REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 9 de noviembre de 2025

LA QUE ESTÁ AL PIE DE LA CRUZ

 

Carta pastoral sobre la Bienaventurada Virgen María, 

 Corredentora y Mediadora de todas las Gracias 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, 

El 4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota Doctrinal a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF), titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el Prefecto del DDF, el Cardenal Víctor Manuel Fernández. En el documento, el Cardenal Fernández declara que «no sería apropiado utilizar el título de "Corredentora" para definir la cooperación de María». La razón expuesta es que dicho título «correspondiente podría oscurecer la singular mediación salvífica de Cristo y, por lo tanto, generar confusión y un desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana…» (Párrafo 22). 

Dado que muchas de las personas fieles se sienten inquietas por estas palabras, y puesto que el amor a la Santísima Virgen es el corazón de la auténtica fe católica, me siento obligado, como sucesor de los Apóstoles, a reafirmar la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la singular cooperación de Nuestra Señora en la Redención. 

Resulta llamativo que la justificación dada —evitar la «confusión» y por razones ecuménicas— se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Este razonamiento ha embotado la fuerza de la doctrina hasta que solo quedan vagos sentimientos. Pero la verdad no puede sacrificarse en el altar de la diplomacia. El ecumenismo que silencia la verdad deja de ser verdadera unidad. El camino a seguir no es difuminar lo que distingue a la Fe, sino proclamarla con claridad y caridad, confiando en que la luz de la revelación disipe la confusión, no que la oculte. 

En los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia. Bajo el pretexto de ser «acogedoras» e «inclusivas», la identidad sobrenatural de la Iglesia se está sustituyendo paulatinamente por una sociológica. Lo que antes se definía por la gracia y la conversión ahora se reformula en términos de acomodación y afirmación. La llamada al arrepentimiento se reemplaza por la llamada a la pertenencia. Se le dice al mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse. Y así, la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, sino engaño. 

Este nuevo documento debe interpretarse en ese contexto. Desestimar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Forma parte de un esfuerzo constante por despojar a la Fe de sus pretensiones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la Cruz. La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la verdad divina. Disminuir su papel es disminuir la realidad de la gracia misma. Cuando sus excelsos títulos se declaran «inapropiados», no es ella quien se ve disminuida, sino nuestra comprensión de Cristo, pues toda verdad mariana protege una verdad cristológica. 

La cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como atestiguan los Padres de la Iglesia. San Ireneo enseñó que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María», y San Efrén la llamó «el rescate de los cautivos». Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen ha sido vista como la redención de la rebelión de Eva y el comienzo de la restauración de la humanidad. 

La confusión en torno al término Corredentora surge en gran medida de una mala interpretación del prefijo «co-». En latín, es «cum», que no significa «igual a», sino «con». María no es una redentora rival, sino la que sufrió con el Redentor. Su participación fue totalmente dependiente, derivada y subordinada, pero profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en la caída, la Nueva Eva cooperó en la restauración. Su «fiat» en la Anunciación y su presencia al pie de la Cruz son dos polos de esa cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, quien, únicamente, podía reconciliar a la humanidad. 

Desde sus inicios, la Iglesia ha afirmado que el fiat de María —su consentimiento total y libre al plan de Dios— no fue un momento pasivo, sino una verdadera y activa cooperación en la obra salvífica de su Hijo. El término Corredentora aparece por primera vez mediante una declaración oficial durante el pontificado de san Pío X. En 1908, la Congregación de Ritos del Vaticano pidió que se incrementara la devoción a la Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles hacia la «misericordiosa Corredentora del género humano».  

El 22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamado Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100 días por la recitación de una oración de reparación a Nuestra Señora como sigue: 

“Bendigo tu santo Nombre, alabo tu excelso privilegio de ser verdaderamente Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora del género humano.” 

Si la Santa Sede —y de hecho la misma oficina que acaba de emitir este documento— pudo conceder indulgencias a una oración como esta, no puede ahora pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada. 

El Papa San Pío X en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum (2 de febrero de 1904) enseñó: 

«Ahora bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo Eterno de Dios solamente para que se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que, mediante la naturaleza asumida de ella, fuera el Redentor de los hombres. Por eso el ángel dijo a los pastores: “Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor”.» 

