REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

martes, 31 de marzo de 2015

PIDE EL DON DE LÁGRIMAS

"Pide el don de lágrimas, a fin de ablandar, por medio de la compunción, la dureza que hay en tu alma; y confesando contra ti tus iniquidades ante el Señor, te llegue de Él el perdón.
Acude a las lágrimas para ser escuchado en tus peticiones; pues mucho se complace en ti el Señor cuando oras con lágrimas.
Aunque derrames fuentes de lágrimas en tu oración, de ningún modo te enorgullezcas, creyendo estar por encima de la mayoría; pues se trata simplemente de una ayuda que ha obtenido tu oración para que puedas confesar voluntariamente tus pecados y aplacar al Señor con tus lágrimas. No conviertas en pasión el remedio contra las pasiones, no vayas a irritar más al que te da la gracia" 
Evagrio Póntico

miércoles, 25 de marzo de 2015

LAS HABLADURÍAS SON EL TERRORISMO DE LA FRATERNIDAD

Año de la Vida Consagrada
Después de visitar el penitenciario de Poggioreale , el Santo Padre se trasladó a la catedral de la Asunción de Nápoles para venerar las reliquias de San Jenaro, patrono de la ciudad, y encontrarse con el clero, los religiosos y los diáconos permanentes de la archidiócesis. El vicario episcopal para el clero y el vicario episcopal para la vida consagrada plantearon al Papa dos preguntas en nombre de los participantes en el encuentro. La primera sobre la misión del sacerdocio en una ciudad de grandes contrastes como Nápoles, y la segunda sobre las dificultades y alegrías de los consagrados en su vida.
Francisco prefirió responder directamente dejando de lado el discurso oficial que había preparado y, obedeciendo a la sugerencia de hablar sentado, mejor que de pie, dialogó con los presentes.
''Uno de los testimonios que me pediaís es este: estar siempre en camino -dijo- El camino de la vida consagrada es seguir a Jesús... Si en el centro de la vida... está el hecho de que estoy en contra del obispo o del párroco o de otro sacerdote, toda mi vida estará ocupada por esa lucha. ¡Pero esto es perder la vida! No tener una familia, no tener hijos, no tener amor conyugal, que es tan bueno y tan hermoso, para terminar discutiendo con el obispo, con los hermanos sacerdotes, con los fieles, con "cara de vinagre"... Eso no es dar testimonio...Cuando el centro es Jesús, esas dificultades, que están en todas partes, se enfrentan de una manera diferente. En un convento puede ser que la superiora no me guste, pero si mi centro es la superiora que no me gusta, eso no es testimonio. Si en cambio mi centro es Jesús, rezo por ella, la tolero y hago todo lo posible para que los demás superiores conozcan la situación. Pero la alegría no me la quita nadie. La alegría de seguir a Jesús''.
Después, se dirigió a los seminaristas. ''Quiero deciros esto: Si vuestro centro no es Jesús, aplazad la Ordenación. Si no estáis seguro de que Jesús es el centro de vuestra vida, esperad un poco más para estar seguros. Porque de lo contrario, comenzaréis un camino que no sabéis donde acabará''.
Como segundo testimonio el Papa habló del espíritu de pobreza, que es necesario también ''para los sacerdotes que no hacen ese voto pero deben tener ese espíritu'' porque ''cuando en la Iglesia entran los negocios, sea para los sacerdotes que para los religiosos, las cosas se ponen feas... Los consagrados, ya sean sacerdotes, monjas o religiosos, nunca deben darse a los negocios. El espíritu de pobreza no es, sin embargo, el espíritu de miseria. Un sacerdote, que no ha hecho voto de pobreza, puede tener sus ahorros, pero de una manera honesta y razonable. Pero cuando es codicioso y se pone a hacer negocios ... ¡Cuántos escándalos en la Iglesia y cuanta falta de libertad por el dinero!''. Francisco puso, en este sentido, el ejemplo de los benefactores a los que un sacerdote no puede decir ''cuatro verdades'', aunque se las merezcan porque no tiene libertad para hacerlo ya que está apegado al dinero que le dan. Y añadió: ''Cuando hay dinero de por medio, se hacen distingos entre las personas. Por eso pido a todos que hagan un examen de conciencia al respecto''.
