CELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA PARA LOS PARTICIPANTES
EN UN CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
EN UN CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES
HOMILÍA DEL CARD. ZENON GROCHOLEWSKI
Jueves 4 de enero de 2006
Una llamada totalmente singular
El
evangelio de hoy (Jn 1, 35-42) narra la llamada de Juan,
Andrés y Pedro. El de mañana (Jn 1, 43-51) hablará de la llamada de
Felipe y Natanael. La llamada de cada uno de los Apóstoles es totalmente
singular. A ninguna otra tarea Jesús ha llamado de ese modo. Además, es impresionante
la importancia que atribuyó durante toda su actividad pública a estos Doce y a
su formación. Al final de esta comprometedora formación y convivencia con él,
les encomendó la misión crucial de la evangelización del mundo. No es difícil
constatar que en realidad precisamente ellos y sus sucesores han desempeñado un
papel esencial en el desarrollo y en el crecimiento de la Iglesia en el mundo.
Su misión ha sido sostenida por el sacramento del Orden, que los ha hecho
partícipes de la misión de Cristo sacerdote, cabeza y pastor.
La diferencia entre el modo como Jesús
llamó, trató, preparó y envió a los Apóstoles y el modo como llamó a todos los
demás a la perfección no permite insertar simplemente la vocación sacerdotal
entre todas las demás vocaciones que brotan del sacerdocio común de los fieles,
o ponerla al mismo nivel. En efecto, el sacerdocio ministerial está al servicio
de todas las demás vocaciones; más aún, es necesario para la realización de
todas las demás vocaciones.
Esta reflexión que nos sugieren los
evangelios de estos días compone un telón de fondo o un contexto del congreso
que estamos celebrando; también constituye el motivo del compromiso totalmente
especial en favor de las vocaciones sacerdotales por parte de la Iglesia, por
parte de todos aquellos que se interesan por el sano desarrollo de la Iglesia y
por la obra de la evangelización.
Hoy, después de que el concilio Vaticano II
pusiera justamente de relieve que todos los cristianos están llamados a hacer
que la Iglesia viva y crezca, tal vez una percepción no plenamente exacta de la
diferencia entre las distintas tareas o formas de apostolado en la Iglesia,
indicadas por el Concilio, en cierta medida ha ofuscado tanto la importancia,
la esencialidad, como la identidad del sacerdocio ministerial, es decir, la
especificidad de esta vocación. Eso puede entorpecer la realización de la
vocación sacerdotal. Puede hacer —y probablemente hace— menos atractivo el
sacerdocio ministerial incluso a los que piensan en la vocación sacerdotal,
puesto que atrae más el pensamiento generalizado, aunque en el fondo esté
equivocado, de que pueden realizar su vocación también como laicos
comprometidos, sin tener que asumir ciertos sacrificios o compromisos
definitivos.
"Creed en la fuerza de vuestro
sacerdocio"
En orden a la promoción de las vocaciones
al sacerdocio, que sobre todo en nuestros tiempos debe ser un compromiso de
todos, tanto de sacerdotes como de personas consagradas y de laicos, creo que
es de suma importancia darse cuenta precisamente de la absoluta necesidad de
los sacerdotes y de su trascendencia para la vida de la Iglesia y también para
el apostolado eficaz de los laicos y para la fructuosa realización de la vida
consagrada.
Desde esta perspectiva me han impresionado
las palabras que Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes en la catedral de Varsovia el 25 de mayo de 2006 "Creed en la fuerza de vuestro sacerdocio" (L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5).
Obviamente, estas palabras, dirigidas a los sacerdotes, valen también para una
promoción eficaz de las vocaciones sacerdotales. Para promover con empeño y
convicción las vocaciones sacerdotales, para orar con perseverancia por las
vocaciones sacerdotales, es preciso ante todo creer en la fuerza del sacerdocio
ministerial. Se trata de un presupuesto necesario.
El Santo Padre prosiguió luego poniendo de
relieve esta fuerza del sacerdocio para la vida de los cristianos, es decir,
para la realización de la vida consagrada o del apostolado laical:
"En virtud del sacramento habéis recibido todo lo que
sois. Cuando pronunciáis las palabras "yo" o "mío"
("Yo te absuelvo... Esto es mi Cuerpo..."), no lo hacéis en
vuestro nombre, sino en nombre de Cristo, "in persona Christi",
que quiere servirse de vuestros labios y de vuestras manos, de vuestro espíritu
de sacrificio y de vuestro talento. (...) Cuando vuestras manos fueron ungidas
con el óleo, signo del Espíritu Santo, fueron destinadas a servir al Señor como
sus manos en el mundo de hoy" (ib.).
Para explicar mejor aún la misión propia,
específica, del sacerdote, Benedicto XVI, en ese mismo discurso, afirmó:
"Los fieles esperan de los sacerdotes solamente una cosa: que sean
especialistas en promover el encuentro del hombre con Dios. Al sacerdote no se
le pide que sea experto en economía, en ingeniería o en política. De él se
espera que sea experto en la vida espiritual. (...) Ante las tentaciones del
relativismo o del permisivismo, no es necesario que el sacerdote conozca todas
las corrientes actuales de pensamiento, que van cambiando; lo que los fieles
esperan de él es que sea testigo de la sabiduría eterna, contenida en la
palabra revelada" (ib.).