Continuó: 

María, “ya ​​que estaba por delante de todos en santidad y unión con Cristo, y fue llevada por Cristo a la obra de la salvación humana, mereció congruentemente, como se suele decir, lo que Cristo mereció dignamente, y es la principal ministra de la dispensación de las gracias. 

Esto no es poesía, sino enseñanza papal. Define lo que la Iglesia siempre ha sabido: la maternidad de María no es solo física, sino redentora, espiritual y universal. 

El Papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918), escribió: 

“Hasta tal punto sufrió María y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo; hasta tal punto renunció a sus derechos maternales sobre su Hijo por la salvación del hombre, … que podemos decir con razón que redimió a la raza humana junto con Cristo.” 

El Papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, oró: 

“Oh Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste junto a tu dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención del género humano en el altar de la Cruz… conserva en nosotros, te rogamos, día tras día, los preciosos frutos de la Redención y de tu compasión.” 

El Papa Pío XII, en su mensaje radiofónico a Fátima el 13 de mayo de 1946, declaró: 

“Fue ella quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o personal, siempre unida íntimamente a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto con el holocausto de sus derechos y amor maternales, por todos los hijos de Adán, mancillados por su miserable caída.” 

El 31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el Papa San Juan Pablo II habló sobre la inmersión de María en el misterio de la Pasión de Cristo: 

María acompañó a su divino Hijo en el más discreto secreto, meditando todo en lo profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y profundidad de su sacrificio maternal, tuvo a su lado a Juan, el apóstol más joven… Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos nuestra oración con gran fervor, haga que nuestro deseo corresponda generosamente al del Redentor. 

El Papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando sobre Santa Brígida de Suecia: 

“Habló con vehemencia sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando el singular papel de María en la historia de la salvación y en la vida del pueblo cristiano.” 

Además de “Corredentora”, el documento Mater Populi Fidelis también abordó el título mariano de “Mediadora” y “Mediadora de Todas las Gracias”, afirmando que tales títulos no contribuyen a una correcta comprensión del papel de María como intercesora. 

Sin embargo, el Papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895): 

“… Es justo decir que nada de ese inmenso tesoro de toda gracia que el Señor nos trajo —pues «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»— nos es impartido sino por medio de María, ya que así lo quiere Dios…”. 

De su participación en la Redención brota su mediación maternal. Toda gracia que proviene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad natural, sino por la voluntad divina que la asocia al orden de la gracia. 

El Papa San Pío X, en la encíclica Ad Diem Illum (2 de febrero de 1904), declaró: 

“…Ella se convirtió dignamente en la reparadora del mundo perdido, y por tanto en la dispensadora de todos los dones que nos fueron obtenidos por la muerte y la sangre de Jesús… y ella es la principal ministra de la dispensación de la gracia.” 

Mis queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse como parte de un desmoronamiento más amplio. El espíritu moderno busca una Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin conversión. Semejante visión no es renovación, sino sustitución. 

Muchos santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia, pero la vaciaría por dentro. Esta imitación de la Iglesia conservaría la forma externa —liturgia, jerarquía, lenguaje— pero la despojaría de contenido sobrenatural. Cuando se silencia a la Madre, pronto le sigue la Cruz; cuando la gracia se reemplaza por la psicología, los sacramentos se convierten en símbolos y la fe en terapia. 

Por eso el sueño de San Juan Bosco sobre los dos pilares resuena hoy con tanta urgencia. Él vio la barca de Pedro azotada por las tormentas, asediada por todos lados, hasta que quedó anclada entre dos grandes pilares que emergían del mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El intento actual de menoscabar los títulos de María es un ataque contra uno de los pilares, y podemos estar seguros de que el otro pronto será atacado con mayor ferocidad. Ya vemos confusión sobre la Presencia Real, indiferencia ante el sacrilegio e innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa. 

Atacar a María es atacar la Eucaristía, pues ambas están inseparablemente unidas en el misterio de la Encarnación. Ella entregó a Cristo su Cuerpo; ese Cuerpo se convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es separar el signo visible del corazón maternal que lo dio. 