El tercer testimonio para el Santo Padre es la misericordia. ''Nos hemos olvidado de las obras de misericordia y cito un ejemplo: en las grandes ciudades cristianas .. hay niños bautizados que no saben hacer la señal de la cruz. ¿Y dónde está la obra de misericordia de enseñar en este caso? Hay que reanudar las obras de misericordia, tanto corporales y espirituales. Si tengo cerca de mi casa a una persona que está enferma y me gustaría ir a visitarla, pero el tiempo que tengo disponible para hacerlo coincide con la telenovela, y entre la telenovela y hacer una obra de misericordia elijo la telenovela, hay algo que no va... Estas son las cosas que nos acercan al espíritu del mundo, y esta es otra cosa de la que me gustaría hablar: el peligro de lo mundano …Acordaos de la oración sacerdotal de Jesús al Padre: "No te pido que los apartes del mundo, sino que los guardes del Maligno". La mundanidad va contra el testimonio, mientras que el espíritu de oración es un testimonio que se ve … y el testimonio es una de las cosas que atrae vocaciones''.
Otra cuestión planteada por el vicario del clero fue la de la fraternidad sacerdotal y el Obispo de Roma respondió que no era un asunto fácil, ni en el convento, ni en el presbiterio. ''Para mí, la señal de que no hay fraternidad -afirmó – son las habladurías... El terrorismo de las habladurías.. En un presbiterio puede haber diversos puntos de vista y diferencias, es normal, es cristiano, pero estas diferencias se deben manifestar teniendo el valor de decirlo a la cara... Y cuando no se puede – porque a veces no se puede -lo dices a otro para que haga de intermediario- Pero no se puede hablar en contra del otro, porque las habladurías representan un terrorismo para la fraternidad sacerdotal, para las comunidades religiosas''.
La alegría es también un testimonio.''La alegría de la vida plena, la alegría de haber elegido bien, la alegría de ver todos los días que el Señor me es fiel ...Los consagrados o los sacerdotes aburridos, con la amargura en el corazón, tristes, tienen algo que no va y deberían ir a un buen consejero espiritual''.
''Me gustaría terminar con tres cosas -dijo Francisco al final de su encuentro en la catedral- En primer lugar, la adoración ...Hemos perdido el sentido de la adoración a Dios, tenemos que reanudar ese culto. En segundo lugar, no se puede amar a Jesús sin amar a su esposa. El amor a la Iglesia.... En tercer lugar, y esto es importante, el celo apostólico, que es misionero. El amor a la Iglesia te lleva a darla a conocer, a salir de tí mismo para ir a predicar la Revelación de Jesús, pero también te empuja a salir de ti mismo para ir a otra trascendencia, que es la adoración''.
Por último, el Papa veneró el relicario que contiene la sangre de San Jenaro cuya milagrosa licuefacción esperan todos los años los fieles napolitanos el 19 de septiembre durante una solemne cerimonia religiosa encabezada por el arzobispo. Esta vez la sangre se licuó a mitad y Francisco afirmó: ''Se ve que el santo nos quiere solo a mitad. Tendremos que convertirnos todos un poco para que nos quiera más. Gracias y no os olvidéis de rezar por mí''.
News.va

