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jueves, 24 de mayo de 2018
EN LA FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE
EL SACERDOTE ES...
El Sacerdote es un hombre
polifacético en su bien definida personalidad. Su larga carrera de diez, de
trece o más años, le da muchos títulos.
Es Médico: cura heridas
cancerosas sin sajar con el bisturí, salvando muchas vidas del fracaso. Y a
veces -esto no lo puede hacer ningún otro médico- resucita muchos muertos
trazando la cruz de la absolución sobre el alma penitente...
Es abogado: defiende las
causas humanas ente un tribunal inapelable. Alcanza muchas absoluciones de
condenados a pena eterna, y puede conmutar la pena de cadena hasta de siglos,
por una oración...
Es Ingeniero: ayuda a
orientar muchos caminos; a construir o reconstruir vidas deshechas o
incipientes...
Es Maestro: enseña, ese es
su papel principal. Enseña cuando se lo permiten las leyes, en las escuelas
primarias, en las escuelas superiores, en las universidades. Y enseña siempre,
aunque lo martiricen con tormentos de luz o con drogas que despersonalizan;
enseña siempre, la única ciencia necesaria según aquella sentencia: “Aquel que
se salva sabe y el que no, no sabe nada”.
Es Pescador: Pescador de
río por la paciencia en esperar la vuelta del cristiano infiel; pescador de mar
por su vida de sacrificio en bien de los demás...
Es Doctor, y pastor, y
embajador y guía, y conquistador, capitán... y especialista universal de todos
los problemas de los hombres...
El Sacerdote es el hombre
de las paradojas y el más desconcertante de los hombres, se le llama
“presbítero” -anciano- aunque apenas haya pasado los veinticuatro años que pide
el derecho de la Iglesia para hacerlo su ministro. Y aunque esté encorvado por
el peso de los años y tenga la cabeza nevada por el invierno de la vida,
seguirá diciendo al comenzar su Misa: “Me acercare al altar del Señor que
alegra mi juventud”.
Aunque no se haya
doctorado en las universidades famosas, es consejero de sabios y de reyes;
tiene la potestad de enseñar a todas las gentes, aunque sus homilías son sean
una obra de ingenio retórico. Está en el mundo, y vive para el mundo pero no es
del mundo...
Es siempre rico,
millonario... aunque lleve una sotana raída y verdosa; tiene en sus manos el
tesoro de los sacramentos...
Lleva la carga de nuestra
humanidad insignificante, y puede con su voz hacer bajar a Yahvé-Hombre a un
pequeño trozo de pan, y sus manos creadas pueden sostener al Creador. Su vida
humana terminará -siguiendo la condición de criatura-. Pero seguirá siendo
SACERDOTE para siempre; por toda la eternidad. Único tratamiento que se puede
llevar más allá de la tumba.
Por eso, por su
desconcertante personalidad, el Sacerdote es el ser más incomprendido, y por
eso el más vituperado.
No se le puede tolerar que
este de mal genio, aunque haya gastado todo el día y hasta la noche en servir a
los siervos de Dios.
Se le llama rancio cuando sigue derroteros antiguos; novedosos y atrevido si quiere usar en su apostolado los medios modernos.
Se olvida que es sacerdote para todos, y el rico ve mal que trate bien al pobre, y el pobre le llama cochino burgués si atiende a los ricos.
Si su labor brilla se le llama ostentoso; si todos sus trabajos pasan el la oscuridad del anonimato es un holgazán, vividor y algo más.
Por eso deberíamos de admirar al Sacerdote y tratar de comprender las paradojas de su ministerio y todas las modalidades de su personalidad. Por eso deberíamos de rogar siempre por el sacerdote que nos bautizó, por el sacerdote que nos dio la primera comunión, por el que nos asistirá en la última hora. Por todos los sacerdotes: que el Señor guarde el tesoro divino que llevan en pobre vaso de arcilla humana... Que el Señor los guarde del mundo. Que el Señor los santifique.
Se le llama rancio cuando sigue derroteros antiguos; novedosos y atrevido si quiere usar en su apostolado los medios modernos.
Se olvida que es sacerdote para todos, y el rico ve mal que trate bien al pobre, y el pobre le llama cochino burgués si atiende a los ricos.