Por lo tanto, debemos mantenernos firmes. No callemos cuando la verdad se desmorona bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho —y el deber— de hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María Corredentora y Mediadora de Todas las Gracias no es añadir nada a la revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene. 

Que sacerdotes, religiosos y laicos pronuncien sus títulos con confianza y enseñen su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestros dolores sean consagrados de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los pastores flaquean y reina la confusión, Nuestra Señora sigue siendo el signo seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, la que aplasta la cabeza de la serpiente. A ella le encomendamos la renovación de la fe, la purificación del clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima. 

Es profundamente lamentable que el documento del Cardenal Fernández pretenda suprimir los venerables títulos de Corredentora y Mediadora con el argumento de que podrían confundir a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su ocultamiento. Generaciones de santos y fieles fueron iluminadas, no engañadas, por estos títulos.  

No temamos decir la verdad: 

María es la Madre de Dios. 

María es Corredentora. 

María es Mediadora de Todas las Gracias. 

Estas verdades no glorifican a María aparte de Cristo, sino a Cristo a través de María, pues toda su grandeza proviene de Él y conduce de nuevo a Él. 

Que la Inmaculada Virgen interceda por la Iglesia en esta hora de prueba. Que nos alcance la valentía para hablar la verdad con amor, la pureza para vivirla y la perseverancia para defenderla hasta el final. 

Con afecto paternal en Cristo, 

Obispo Joseph E. Strickland 

Obispo Emérito

jueves, 6 de noviembre de 2025

AVE MARÍA, CORREDENTORA DE LAS ALMAS Y DISTRIBUIDORA UNIVERSAL DE TODAS LAS GRACIAS!

 

La Maternidad Divina de la Santísima Virgen importa, en el actual hecho de la Redención, no solo la supereminencia de la Señora sobre todo el mundo en el orden ontológico, lo que la constituye Emperatriz de Cielos y Tierra, sino los títulos y la realidad de la Corredención y de la Mediación Universal para con nosotros. 

               Cuando decimos que la Virgen es Corredentora de los hombres queremos significar que Ella es socia, cooperadora, coadjutora de Su Hijo Jesucristo en la Obra de la Redención. Por este título es también Mediadora Universal en cuanto por el hecho de la Corredención nos adquirió, junto con Jesús, la totalidad de las gracias de la Redención Universal por Él obrada. 

               Y cuando la llamamos Mediadora Universal entendemos que Ella no solo logró, en plano secundario de la Corredención, la totalidad de las gracias, en una Corredención tan copiosa como la misma Redención, sino que tiene una intervención universal en la distribución de todas y cada una de las gracias, de modo que toda gracia nos viene por María Santísima.

 -Cardenal Gomá. Primado de España-

Oh Virgen bendita, Madre de Dios, desde Vuestro trono celestial donde reináis, dirigid Vuestra mirada misericordiosa sobre mí, miserable pecador, indigno servidor Vuestro. Aunque bien sé mi propia indignidad, deseo reparar por las ofensas cometidas contra Vos por lenguas impías y blasfemas, y desde lo más profundo de mi corazón, Os alabo y exalto como a la creatura más pura, más perfecta, más santa, de entre todas las obras de las manos de Dios. Bendigo Vuestro santo Nombre, Os alabo por el exaltado privilegio de ser verdaderamente la Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora de la raza humana

 (Sagrada Congregación del Santo Oficio.22 de enero de 1914. indulgencia parcial de 100 días) 

lunes, 27 de octubre de 2025

HOMILÍA DEL CARDENAL BURKE- PEREGRINACIÓN SUMMORUM PONTIFICUM

 

Misa de la Santísima Virgen María en sábado

Peregrinatio ad Petri Sedem – Summorum Pontificum

Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano

Ciudad del Vaticano

25 de octubre de 2025

 

