A) El hecho o la existencia de la Corredención
María es Corredentora, o sea, es Mediadora en la
recuperación de la gracia santificante.
La Corredención de María no es una cuestión
periférica a nuestra Fe, sino central, porque toca la esencia del dogma de la
Redención del género humano.
Después del pecado original, Dios era libre de
redimirnos o no y de elegir cualquier modo de redimirnos. Ya que decidió
libremente redimirnos mediante la Encarnación del Verbo en el seno de la
Virgen, asoció íntimamente a María a la Redención, haciéndola Mediadora
(Corredentora y Dispensadora).
La primera vez que se encuentra aplicado a María el
término de Corredentora es en el siglo XV, mientras que el título de Redentora
se encuentra ya en el siglo X (cfr. R. Laurentin, Le titre de
Corédemptrice, en «Marianum», n. 13, 1951, p. 429).
El significado de Corredención
Redención significa rescatar o pagar un rescate
para recuperar una cosa poseída antes y perdida después.
Por ejemplo, cuando los bandidos secuestran a un
niño y piden a sus padres 1 millón de euros como rescate, si el padre paga ha
rescatado o «redimido» en sentido lato al hijo desembolsando la suma exigida.
En el caso de la Redención de la humanidad, Cristo pagó, con toda su Sangre
derramada en la Cruz, la gracia que Adán había perdido y que hemos recuperado
por la Redención de Cristo.
Pues bien, María cooperó a la Redención del género
humano con Cristo de manera subordinada y secundaria, consintiendo a la
Encarnación del Verbo en su seno y ofreciendo a Cristo en la Cruz al Padre para
rescatar o redimir a la humanidad, sufriendo indeciblemente y «conmuriendo»
místicamente con El a los pies de la Cruz. Por tanto, María es Corredentora
secundaria y subordinada a Cristo.
Los autores católicos sostienen comúnmente que
María cooperó formalmente en la Redención, consintiendo a la Encarnación
redentora.
El modo de la Corredención
El modo de esta cooperación es inmediato, o sea,
Dios decretó que la Redención del género humano fuera operada directamente,
además de por los méritos de Jesús (Redentor principal), también por los
méritos de María (Corredentora secundaria), de modo que los méritos de ambos
constituyen el «precio» establecido por Dios para rescatar a la humanidad
perdida por Adán. María es Corredentora y no sólo Dispensadora de las gracias,
al aplicar la Redención a todo hombre que no le pone obstáculo. Como se ve, la
Corredención de María es un elemento esencial y no accidental de la Redención
de la humanidad de modo que, sin la Corredención mariana, no se tendría la
Redención así como la Santísima Trinidad la quiso y decretó.
Para dar un ejemplo, la Corredención de María es
análoga a nuestra cooperación en la obra de nuestra salvación y santificación,
la cual es esencial a nuestra Redención, pero no perjudica a la unicidad del
Redentor Jesucristo, Salvador principal del hombre. Así, María coopera con
Jesucristo, de manera más eminente, en nuestra salvación como Corredentora
subordinada y secundaria. Por lo que se puede decir en ambos casos que sólo
Jesús redime al género humano: María subordinadamente a Cristo «corredime» a la
humanidad de manera eminente y nosotros cooperamos con nuestro libre concurso
en nuestra salvación como causas secundarias junto a Jesús y por debajo de él.
Como nuestra salvación sin nuestra cooperación sería incompleta («El que te ha
creado sin ti no te salva sin ti», San Agustín), análogamente nuestra alvación
sería incompleta sin la Corredención de María, esto es, no sería como Dios la
decretó.
Objeción: María, al ser redimida, no puede ser
«Redentora»
Algún teólogo ha objetado que también María fue
redimida por Cristo y, por tanto, no puede ser al mismo tiempo y en el mismo
sentido «Redentora» por el principio de no contradicción.
Se responde fácilmente que María fue redimida de
manera preservativa, o sea, fue preservada de contraer el pecado
original, mientras que los demás hombres son redimidos de manera liberativa,
esto es, son liberados del pecado original contraído. Por tanto, María no es
redimida y «Redentora» en el mismo sentido, sino que es redimida de manera preservativa
y Corredentora de manera liberativa. María no cooperó en su Redención
preservativa, que fue operada por Dios solo, pero cooperó en la Redención
liberativa de todos los hombres infectados por el pecado original. Por tanto,
María no es redimida y Redentora de sí misma, es decir, a la vez efecto y
causa, lo cual es imposible por el principio de no contradicción, sino que
primero fue redimida por Cristo y después fue Corredentora con Cristo y por
debajo de él. Se disipa, así, toda sombra de contradicción en el ser María
redimida y «Redentora».