Si su labor brilla se le llama ostentoso; si todos sus trabajos pasan el la oscuridad del anonimato es un holgazán, vividor y algo más.
Por eso deberíamos de admirar al Sacerdote y tratar de comprender las paradojas de su ministerio y todas las modalidades de su personalidad. Por eso deberíamos de rogar siempre por el sacerdote que nos bautizó, por el sacerdote que nos dio la primera comunión, por el que nos asistirá en la última hora. Por todos los sacerdotes: que el Señor guarde el tesoro divino que llevan en pobre vaso de arcilla humana... Que el Señor los guarde del mundo. Que el Señor los santifique.
Padre Aureliano Tapia Méndez
Se publicó cuando era seminarista en
la revista del Seminario de Zamora en agosto de 1954
"CREED EN LA FUERZA DE VUESTRO SACERDOCIO"
CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA PARA LOS PARTICIPANTES
EN UN CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
EN UN CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
HOMILÍA DEL CARD. ZENON GROCHOLEWSKI
Jueves 4 de enero de 2006
Una llamada totalmente singular
El
evangelio de hoy (Jn 1, 35-42) narra la llamada de Juan,
Andrés y Pedro. El de mañana (Jn 1, 43-51) hablará de la llamada de
Felipe y Natanael. La llamada de cada uno de los Apóstoles es totalmente
singular. A ninguna otra tarea Jesús ha llamado de ese modo. Además, es impresionante
la importancia que atribuyó durante toda su actividad pública a estos Doce y a
su formación. Al final de esta comprometedora formación y convivencia con él,
les encomendó la misión crucial de la evangelización del mundo. No es difícil
constatar que en realidad precisamente ellos y sus sucesores han desempeñado un
papel esencial en el desarrollo y en el crecimiento de la Iglesia en el mundo.
Su misión ha sido sostenida por el sacramento del Orden, que los ha hecho
partícipes de la misión de Cristo sacerdote, cabeza y pastor.
La diferencia entre el modo como Jesús
llamó, trató, preparó y envió a los Apóstoles y el modo como llamó a todos los
demás a la perfección no permite insertar simplemente la vocación sacerdotal
entre todas las demás vocaciones que brotan del sacerdocio común de los fieles,
o ponerla al mismo nivel. En efecto, el sacerdocio ministerial está al servicio
de todas las demás vocaciones; más aún, es necesario para la realización de
todas las demás vocaciones.
Esta reflexión que nos sugieren los
evangelios de estos días compone un telón de fondo o un contexto del congreso
que estamos celebrando; también constituye el motivo del compromiso totalmente
especial en favor de las vocaciones sacerdotales por parte de la Iglesia, por
parte de todos aquellos que se interesan por el sano desarrollo de la Iglesia y
por la obra de la evangelización.
Hoy, después de que el concilio Vaticano II
pusiera justamente de relieve que todos los cristianos están llamados a hacer
que la Iglesia viva y crezca, tal vez una percepción no plenamente exacta de la
diferencia entre las distintas tareas o formas de apostolado en la Iglesia,
indicadas por el Concilio, en cierta medida ha ofuscado tanto la importancia,
la esencialidad, como la identidad del sacerdocio ministerial, es decir, la
especificidad de esta vocación. Eso puede entorpecer la realización de la
vocación sacerdotal. Puede hacer —y probablemente hace— menos atractivo el
sacerdocio ministerial incluso a los que piensan en la vocación sacerdotal,
puesto que atrae más el pensamiento generalizado, aunque en el fondo esté
equivocado, de que pueden realizar su vocación también como laicos
comprometidos, sin tener que asumir ciertos sacrificios o compromisos
definitivos.
"Creed en la fuerza de vuestro
sacerdocio"
En orden a la promoción de las vocaciones
al sacerdocio, que sobre todo en nuestros tiempos debe ser un compromiso de
todos, tanto de sacerdotes como de personas consagradas y de laicos, creo que
es de suma importancia darse cuenta precisamente de la absoluta necesidad de
los sacerdotes y de su trascendencia para la vida de la Iglesia y también para
el apostolado eficaz de los laicos y para la fructuosa realización de la vida
consagrada.