Eclesiastés 24:23-31

Juan 19:25-27

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Es motivo de profunda alegría para mí celebrar la Misa Pontifical en el Altar de la Cátedra de San Pedro, como culminación de la Peregrinación Summorum Pontificum de 2025. En nombre de todos los presentes, expreso mi sincera gratitud a quienes han trabajado con tanto compromiso y dedicación para hacer posible esta peregrinación. Ofrezco la Santa Misa por los fieles de la Iglesia de todo el mundo, que trabajan para preservar y promover la belleza del Usus Antiquior del Rito Romano. Que la Misa Pontifical de hoy nos anime y fortalezca a todos en nuestro amor por nuestro Señor Eucarístico, quien, a través de la Tradición Apostólica y con incansable e inconmensurable amor para nosotros, renueva sacramentalmente su Sacrificio en el Calvario y nos nutre con el fruto incomparable de ese Sacrificio: el Alimento Celestial de su Cuerpo, de su Sangre, de su Alma y de su Divinidad.

Al celebrar la Santa Misa de la Santísima Virgen María el sábado, contemplamos el Corazón Doloroso e Inmaculado de María, asunto a la gloria y latiendo incesantemente de amor por nosotros, los hijos que su Divino Hijo, al morir en la Cruz, confió a su cuidado maternal. Cuando el Señor pronunció las palabras: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!... ¡Ahí tienes a tu madre!», dirigiéndose a su Madre y a San Juan, Apóstol y Evangelista, que estaban al pie de la Cruz, expresó una realidad esencial de la salvación que estaba realizando para nosotros: la plena cooperación de su Madre, la Santísima Virgen María, en la obra de la Redención.

Dios Padre, en su amoroso plan para nuestra salvación eterna, quiso que la Santísima Virgen María, desde el primer instante de su concepción, compartiera la gracia de la salvación que su Divino Hijo obtendría en el Calvario. Con su Inmaculada Concepción, María se entregó por completo a Cristo y, en Cristo, por completo a nosotros, desde el primer instante de su existencia. La mediación de nuestra salvación a través del Doloroso e Inmaculado Corazón de María se manifiesta en las últimas palabras de la Virgen Madre del Salvador, registradas en los Evangelios. Las dirigió a los sirvientes en las bodas de Caná, cuando, angustiados, acudieron a ella porque no había suficiente vino para los invitados de los novios. María respondió a su angustia guiándolos hacia su Divino Hijo, también invitado al banquete de bodas, con su maternal instrucción: «Hagan lo que él les diga».

Estas sencillas palabras expresan el misterio de la Divina Maternidad, por la cual la Virgen María se convirtió en la Madre de Dios, trayendo al mundo al Hijo de Dios encarnado para nuestra salvación. A través del mismo misterio, ella continúa siendo el canal de todas las gracias que, inconmensurablemente e incesantemente, fluyen del Corazón glorioso y traspasado de su Divino Hijo a los corazones de sus hermanos y hermanas, adoptados en el Bautismo, en su peregrinación terrenal hacia su morada eterna con Él en el Cielo. Somos hijos e hijas de María en su Hijo, Dios Hijo Encarnado. Con maternal solicitud, ella atrae nuestros corazones a su Inmaculado y glorioso Corazón, y los conduce a Él, a su Sacratísimo Corazón, instruyéndonos con las mismas palabras: «Haced lo que Él os diga».

En la Santísima Virgen María contemplamos la expresión más perfecta de la Sabiduría eterna de Dios —el Hijo de Dios, el Verbo obrante desde el principio de la creación, que ordena todas las cosas, y especialmente el corazón humano, según la perfección divina—, tanto por la particular fidelidad con la que vive su condición de 'sierva' del Señor, como porque en ella, como madre de Cristo, los designios divinos han encontrado su pleno cumplimiento. Ella es, en las inspiradas palabras del Eclesiástico, la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. Nos llena de esperanza que nuestro Señor, la divina Sabiduría encarnada, escuchando las oraciones de la Madre de la divina Gracia, siempre presente ante Él, también tendrá misericordia de nuestra generación, restaurando el orden del amor escrito por Dios en la creación y, sobre todo, en el corazón de cada ser humano. Al esforzarnos, en cada momento del día, por reposar nuestros corazones en el glorioso y traspasado Corazón de Jesús, proclamamos al mundo la verdad de que la salvación ha llegado al mundo. Unidos de corazón al Corazón Inmaculado y glorioso de María, atraemos las almas hacia Cristo, plenitud de la misericordia y del amor de Dios entre nosotros, en su santa Iglesia.

