REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

jueves, 24 de mayo de 2018

ORACIÓN POR LOS SACERDOTES


EN LA FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE


EL SACERDOTE ES...

El Sacerdote es un hombre polifacético en su bien definida personalidad. Su larga carrera de diez, de trece o más años, le da muchos títulos.
Es Médico: cura heridas cancerosas sin sajar con el bisturí, salvando muchas vidas del fracaso. Y a veces -esto no lo puede hacer ningún otro médico- resucita muchos muertos trazando la cruz de la absolución sobre el alma penitente...
Es abogado: defiende las causas humanas ente un tribunal inapelable. Alcanza muchas absoluciones de condenados a pena eterna, y puede conmutar la pena de cadena hasta de siglos, por una oración...
Es Ingeniero: ayuda a orientar muchos caminos; a construir o reconstruir vidas deshechas o incipientes...
Es Maestro: enseña, ese es su papel principal. Enseña cuando se lo permiten las leyes, en las escuelas primarias, en las escuelas superiores, en las universidades. Y enseña siempre, aunque lo martiricen con tormentos de luz o con drogas que despersonalizan; enseña siempre, la única ciencia necesaria según aquella sentencia: “Aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada”.
Es Pescador: Pescador de río por la paciencia en esperar la vuelta del cristiano infiel; pescador de mar por su vida de sacrificio en bien de los demás...
Es Doctor, y pastor, y embajador y guía, y conquistador, capitán... y especialista universal de todos los problemas de los hombres...
El Sacerdote es el hombre de las paradojas y el más desconcertante de los hombres, se le llama “presbítero” -anciano- aunque apenas haya pasado los veinticuatro años que pide el derecho de la Iglesia para hacerlo su ministro. Y aunque esté encorvado por el peso de los años y tenga la cabeza nevada por el invierno de la vida, seguirá diciendo al comenzar su Misa: “Me acercare al altar del Señor que alegra mi juventud”.
Aunque no se haya doctorado en las universidades famosas, es consejero de sabios y de reyes; tiene la potestad de enseñar a todas las gentes, aunque sus homilías son sean una obra de ingenio retórico. Está en el mundo, y vive para el mundo pero no es del mundo...
Es siempre rico, millonario... aunque lleve una sotana raída y verdosa; tiene en sus manos el tesoro de los sacramentos...
Lleva la carga de nuestra humanidad insignificante, y puede con su voz hacer bajar a Yahvé-Hombre a un pequeño trozo de pan, y sus manos creadas pueden sostener al Creador. Su vida humana terminará -siguiendo la condición de criatura-. Pero seguirá siendo SACERDOTE para siempre; por toda la eternidad. Único tratamiento que se puede llevar más allá de la tumba.
Por eso, por su desconcertante personalidad, el Sacerdote es el ser más incomprendido, y por eso el más vituperado.
No se le puede tolerar que este de mal genio, aunque haya gastado todo el día y hasta la noche en servir a los siervos de Dios.
Se le llama rancio cuando sigue derroteros antiguos; novedosos y atrevido si quiere usar en su apostolado los medios modernos.
Se olvida que es sacerdote para todos, y el rico ve mal que trate bien al pobre, y el pobre le llama cochino burgués si atiende a los ricos.
Si su labor brilla se le llama ostentoso; si todos sus trabajos pasan el la oscuridad del anonimato es un holgazán, vividor y algo más.
Por eso deberíamos de admirar al Sacerdote y tratar de comprender las paradojas de su ministerio y todas las modalidades de su personalidad. Por eso deberíamos de rogar siempre por el sacerdote que nos bautizó, por el sacerdote que nos dio la primera comunión, por el que nos asistirá en la última hora. Por todos los sacerdotes: que el Señor guarde el tesoro divino que llevan en pobre vaso de arcilla humana... Que el Señor los guarde del mundo. Que el Señor los santifique.
Padre Aureliano Tapia Méndez
Se publicó cuando era seminarista en la revista del Seminario de Zamora en agosto de 1954

"CREED EN LA FUERZA DE VUESTRO SACERDOCIO"


CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LOS PARTICIPANTES
EN UN CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
HOMILÍA DEL CARD. ZENON GROCHOLEWSKI