Desde esta perspectiva me han impresionado
las palabras que Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes en la catedral de Varsovia el 25 de mayo de 2006 "Creed en la fuerza de vuestro sacerdocio" (L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5).
Obviamente, estas palabras, dirigidas a los sacerdotes, valen también para una
promoción eficaz de las vocaciones sacerdotales. Para promover con empeño y
convicción las vocaciones sacerdotales, para orar con perseverancia por las
vocaciones sacerdotales, es preciso ante todo creer en la fuerza del sacerdocio
ministerial. Se trata de un presupuesto necesario.
El Santo Padre prosiguió luego poniendo de
relieve esta fuerza del sacerdocio para la vida de los cristianos, es decir,
para la realización de la vida consagrada o del apostolado laical:
"En virtud del sacramento habéis recibido todo lo que
sois. Cuando pronunciáis las palabras "yo" o "mío"
("Yo te absuelvo... Esto es mi Cuerpo..."), no lo hacéis en
vuestro nombre, sino en nombre de Cristo, "in persona Christi",
que quiere servirse de vuestros labios y de vuestras manos, de vuestro espíritu
de sacrificio y de vuestro talento. (...) Cuando vuestras manos fueron ungidas
con el óleo, signo del Espíritu Santo, fueron destinadas a servir al Señor como
sus manos en el mundo de hoy" (ib.).
Para explicar mejor aún la misión propia,
específica, del sacerdote, Benedicto XVI, en ese mismo discurso, afirmó:
"Los fieles esperan de los sacerdotes solamente una cosa: que sean
especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al sacerdote no se
le pide que sea experto en economía, en ingeniería o en política. De él se
espera que sea experto en la vida espiritual. (...) Ante las tentaciones del
relativismo o del permisivismo, no es necesario que el sacerdote conozca todas
las corrientes actuales de pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles
esperan de él es que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la
palabra revelada" (ib.).
También recientemente, en el discurso
navideño a la Curia romana, el Santo Padre subrayó fuertemente esta
configuración del sacerdote como "hombre de Dios" (1 Tm 6,
11). "La misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a Dios a los
hombres. Ciertamente, sólo puede hacerlo si él mismo viene de Dios, si
vive con Dios y de Dios" (Discurso a la Curia romana, viernes
22 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 6). El Papa ilustró esta
afirmación con el episodio de la distribución del territorio entre las tribus
de Israel: "Después de tomar posesión de la Tierra, cada tribu
obtiene por sorteo su lote de la Tierra santa (...). Sólo la tribu de Leví no
recibe ningún lote: su tierra es Dios mismo (cf. Dt 10,
9). Sí, para el sacerdote "la base de su existencia, la tierra de su vida
es Dios mismo". Teniendo presente esa tarea, el Santo Padre, en el citado
discurso a los sacerdotes en Polonia, puso de relieve la necesaria solicitud
del sacerdote "por la calidad de la oración personal y por una buena
formación teológica". Con respecto a la oración, subrayó: "No
debemos dejarnos llevar de la prisa, como si el tiempo dedicado a Cristo en la
oración silenciosa fuera un tiempo perdido. En cambio, es precisamente allí
donde brotan los frutos más admirables del servicio pastoral. No hay que desanimarse
porque la oración requiere esfuerzo, o por tener la impresión de que Jesús
calla. Calla, pero actúa" (L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5).
Asimismo, Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, afirmó: "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Discurso a los superiores generales, 24 de noviembre de 1978, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1978, p. 10).
Asimismo, Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, afirmó: "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Discurso a los superiores generales, 24 de noviembre de 1978, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1978, p. 10).
Hoy es muy importante recordar este factor
de la actividad pastoral, porque los sacerdotes se encuentran a menudo
involucrados en tantas actividades externas que ya no tienen tiempo para la
oración, y así corren el peligro de desvirtuar lo que constituye la esencia del
ministerio sacerdotal, perdiéndose en un activismo estéril. Jean-Baptiste
Chautard (1858-1935), en su tiempo famoso abad de los trapenses de Sept-Fons,
en Francia, preguntó en cierta ocasión a un sacerdote cuál era el motivo del
fracaso de su sacerdocio, y recibió una respuesta paradójica: "Lo
que me ha arruinado es el celo" (El alma de todo apostolado, París
1941, p. 76). Sí, un celo imprudente, puramente externo, no arraigado en una
profunda vida espiritual, puede llevar a la ruina de la vida espiritual,
haciendo ineficaz la actividad de un sacerdote.