viernes, 20 de marzo de 2015

VIA CRUCIS

Santa Cruz elevada sobre el monte de la parroquia de Arcos de la Condesa, donde la Madre María Elvira vió nacer su Comunidad de Misioneras de la Fraternidad, donde realizó su apostolado hasta que el Señor la llamó a su presencia, y en cuyo cementerio parroquial duerme el sueño de los justos.
La Madre María Elvira de la Santa Cruz, Misionera de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina,  nunca compuso un Vía crucis para ser leído o meditado. Algo que sería relativamente fácil para cualquiera que poseyese unas mínimas dotes de redacción y un mínimo de formación espiritual.
En el mundo habrá seguramente miles y miles de textos redactados, más o menos valiosos, más o menos útiles para quienes los utilizan como ayuda para realizar este piadoso ejercicio de acompañar espiritualmente al Señor en su camino hacia el Calvario.
La Madre jamás compuso un texto de este tipo, algo que nunca estuvo entre sus pretensiones.
¿Cuál es entonces su aportación?
Su aportación no está en el orden de los escritores espirituales. No está en el orden de la literatura religiosa o espiritual.
La Madre María Elvira vivió en carne propia el Vía crucis durante su peregrinación terrenal.
Lo vivió conscientemente, lo hizo suyo, lo amó y lo estimó como el mayor de los tesoros que el Señor le había concedido en su vida.
La Madre recibió el don de la participación física y espiritual en los Dolores de la Pasión de Cristo y de su Madre Corredentora. Y colaboró con ese don, aceptando participar de los sufrimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia.
La diferencia es sustancial. No hay comparación. No hay color.
La Madre María Elvira "representó" un Vía crucis viviente, en su propia carne y en su propia alma, sin que jamás su corazón albergase la más mínima pretensión de que este tesoro suyo fuese jamás apreciado externamente por los demás.
Ocurre que la luz de Dios derramada en el alma de sus elegidos es tan inmensa que es prácticamente imposible que al menos alguien no se percate de ese resplandor que siempre desprenden a través de sus obras, a través de su vida.
Lo único que hemos hecho ha sido entresacar de sus notas de conciencia algunas de las muchísimas frases que expresan su vivencia personal, que reflejan su propio Via crucis, el cual recorrió unida a Jesús y sostenida por la ayuda materna de la Virgen Santísima.
Cada frase o pensamiento no es fruto de su discurrir intelectual. Son tan sólo jirones de su vida, exhalaciones de su alma, diálogos íntimos consigo misma, con el Señor y con la Virgen.
Podríamos encajar decenas de frases entresacadas de sus notas personales en cada una de las estaciones del Via crucis, cada cual más sugerente. Tampoco es esa la pretensión que nos guía.
Basta con una mínima frase para encontrar materia suficientemente profunda como para ayudarnos a alcanzar el fruto que quisiéramos obtener con la ayuda de la gracia de Dios: no tan solo meditar el Vía crucis, sino sobre todo vivir unidos a Cristo paciente y sufriente, haciendo de nuestra vida un acto de oblación amorosa. En definitiva, alcanzar la plenitud de nuestra vida cristiana que consiste en ser cooperadores de Cristo para la redención del mundo.
Que la Virgen Dolorosa nos alcance esa gracia.
Manuel María de Jesús F.F.


SANTO EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS
Pensamientos y viviencias de la Madre María Elvira de la Santa Cruz M.F.
Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...
Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. (San Juan Pablo II)

PRIMERA ESTACIÓN:
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Hágase tu voluntad; en esto consiste toda mi dicha.
María, ayúdame a llevar a cabo mi abandono total en las manos de Jesucristo.”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEGUNDA ESTACIÓN:
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Las palabras de Cristo misericordioso a través de mi confesor consuelan mi alma y me ayudan a abrazar la cruz, al igual que Cristo, como la prueba del amor más grande”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
TERCERA ESTACIÓN:
JESÚS CAE EN TIERRA POR PRIMERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Yo no quiero ser causa de sufrimiento para el Amado, y me duele enormemente el alma, pensar que con mis desánimos le hago sufrir”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
CUARTA ESTACIÓN:
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Madre, ayúdame a vivir a tu lado, firme junto a la cruz de tu Hijo. Llévate mis miedos y mis dudas. Enséñame a ser fuerte ante la tentación y a saber corresponder a tantas gracias recibidas”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
QUINTA ESTACIÓN:
SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Desde el primer momento en que me pedías que me abrazara a tu cruz sólo pude sentir, sin pensármelo más, una inmensa alegría porque Tú me estabas invitando a unirme a Ti”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEXTA ESTACIÓN:
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“No dejemos escapar esta oportunidad. La fe está decayendo en las almas y hacen falta amigos fuertes de Jesús, que les ayuden a llevar y amar la cruz de cada día. Amigos de Cristo que trabajen sin descanso por y con la Santa Madre Iglesia”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SÉPTIMA ESTACIÓN:
JESÚS CAE EN TIERRA POR SEGUNDA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Sólo pido al Señor que me de paciencia y fortaleza para llevar el peso de esta cruz. Que nunca falte por mi parte la caridad para con esta persona, y que todas las humillaciones que he recibido hoy me ayuden a ser un alma humilde y mortificada. La humildad se aprende a base de humillaciones.
¡Gracias, Señor!”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
OCTAVA ESTACIÓN:
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Le vienen las lágrimas a los ojos a esta pobre alma, pero lágrimas de alegría, al saber que todo un Dios le pide que se una cada día más al madero de su cruz, hasta sentirse verdaderamente crucificada con Él”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
NOVENA ESTACIÓN:
JESÚS CAE EN TIERRA POR TERCERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“En medio de los mayores padecimientos, Jesús da el consuelo necesario para seguir adelante.
La cruz de Cristo me ha acompañado desde que nací, pero es Él quien me hace amar esta cruz”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Qué fácil es, Señor, decir te quiero, pero qué duro el quererte de verdad, el renunciar a tantas cosas por tu amor. Eso es lo que yo quiero, pero cuánto le cuesta a esta pobre alma desprenderse de verdad de todo cuánto le estorba para amarte”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
ÚNDÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“La única manera de colaborar con Cristo es extendiendo nuestros brazos en la cruz, en la cruz de cada día.
Ofrecerse con Cristo es encontrar la paz del alma. Ofrecerse con Cristo es haber encontrado el tesoro escondido desde los siglos; es haber encontrado el amor”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DUODÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Enséñame, Señor, a morir contigo para resucitar a una vida nueva. Que sepa renunciar a todos mis pensamientos y sólo querer los tuyos, a todos mis planes, afectos, ilusiones, y sólo querer todo lo tuyo”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN:
JESÚS ES PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
¡Cuánto he aprendido y aprendo cada vez que os contemplo!
Sois la gran enseñanza del amor, la escuela en la que se nos enseña a dar la vida por los demás, por medio del sufrimiento silencioso y ofrecido a Dios”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN:
JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
“Ser uno con Cristo, ser toda para Él; entrar hasta el fondo del alma y llenarme tan sólo de Él.
Yo sólo quiero, Señor, habitar en tu morada todos los días de mi vida, con toda el alma.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Oremos: 
Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
Padrenuestro, Avemaría y Gloria por la intenciones del Romano Pontífice.

