DOLORES DE NUESTRA SEÑORA
*P. Manuel María de Jesús
(En cada Dolor un Padrenuestro, 7 Avemarías y Gloria. Al
final de cada misterio: “Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor Jesucristo y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la Cruz”)
1. LA PROFECÍA DE SIMEÓN
Ayúdame, Madre, a aceptar con paciencia las dificultades de
la vida ofreciéndolas y uniéndolas a tus Dolores y a los sufrimientos de Jesús
por la redención del mundo.
2. LA HUÍDA A EGIPTO
Alcánzame, oh María, la gracia de la fortaleza para huir de
todo lo que pueda poner en peligro mi salvación eterna.
3. JESÚS PERDIDO EN EL TEMPLO
Oh María, ilumina mi mente y mi corazón para que en todo
momento estime a Jesús y su amistad como el mayor de los tesoros y rápidamente
busque su perdón si tuviese la desgracia de ofenderle.
4. MARÍA SE ENCUENTRA CON JESÚS CAMINO DEL CALVARIO
Madre, aumenta mi fe y mi amor hacia Jesús Eucaristía y que
también sepa descubrirle en su Palabra, en el prójimo y especialmente en los
pobres, en los enfermos, en los ancianos y necesitados.
5. LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS
Graba, oh Madre, en lo profundo de mi alma la certeza de que
nadie podrá amarme jamás como Jesús, que me amó hasta el extremo de morir en la
Cruz por mí para alcanzarme del Padre el perdón de mis pecados y la vida
eterna.
6. LA LANZADA Y EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ
Del costado de Jesús herido por la lanza brotaron con el
agua y la sangre los Sacramentos de la Iglesia. Infúndeme, oh María, un gran
amor a los sacramentos para que acuda a recibirlos con la mayor frecuencia
posible y con las debidas disposiciones.
7. LA SEPULTURA DE JESÚS Y LA SOLEDAD DE MARÍA
Ayúdame, Madre, a tener siempre presente lo fugaz y pasajero
que es este mundo y a poner mi corazón en los bienes del cielo.
Oración
Acudimos a Vos, Oh Madre Dolorosa, para que nos sostengáis en las muchas penas y tribulaciones que hemos de sufrir durante esta vida, y os pedimos que sepamos sobrellevar con resignación y alegre conformidad en la divina Voluntad las cruces que Dios amorosamente nos envía, a fin de purificarnos más y más de nuestros pecados y hacernos dignos de la gloria que nos tiene preparada en el Cielo. Amén
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VÍA
CRUCIS BREVE
(P. Manuel María de Jesús)
EN
UNIÓN CON JESÚS Y CON MARÍA, DISPENSADORA UNIVERSAL
DE
TODAS LAS GRACIAS
El
Santo Ejercicio del Vía Crucis tiene concedida una indulgencia plenaria por
cada vez que se haga; y dos si se ha comulgado.
V.-
¡Salve, oh Cruz, única esperanza nuestra, gloria y salvación del mundo!
R.-
Haz al justo más justo aún, y alcanza perdón a los pecadores
*
Antes de cada estación:
V.-Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
R.-
Que por tu santa cruz redimiste al mundo
*
Al final de cada estación:
V.-
Señor, pequé
R.-
Tened piedad de mí y de todos los pecadores
V.-
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R.-
Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la Cruz
I ESTACIÓN
Jesús
es condenado a muerte
“Sin
defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte.
Lo
arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi
pueblo”.
Is
53, 8
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, Señor nuestro, que con santa sumisión
aceptaste la injusta sentencia por causa de nuestros pecados.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de vivir plenamente la virtud
de la obediencia al Padre y de saber
sufrir, ofreciendo con amor, las injusticias de que seamos objeto.
II ESTACIÓN
Jesús
cargado con la cruz
“No
gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles; no romperá la caña
cascada ni apagará la mecha que se extingue”.
Is 42, 2-3
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, manso y humilde de corazón, que por amor al
Padre y a nosotros aceptaste el peso de la cruz.
Oh
María, sin pecado concebida, haz nuestro corazón semejante al de Jesús,
alcánzanos la gracia de amar la cruz de cada día y de vivir con espíritu de
abnegación y de mortificación.
III
ESTACIÓN
Jesús
cae bajo el peso de la cruz
“Ofrecí
la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no
volví la cara ante los insultos y salivazos”.
Is 50, 6
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, humillado rostro en tierra para nuestra
salvación.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de la santa humildad.
IV ESTACIÓN
Jesús
se encuentra con su Santísima Madre
“Yo
he experimentado la aflicción bajo la vara de su furor. Él me llevaba y me
conducía en medio de tinieblas, sin luz”.
Lam
3, 1-2
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, por este encuentro de amor y de dolor con
tu Santísima Madre.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser fieles a nuestra vocación cristiana hasta la muerte.
V ESTACIÓN
Simón
de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz
“Llevaba
nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos.
Aunque
nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado”.