Ante su misión, el sacerdote —"hombre
de Dios", instrumento en las manos de Dios— puede sentir miedo. Lo afirma
también el Papa Benedicto XVI: "La grandeza del sacerdocio de Cristo
puede infundir temor. Se puede sentir la tentación de exclamar con san
Pedro: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,
8), porque nos cuesta creer que Cristo nos haya llamado precisamente a
nosotros. ¿No habría podido elegir a cualquier otro, más capaz, más
santo?" (Discurso a los sacerdotes en la catedral de Varsovia, 25
de mayo de 2006).
Me vienen a la memoria las palabras del sacerdote poeta polaco, recientemente
fallecido, Jan Twardowski (1915-2006): "De mi sacerdocio tengo
miedo; mi sacerdocio me infunde temor; ante mi sacerdocio me postro en tierra;
ante mi sacerdocio me arrodillo".
Sin embargo, frente a ese miedo, el Santo Padre nos tranquiliza:
"Pero Jesús nos ha mirado con amor precisamente a cada uno de nosotros, y
debemos confiar en esta mirada" (Discurso a los sacerdotes en la
catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006).
Conclusión
¿Por qué digo todo esto? No sólo para
afirmar o poner de relieve la necesidad absoluta del sacerdocio ministerial y
su configuración específica en el misterio de la Iglesia; tengo sobre todo ante
los ojos la perspectiva de nuestro congreso: la promoción de las
vocaciones sacerdotales.
Aquí se encuentran presentes numerosos sacerdotes. Quisiera que tomarais muy en
cuenta la exhortación del Santo Padre: "Creed en la fuerza de
vuestro sacerdocio". De la realización de vuestro sacerdocio en el sentido
indicado dependerá también que sepáis ayudar a los jóvenes a descubrir y
afrontar con entusiasmo la llamada al sacerdocio.
También a todos los demás presentes
—personas consagradas y laicos— quisiera decirles: creed en la fuerza del
sacerdocio ministerial. De vuestra correcta idea del sacerdocio ministerial y
de la comprensión del papel del sacerdote para la vida de la Iglesia, de la
comprensión de su papel para vuestra santificación y para vuestro apostolado,
dependerá también la calidad y eficacia de vuestro esfuerzo por promover las vocaciones
sacerdotales.
Más aún: en orden a promover las
vocaciones sacerdotales no podéis quedar insensibles ante la necesidad de
sostener con vuestra oración, con vuestra palabra y con vuestro aliento a los
sacerdotes en su recta realización del sacerdocio. El maligno sabe que
golpeando al pastor se dispersan las ovejas del rebaño (cf. Mt 26,
31) y actúa en consecuencia. El golpe más fuerte es el que afecta a la profunda
unión con Cristo y al auténtico celo sacerdotal que de ella brota, que no tiene
nada que ver con un simple activismo externo. Sosteniendo a los sacerdotes en
su misión específica, también promovéis, aunque sea indirectamente, las
vocaciones sacerdotales.
"Creed en la fuerza del sacerdocio
ministerial". Sí, esta exhortación es importante para cada uno de
nosotros.
Fuente: vatican.va
miércoles, 23 de mayo de 2018
PREPARÁNDONOS PARA LA FIESTA DE CRISTO SACERDOTE (II)
En el Corazón de Cristo Sacerdote desborda la acción de gracias al Padre Eterno hasta el punto de inmolar la propia vida en aras del filial agradecimiento del Hijo y como reparación por las ingratitudes del género humano hacia la Bondad y la Providencia Divina.
En el acto de amor de Cristo Sacerdote, voluntariamente entregado a la muerte y sacrificado en el ara de la cruz, se redimen todas la ingratitudes de las creaturas humanas y se abren las puertas que nos posibilitan unirnos íntimamente al Verdadero y Sumo Sacerdote, de tal modo que podamos adherirnos a su acción de gracias al Padre, orientando nuestra vida hacia su glorificación, desandando el camino de ingratitud y de falta de correspondencia a su Amor por el que nos alejamos más y más de Él a causa de nuestro pecado en cuya raíz está siempre el orgullo, la soberbia y la divinización del propio yo.