jueves, 19 de marzo de 2015

AMAR CON CORAZÓN DE ESPOSA Y MADRE

* Año de la Vida Consagrada
La Solemnidad del Santo Patrón de la Fraternidad, San José, siempre estará asociada en la mente y en el corazón de cuantos la conocieron y la trataron a la Madre María Elvira.
Se cumple hoy el 9º aniversario del fallecimiento de la Madre María Elvira de la Santa Cruz, Cofundadora de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina y de las Hermanas Misioneras de la Fraternidad.
Esa asociación entre la Solemnidad de San José y la Madre María Elvira está muy por encima de una coincidencia de fechas, si bien estoy plenamente convencido de que su partida de este mundo, coincidente con la fiesta de nuestro Santo Padre y Guardián San José, fue providentemente escogida por Dios nuestro Señor como una gracia para ella y también para cuantos compartíamos con ella el don del mismo carisma vocacional y apostólico en el seno de la Santa Iglesia.
Las decisiones de la Divina Providencia, que en ocasiones llegan a traspasar y romper de dolor nuestro pobre corazón humano, meditadas y guardadas día a día en lo más íntimo de nuestra alma al calor de la fe y de la esperanza terminan por ser plenamente aceptadas y estimadas como un don, fruto de la Sabiduría infinita de Dios, pero también como fruto de su amor y de su misericordia sin límites. Porque el mismo que hiere es quien venda la herida de los corazones y los acaba sanando. Y porque el Señor, en su Providencia amorosa, es el único que sabe y puede sacar de los males bienes incontables.
Humanamente la pérdida de la Madre María Elvira puede ser justamente considerada como una pérdida irreparable. Cada persona es única en su personalidad y en aquellas cualidades y gracias que ha recibido de Dios, y se convierte en un don para los otros cuando comparte su vida y su corazón con ellos.
Sin embargo, esa pérdida irreparable a nivel humano Dios la puede transformar en una gracia inmensa. Una gracia que ilumina, que fortalece, que acompaña a cuantos abren su corazón y aceptan superar ese drama apoyados en la fe, en la esperanza y en el amor de Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos.
No puedo menos, por deber y por un agradecimiento sin medida a Dios y a la Madre María Elvira, dejar de cantar y de contar las maravillas del Señor, siempre bajo mi limitada y pobre perspectiva, aunque consciente de que lo que percibimos de las obras del Señor en lo íntimo de sus hijos más fieles y que corresponden a su gracia es siempre tan sólo la punta del iceberg.
Soy testigo privilegiado del alto grado hasta el que nuestra Hermana se entregó con el fin de corresponder al don y a la vocación que recibió del Señor para vivir como Esposa y Madre.
Esposa de Cristo, cuya aspiración más alta consistía para ella en participar de la Cruz del Esposo uniendo a la oblación de su vida a la oblación que el Sumo y Eterno Sacerdote hizo de Sí mismo desde su Encarnación hasta la consumación de su entrega en el Calvario- Consummatum est-.
La oblación comprendida y plenamente aceptada como la prueba y manifestación del amor más grande hacia el Esposo y hacia el género humano - Pro eis ego sanctifico meipsum-.
Es el culmen, el broche de oro, la coronación de la sublime vocación recibida del Amado.
Esposa de Cristo para ser al mismo tiempo Madre por la fecundidad espiritual de la acción del Espíritu, Señor y dador de vida. Un maternidad espiritual que se alimenta y se ejerce en el seno de la Iglesia Madre.
Esta maternidad fecunda, la Madre María Elvira la fue aprendiendo y desarrollando en una intimidad maravillosa de la mano de Aquella que es Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre de todos los hombres.
La Madre María Elvira fue alumna aventajada en la Escuela de María, como lo fueron las santas vírgenes cristianas. Como lo fue nuestra Santa Protectora Teresa del Niño Jesús. De tal forma que María Elvira aprendió velozmente que su vocación también consistía en ser el amor en el seno de su Madre la Iglesia. Sólo así podía corresponder a sus esponsales con Cristo y ejercitar su maternidad espiritual.
