Decía san Efrén (306-372): Nadie puede
alabar dignamente a José.
San Juan Crisóstomo (+407) afirma
con relación a san José: No pienses, oh José, que por haber sido concebido
Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía.
Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre
permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de
padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a
ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre.
De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el
que va a nacer.
Santa Brígida (+1373), la gran
mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen María: José me
sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de
murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando
era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto
defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios.
Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las
cosas celestiales.
Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos
años, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción
religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver donde su
compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una
oración a san José para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se la
aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención
alguna de alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante
aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven,
se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo
a Dios. El joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse en la
religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su
primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo y murió, invocando el nombre de
san José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos últimos
momentos .
Santa Bernardita Soubirous, la
vidente de la Virgen en Lourdes, era muy devota de san José. Cuando murió su
padre en 1870, escogió a san José como su padre en la tierra.
Un día, una hermana la sorprendió
rezando una novena a la Virgen delante de una imagen de san José, y le dijo que
eso estaba muy mal, porque debía rezar la novena delante de la imagen de la
Virgen. Pero ella le respondió:
- La Santísima Virgen y san José
están perfectamente de acuerdo y en el cielo no hay celos ni envidias.
Un día de 1872, se fue a hacer
una visita a la iglesia y les dijo a las hermanas de la enfermería:
- Voy a hacer una visita a mi
padre.
- ¿A vuestro padre?
- Sí, ¿no sabéis que ahora mi
padre es san José?
Y decía: Cuando no se puede
rezar, es bueno encomendarse a san José.
Cuando la enterraron el 30 de
mayo de 1879, lo hicieron en la cripta subterránea de la capilla de san José,
en el jardín del convento y no en el cementerio público. En las Actas del
proceso de beatificación, una de las religiosas declaró que repetía
frecuentemente la invocación: San José, dame la gracia de amar a Jesús y a
María como ellos quieren ser amados. San José, ruega por mí y enséñame a rezar.
Dice santa Faustina Kowalska
(1905-1938): San José me ha pedido tenerle una devoción continua. Él mismo me
ha dicho que rece diariamente tres veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria y
el “Acordaos” (que se reza en la Congregación). Me ha mirado con gran
cordialidad y me ha hecho conocer lo mucho que apoya esta Obra (de la
misericordia) y me ha prometido su ayuda especialísima y su protección. Rezo
diariamente estas oraciones pedidas y siento su especial protección.
Santa Teresa de Jesús es quizás
la santa más conocida como gran devota de san José. Siendo de votos solemnes en
el monasterio de la Encarnación de Ávila, estuvo cuatro días en coma en casa de
su familia y todos pensaron que iba a morir.
Dice ella: Ya tenía día y medio
abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las
honras en uno de nuestros conventos de frailes fuera de aquí, pero quiso el
Señor tornase en mí (Vida 5, 10). La recuperación le costó tres largos años de
sufrimiento. Pero se recuperó totalmente y esto se lo atribuía a san José.
Dice:
- Tomé por abogado y señor al
glorioso san José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así en esta necesidad
como en otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío, me
sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle
suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes
mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los
peligros que me ha librado así del cuerpo como del alma; que a otros santos
parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, este glorioso
santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a
entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hace cuanto
le pide... Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso
santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no
he conocido persona que de veras le sea devota y le haga particulares
servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud... Si fuera persona que
tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por
menudo las mercedes que me ha hecho este glorioso santo a mí y a otras
personas... Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá
por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y
tenerle devoción... Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este
glorioso santo por maestro y no errará de camino... él hizo que pudiese
levantarme y andar y no estar tullida (Vida 6, 6-8).
En el día de la Asunción (1561),
estando en un monasterio de la Orden del glorioso santo Domingo... vínome un
arrobamiento tan grande que casi me sacó fuera de mí... Parecióme que me veía
vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me
la vestía; después vi a Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre san
José al izquierdo... Díjome Nuestra Señora que le daba mucho contento que
sirviera al glorioso san José, que creyese que lo que pretendía del monasterio
se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos.
Una vez, estando en una necesidad
que no sabía qué hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José,
mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no faltarían, que los
concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que
espantaban a los que lo oían, me proveyó. Por eso, recomendaba encarecidamente
a cada una de sus monjas: Aunque usted tenga muchos santos por abogados, séalo
en particular de san José que alcanza mucho de Dios. Y les decía: Hijas, sean
devotas de san José, que puede mucho.
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