Si el agradecimiento es la virtud de los mejores no podía Cristo dejar de darnos un ejemplo sublime de esta virtud tanto con sus gestos como con sus palabras:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25)
He aquí uno de los aspectos principales de la oración personal de Jesús: la acción de gracias al Padre, propia de los pequeños, esto es de los hijos que se saben en todo dependientes del amor del Padre y sostenidos por su Providencia amorosa.
La diferencia entre los "grandes", sabios y entendidos, y los pequeños, siempre agradecidos, está en la dirección de la mirada vital de ambos. Mientras el "sabio y entendido" vive mirándose patológicamente a sí mismo, el "pequeño" tiene puesta su mirada en Aquél de quien todo lo recibe. Y la consecuencia es evidente: el corazón del primero está incapacitado para el agradecimiento porque todo lo refiere a sí mismo, al tiempo que el corazón del segundo desborda en acción de gracias.
En la raíz del pecado está siempre la falta de agradecimiento hacia Dios y por consecuencia se deriva el desagradecimiento hacia el prójimo. Porque el corazón desagradecido está ciego para reconocer los dones que recibe, está infartado por la falta de sentido de la gratuidad; late desacompasado por la furia de las malas pasiones; sufre las arritmias del egoísmo, de las envidias, de las celotipias, del rencor, de los deseos de venganza, etc.
En definitiva se trata de los dos caminos antagónicos que se presentan siempre ante el ser humano:
1-SOBERBIA: ante el deseo de alto honor y gloria, practicar la HUMILDAD, para reconocer que de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.
2-AVARICIA: ante el deseo de acaparar riquezas, practicar la GENEROSIDAD, para dar con gusto de lo propio a los pobres y a los que lo necesitan.
3- LUJURIA: ante el apetito sexual, practicar la CASTIDAD, para lograr el dominio de los apetitos sensuales.
4- IRA: ante un daño o dificultad, practicar la PACIENCIA, sufriendo con paz y serenidad todas las adversidades.
5- GULA: ante la comida y bebida, practicar la TEMPLANZA, con moderación en el comer y en el beber
6- ENVIDIA: ante el resentimiento por las cualidades, bienes o logros de otro porque reducen nuestra auto-estima, practicar la CARIDAD, deseando hacer siempre el bien al prójimo.
7- PEREZA: ante la desgana por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales practicar con DILIGENCIA la prontitud de ánimo para obrar el bien.
2-AVARICIA: ante el deseo de acaparar riquezas, practicar la GENEROSIDAD, para dar con gusto de lo propio a los pobres y a los que lo necesitan.
3- LUJURIA: ante el apetito sexual, practicar la CASTIDAD, para lograr el dominio de los apetitos sensuales.
4- IRA: ante un daño o dificultad, practicar la PACIENCIA, sufriendo con paz y serenidad todas las adversidades.
5- GULA: ante la comida y bebida, practicar la TEMPLANZA, con moderación en el comer y en el beber
6- ENVIDIA: ante el resentimiento por las cualidades, bienes o logros de otro porque reducen nuestra auto-estima, practicar la CARIDAD, deseando hacer siempre el bien al prójimo.
7- PEREZA: ante la desgana por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales practicar con DILIGENCIA la prontitud de ánimo para obrar el bien.
Así se nos ha manifestado el Corazón de Cristo Sacerdote, quien vive en todo momento con su mirada llena de agradecimiento y de amor puesta en el Padre.
El corazón agradecido de los "pequeños" es siempre un corazón humilde, generoso, casto, paciente, templado, caritativo y diligente.
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, ha querido perpetuar en la Santa Misa los fines de su entrega al Padre y de su inmolación por nosotros en la Cruz:
1. La Adoración, para honrar al Padre como conviene.
2. La Acción de gracias, para agradecerle todos sus beneficios.
3. La entrega Propiciatoria, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio.
4. La Impetración, para pedir y alcanzar todas las gracias que nos son necesarias.
Estas habrán de ser las disposiciones de todos los corazones que se acerquen al Altar del Señor, tanto para ofrecer el Santo Sacrificio como para participar plenamente en él uniéndose a Cristo mediante el ofrecimiento de la propia vida.