Ser el amor en el seno de la Madre Iglesia se concretizó para ella en una entrega sin reservas a Cristo vivo y victimado en la Eucaristía y a María Corredentora del género humano. Siempre con la santa pretensión de colaborar con la gracia para conformarse y asemejarse más y más al Esposo y a la Madre de misericordia.Y como fruto de ese amor, la entrega sin reservas a cuantos el Señor fue poniendo en el camino de su vida.
En su corazón maternal ocupaban un lugar especialísimo los niños, los ancianos y los más pobres. Un lugar muy particular reservaba en su corazón para los sacerdotes de Jesucristo.
Nunca he encontrado a nadie que superase a la Madre María Elvira respecto de la veneración hacia los sacerdotes. Su oración más inflamada y acompañada del ofrecimiento de sus mayores sacrificios eran especialmente reservados por ella para los ministros de Jesucristo.
En la Escuela de María aprendió a volar y voló bien alto.
Comprendió que no se es madre si no se engendra  no se transmite y no se comparte la propia  vida.
En la Escuela de María aprendió las lecciones divinas del Esposo y de la Madre: hay que morir para vivir; hay que entregar la propia vida para que otros tengan vida y la tengan en abundancia.
De esta forma quiso ofrecer su vida y aceptar con infinita paz su muerte. Como un acto de amor, como un ejercicio divino de amor maternal.
Su amor esponsal a Cristo y su amor maternal vivido hasta la consumación en el seno de la Iglesia han quedado sellados para toda la eternidad.
El vacío inmenso que ha dejado humanamente se compensa con la certeza personal de que su amor acrisolado y transfigurado es una llama viva que intercede constantemente ante Cristo Sacerdote por todos nosotros.
Ese vacío inmenso se va llenando con la esperanza de participar un día con ella y con todos los que mueren en el Señor de las alegrías de la Jerusalén celestial.
Quiera Dios y la Virgen Santísima que muchas jóvenes se decidan a seguir sus pasos, vivir su espiritualidad y ser continuadoras de su obra en el seno de la Iglesia.
Manuel María de Jesús F.F.

PROTECTOR DE LA BUENA MUERTE

La vida santa de San José, la asistencia de Jesús y de María, todo contribuyó a que su muerte fuese preciosa ante los ojos del Señor.
La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que arde y que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor, pero ese beso no es más que un dulce y precioso sentimiento de amor.
José murió verdaderamente en el beso del Señor, ya que exhaló su último suspiro en los brazos de Jesús. Y si, como creemos, él tuvo el uso de los sentidos y de la palabra hasta ese último suspiro, que no podía ser otro que un suspiro o un impulso de amor, ¿como no habrá él coronado una vida tan santa sino pronunciando los nombres sagrados de Jesús y de María?
¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar mi último suspiro entre Jesús y María, visibles a mi mirada, pueda yo, al menos, sobre mi labios moribundos, unir vuestro nombre, ¡oh José! a los nombres de Jesús y de María.
La santa muerte de José ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.
Cualquiera que invoque a San José en la última batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito, por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une al exhalar su último suspiro el santo nombre de José a los dulces nombres de Jesús y María.
Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes y, por tanto, de la buena muerte. José, hijo de Jacob, socorría en el tiempo de la carestía a los egipcios distribuyendo entre ellos el trigo que había recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos, hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió el precio del mismo. Así hará ciertamente nuestro glorioso Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de la muerte, él sabrá corresponder a los devotos homenajes con que haya sido honrado.
La muerte de los devotos de San José es sumamente tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José. «He observado - dice ella -, que al momento de exhalar el último suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su interior fuese agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón del temor de la muerte. Morir me parece ahora la cosa más fácil para una fiel devota de San José».

