REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

viernes, 10 de marzo de 2017

NUEVE DÍAS CON LA MADRE MARÍA ELVIRA

EL PUNTO DE PARTIDA
“Contemplándote realmente presente sobre el altar, yo que no valgo nada, que no tengo apenas estudios, que mi fe es muy pobre y Tú lo sabes, Señor. Yo que no tengo nada que ofrecerte más que esas pequeñas molestias…De verdad, Señor, que me pregunté si de veras yo te servía para algo”
         (Notas de conciencia de la  Madre María Elvira)
Lo primero en lo que hemos de fijarnos es en la posición desde la cual María Elvira se sitúa ante el Señor. Su disposición espiritual es fundamental para llegar a comprender cómo el Señor hace obras grandes en los corazones sencillos y humildes.
María Elvira no pone ante el Señor su valía; pues afirma: “no valgo nada”.
No se apoya en una preparación académica ni en un bagaje cultural: “no tengo apenas estudios”.
No se acerca al Señor con la presunción temeraria de aquellos que se consideran a sí mismos hombres y mujeres de fe probada: “mi fe es muy pobre y Tú lo sabes, Señor”.
Se presenta ante el Señor desde la más absoluta pobreza: “yo no tengo nada que ofrecerte”.
Y es a partir de su autoconocimiento cuando llega a preguntarse si de veras le servía para algo al Señor.
María Elvira ha sentido la llamada del Señor a la vida consagrada, ha sentido en su interior y ha discernido su vocación para formar parte de una comunidad, cuyos miembros han sido convocados para vivir en fraternidad y ser enviados para trabajar en la extensión del reino de Cristo por medio del reinado maternal de María en las almas.
Ella percibe desde el primer momento y es plenamente consciente de la grandeza de la vocación que el Señor le ha regalado. Pero, como mujer de fina conciencia que es, y dejándose guiar siempre por una recta intención comprende el ideal sublime que el Señor le presenta, al tiempo que es consciente de  su pequeñez y de su pobreza.
A partir de ahí y a lo largo de toda su andadura sus días discurrirán en un continuado acto de fe, de confianza ciega en el Señor y en María; en un acto permanente de abandono en las manos de Dios, apoyada firmemente en la virtud de la esperanza, y entregándose cada vez más al amor de Dios y del prójimo. ¡Así hasta el final, hasta la plenitud de su vida!
El edificio de la vida cristiana, de la vocación  religiosa o sacerdotal, no se pueden levantar si no es sobre los cimientos sobre los que la Madre María Elvira dejó edificar a Dios: la conciencia de la propia nada, de la miseria personal, de la pobreza más absoluta ante Dios.
Sólo así Dios puede edificar y levantar sobre los cimientos del alma un maravilloso templo espiritual como el que edificó y levantó en María Elvira.
Cuando uno se presenta ante Dios consciente de su propia nada, entonces el Señor se vuelca con todas sus riquezas.
Cuando uno no está henchido de su necia sabiduría, el Espíritu lo asiste con los dones de ciencia y de sabiduría, ayudándole a penetrar en el misterio de Dios.
Cuando uno clama al Señor: ¡Señor, aumenta mi fe!, Dios viene en su ayuda haciendo su fe más pura y más fuerte.
Cuando uno siente que nada tiene que realmente valga la pena para ofrecerle a Dios, entonces está en las mejores disposiciones para entregarle la propia vida poniéndola a su servicio, al servicio de su Santa Iglesia y del prójimo.
Así partió la Madre María Elvira de la Santa Cruz en su andadura vocacional, en su fatigosa andadura de mujer consagrada y de cofundadora. Partió y vivió siempre ligera de equipaje, sin apoyarse nunca en sí misma, dejándose guiar espiritualmente por las mociones de Dios, siempre discernidas con el apoyo de la dirección espiritual. Y es que sólo así se discierne lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno: desde la humildad, desde la desconfianza en uno mismo, desde la búsqueda conjunta y confiada con los ministros de Jesucristo.
Bien acaba lo que bien empieza, y  María Elvira comenzó bien, perseveró en la buena senda y llegó a la identificación plena con Cristo, siempre tomada de la mano de la Virgen Madre.
Manuel María de Jesús F.F.

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