Jueves 4 de enero de 2006
Una llamada totalmente singular
El evangelio de hoy (Jn 1, 35-42) narra la llamada de Juan, Andrés y Pedro. El de mañana (Jn 1, 43-51) hablará de la llamada de Felipe y Natanael. La llamada de cada uno de los Apóstoles es totalmente singular. A ninguna otra tarea Jesús ha llamado de ese modo. Además, es impresionante la importancia que atribuyó durante toda su actividad pública a estos Doce y a su formación. Al final de esta comprometedora formación y convivencia con él, les encomendó la misión crucial de la evangelización del mundo. No es difícil constatar que en realidad precisamente ellos y sus sucesores han desempeñado un papel esencial en el desarrollo y en el crecimiento de la Iglesia en el mundo. Su misión ha sido sostenida por el sacramento del Orden, que los ha hecho partícipes de la misión de Cristo sacerdote, cabeza y pastor.
La diferencia entre el modo como Jesús llamó, trató, preparó y envió a los Apóstoles y el modo como llamó a todos los demás a la perfección no permite insertar simplemente la vocación sacerdotal entre todas las demás vocaciones que brotan del sacerdocio común de los fieles, o ponerla al mismo nivel. En efecto, el sacerdocio ministerial está al servicio de todas las demás vocaciones; más aún, es necesario para la realización de todas las demás vocaciones.
Esta reflexión que nos sugieren los evangelios de estos días compone un telón de fondo o un contexto del congreso que estamos celebrando; también constituye el motivo del compromiso totalmente especial en favor de las vocaciones sacerdotales por parte de la Iglesia, por parte de todos aquellos que se interesan por el sano desarrollo de la Iglesia y por la obra de la evangelización.
Hoy, después de que el concilio Vaticano II pusiera justamente de relieve que todos los cristianos están llamados a hacer que la Iglesia viva y crezca, tal vez una percepción no plenamente exacta de la diferencia entre las distintas tareas o formas de apostolado en la Iglesia, indicadas por el Concilio, en cierta medida ha ofuscado tanto la importancia, la esencialidad, como la identidad del sacerdocio ministerial, es decir, la especificidad de esta vocación. Eso puede entorpecer la realización de la vocación sacerdotal. Puede hacer —y probablemente hace— menos atractivo el sacerdocio ministerial incluso a los que piensan en la vocación sacerdotal, puesto que atrae más el pensamiento generalizado, aunque en el fondo esté equivocado, de que pueden realizar su vocación también como laicos comprometidos, sin tener que asumir ciertos sacrificios o compromisos definitivos.
"Creed en la fuerza de vuestro sacerdocio"
En orden a la promoción de las vocaciones al sacerdocio, que sobre todo en nuestros tiempos debe ser un compromiso de todos, tanto de sacerdotes como de personas consagradas y de laicos, creo que es de suma importancia darse cuenta precisamente de la absoluta necesidad de los sacerdotes y de su trascendencia para la vida de la Iglesia y también para el apostolado eficaz de los laicos y para la fructuosa realización de la vida consagrada.
Desde esta perspectiva me han impresionado las palabras que Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes en la catedral de Varsovia el 25 de mayo de 2006 "Creed en la fuerza de vuestro sacerdocio" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5). Obviamente, estas palabras, dirigidas a los sacerdotes, valen también para una promoción eficaz de las vocaciones sacerdotales. Para promover con empeño y convicción las vocaciones sacerdotales, para orar con perseverancia por las vocaciones sacerdotales, es preciso ante todo creer en la fuerza del sacerdocio ministerial. Se trata de un presupuesto necesario.
El Santo Padre prosiguió luego poniendo de relieve esta fuerza del sacerdocio para la vida de los cristianos, es decir, para la realización de la vida consagrada o del apostolado laical:  "En virtud del sacramento habéis recibido todo lo que sois. Cuando pronunciáis las palabras "yo" o "mío" ("Yo te absuelvo... Esto es mi Cuerpo..."), no lo hacéis en vuestro nombre, sino en nombre de Cristo, "in persona Christi", que quiere servirse de vuestros labios y de vuestras manos, de vuestro espíritu de sacrificio y de vuestro talento. (...) Cuando vuestras manos fueron ungidas con el óleo, signo del Espíritu Santo, fueron destinadas a servir al Señor como sus manos en el mundo de hoy" (ib.).