VARÓN JUSTO

Varón de quien sabemos
tan solo una palabra;
tus labios la dijeron,
tras ellas te ocultabas,
JESÚS,
la senda de Abraham
allí desembocaba.

José que fuiste justo,
perfecto en la Alianza,
tu dicha fue el silencio,
Jesús tu sola fama,
JESÚS,
Jesús el Salvador,
promesa a los patriarcas.

Varón de las congojas
al ver que Dios obraba,
no temas la luz pura
que el Hijo en torno irradia,
JESÚS,
Jesús te acoge a ti,
te invita a su Morada.

José, el esposo fiel,
de Virgen toda santa,
ternura de marido,
mujer bien custodiada,
JESÚS,
Jesús vivido en medio,
amor que os enlazaba.

Jesús que te servía
contigo el pan sudaba,
si tú le protegías
él era quien salvaba,
JESÚS,
Jesús el Emanuel,
la gracia y la esperanza.

Bendito el Dios amante,
venido a nuestra raza,
del cielo hasta nosotros,
llegó por sangre humana,
JESÚS,
Jesús el bendecido,
a quien José cuidaba! Amén.

lunes, 16 de marzo de 2015

PATRONO Y MODELO DE LAS ALMAS INTERIORES

Tomad a San José como a vuestra dueño y señor, como al más íntimo de vuestros amigos y al más poderoso de vuestros protectores, pues fue entre todos los hombres el fidelísimo cooperador de la obra de Dios.
(Gersón)
Por una maravillosa disposición de la divina providencia, San José, cuya vida fue tan oscura y escondida a los ojos de los hombres, puede servir de perfecto modelo a todos los cristianos de vida interior, que en cualquier condición quieren servir fielmente a Jesucristo, y marchar en su seguimiento en el camino de la perfección. Podemos decir de San José lo que San Ambrosio dijo de la Santísima Virgen: Talis fuit Maria, ut ejus vita omnium sit disciplina, La vida interior consiste esencialmente en el recogimiento del espíritu, en la vigilancia de todos los afectos del corazón, y en una constante unión con Dios; es la feliz disposición de un alma que, alejada de las cosas externas y sensibles, se ocupa continuamente en los grandes misterios de la fe, y está siempre dispuesta a perfeccionarse en la piedad.
Tal fue la vida de San José, y tales las disposiciones habituales de su alma. Estudiémoslas diligentemente en la oración, a fin de uniformar nuestra conducta con la suya, y nuestros sentimientos, con los suyos. Oh, si penetráramos perfectamente en el corazón de este gran Santo, y viéramos cómo arde en el amor de Dios, no repararíamos ya tanto en lo que agrada o desagrada a nuestro amor propio. Hacednos conocer, Dios mío, ese interior  admirable; introducidnos en esa escuela de piedad, de recogimiento, de oración, a fin de que, disgustados de las cosas exteriores, abandonemos los falaces gustos de la vanidad mundana que nos alejan de Vos, alejan de Vos nuestro corazón, y nos privan de las riquezas inefables de vuestro Reino interior.
Guiados por Vos mismo, oh Señor, entraremos en el corazón del más amado e íntimo de vuestros amigos. ¡Qué calma perfecta en todas sus pasiones! ¡Qué silencio en las potencias todas de su alma! ¡Qué torrente de puras delicias inundan su corazón! … Su vida es una continua oración: sin ningún esfuerzo se eleva a la contemplación de los más sublimes misterios, siempre unido a Vos, con el pensamiento de vuestra presencia y por el más vivo sentimiento de amor. Él os ve, os conoce, os ama, y todo aquello que a Vos no se refiera, desaparece a sus ojos.
Con estas santas disposiciones, ¡cómo debió de aprovechar San José de la ventaja que tenía de conversar familiarmente con Jesús y con María, y de encontrarse junto a la fuente de la gracia! ¡Y qué maravillosos fueron en su alma, los efectos de la presencia visible de Dios!..
Por eso la Iglesia consideró siempre a este gran Santo como el patrono y el modelo de las almas interiores, porque sus ejemplos son los más eficaces para conducirlas a la perfección evangélica.
La devoción a San José, bien entendida y bien practicada, es uno de los medios más poderosos para hacer rápidos progresos en la verdadera y sólida piedad. Persuadidos de que la mejor manera de honrar a los santos es imitando sus virtudes, seremos humildes, castos, dulces, recogidos, fieles al silencio y a la oración, como San José. Se advertirá en nuestra conducta la misma conformidad con la voluntad de Dios, el mismo desapego de los bienes de la tierra, el mismo amor al trabajo y a la penitencia; se verá en nuestras costumbres la misma sencillez, el mismo candor, la misma pureza. Aprenderemos de este gran Santo a amar tiernamente a Jesús, a no obrar sino por El, a ser perfectos seguidores de la fe de la Iglesia, de esa Iglesia santa de la que la humilde casa de San José fue, por así decirlo, cuna y primer santuario.