Is 53, 4
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, que habiéndonos salvado, nos llamas a
colaborar contigo en la redención del mundo.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de vivir la caridad fraterna.
VI ESTACIÓN
La Verónica limpia el rostro de Jesús
“No
había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo”.
Is
53, 2
Adoramos,
Señor, tu rostro santísimo. Tú, el más bello de los hombres y en cuyos labios
se derrama la gracia, caminas hacia el Calvario desfigurado por nuestros
pecados.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser fuertes en la fe y
valientes para dar testimonio de Jesús.
VII ESTACIÓN
Jesús
cae en tierra por segunda vez
“Despreciado,
rechazado por los hombres, abrumado de dolores y familiarizado con el
sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo
estimamos en nada”.
Is
53, 3
Te
adoramos y te damos gracias, Señor, al verte derrotado físicamente por amor
nuestro y al mismo tiempo decidido a seguir adelante y consumar tu perfecta
oblación.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser pacientes y
perseverantes en la entrega de cada día.
VIII ESTACIÓN
Jesús
consuela a las piadosas mujeres de Jerusalén
“Andábamos
todos errantes como ovejas, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él
todas nuestras culpas”.
Is
53, 6
Te
adoramos y te damos gracias, Señor, que olvidándote de ti mismo reparas en las
lágrimas ajenas.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de sentir verdadero dolor de
nuestros pecados y total enmienda de los mismos.
IX ESTACIÓN
Jesús
cae por tercera vez
“Después
de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano.
Mi
siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas”.
Is 53, 11
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, por tu heroica paciencia y mansedumbre.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de saber siempre pedir perdón y perdonar.
X ESTACIÓN
Jesús
es despojado de sus vestiduras
“Cuando
era maltratado, se sometía, y no abría la boca; como cordero llevado al
matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca”
Is 53, 7
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, sacerdote virgen, pobre y obediente, que en
tu pasión fuiste expoliado y ultrajado.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de amar la austeridad y de
vivir la virtud de la santa pureza.
XI ESTACIÓN
Jesús
es clavado en la cruz
“Eran
nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo
trituraban.
Sufrió
el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó”.
Is 53, 5
Te
adoramos y te damos gracias, Señor, por el misterio y la fecunda fuente de tu
cruz y de tu agonía.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia del puro amor de Dios.
XII ESTACIÓN
Jesús
muere en la cruz
“Éste
es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco.
He
puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones”
Is
42, 1
Te
adoramos y te damos gracias, Cristo roto y entregado, volcán de amor y de
gracia, océano infinito de misericordia, corazón de Jesús, rey y centro de
todos los corazones.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de morir a nosotros mismos y
de morir por Jesús.
XIII ESTACIÓN
Jesús
es bajado de la cruz y puesto en los
brazos de su Madre
“Le
daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a
la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores.
Pues
él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”.
Is 53, 12
Te
adoramos y te damos gracias, Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, Redentor y
Salvador nuestro.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia de ser enteramente tuyos y de
vivir nosotros en ti y tú en nosotros.
XIV ESTACIÓN
Jesús
es sepultado
“Por
haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará
sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor”.
Is 53, 10
Te
adoramos y te damos gracias, Señor Jesús, que por tu muerte has dado la vida al
mundo.
Oh
María, sin pecado concebida, alcánzanos la gracia y la virtud de la esperanza.
*Por
la persona e intenciones del
Romano Pontífice:
Padrenuestro,
Avemaría, Gloria.
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* Textos en el espíritu de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina
* Por el P. Manuel María de Jesús
MORIR
POR JESÚS
Esta es la suprema aspiración de
aquellos que verdaderamente aman a Cristo: sufrir con Él para reinar con Él,
morir con Él para vivir con Él.
Si
Jesús se entregó voluntariamente a su Pasión y murió por nosotros, no podemos
menos de querer entregarle enteramente nuestra vida, morir por Él y con Él para
llegar así a ser partícipes de su
holocausto de amor.
La
muerte de Jesús fue manifestación de su infinito amor al Padre y a los hombres.
El
fuego de la Caridad que arde en su Corazón Divino le llevó a entregarse a la
muerte para restituir al Padre la creación entera y salvarnos a los hombres.
“Nadie
tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos”.
Nadie
nos ha tenido, ni podrá jamás tenernos, amor más grande que Nuestro Señor
Jesucristo que nos ha amado sin medida, hasta el extremo, con toda la intensidad de su amor humano y
con la infinitud de su amor divino. Es así que cada uno puede decir
verdaderamente: Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí. Cristo me ama y renueva cada día y a cada
instante su Sacrificio Redentor por mí.
Cada
vez que uno de sus sacerdotes está ofreciendo el Santo Sacrificio otras tantas
veces Jesús está renovando su entrega y su muerte de amor por mí y por todos
los hombres.
Santa
Teresa del Niño Jesús decía que nosotros no podremos nunca hacer por Él las
locuras que Él hizo por nosotros.
No,
no podremos nunca.