El padre Gabriele Roschini escribe
que «Cristo se ofreció primero (por prioridad lógica y no cronológica) al Padre
en sacrificio por la Redención preservativa de María y, después, junto a la
«co-oblación» de María, El se ofreció para la Redención liberativa de todos los
demás» (Dizionario di Mariologia, Roma, Studium, 1960, p. 327). Por ello
el Sacrificio que Cristo hizo de Sí mismo en la Cruz tiene un doble aspecto:
1º) se ofreció para la Redención preservativa de María; 2º) se ofreció, junto a
la «co-oblación» de María, para la Redención liberadora del pecado original por
todo el género humano (adviértase que se trata de una prioridad solamente
lógica, o sea, en cuanto a nuestra manera de pensar y de expresarnos, y no de
una prioridad ontológica y cronológica). Como se ve, la Inmaculada Concepción
de María la separa de todos los demás hombres para permitirle poder ser su
Corredentora.
La Sagrada Escritura y la Corredención mariana
El Génesis (III, 14-15) narra el
pecado de Eva y de Adán, tentados por el diablo en forma de serpiente. Entonces
Dios, dirigiéndose a la serpiente infernal, dijo: «Por haber hecho esto,
maldita seas… Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su
descendencia. Ella te aplastará la cabeza y tú insidiarás su talón».
En este texto del Antiguo Testamento son expuestas
4 cosas: 1º) la lucha inextinguible entre Cristo/María contra Satanás/secuaces;
2º) la victoria de Cristo/María (Redención); 3º) a la lucha de Cristo coronada
por la victoria (Redención) es asociada íntimamente María, Su verdadera Madre
física (Corredención); 4º) en esta asociación se aplica el contrapeso o la
represalia: como el diablo hizo pecar a Eva y esta tentó a Adán, así Dios y los
Angeles buenos asocian a María, la nueva Eva (Eva = Ave), a la lucha y victoria
de Cristo (Redención y Corredención), que se obtiene con el aplastamiento de la
cabeza de la serpiente por parte de María, que lleva en sí misma a Cristo; el
diablo, sin embargo, consigue insidiar y morder el talón de María, o sea, a los
fieles que no serán suficientemente fuertes para resistir a las adulaciones
diabólicas como no lo fue la primera Eva, mientras qeu María y Jesús se
servirán de la cooperación de los fieles buenos que son la parte no mordida del
talón (la parte más humilde del cuerpo de María) que aplastará («Ipsa
conteret», Gén., III, 5) la cabeza de la serpiente.
Esta es la interpretación auténtica de los
versículos del Génesis dada por Pío IX en la Bula
dogmática Ineffabilis Deus, en la que el Papa escribe: «Los Padres
vieron designados [en los versículos del Génesis] a Cristo Redentor y a María
unida a Cristo por un vínculo estrechísimo e indisoluble, ejercitando junto a
Cristo y por medio de El sempiternas enemistades contra la serpiente venenosa y
consiguiendo sobre ella una plenísima victoria». Por lo que se puede decir, con
certeza teológica, que, como Cristo venció al demonio con su Pasión, así María
lo venció con su Compasión. Por tanto, María, junto y subordinadamente a
Cristo, venció a satanás y nos «corredimió».
El Evangelio según San Lucas (I,
38) nos narra que el Angel Gabriel fue enviado a María por Dios para conseguir
su consentimiento a la Encarnación y a la Corredención. En esta escena
evangélica tenemos, por contraposición a la del Génesis, la presencia de un
Angel bueno (Gabriel), de una nueva Eva (María) y de un nuevo Adán (Cristo).
También en el Evangelio encontramos vaticinada la
Corredención subordinada y secundaria de María y específicamente en el Evangelio
según San Lucas (II, 34-35) cuando el anciano Simeón, con ocasión de
la presentación del Niño Jesús en el Templo, predice a María su íntima asociación
a la Pasión y Muerte de Cristo: «Este niño está destinado a ser causa de la
ruina y de la resurrección de muchos en Israel y a ser un signo de
contradicción; tu misma alma será traspasada por una espada».