San José debe servir de modelo, en modo particular, a las personas religiosas, que tienen la suerte de estar consagradas a Dios: separadas del mundo, gozan como él de la paz y del silencio. A ellas corresponde destacarse con una piedad más tierna, más particular hacia este Santo, a quien deben venerar como a padre y modelo, por cuanto su propia vocación las hace más semejantes a él. Y en verdad que toda la vida de San José fue una vida humilde, pobre, escondida, que trascurrió por entero en el recogimiento y en la oración; y nos ofrece el ejemplo de la pureza más inviolable, de la obediencia más perfecta, del espíritu de pobreza que debe animarlas, de la amorosa afección y unión de los corazones que debe reinar entre los miembros de una misma familia.
Todas las acciones de San José, todos sus trabajos, están consagrados a Jesús y a María, y su muerte puede considerarse como la más santa y afortunada. Por lo cual, ¿a quién podrá convenir mejor este perfecto modelo de vida interior, sino a las almas religiosas, quienes como él deben vivir en la humildad, en el desprendimiento de las criaturas, en la soledad y en la unión con Dios? ¿Quién, pues, debe ser más devoto de este Santo, cuyo corazón ardía en tanta caridad, sino las personas que tienen la felicidad de servir a Jesucristo en la persona de los niños y de los pobres?. 
¿Quién habrá que pueda infundirnos una mayor seguridad en la protección de este santo patrono de la buena muerte, sino las personas cuya vida fue una continua muerte a sí mismas y a las vanidades de este mundo?. . .
Las personas consagradas a la educación de la juventud, también deben adoptar a San José como Patrono de una misión de tanta trascendencia, pues el que ha ejercido la tutela del Hijo de Dios puede alcanzarles la gracia toda particular que les facilite el cuidado de la juventud, y esta a su vez tendrá en Jesús el modelo perfecto de la docilidad, el amor y el respeto debidos a los maestros.
El piadoso señor Ollier proponía a sus discípulos el Santo Patriarca como perfecto modelo de la vida sacerdotal. «Sí —repetía—, son los sacerdotes quienes particularmente deben imitar a San José en lo que respecta a los hijos que engendran para Dios. Este Santo dirigía y gobernaba al Niño Jesús con el espíritu de su Padre celestial, con su dulzura, con su sabiduría, con su prudencia, y nosotros debemos proceder así con todos los miembros de Jesucristo confiados a nuestros cuidados, y a quienes debemos tratar con la misma veneración con que San José trataba al Niño Jesús» (Vida del padre Ollier).
El respeto con que San José gobernaba al Hijo de Dios, que había querido sujetarse a él, enseña a todos los ministros de Dios con qué reverencia y con qué temor deben celebrar el tremendo sacrificio, por el cual el divino Salvador se pone en sus manos para ser ofrecido a su Padre celestial. Sí, nosotros más que nadie; nosotros, que tocamos el Cuerpo de Jesucristo, ¡cuánto debemos amar a este Santo, que fue el primero entre todos los hombres que recibió en sus brazos al Salvador, y ofreció a Dios las primicias de esa Sangre preciosa, que el Verbo encarnado vertió en la Circuncisión!…
Debemos mirar a Jesús sobre nuestros altares con la misma fe y con la misma piedad con que San José le miraba en el pesebre.
San José tiene útiles lecciones y admirables ejemplos para los que se dedican al apostolado. Es su perfecto modelo en las penosas fatigas de su profesión; en los viajes y peregrinaciones; en los cuidados que dispensaba a la Sagrada Familia; en las instrucciones, el aliento y los consuelos que con tanto celo prodigaba al prójimo en Egipto y en Nazaret.