Un culto "en espíritu y en verdad" que para ser agradable y grato a Dios no puede estar desconectado de la propia vida mediante el ejercicio constante de esas mismas virtudes para con Dios y para con el prójimo.
P. Manuel María de Jesús F.F.
sábado, 19 de mayo de 2018
PREPARÁNDONOS PARA LA FIESTA DE CRISTO SACERDOTE
Hay deberes que se imponen a la recta
conciencia de la gente de bien, y en mayor grado a un sacerdote de
Jesucristo. Uno de estos deberes es la gratitud para con aquellos de quienes
hemos recibido en el camino de la vida la ayuda y el auxilio de bienes, sean
estos materiales, y mayormente aún bienes espirituales.
La gratitud es la virtud de los mejores, y
como toda virtud es gracia recibida de Dios. La persona agradecida no se
ensoberbece porque sabe que es Dios mismo quien le infunde ese espíritu de
agradecimiento. Sin embargo, la gracia no destruye la naturaleza sino que la
eleva, y por ello para alcanzar la virtud de ser uno agradecido con Dios y con
el prójimo debe contar antes a nivel natural con un espíritu agradecido, que
también es don de Dios y que por la fuerza de su gracia puede alcanzar el grado
de virtud.
Los mediocres, los raquíticos de corazón,
los soberbios y engreídos jamás serán agradecidos ni con Dios ni con el prójimo
en un nivel meramente humano, y aún menos en el orden sobrenatural.
La gratitud es la virtud que nos lleva a
tomar conciencia de los dones que recibimos cada día, a valorar la generosidad
del que nos los da y a mover nuestra voluntad para corresponder a estos dones,
aprovecharlos, desarrollarlos y ponerlos al servicio de los demás.
Como la gratitud es la virtud de los
mejores lo más frecuente es encontrarse en el camino de la vida con el
desagradecimiento, porque la masa gris y común se mueve entre la medianía
y los bajos fondos del espíritu humano dominados por el orgullo, la soberbia,
la altanería, el desagradecimiento y el encumbramiento del propio yo.
El refranero popular recoge
bien este espíritu cicatero que tristemente se ajusta a la realidad:
"Cría cuervos y te sacarán los ojos"; "Ningún malagradecido siente el favor recibido";"Hacerle
bien al ingrato, es lo mismo que ofenderle";"¿Cuántos enemigos
tienes? Tantos como favores he hecho"; "De desagradecidos está el
infierno lleno".
Vivimos en una sociedad en la que no
tenemos cultura del agradecimiento. Los de mediana edad y los más jóvenes han
crecido mal formados en la contracultura de "mis derechos" sin
reparar en mis obligaciones, entre las que se encuentra la obligación moral de
ser agradecidos con los padres, con los profesores, con los sacerdotes, con
todos aquellos de los que ha recibido algún bien por muy pequeño que sea.
Esta contracultura arrastrada en el propio
corazón al claustro y a la vida sacerdotal se convierte en el más grande
impedimento para que la jerarquía y los superiores puedan contar con
personas generosas, disponibles, desasidas de sí mismas y dispuestas a llegar
al holocausto del sacrificio personal.
De igual modo los fieles se encontrarán
enfrente de adolescentes caprichosos e inmaduros, a pesar de ser entrados en
años, que son el polo opuesto de aquél Corazón manso y humilde de Cristo al que
estos debieran hacer presente en medio de las comunidades cristianas y de la
sociedad entera.
No es cuestión de impecabilidad, algo con
lo que ni el Señor cuenta porque conoce bien el barro del que estamos hechos.
Es cuestión de actitud, de purificación del corazón, de recta intención. Es
cuestión de virtud.
"LA GENTE QUE MUERDE LA MANO QUE LOS
ALIMENTA NORMALMENTE LAME LA BOTA QUE LOS PATEA"
"Hay mucha gente que no sabe agradecer
y que a menudo hacen como los gatos (refiriéndome al animal felino), que tiene
fama de cerrar los ojos cuando le echan comida para no ver quién se la está
echando. La gente que práctica esa forma de ser a menudo dice cuando le hacen
un favor que “esa era su obligación”, o “él me hizo el favor porque le dio la
gana, yo no lo obligué”, porque con esas frases dejan salir su espíritu de
malagradecidos y de ingratitud.