Para explicar mejor aún la misión propia, específica, del sacerdote, Benedicto XVI, en ese mismo discurso, afirmó:  "Los fieles esperan de los sacerdotes solamente una cosa:  que sean especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al sacerdote no se le pide que sea experto en economía, en ingeniería o en política. De él se espera que sea experto en la vida espiritual. (...) Ante las tentaciones del relativismo o del permisivismo, no es necesario que el sacerdote conozca todas las corrientes actuales de pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles esperan de él es que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la palabra revelada" (ib.).
También recientemente, en el discurso navideño a la Curia romana, el Santo Padre subrayó fuertemente esta configuración del sacerdote como "hombre de Dios" (1 Tm 6, 11). "La misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a Dios a los hombres. Ciertamente, sólo puede hacerlo si él mismo viene de Dios, si vive con Dios y de Dios" (Discurso a la Curia romanaviernes 22 de diciembre de 2006:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 6). El Papa ilustró esta afirmación con el episodio de la distribución del territorio entre las tribus de Israel:  "Después de tomar posesión de la Tierra, cada tribu obtiene por sorteo su lote de la Tierra santa (...). Sólo la tribu de Leví no recibe ningún lote:  su tierra es Dios mismo (cf. Dt 10, 9). Sí, para el sacerdote "la base de su existencia, la tierra de su vida es Dios mismo". Teniendo presente esa tarea, el Santo Padre, en el citado discurso a los sacerdotes en Polonia, puso de relieve la necesaria solicitud del sacerdote "por la calidad de la oración personal y por una buena formación teológica". Con respecto a la oración, subrayó:  "No debemos dejarnos llevar de la prisa, como si el tiempo dedicado a Cristo en la oración silenciosa fuera un tiempo perdido. En cambio, es precisamente allí donde brotan los frutos más admirables del servicio pastoral. No hay que desanimarse porque la oración requiere esfuerzo, o por tener la impresión de que Jesús calla. Calla, pero actúa" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5).
Asimismo, Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, afirmó:  "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Discurso a los superiores generales, 24 de noviembre de 1978, n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1978, p. 10).
Hoy es muy importante recordar este factor de la actividad pastoral, porque los sacerdotes se encuentran a menudo involucrados en tantas actividades externas que ya no tienen tiempo para la oración, y así corren el peligro de desvirtuar lo que constituye la esencia del ministerio sacerdotal, perdiéndose en un activismo estéril. Jean-Baptiste Chautard (1858-1935), en su tiempo famoso abad de los trapenses de Sept-Fons, en Francia, preguntó en cierta ocasión a un sacerdote cuál era el motivo del fracaso de su sacerdocio, y recibió una respuesta paradójica:  "Lo que me ha arruinado es el celo" (El alma de todo apostolado, París 1941, p. 76). Sí, un celo imprudente, puramente externo, no arraigado en una profunda vida espiritual, puede llevar a la ruina de la vida espiritual, haciendo ineficaz la actividad de un sacerdote.
Ante su misión, el sacerdote —"hombre de Dios", instrumento en las manos de Dios— puede sentir miedo. Lo afirma también el Papa Benedicto XVI:  "La grandeza del sacerdocio de Cristo puede infundir temor. Se puede sentir la tentación de exclamar con san Pedro:  "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 8), porque nos cuesta creer que Cristo nos haya llamado precisamente a nosotros. ¿No habría podido elegir a cualquier otro, más capaz, más santo?" (Discurso a los sacerdotes en la catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006). 
Me vienen a la memoria las palabras del sacerdote poeta polaco, recientemente fallecido, Jan Twardowski (1915-2006): "De mi sacerdocio tengo miedo; mi sacerdocio me infunde temor; ante mi sacerdocio me postro en tierra; ante mi sacerdocio me arrodillo". 
Sin embargo, frente a ese miedo, el Santo Padre nos tranquiliza:  "Pero Jesús nos ha mirado con amor precisamente a cada uno de nosotros, y debemos confiar en esta mirada" (Discurso a los sacerdotes en la catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006).
Conclusión
¿Por qué digo todo esto? No sólo para afirmar o poner de relieve la necesidad absoluta del sacerdocio ministerial y su configuración específica en el misterio de la Iglesia; tengo sobre todo ante los ojos la perspectiva de nuestro congreso: la promoción de las vocaciones sacerdotales.
Aquí se encuentran presentes numerosos sacerdotes. Quisiera que tomarais muy en cuenta la exhortación del Santo Padre:  "Creed en la fuerza de vuestro sacerdocio". De la realización de vuestro sacerdocio en el sentido indicado dependerá también que sepáis ayudar a los jóvenes a descubrir y afrontar con entusiasmo la llamada al sacerdocio.