En Lucas es, por tanto, presentado el futuro lleno
de todo dolor de Jesús, al cual será asociada su Madre, cuya alma será
atravesada místicamente por una espada de dolor. Adviértase que, no obstante
esté presente también San José, el Evangelio no habla de una suya asociación
subordinada al Sacrificio de Cristo, sino que nombra sólo y exclusivamente a
María, única Corredentora subordinada en sentido estricto.
En el texto evangélico de San Juan, María nos es
presentada en el Calvario junto al Apóstol Juan a los pies de la Cruz en la que
pende Jesús, que dice a María: «Mujer, he ahí a tu hijo; hijo [San Juan], he
ahí a tu madre» (Jn., XIX, 26-27).
María es la nueva Eva, Madre espiritual de todos
los fieles, en contraposición con la antigua Eva, que nos arruinó dando a Adán
a comer la manzana.
El mismo paralelismo encontramos en el último Libro
Sagrado, el Apocalipsis de San Juan (cap. XII), en el cual nos
son presentados también tres personajes: la mujer (María), su hijo (Jesús) y el
Dragón rojo (satanás), que intenta hacer daño a la mujer: como en el Génesis
quería morder el talón, así quiere ahora agredirla, pero el Dragón es derrotado
y la mujer y su hijo son puestos a salvo.
La Tradición y la Corredención mariana
Desde el siglo II hasta el siglo XII, la doctrina
de la Corredentora la encontramos expresada implícitamente por los Santos
Padres. Por ejemplo, San Justino (Dialog. cum Triph., PG, 6, 709-712),
San Ireneo (De carne Christi, c. 17, PL 2, 782) y Juan el Geómetra, que,
en el siglo X, el primero, habla de la Maternidad espiritual de María y de la
Corredención.
Desde el siglo XII hasta el siglo XVII, tenemos una
segunda etapa, en la que se va de manera más neta de lo implícito a lo
explícito, o sea, del papel de María como nueva Eva a la Corredención. Los
autores más famosos son: San Bernardo de Claraval,
Arnoldo de Chartres, San Alberto Magno, San Buenaventura; en el siglo XIV
tenemos a Taulero, San Antonino de Florencia, Dionisio Cartujano, Alfonso
Salmerón.
Finalmente, desde el siglo XVII hasta nuestros
días, se calculan 124 teólogos que se expresan a favor de la Corredención
inmediata de María, en el siglo XVII, entre los cuales San Lorenzo de Brindis,
San Juan Eudes y Olier. En el siglo XVIII, sólo 53 escritores eclesiásticos se
decantan a favor de la Corredención. En el siglo XIX, los teólogos pro
Corredemptione suben hasta 130, entre los cuales resalta el card.
Alexio Lépicier (L’Immacolata Madre di Dio, Corredentrice del genere umano,
Roma, 1905). Hoy, después del Concilio Vaticano II, la Corredención, por
motivos pseudo-ecuménicos, ha sido llevada adelante por pocos teólogos, entre
los cuales los Franciscanos de la Inmaculada con la Revista teológica Immaculata
Mediatrix y Mons. Brunero Gherardini.
El Magisterio y la Corredención mariana
León XIII, en la Encíclica Jucunda semper (1894),
enseña que «Cuando María se ofreció completamente a sí misma, junto a su Hijo
en el Templo, Ella era desde ese momento partícipe de la dolorosa expiación de
Cristo en favor del género humano, o sea, de la Redención […]. En el Calvario,
con El, murió en su corazón».
También León XIII, en la Encíclica Auditricem
populi (1895), enseña que «Aquella que había sido cooperadora en el
misterio de la Redención humana, habría sido también la cooperadora en la
distribución de las gracias derivadas de tal Redención». Adviértase cómo el
Papa distingue la Corredención de la Dispensación de las gracias y enseña que
María cooperó en ambas.
San Pío X, en la Encíclica Ad diem illud (1904),
verdadera obra maestra mariológica, afirma: «María fue asociada por Cristo a la
obra de nuestra salvación, nos merece de congruo, como dicen los
teólogos, lo que Cristo nos merece de condigno». Adviértase cómo el
Papa afirma dos verdades: 1º) María fue asociada a la Redención por Cristo y no
se asoció por sí misma; 2º) en virtud de dicha asociación, María mereció por
pura conveniencia o condescendencia divina (de congruo) las mismas
gracias merecidas por Cristo por estricta justicia (de condigno).