Sin
embargo, hay algo que sí podemos hacer, y esto es, participar de sus locuras:
dejarnos envolver y abrasar por el fuego de su Amor, acoger el torrente de su
vida divina, abandonarnos en su Corazón manso y humilde, y sumergirnos en el océano de su misericordia
infinita.
Podemos
rendirnos a su Amor.
Movidos,
sostenidos y guiados por su gracia podemos seguir sus pasos y ser continuadores
de su estilo de vida participando en su misión de llevar a plenitud el Reino.
No
podremos nunca hacer por Él las locuras que Él hizo por nosotros, pero podemos
participar de sus locuras, podemos dejarnos contagiar por la «locura de la
Cruz» y gloriarnos en ella.
Podemos
vivir muriendo por Jesús dando muerte en nosotros al mundo y a las obras de la
carne. Morir a nosotros mismos para que Él viva en nosotros, de tal manera que
el mundo esté crucificado para nosotros y nosotros para el mundo, y así ya no
vivamos más para nosotros mismos sino para Aquél que por nosotros murió y
resucitó.
Morir
por Jesús y con Jesús es la gracia más inmensa y más preciada que podemos
desear y pedir a Aquella que es la omnipotencia suplicante y la dispensadora
universal de todas las gracias, la Santísima Virgen María.
Vivir
muriendo por Jesús no es algo que sea posible por el sólo deseo de hacerlo;
hace falta tomar muy seriamente esa determinación y renovarla constantemente.
Pero es necesario también pedir insistentemente esa gracia de valor
inestimable.
Morir
por Jesús ha de ser la aspiración suprema.
Esta
«muerte de amor» no es un morir en abstracto sino un ir dando la vida día a
día, paso a paso y siempre conscientemente. Es morir a la palabra inoportuna, a
la propia voluntad ante la obediencia difícil, al desánimo frente a la
incomprensión, a la tentación de comodidad. Morir al desaliento y al afán de
ser notado y tenido en cuenta. Es una muerte diaria a la tristeza, a la
melancolía y a la tibieza, a cualquier gesto o palabra que ponga en peligro la
armonía y el espíritu fraterno... Una lista interminable en la que hay un lugar
para cada pensamiento, afecto, palabra, gesto y deseo.
¡Morir
por Cristo es morir al propio yo, es morir a uno mismo!
«EL
EJERCICIO DE TOMAR LA CRUZ»
Sólo
con espíritu de fe, con una mirada sobrenatural, se puede llegar a comprender el valor de la Cruz Redentora de
Jesucristo y el valor que pueden adquirir las «cruces» que se nos presentan a
diario, si las aceptamos por amor a Cristo y uniéndonos a Él en espíritu.
“Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y
sígame”.
Pensemos
que es el mismo Señor quien nos prepara y nos ofrece con todo amor esa cruz. No
es casualidad.
Así
pues, hemos de besar y abrazar cada una de las cruces que a diario se nos
presentan ya que son fruto y regalo del amor de Dios, quien busca nuestro amor,
nuestra santidad, y que para ello nos las depara con el fin de acrisolarnos,
purificarnos y ayudarnos a crecer en el puro y santo amor de Dios.
“Mi
yugo es suave y mi carga ligera”, dice
el Señor, queriendo así animarnos a «tomar la cruz».
Es
suave el «tomar la cruz» cuando no nos resistimos a su voluntad, cuando
dominamos las rebeldías que surgen en nuestro interior y nos abrazamos
fuertemente a ella para seguir de cerca a Jesús.
Es
ligera cuando ponemos nuestra mirada en la Cruz de Jesús y todo nuestro amor en
Él. Cuando se presenta la Cruz pensemos en Jesús y por Él llegaremos a besarla,
a amarla y venerarla, con la firme convicción de estar besando, amando y
venerando la muestra más preciada de su Amor, su sufrimiento redentor.
¡Oh lignum
pretiosum et admirabile signum!
¡Adoramus te
Christe et benedicimus tibi quia per Crucem tuam redemisti mundum!
Sigue
el camino de la infancia espiritual y piensa que nunca tu Jesús va a permitir
que te sobrevengan cruces que puedan aplastarte. Él te da siempre la cruz a tu
medida. Él mismo está para ayudarte a llevarla, Él vela por ti y no se
descuida.
Tú
confía, y con tu corazón de niño, con espíritu de infancia, abrázate a la cruz
con tus pequeñas manos, con el deseo de aliviar y compartir la cruz de Jesús.
Muchas
veces cada día besa la cruz, besa todas y cada una de las cruces que Él te
envía y haz consistir tu vida en ese <<juego>> divino de ir detrás
de Jesús entregado y crucificado.
«¡In
hoc signo vinces!»
Vencerás,
sin duda alguna, si te decides a hacer de la cruz tu «arma poderosa», tu
cayado, tu escudo y tu bandera.
El
ejercicio de «tomar la cruz» es el medio concreto y certero para llegar a
«morir por Jesús».
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