También recientemente, en el discurso
navideño a la Curia romana, el Santo Padre subrayó fuertemente esta
configuración del sacerdote como "hombre de Dios" (1 Tm 6,
11). "La misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a Dios a los
hombres. Ciertamente, sólo puede hacerlo si él mismo viene de Dios, si
vive con Dios y de Dios" (Discurso a la Curia romana, viernes
22 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 6). El Papa ilustró esta
afirmación con el episodio de la distribución del territorio entre las tribus
de Israel: "Después de tomar posesión de la Tierra, cada tribu
obtiene por sorteo su lote de la Tierra santa (...). Sólo la tribu de Leví no
recibe ningún lote: su tierra es Dios mismo (cf. Dt 10,
9). Sí, para el sacerdote "la base de su existencia, la tierra de su vida
es Dios mismo". Teniendo presente esa tarea, el Santo Padre, en el citado
discurso a los sacerdotes en Polonia, puso de relieve la necesaria solicitud
del sacerdote "por la calidad de la oración personal y por una buena
formación teológica". Con respecto a la oración, subrayó: "No
debemos dejarnos llevar de la prisa, como si el tiempo dedicado a Cristo en la
oración silenciosa fuera un tiempo perdido. En cambio, es precisamente allí
donde brotan los frutos más admirables del servicio pastoral. No hay que desanimarse
porque la oración requiere esfuerzo, o por tener la impresión de que Jesús
calla. Calla, pero actúa" (L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 2 de junio de 2006, p. 5).
Asimismo, Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, afirmó: "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Discurso a los superiores generales, 24 de noviembre de 1978, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1978, p. 10).
Asimismo, Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, afirmó: "Un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica" (Discurso a los superiores generales, 24 de noviembre de 1978, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de diciembre de 1978, p. 10).
Hoy es muy importante recordar este factor
de la actividad pastoral, porque los sacerdotes se encuentran a menudo
involucrados en tantas actividades externas que ya no tienen tiempo para la
oración, y así corren el peligro de desvirtuar lo que constituye la esencia del
ministerio sacerdotal, perdiéndose en un activismo estéril. Jean-Baptiste
Chautard (1858-1935), en su tiempo famoso abad de los trapenses de Sept-Fons,
en Francia, preguntó en cierta ocasión a un sacerdote cuál era el motivo del
fracaso de su sacerdocio, y recibió una respuesta paradójica: "Lo
que me ha arruinado es el celo" (El alma de todo apostolado, París
1941, p. 76). Sí, un celo imprudente, puramente externo, no arraigado en una
profunda vida espiritual, puede llevar a la ruina de la vida espiritual,
haciendo ineficaz la actividad de un sacerdote.
Ante su misión, el sacerdote —"hombre
de Dios", instrumento en las manos de Dios— puede sentir miedo. Lo afirma
también el Papa Benedicto XVI: "La grandeza del sacerdocio de Cristo
puede infundir temor. Se puede sentir la tentación de exclamar con san
Pedro: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,
8), porque nos cuesta creer que Cristo nos haya llamado precisamente a
nosotros. ¿No habría podido elegir a cualquier otro, más capaz, más
santo?" (Discurso a los sacerdotes en la catedral de Varsovia, 25
de mayo de 2006).
Me vienen a la memoria las palabras del sacerdote poeta polaco, recientemente
fallecido, Jan Twardowski (1915-2006): "De mi sacerdocio tengo
miedo; mi sacerdocio me infunde temor; ante mi sacerdocio me postro en tierra;
ante mi sacerdocio me arrodillo".
Sin embargo, frente a ese miedo, el Santo Padre nos tranquiliza:
"Pero Jesús nos ha mirado con amor precisamente a cada uno de nosotros, y
debemos confiar en esta mirada" (Discurso a los sacerdotes en la
catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006).
Conclusión
¿Por qué digo todo esto? No sólo para
afirmar o poner de relieve la necesidad absoluta del sacerdocio ministerial y
su configuración específica en el misterio de la Iglesia; tengo sobre todo ante
los ojos la perspectiva de nuestro congreso: la promoción de las
vocaciones sacerdotales.
Aquí se encuentran presentes numerosos sacerdotes. Quisiera que tomarais muy en
cuenta la exhortación del Santo Padre: "Creed en la fuerza de
vuestro sacerdocio". De la realización de vuestro sacerdocio en el sentido
indicado dependerá también que sepáis ayudar a los jóvenes a descubrir y
afrontar con entusiasmo la llamada al sacerdocio.
También a todos los demás presentes
—personas consagradas y laicos— quisiera decirles: creed en la fuerza del
sacerdocio ministerial. De vuestra correcta idea del sacerdocio ministerial y
de la comprensión del papel del sacerdote para la vida de la Iglesia, de la
comprensión de su papel para vuestra santificación y para vuestro apostolado,
dependerá también la calidad y eficacia de vuestro esfuerzo por promover las vocaciones
sacerdotales.
Más aún: en orden a promover las
vocaciones sacerdotales no podéis quedar insensibles ante la necesidad de
sostener con vuestra oración, con vuestra palabra y con vuestro aliento a los
sacerdotes en su recta realización del sacerdocio. El maligno sabe que
golpeando al pastor se dispersan las ovejas del rebaño (cf. Mt 26,
31) y actúa en consecuencia. El golpe más fuerte es el que afecta a la profunda
unión con Cristo y al auténtico celo sacerdotal que de ella brota, que no tiene
nada que ver con un simple activismo externo. Sosteniendo a los sacerdotes en
su misión específica, también promovéis, aunque sea indirectamente, las
vocaciones sacerdotales.
"Creed en la fuerza del sacerdocio
ministerial". Sí, esta exhortación es importante para cada uno de
nosotros.
Fuente: vatican.va
No hay comentarios:
Publicar un comentario