También a todos los demás presentes —personas consagradas y laicos— quisiera decirles: creed en la fuerza del sacerdocio ministerial. De vuestra correcta idea del sacerdocio ministerial y de la comprensión del papel del sacerdote para la vida de la Iglesia, de la comprensión de su papel para vuestra santificación y para vuestro apostolado, dependerá también la calidad y eficacia de vuestro esfuerzo por promover las vocaciones sacerdotales.
Más aún: en orden a promover las vocaciones sacerdotales no podéis quedar insensibles ante la necesidad de sostener con vuestra oración, con vuestra palabra y con vuestro aliento a los sacerdotes en su recta realización del sacerdocio. El maligno sabe que golpeando al pastor se dispersan las ovejas del rebaño (cf. Mt 26, 31) y actúa en consecuencia. El golpe más fuerte es el que afecta a la profunda unión con Cristo y al auténtico celo sacerdotal que de ella brota, que no tiene nada que ver con un simple activismo externo. Sosteniendo a los sacerdotes en su misión específica, también promovéis, aunque sea indirectamente, las vocaciones sacerdotales.
"Creed en la fuerza del sacerdocio ministerial". Sí, esta exhortación es importante para cada uno de nosotros.
Fuente: vatican.va

miércoles, 23 de mayo de 2018

LA SANTA MISA: SACRIFICIUM LAUDIS


PREPARÁNDONOS PARA LA FIESTA DE CRISTO SACERDOTE (II)

En el Corazón de Cristo Sacerdote desborda la acción de gracias al Padre Eterno hasta el punto de inmolar la propia vida en aras del filial agradecimiento del Hijo y como reparación por las ingratitudes del género humano hacia la Bondad y la Providencia Divina.
En el acto de amor de Cristo Sacerdote, voluntariamente entregado a la muerte y sacrificado en el ara de la cruz, se redimen todas la ingratitudes de las creaturas humanas y se abren las puertas que nos posibilitan unirnos íntimamente al Verdadero y Sumo Sacerdote, de tal modo que podamos adherirnos a su acción de gracias al Padre, orientando nuestra vida hacia su glorificación, desandando el camino de ingratitud y de falta de correspondencia a su Amor por el que nos alejamos más y más de Él a causa de nuestro pecado en cuya raíz está siempre el orgullo, la soberbia y la divinización del propio yo.
Si el agradecimiento es la virtud de los mejores no podía Cristo dejar de darnos un ejemplo sublime de esta virtud tanto con sus gestos como con sus palabras:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11,25)
He aquí uno de los aspectos principales de la oración personal de Jesús: la acción de gracias al Padre, propia de los pequeños, esto es de los hijos que se saben en todo dependientes del amor del Padre y sostenidos por su Providencia amorosa.
La diferencia entre los "grandes", sabios y entendidos, y los pequeños, siempre agradecidos, está en la dirección de la mirada vital de ambos. Mientras el "sabio y entendido" vive mirándose patológicamente a sí mismo, el "pequeño" tiene puesta su mirada en Aquél de quien todo lo recibe. Y la consecuencia es evidente: el corazón del primero está incapacitado para el agradecimiento porque todo lo refiere a sí mismo, al tiempo que el corazón del segundo desborda en acción de gracias.
En la raíz del pecado está siempre la falta de agradecimiento hacia Dios y por consecuencia se deriva el desagradecimiento hacia el prójimo. Porque el corazón desagradecido está ciego para reconocer los dones que recibe, está infartado por la falta de sentido de la gratuidad; late desacompasado por la furia de las malas pasiones; sufre las arritmias del egoísmo, de las envidias, de las celotipias, del rencor, de los deseos de venganza, etc.
 En definitiva se trata de los dos caminos antagónicos que se presentan siempre ante el ser humano: 
1-SOBERBIA: ante el deseo de alto honor y gloria, practicar la HUMILDAD, para reconocer que de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.
2-AVARICIA: ante el deseo de acaparar riquezas, practicar la GENEROSIDAD, para dar con gusto de lo propio a los pobres y  a los que lo necesitan.
3- LUJURIA: ante el apetito sexual, practicar la CASTIDAD, para lograr el dominio de los apetitos sensuales. 
4- IRA: ante un daño o dificultad, practicar la PACIENCIA, sufriendo con paz y serenidad todas las adversidades.
5- GULA: ante la comida y bebida, practicar la TEMPLANZA, con moderación en el comer y en el beber
6- ENVIDIA: ante el resentimiento por las cualidades, bienes o logros de otro porque reducen nuestra auto-estima, practicar la CARIDAD, deseando hacer siempre el bien al prójimo.
7- PEREZA: ante la desgana por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales practicar con DILIGENCIA la prontitud de ánimo para obrar el bien.
Así se nos ha manifestado el Corazón de Cristo Sacerdote, quien vive en todo momento con su mirada llena de agradecimiento y de amor puesta en el Padre.
El corazón agradecido de los "pequeños" es siempre un corazón humilde, generoso, casto, paciente, templado, caritativo y diligente. 
Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, ha querido perpetuar en la Santa Misa los fines de su entrega al Padre y de su inmolación por nosotros en la Cruz:
1. La Adoración, para honrar al Padre como conviene.
2. La Acción de gracias, para agradecerle todos sus beneficios.
3. La entrega Propiciatoria, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio.
4. La Impetración, para pedir y alcanzar todas las gracias que nos son necesarias.
Estas habrán de ser las disposiciones de todos los corazones que se acerquen al Altar del Señor, tanto para ofrecer el Santo Sacrificio como para participar plenamente en él uniéndose a Cristo mediante el ofrecimiento de la propia vida.
Un culto "en espíritu y en verdad" que para ser agradable y grato a Dios no puede estar desconectado de la propia vida mediante el ejercicio constante de esas mismas virtudes para con Dios y para con el prójimo.
P. Manuel María de Jesús F.F.