Este año celebramos tanto el centenario de la aparición del Niño Jesús, junto con Nuestra Señora de Fátima, a la Venerable Sierva de Dios Sor Lúcia dos Santos, ocurrida el 10 de diciembre de 1925, como el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quas Primas del Papa Pío XI, con la que se instituyó en la Iglesia universal la fiesta de Cristo, Rey del Cielo y de la Tierra, el 11 de diciembre de 1925. Con esto damos testimonio de la verdad de que Nuestro Señor Jesucristo es el Rey de todos los corazones por el Misterio de la Cruz, y que su Madre, la Virgen, es la mediadora por quien Él conduce nuestros corazones a morar cada vez más plenamente en su Sacratísimo Corazón.

En su aparición a la Venerable Sierva de Dios, Sor Lúcia dos Santos, el Señor nos mostró el Corazón Doloroso e Inmaculado de Nuestra Señora, cubierto de espinas por nuestra indiferencia e ingratitud, y por nuestros pecados. En particular, Nuestra Señora de Fátima desea protegernos del mal del comunismo ateo, que aleja los corazones del Corazón de Jesús —única fuente de salvación— y los lleva a rebelarse contra Dios y contra el orden que Él ha establecido en la creación y escrito en el corazón de cada ser humano. A través de sus apariciones y del mensaje que confió a los pastorcitos, santos Francisco y Jacinta Marto, y a la Venerable Lúcia dos Santos —un mensaje dirigido a toda la Iglesia—, Nuestra Señora denunció la influencia de la cultura atea en la propia Iglesia, que ha llevado a muchos a la apostasía y al abandono de las verdades de la fe católica.

Al mismo tiempo, Nuestra Señora nos enseñó a realizar actos de amor y reparación por las ofensas cometidas contra el Sacratísimo Corazón de Jesús y su Inmaculado Corazón mediante la Devoción de los Primeros Sábados de mes. Esta consiste en confesar sacramentalmente los pecados, recibir dignamente la Sagrada Comunión, rezar las cinco decenas del Santo Rosario y acompañar a Nuestra Señora meditando en los misterios del Rosario. El mensaje de Nuestra Señora deja claro que solo la fe, que coloca al hombre en una relación de unidad de corazón con el Sacratísimo Corazón de Jesús —por la mediación de su Inmaculado Corazón—, puede salvar al hombre de los castigos espirituales que la rebelión contra Dios inevitablemente acarrea sobre quienes la cometen y sobre la sociedad en su conjunto, incluida la propia Iglesia. La Devoción de los Primeros Sábados es nuestra respuesta de obediencia a nuestra Madre celestial, quien no dejará de interceder para obtener todas las gracias que nosotros y el mundo entero necesitamos con tanta urgencia. Esta devoción no es un acto aislado, sino que expresa un estilo de vida: la conversión diaria del corazón al Sacratísimo Corazón de Jesús, bajo la guía y protección maternal del Corazón Doloroso e Inmaculado de María, para gloria de Dios y salvación de las almas.

Cuando reflexionamos sobre la rebelión contra el orden y la paz que Dios ha implantado en cada corazón humano —una rebelión que arrastra al mundo, e incluso a la Iglesia, a una creciente confusión, división y destrucción, tanto de los demás como de nosotros mismos—, comprendemos, como lo hizo el Papa Pío XI, la importancia de nuestro culto a Cristo como Rey del Cielo y de la Tierra. Este culto no es una forma de ideología. No es la adoración de una idea o un ideal abstracto. Es comunión con Cristo Rey, especialmente a través de la Santísima Eucaristía, en la que comprendemos, acogemos y vivimos nuestra propia misión real en Él. Es la realidad en la que estamos llamados a vivir: la realidad de la obediencia a la Ley de Dios escrita en nuestros corazones y en la naturaleza misma de todas las cosas. Es la realidad de nuestros corazones, unidos al Inmaculado Corazón de María, que encuentran cada vez más su reposo en el Sacratísimo Corazón de Jesús.

