"Os apiadáis, Señor, de todos, y nada aborrecéis de cuanto hicisteis, cubriendo y perdonando los pecados de los hombres por su penitencia; porque sois Vos nuestro Dios y Señor.
Tened piedad de mí, Dios mío, tened piedad de mí;
porque en Vos confía mi alma"
(Introito de la Misa)
Dichoso aquél que en lo profundo de su corazón se queda contemplando el rostro del Dios vivo, que en su divino Hijo ha manifestado al mundo lo alto, lo ancho y lo profundo de su amor misericordioso.
Dichoso todo aquél a quien el Espíritu del Señor le da a gustar la deliciosa medicina de la ternura divina, mientras lo cubre y lo rodea con su piedad infinita.
No existe otro Dios fuera de Él, fuera del Dios rico en misericordia, clemente y compasivo, que no nos trata conforme merecen nuestros pecados. Pues su medicina es la ternura que ablanda la dureza del corazón herido por el pecado, su misericordia es el agua con la que limpia al pobre pecador, su amor es la venda con la que envuelve los corazones afligidos y enfermos.
El Señor no aborrece nada de cuanto ha creado.
El Señor ama a todas sus criaturas.
El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que este se convierta y viva.
¡Este es el tiempo de la misericordia y del perdón!
¡Este es el tiempo del regreso a la casa paterna, siempre abierta para recibir a los hijos pródigos, sin reproches ni castigos!
¡Dichoso quien confía en el Señor y se abandona en su brazos de Padre!
¡Dichoso el hijo que se vuelve hacia el Padre exclamando, Padre ten piedad de mí!
P. Manuel María de Jesús
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