sábado, 19 de mayo de 2018

PREPARÁNDONOS PARA LA FIESTA DE CRISTO SACERDOTE



Hay deberes que se imponen a la recta conciencia de la gente de bien, y en mayor grado a un sacerdote de Jesucristo. Uno de estos deberes es la gratitud para con aquellos de quienes hemos recibido en el camino de la vida la ayuda y el auxilio de bienes, sean estos materiales, y mayormente aún bienes espirituales.
La gratitud es la virtud de los mejores, y como toda virtud  es gracia recibida de Dios. La persona agradecida no se ensoberbece porque sabe que es Dios mismo quien le infunde ese espíritu de agradecimiento. Sin embargo, la gracia no destruye la naturaleza sino que la eleva, y por ello para alcanzar la virtud de ser uno agradecido con Dios y con el prójimo debe contar antes a nivel natural con un espíritu agradecido, que también es don de Dios y que por la fuerza de su gracia puede alcanzar el grado de virtud.
Los mediocres, los raquíticos de corazón, los soberbios y engreídos jamás serán agradecidos ni con Dios ni con el prójimo en un nivel meramente  humano, y aún menos en el orden sobrenatural.
La gratitud es la virtud que nos lleva a tomar conciencia de los dones que recibimos cada día, a valorar la generosidad del que nos los da y a mover nuestra voluntad para corresponder a estos dones, aprovecharlos, desarrollarlos y ponerlos al servicio de los demás.
Como la gratitud es la virtud de los mejores lo más frecuente es encontrarse en el camino de la vida con el desagradecimiento, porque la masa gris y  común se mueve entre la medianía y los bajos fondos del espíritu humano dominados por el orgullo, la soberbia, la altanería, el desagradecimiento y el encumbramiento del propio yo.
El refranero popular recoge bien este espíritu cicatero que tristemente se ajusta a la realidad: "Cría cuervos y te sacarán los ojos"; "Ningún malagradecido siente el favor recibido";"Hacerle bien al ingrato, es lo mismo que ofenderle";"¿Cuántos enemigos tienes? Tantos como favores he hecho"; "De desagradecidos está el infierno lleno".
Vivimos en una sociedad en la que no tenemos cultura del agradecimiento. Los de mediana edad y los más jóvenes han crecido mal formados en la contracultura de "mis derechos" sin reparar en mis obligaciones, entre las que se encuentra la obligación moral de ser agradecidos con los padres, con los profesores, con los sacerdotes, con todos aquellos de los que ha recibido algún bien por muy pequeño que sea.
Esta contracultura arrastrada en el propio corazón al claustro y a la vida sacerdotal se convierte en el más grande impedimento para que la jerarquía  y los superiores puedan contar con personas generosas, disponibles, desasidas de sí mismas y dispuestas a llegar al holocausto del sacrificio personal.
De igual modo los fieles se encontrarán enfrente de adolescentes caprichosos e inmaduros, a pesar de ser entrados en años, que son el polo opuesto de aquél Corazón manso y humilde de Cristo al que estos debieran hacer presente en medio de las comunidades cristianas y de la sociedad entera.
No es cuestión de impecabilidad, algo con lo que ni el Señor cuenta porque conoce bien el barro del que estamos hechos. Es cuestión de actitud, de purificación del corazón, de recta intención. Es cuestión de virtud.
"LA GENTE QUE MUERDE LA MANO QUE LOS ALIMENTA NORMALMENTE LAME LA BOTA QUE LOS PATEA"
"Hay mucha gente que no sabe agradecer y que a menudo hacen como los gatos (refiriéndome al animal felino), que tiene fama de cerrar los ojos cuando le echan comida para no ver quién se la está echando. La gente que práctica esa forma de ser a menudo dice cuando le hacen un favor que “esa era su obligación”, o “él me hizo el favor porque le dio la gana, yo no lo obligué”, porque con esas frases dejan salir su espíritu de malagradecidos y de ingratitud.