La Misa Pontifical de hoy se celebra según la forma más antigua del Rito Romano, el Usus Antiquior. La Iglesia celebra el 18.º aniversario de la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum, con el que el Papa Benedicto XVI hizo posible la celebración regular de la Misa según esta forma, vigente desde la época de San Gregorio Magno. Al participar hoy en el Santo Sacrificio de la Misa, no podemos dejar de pensar en los fieles que, a lo largo de los siglos cristianos, han encontrado al Señor y han profundizado su vida en Él a través de esta venerable forma del Rito Romano. Muchos se sintieron inspirados a practicar el heroísmo de la santidad, incluso hasta el martirio. Quienes hemos crecido rezando a Dios según el Usus Antiquior no podemos dejar de recordar cuánto nos ha ayudado a mantener la mirada fija en Jesús, especialmente al responder a nuestra vocación. Finalmente, no podemos dejar de agradecer a Dios por cómo esta venerable forma del Rito Romano ha llevado a muchos a la fe y ha profundizado la vida de fe de quienes, por primera vez, han descubierto su incomparable belleza, gracias a la disciplina establecida por Summorum Pontificum. Damos gracias a Dios porque, a través de Summorum Pontificum, toda la Iglesia está desarrollando una comprensión y un amor cada vez más profundos por el gran don de la Sagrada Liturgia, tal como nos ha sido transmitido, de forma ininterrumpida, por la Tradición Apostólica, por los Apóstoles y sus sucesores. A través de la Sagrada Liturgia, en nuestra adoración a Dios «en espíritu y verdad», el Señor está con nosotros de la manera más perfecta posible en esta tierra: es la expresión suprema de nuestra vida en Él. Ahora, contemplando la gran belleza del Rito de la Misa, dejémonos inspirar y fortalecer para reflejar esa misma belleza en la bondad de nuestra vida diaria, bajo la protección maternal de Nuestra Señora.

Elevemos ahora nuestros corazones, unidos al Inmaculado Corazón de María, al glorioso y traspasado Corazón de Jesús, abierto para nosotros en el Sacrificio Eucarístico, mediante el cual Él hace presente sacramentalmente su Sacrificio en el Calvario. Elevemos nuestros corazones, llenos de tantas alegrías y tantos sufrimientos, a la fuente inagotable de la Divina Misericordia y Amor, confiando en que en el Corazón Eucarístico de Jesús seremos confirmados en paz y fortalecidos para llevar la cruz de nuestros sufrimientos con la misma confianza que la Virgen María. Así, bajo la mirada constante y misericordiosa de la Santísima Virgen María, podremos progresar con fidelidad y de todo corazón en el camino de nuestra peregrinación terrena, hasta nuestra patria eterna en el Cielo.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


viernes, 9 de mayo de 2025

PRÓXIMOS EVENTOS DEL PAPA LEÓN XIV

 


El sábado 10 de mayo , se encontrará con los miembros del Sacro Colegio:  será un momento de comunión y de agradecimiento por el camino recorrido juntos durante la sede vacante, la elección pero también para mirar hacia el futuro de la Iglesia. El domingo 11 de mayo , desde la Logia Central de la Basílica de San Pedro , el Papa León dirigirá por primera vez la oración del Regina Caeli , dirigiéndose a la multitud de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El lunes 12 de mayo estará dedicado al encuentro con los periodistas de todo el mundo , una oportunidad para saludar a los operadores de la comunicación que han llegado a la Ciudad Eterna para contar estas horas solemnes. El viernes 16 de mayo , León XIV se reunirá con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y los Jefes de Misión : un evento clave para reafirmar el papel de la Santa Sede en la promoción de la paz, el diálogo y la justicia entre los pueblos. El martes 20 de mayo , el Santo Padre tomará posesión de la Basílica Papal de San Pablo Extramuros , uno de los eventos simbólicos de su instalación en las basílicas patriarcales. El miércoles 21 de mayo , se celebrará la primera Audiencia General , en la que el Papa se reunirá con peregrinos y fieles de todo el mundo. El sábado 24 de mayo , está previsto un encuentro muy importante: el Papa León XIV saludará a la Curia Romana y a los empleados del Estado de la Ciudad del Vaticano , a quienes se les confía el servicio diario de la misión del Sucesor de Pedro. El domingo 25 de mayo , después de la oración del Regina Caeli , el Papa León tomará posesión de las Basílicas Papales de San Juan de Letrán , la catedral de Roma, y de Santa María la Mayor.