Desde muy pequeño aprendí que “al que a uno
le da de comer, nunca su mano debes morder”. Quienes no saben agradecer es
porque practican la ingratitud como principio negativo. El ser humano debe
tener por norma agradecer hasta a sus enemigos (si es que los tiene), porque
les enseñan que de ellos ya no tiene que cuidarse, sino de los que se dicen
amigos.
El ingrato, el malagradecido olvida con
facilidad los favores y ayudas que ha recibido en el pasado"
El espíritu ingrato invalida e incapacita a
toda persona que aspira a entregar su vida al servicio de Dios, de la Iglesia y
de los hermanos. Bajo capas de apariencia, de las que a veces ni ellos mismos
son conscientes por su propia ceguera y orgullo, este tipo de personas, a no
ser que se conviertan por la purificación del corazón, lejos de ser
transparencia del Cristo humilde, sufrido,
siervo y obediente hasta la muerte de cruz, serán siempre un contra signo de
Aquél y de aquello que dicen querer representar.
El ingrato nunca debe a nadie, sólo a él se
le debe. Nunca piensa en la posibilidad de haber cometido ofensa, si acaso es
siempre el ofendido. Lo último que piensa es en el posible dolor causado a los
demás, y si llegara a pensarlo siempre lo justificaría bajo la excusa de haber
obrado en razón y justicia.
El ingrato es la encarnación misma del
espíritu farisaico contra el que Jesús libró sus más duras batallas y que
finalmente le llevó a su Pasión y muerte.
La ingratitud es el anti-evangelio, el
mayor cáncer que la Iglesia puede sufrir en sus miembros. No es el pecado, como
dice el Papa Francisco, porque pecadores somos todos, sino la corrupción misma,
porque el ingrato jamás admitirá su ingratitud ni se moverá ni un milímetro de
su "falsa razón".
¿Cómo se puede construir la torre de la
santidad y desarrollar el crecimiento de las virtudes teologales y cardinales
en un corazón ingrato por naturaleza y por propia elección? ES DEL TODO
IMPOSIBLE.
El agradecimiento y la ingratitud no parecen
importantes para la mayoría de las personas. Pero Dios ve las cosas de una
forma diferente. La ingratitud es uno de los síntomas de una sociedad y de una
Iglesia en peligro:“También debes saber esto: que en los postreros días
vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos...” (2 Timoteo 3:1-2)
"El
hombre desagradecido considera todo como algo que Dios le debe desde su
nacimiento. Su orgullo lo convence de que el mundo existe para su propio uso. El
mismo orgullo que no le permite reconocer el bien de Dios, milita en contra de
reconocer el bien que otro ser humano le da. Existe un impedimento adicional
para reconocer los favores que otros hacen por nosotros: ello nos fuerza a
abandonar la fantasía de que somos auto-suficientes y a cargo de nuestro
propio destino. Nos llama a dar gracias a alguien más; nos obliga a dar
recíprocamente un bien. Por esto nuestra reacción natural es minimizar o, incluso,
negar la importancia de cualquier favor hecho a nosotros".
P. Manuel María de
Jesús F.F.
viernes, 18 de mayo de 2018
IN MEMORIAM
Cardenal Darío Castrillón Hoyos
Presidente Emérito de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei
Requiem aeternam dona ei, Domine,
Et lux perpetua luceat ei,
Te decet hymnus, Deus in Sion,
Et lux perpetua luceat ei,
Te decet hymnus, Deus in Sion,
Et tibi reddetur votum in Jerusalem;
Exaudi orationem meam,
Ad te omnis caro veniet.
Requiem aeternam dona ei, Domine,
Et lux perpetua luceat ei.
Kyrie eleison,
Christe eleison,
Kyrie eleison.
Exaudi orationem meam,
Ad te omnis caro veniet.
Requiem aeternam dona ei, Domine,
Et lux perpetua luceat ei.
Kyrie eleison,
Christe eleison,
Kyrie eleison.
Pater noster...
Deus, Qui inter apostolicos Sacerdotes famulum tuum Darium episcopali fecisti dignitate vigere, da ut eorum perpetuo aggregetur consortio. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.
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