dispensadora universal de todas las gracias, la Santísima Virgen María.
Vivir muriendo por Jesús no es algo que sea posible por el sólo deseo de hacerlo; hace falta tomar muy seriamente esa determinación y renovarla constantemente. Pero es necesario también pedir insistentemente esa gracia de valor inestimable.
Morir por Jesús ha de ser la aspiración suprema.
Esta «muerte de amor» no es un morir en abstracto sino un ir dando la vida día a día, paso a paso y siempre conscientemente. Es morir a la palabra inoportuna, a la propia voluntad ante la obediencia difícil, al desánimo frente a la incomprensión, a la tentación de comodidad. Morir al desaliento y al afán de ser notado y tenido en cuenta. Es una muerte diaria a la tristeza, a la melancolía y a la tibieza, a cualquier gesto o palabra que ponga en peligro la armonía y el espíritu fraterno... Una lista interminable en la que hay un lugar para cada pensamiento, afecto, palabra, gesto y deseo.
¡Morir por Cristo es morir al propio yo, es morir a uno mismo!



«EL EJERCICIO DE TOMAR LA CRUZ»

Sólo con espíritu de fe, con una mirada sobrenatural, se puede llegar a  comprender el valor de la Cruz Redentora de Jesucristo y el valor que pueden adquirir las «cruces» que se nos presentan a diario, si las aceptamos por amor a Cristo y uniéndonos a Él en espíritu.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame”.
Pensemos que es el mismo Señor quien nos prepara y nos ofrece con todo amor esa cruz. No es casualidad.
Así pues, hemos de besar y abrazar cada una de las cruces que a diario se nos presentan ya que son fruto y regalo del amor de Dios, quien busca nuestro amor, nuestra santidad, y que para ello nos las depara con el fin de acrisolarnos, purificarnos y ayudarnos a crecer en el puro y santo amor de Dios.
“Mi yugo es suave y mi carga ligera”,  dice el Señor, queriendo así animarnos a «tomar la cruz».
Es suave el «tomar la cruz» cuando no nos resistimos a su voluntad, cuando dominamos las rebeldías que surgen en nuestro interior y nos abrazamos fuertemente a ella para seguir de cerca a Jesús.
Es ligera cuando ponemos nuestra mirada en la Cruz de Jesús y todo nuestro amor en Él. Cuando se presenta la Cruz pensemos en Jesús y por Él llegaremos a besarla, a amarla y venerarla, con la firme convicción de estar besando, amando y venerando la muestra más preciada de su Amor, su sufrimiento redentor.
¡Oh lignum pretiosum et admirabile signum!
¡Adoramus te Christe et benedicimus tibi quia per Crucem tuam redemisti mundum!
Sigue el camino de la infancia espiritual y piensa que nunca tu Jesús va a permitir que te sobrevengan cruces que puedan aplastarte. Él te da siempre la cruz a tu medida. Él mismo está para ayudarte a llevarla, Él vela por ti y no se descuida.
Tú confía, y con tu corazón de niño, con espíritu de infancia, abrázate a la cruz con tus pequeñas manos, con el deseo de aliviar y compartir la cruz de Jesús.

Muchas veces cada día besa la cruz, besa todas y cada una de las cruces que Él te envía y haz consistir tu vida en ese <<juego>> divino de ir detrás de Jesús entregado y crucificado.
«¡In hoc signo vinces!»
Vencerás, sin duda alguna, si te decides a hacer de la cruz tu «arma poderosa», tu cayado, tu escudo y tu bandera.
El ejercicio de «tomar la cruz» es el medio concreto y certero para llegar a «morir por Jesús».

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