HOMILIA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV EN LA MISA DE CLAUSURA DEL CÓNCLAVE

 







Capilla Sixtina

Viernes 9 de mayo de 2025

Comenzaré con una palabra en inglés y el resto en italiano.

Pero quiero repetir las palabras del Salmo Responsorial: «Cantaré un cántico nuevo al Señor, porque ha hecho maravillas».

Y, de hecho, no sólo conmigo, sino con todos nosotros. Hermanos cardenales, mientras celebramos esta mañana, los invito a reconocer las maravillas que el Señor ha realizado, las bendiciones que el Señor continúa derramando sobre todos nosotros a través del ministerio de Pedro.

Me habéis llamado a llevar esa cruz, y a ser bendecido con esa misión, y sé que puedo contar con todos y cada uno de vosotros para caminar conmigo, mientras continuamos como Iglesia, como comunidad de amigos de Jesús, como creyentes anunciando la Buena Nueva, anunciando el Evangelio.

«Tú eres elCristo, el Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,16). Con Estas palabras de Pedro, interrogado por el Maestro, junto a los demás discípulos, sobre su fe en Él, expresan en síntesis la herencia que durante dos mil años la Iglesia, a través de la sucesión apostólica, ha custodiado, profundizado y transmitido.

Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es decir, el único Salvador y el revelador del rostro del Padre.

En Él, Dios, para hacerse cercano y accesible a los hombres, se nos reveló en la mirada confiada de un niño, en la mente vivaz de un joven, en los rasgos maduros de un hombre (cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes , 22), hasta aparecerse a los suyos, después de la resurrección, con su cuerpo glorioso. Nos mostró así un modelo de humanidad santa que todos podemos imitar, junto con la promesa de un destino eterno que supera todos nuestros límites y capacidades.

Pedro, en su respuesta, capta ambas cosas: el don de Dios y el camino a seguir para dejarse transformar por él, dimensiones inseparables de la salvación, confiadas a la Iglesia para que las anuncie para el bien del género humano. Confíanoslos a nosotros, elegidos por Él antes de ser formados en el seno materno (cf. Jr 1,5), regenerados en las aguas del Bautismo y, más allá de nuestros límites y sin nuestros méritos, conducidos aquí y enviados desde aquí, para que el Evangelio sea anunciado a toda criatura (cf. Mc 16,15).

En particular, Dios, llamándome mediante vuestro voto a suceder al Primero de los Apóstoles, me confía este tesoro para que, con su ayuda, sea su fiel administrador (cf. 1 Co 4, 2) en beneficio de todo el Cuerpo místico de la Iglesia; para que sea cada vez más una ciudad situada sobre un monte (cf. Ap 21,10), un arca de salvación que navega en las olas de la historia, un faro que ilumina las noches del mundo. Y esto no tanto por la magnificencia de sus estructuras y la grandeza de sus construcciones –como los monumentos en los que nos encontramos–, sino más bien por la santidad de sus miembros, de ese «pueblo que Dios se ha adquirido para sí, para que anunciéis las maravillas de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» ( 1 P 2, 9).

Pero en la raíz de la conversación en la que Pedro hace su profesión de fe hay también otra pregunta: «La gente», pregunta Jesús, «¿quién dicen que es el Hijo del Hombre?». ( Mt 16,13). No es una pregunta trivial, sino que concierne a un aspecto importante de nuestro ministerio: la realidad en la que vivimos, con sus límites y sus potencialidades, sus interrogantes y sus creencias.

¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? ( Mt 16,13). Pensando en la escena que estamos reflexionando, podríamos encontrar dos posibles respuestas a esta pregunta, que dibujan dos actitudes diferentes.