Benedicto XV es el primer Papa que formula de manera
inequívoca la doctrina sobre la Corredención en la Carta Apostólica Inter
Sodalicia (1918), enseñando que «María, a los pies de la Cruz, de tal
manera sufrió y casi murió con el Hijo para placar la justicia
divina, que con razón se puede decir que Ella ha redimido al género humano junto
a Cristo».
Pío XI es el primer Papa que aplica el título de
Corredentora a María en el Mensaje radiofónico del 28 de abril de 1935: «Madre
de piedad y de misericordia… compaciente y Corredentora…».
Pío XII, en tres Encíclicas, trata de la Corredención
mariana. La primera es la Mystici Corporis (1943), en la que
enseña que María «ofreció a Jesús al Padre en el Gólgota, haciendo holocausto
de todo derecho materno suyo y de su materno amor, por todos los hijos de Adán.
De tal modo, Aquella que, en cuanto al cuerpo era Madre de nuestra Cabeza, pudo
convertirse, en cuanto al espíritu, en madre de todos sus miembros». Adviértase
cómo Pío XII enseñó formalmente que María es madre espiritual de todos los
justos y, por tanto, Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.
En la segunda Encíclica, sumamente mariana, Ad
Coeli Reginam (1954), el Papa enseña que la Virgen es Reina no sólo
por ser Madre de Cristo, que es Rey, sino también «por la parte singular que
tuvo en la obra de nuestra salvación por voluntad de Dios… María fue asociada a
Cristo. […]. Ella es Reina no sólo por ser Madre de Jesús, sino también porque,
como nueva Eva, ha sido asociada al nuevo Adán. […]. De esta unión con Cristo
nace aquel poder real por el que Ella puede dispensar los tesoros del Reino del
divino Redentor». Adviértase cómo el Papa enseña que el primer fundamento de la
Realeza de María es la Maternidad divina y el segundo fundamento es la
Corredención.
Finalmente, en la Encíclica sobre el Sagrado
Corazón Haurietis aquas (1956), el papa Pacelli enseña: «Era
justo, en efecto, que Aquella que había sido asociada a la obra de la
regeneración de los hijos de Eva a la vida de la gracia, fuese proclamada por
el mismo Jesús Madre espiritual de la entera humanidad». También, al final de
la Encíclica, escribe: «Para que el culto al divino Corazón de Jesús
produzca frutos más copiosos, oblíguense los fieles a asociar a él la
devoción al Corazón Inmaculado de María. En efecto, es sumamente
conveniente que, como Dios quiso asociar indisolublemente a la Bienaventurada
Virgen María a Cristo en la realización de la Redención […], así, el
pueblo cristiano, que recibió la vida divina de Cristo y de María, después de
haber tributado los debidos homenajes al Sagrado Corazón de Jesús, preste
también al Corazón Inmaculado de María similares obsequios de piedad […].
En armonía con este sapientísimo designio de la Providencia divina, Nos mismo
queremos consagrar solemnemente la Santa Iglesia y el mundo entero al Corazón
Inmaculado de María».
La razón teológica de la Corredención
En la Corredención de María brilla 1º) la Sabiduría
divina, que se sirvió del mismo medio (la mujer) del que se había servido
el diablo para la ruina de la humanidad, humillándolo enormemente al hacer que
fuera vencido por una joven mujer; 2º) el Poder divino, ya que
Dios, con un medio débil (una joven mujer) realizó una obra tan excelsa (la
Redención); 3º) la Justicia divina, la cual decretó que la soberbia
de Adán y Eva fuera reparada por la humillación de Jesús y María; 4º) la Bondad
divina, la cual, en lugar de abandonar a la mujer que había pecado, la
ennobleció haciéndola Corredentora.
A) La esencia o la naturaleza de la Corredención
Hemos visto el hecho o la existencia de la
Corredención admitida por la Sagrada Escritura, por la Tradición y por el
Magisterio, hemos ofrecido su razón teológica; ahora nos queda ver la
naturaleza de la Corredención, o sea, qué es.
La Corredención es la participación subordinada de
María a la Redención de Cristo. Ahora bien, la Pasión de Jesús y la Compasión
de María han obrado nuestra Redención y Corredención, pero ¿de qué manera? ¿cuál
es su naturaleza? ¿qué son exactamente?
Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48)
enseña que la Pasión de Cristo obró nuestra Redención de tres modos: 1º) a modo
de mérito, al merecernos la gracia santificante perdida con el pecado original;
2º) a modo de satisfacción, pagando a Dios la deuda por el pecado, reparándolo
e intercediendo por nosotros; 3º) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo
al Padre como víctima en la Cruz.
También María cooperó subordinadamente a Cristo de
estos 3 modos en nuestra Redención. Los teólogos dicen que lo que Cristo nos
mereció de condigno o por estricta justicia, María nos lo
mereció de congruo o por pura liberalidad de Dios.
En cuanto a la naturaleza de la cooperación mariana
en nuestra Redención, los teólogos sostienen comúnmente que la ofrenda que
María hizo de Jesús y de sí misma en el Calvario no es un acto sacrificial y
sacerdotal en sentido estricto: María no tiene un sacerdocio
análogo al de Cristo y no tiene ni siquiera el Orden sacramental del Sacerdocio
cristiano, pero la cooperación de María en el Sacrificio de Cristo es
equiparable a la que tienen todos los bautizados, los cuales pueden unirse al
sacerdote (ordenado válidamente) y ofrecer por medio de él el Sacrificio de la
Misa a Dios, pero María la posee en un grado eminentemente superior al de todos
los bautizados, porque es la Madre de Dios. Sin embargo no es sacerdote en
sentido estricto, aun teniendo el espíritu del Sacerdocio. Adviértase que
el Santo Oficio prohibió representar a María revestida con los ornamentos
sacerdotales y llamarla «Virgen-Sacerdote» (cfr. R. Laurentin, Le
problème du sacerdoce marial devant le Magistère, en «Marianum», n. 10,
1948, pp. 160-178).
Por lo que respecta a la naturaleza de la
cooperación de María en la Redención de Cristo, la opinión común de los
teólogos considera que es inmediata y consiste en el hecho de que sus méritos y
sus satisfacciones (junto y subordinadamente a las de Jesús) fueron queridos,
exigidos y aceptados por el Eterno Padre para la reconciliación del género
humano con El (cfr. M. I. Nicolas, La doctrine de la Corédemption dans
le cadre de la doctrine thomiste de la Rédemption, en «Revue thomiste», n.
47, 1947, pp. 20-42).
Además, María, en cuanto Madre de Cristo, tenía el
derecho de proteger la vida del su Hijo de todos sus injustos agresores. En
cambio, María abdicó este derecho suyo natural y, en obediencia a la voluntad
divina, ofreció a su Hijo en sacrificio para la Redención del género humano.
CONCLUSIÓN
La devoción a María no se funda en motivos
sentimentalistas, sino estrictamente dogmáticos. Ella es verdadera Madre de
Dios y Corredentora subordinada del género humano; además, todas las gracias
pasan a través de ella para llegar de Dios a nosotros (como veremos en el
segundo artículo). Por tanto, si queremos ser redimidos y salvados, según el
plan elegido por Dios, debemos dirigirnos a María para ir a Jesús y a la
Humanidad de este último para acceder a la Santísima Trinidad. Ad Jesum
per Mariam!
Acabo con una hermosa oración de San Francisco de
Sales:
«Acuérdate y trae a tu mente, oh dulcísima Virgen
María, que eres mi Madre y que soy tu hijo; que eres poderosísima y soy un
pequeño ser vil y débil. Te suplico, dulcísima Madre mía, que me guíes y
defiendas en todos mis caminos y en todas mis acciones.
No me digas, oh Virgen graciosa, que no puedes, ya
que tu Hijo predilecto Te dio todo poder… No me digas que no debes hacerlo,
pues eres la Madre común de todos los pobres humanos y especialmente la mía. Si
no pudieses te excusaría diciendo: Es verdad que es mi Madre y que me ama como
a un hijo, pero su pobreza carece de posesiones y de poderes. Si no fueses mi
Madre, tendría justamente paciencia, diciendo: Ella es rica para asistirme,
pero ay de mí, al no ser mi Madre, no me ama.
Pero ya que, oh dulcísima Virgen, eres mi Madre y
eres poderosa, ¿cómo podrás excusarte de no consolarme y de no prestarme tu
ayuda y tu asistencia?
Ves, Madre mía, que estás obligada a consentir a
todas mis peticiones».
Fuente: SI SI NO NO