Desde muy pequeño aprendí que “al que a uno le da de comer, nunca su mano debes morder”. Quienes no saben agradecer es porque practican la ingratitud como principio negativo. El ser humano debe tener por norma agradecer hasta a sus enemigos (si es que los tiene), porque les enseñan que de ellos ya no tiene que cuidarse, sino de los que se dicen amigos.
El ingrato, el malagradecido olvida con facilidad los favores y ayudas que ha recibido en el pasado"
El espíritu ingrato invalida e incapacita a toda persona que aspira a entregar su vida al servicio de Dios, de la Iglesia y de los hermanos. Bajo capas de apariencia, de las que a veces ni ellos mismos son conscientes por su propia ceguera y orgullo, este tipo de personas, a no ser que se conviertan por la purificación del corazón, lejos de ser transparencia del Cristo humilde, sufrido, siervo y obediente hasta la muerte de cruz, serán siempre un contra signo de Aquél y de aquello que dicen querer representar.
El ingrato nunca debe a nadie, sólo a él se le debe. Nunca piensa en la posibilidad de haber cometido ofensa, si acaso es siempre el ofendido. Lo último que piensa es en el posible dolor causado a los demás, y si llegara a pensarlo siempre lo justificaría bajo la excusa de haber obrado en razón y justicia.
El ingrato es la encarnación misma del espíritu farisaico contra el que Jesús libró sus más duras batallas y que finalmente le llevó a su Pasión y muerte.
La ingratitud es el anti-evangelio, el mayor cáncer que la Iglesia puede sufrir en sus miembros. No es el pecado, como dice el Papa Francisco, porque pecadores somos todos, sino la corrupción misma, porque el ingrato jamás admitirá su ingratitud ni se moverá ni un milímetro de su "falsa razón".
¿Cómo se puede construir la torre de la santidad y desarrollar el crecimiento de las virtudes teologales y cardinales en un corazón ingrato por naturaleza y por propia elección? ES DEL TODO IMPOSIBLE.
El agradecimiento y la ingratitud no parecen importantes para la mayoría de las personas. Pero Dios ve las cosas de una forma diferente. La ingratitud es uno de los síntomas de una sociedad y de una Iglesia en peligro:“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos...” (2 Timoteo 3:1-2) 
"El hombre desagradecido considera todo como algo que Dios le debe desde su nacimiento. Su orgullo lo convence de que el mundo existe para su propio uso. El mismo orgullo que no le permite reconocer el bien de Dios, milita en contra de reconocer el bien que otro ser humano le da. Existe un impedimento adicional para reconocer los favores que otros hacen por nosotros: ello nos fuerza a abandonar la fantasía de que somos auto-suficientes y a cargo de nuestro propio destino. Nos llama a dar gracias a alguien más; nos obliga a dar recíprocamente un bien. Por esto nuestra reacción natural es minimizar o, incluso, negar la importancia de cualquier favor hecho a nosotros".
P. Manuel María de Jesús F.F.

viernes, 18 de mayo de 2018

IN MEMORIAM


Cardenal Darío Castrillón Hoyos
Presidente Emérito de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei

Requiem aeternam dona ei, Domine,
Et lux perpetua luceat ei,
Te decet hymnus, Deus in Sion,
Et tibi reddetur votum in Jerusalem;
Exaudi orationem meam,
Ad te omnis caro veniet.
Requiem aeternam dona ei, Domine,
Et lux perpetua luceat ei.
Kyrie eleison,
Christe eleison,
Kyrie eleison.
Pater noster...
Deus, Qui inter apostolicos Sacerdotes famulum tuum Darium episcopali fecisti dignitate vigere, da ut eorum perpetuo aggregetur consortio. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.