En primer lugar, está la respuesta del mundo. Mateo destaca que la conversación entre Jesús y sus seguidores sobre su identidad tiene lugar en la bella ciudad de Cesarea de Filipo, llena de lujosos edificios, enclavada en un entorno natural encantador, al pie del monte Hermón, pero también cuna de crueles círculos de poder y escenario de traiciones e infidelidades. Esta imagen nos habla de un mundo que considera a Jesús una persona totalmente sin importancia, como mucho un personaje curioso, capaz de suscitar asombro con su inusual manera de hablar y de actuar. Y así, cuando su presencia se vuelve molesta por las exigencias de honestidad y las exigencias morales que él exige, este “mundo” no dudará en rechazarlo y eliminarlo.

Luego está la otra posible respuesta a la pregunta de Jesús: la de la gente común. Para ellos, el Nazareno no es un “charlatán”: es un hombre recto, que tiene coraje, que habla bien y que dice las cosas justas, como otros grandes profetas de la historia de Israel. Por eso lo siguen, al menos mientras pueden hacerlo sin demasiados riesgos e inconvenientes. Pero lo consideran sólo un hombre y por eso, en el momento de peligro, durante la Pasión, también ellos lo abandonan y se van decepcionados.

Lo sorprendente de estas dos actitudes es su actualidad. De hecho, encarnan ideas que podríamos encontrar fácilmente –expresadas quizá en un lenguaje diferente, pero idénticas en sustancia– en boca de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Aún hoy hay muchos contextos en los que la fe cristiana es considerada algo absurdo, para personas débiles y poco inteligentes; contextos en los que se prefieren otras certezas, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder, el placer.

Son ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde los que creen son burlados, combatidos, despreciados o, como mucho, tolerados y compadecidos. Pero precisamente por eso son lugares en los que la misión es urgente, porque la falta de fe trae a menudo consigo tragedias como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas otras heridas que nuestra sociedad sufre y no poco.

También hoy no faltan contextos en los que Jesús, aunque apreciado como hombre, es reducido a una especie de líder carismático o superhombre , y esto no sólo entre los no creyentes, sino también entre muchos bautizados, que acaban viviendo, a este nivel, en un ateísmo de facto.

Éste es el mundo que se nos ha confiado, en el que, como tantas veces nos ha enseñado el Papa Francisco, estamos llamados a testimoniar la fe gozosa en Cristo Salvador. Por eso también para nosotros es esencial repetir: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,16).

Es esencial hacer esto ante todo en nuestra relación personal con Él, en el compromiso de un camino diario de conversión. Pero también, como Iglesia, viviendo juntos nuestra pertenencia al Señor y llevando la Buena Noticia a todos (cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium , 1).

Lo digo ante todo por mí, Sucesor de Pedro, al iniciar mi misión de Obispo de la Iglesia en Roma, llamado a presidir en la caridad la Iglesia universal, según la célebre expresión de san Ignacio de Antioquía (cf. Carta a los Romanos , Saludo). Él, conducido en cadenas a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio, escribió a los cristianos que allí se encontraban: «Entonces seré verdaderamente discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no vea mi cuerpo» (Carta a los Romanos , IV, 1). Se refería a ser devorado por las fieras en el circo –y así sucedió–, pero sus palabras recuerdan en un sentido más general un compromiso indispensable para quien en la Iglesia ejerce un ministerio de autoridad: desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastarse completamente para que a nadie le falte la oportunidad de conocerlo y amarlo.

Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tiernísima intercesión de María, Madre de la Iglesia.

jueves, 8 de mayo de 2025

LEONEM XIV

 


«Nuntio vobis gaudium magnum: habemus papam: eminentissimum et reverendissimum dominum, dominum Robertus Franciscus, cardinalem Prevost Sanctae Romanae Ecclesiae, qui sibi nomen imposuit Leonem XIV».


. Oremos por nuestro Pontífice León

. Que el Señor le conserve, y le dé vida, y le haga bienaventurado en la tierra, y no le entregue a la voluntad de sus enemigos.

. Tu eres Pedro,

. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Oremos.

Dios, pastor y guía de todos los fieles, mira lleno de bondad a tu siervo, el Papa León, a quien quisiste colocar al frente de tu Iglesia como pastor. Concédele, Te pedimos, la gracia de hacer, por sus palabras y por su ejemplo, que progresen en la virtud aquellos a quienes él preside, y llegue, con el rebaño que le fue confiado, a la vida eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.