San José es perfectísimo modelo para los que abrazaron el estado de virginidad, y lo es también para aquellos que, respondiendo a la voluntad de Dios, se disponen al matrimonio o ya están en este estado. ¡Con qué santas disposiciones el castísimo José recibió a María por esposa!… No buscaba otra cosa sino uniformarse perfectamente a la voluntad de Dios y gloriarse de la compañía de tan augusta Virgen, para practicar con mayor mérito y perfeccionar en cierto modo la bella virtud de la pureza, virtud que, como María, había tenido la gracia de amar y estimar por sobre cualquier otra cosa de este mundo.
Santa Cecilia; San Eduardo, rey de Inglaterra; San Eleazar, conde Arián; Boleslao, rey de Polonia; Alfonso II, rey de Castilla, y muchos otros siervos de Dios, imitando el admirable ejemplo de San José, vivieron en el matrimonio como verdaderos ángeles.
Si, por último, consideráis a San José, no sólo como a esposo castísimo de la más pura de las vírgenes, sino también como a padre nutricio de Jesús, ¿no es también un excelente modelo de educador? Y ¿no es una lección para los padres cristianos, acerca del cuidado que deben tener con los hijos que Dios les ha dado, la amorosa solicitud con que San José cuidó de la infancia de Jesús?. . . Aun cuando era de la real estirpe de David, se vio obligado a ganarse el pan con el trabajo de sus manos, dando con ello ejemplo de la paciencia y de la sumisión a la voluntad de Dios con que los padres deben vivir en su pobreza.
En una palabra, los cristianos de toda condición hallan en todas las acciones de San José, las normas de conducta adaptadas a su propio estado: su vida es algo así como una enseñanza general propuesta por la Iglesia a todos los fieles que la componen.
Así como los pueblos azotados por el hambre acudían al rey de Egipto para obtener trigo, y este los enviaba a José, que era el depositario y dispensador de todas las riquezas del reino, dicién- doles: «Id a José: Ite ad Joseph», del mismo modo, Dios nos muestra al nuevo José, que El escogió de entre todos los hombres para confiarle la persona adorable de su Hijo, y todos los tesoros de gracia que encierra. Por lo que decimos, en consecuencia, a todos los cristianos: ¿Queréis obtener de Dios todas las gracias que necesitáis? Acudid con fe a la poderosa intercesión del predilecto del Rey de los reyes: Ite ad Joseph. ¿Os halláis en medio de graves tribulaciones? ¿Os apena algún temor? Ite ad Joseph, ¿Sentís alguna angustia? ¿Sois molestados por pasiones violentas? Ite ad Joseph. ¿Habéis perdido la paz del alma? ¿Sentís desgano en el servicio de Dios o aridez de espíritu? Ite ad Joseph. ¿Teméis las ilusiones del espíritu infernal? ¿Tenéis necesidad de consejo en vuestras dudas, y de luz para conocer la voluntad de Dios? Ite ad Joseph, que fue el único capaz de explicar  las misteriosas visiones de los sueños de Faraón: Ite ad Joseph.
Los demás santos son invocados en ciertas necesidades particulares, pues parece que Dios hubiera querido repartir entre todos su poder para socorrernos; pero San José recibió un poder general ilimitado para todas las necesidades del alma y del cuerpo.
La augusta Madre de Dios tiene, no hay duda, el primer lugar junto a su divino Hijo, y es a su misericordia a la que debemos dirigirnos con la más grande confianza en todas nuestras necesidades: la devoción a San José no se opone a la que debemos a su Santísima Esposa; antes bien, las dos devociones se completan.
Y no podemos, en nuestros ejercicios de piedad, separar a estos dos esposos, cuya unión fue formada por Dios, que así quiso dárnoslos como modelos y protectores: Quos Deus conjunxit, ho-mo non separet (Marc. X, 9).

sábado, 14 de marzo de 2015

SÁBADO MARIANO

MARÍA, REINA DE LOS MÁRTIRES
Invocando a María como Reina de los mártires, deseamos reconocer su lugar eminente en la obra de la salvación, en cuanto esta obra suscita las ofrendas heroicas del martirio. 

El valor del martirio ha sido subrayado en particular por Jesús al dirigirse a Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Y el evangelista agrega: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios» (Jn 21,18-19). 

El anuncio hecho a Pedro nos hace comprender la importancia del martirio como don supremo que asocia al apóstol al destino de su Maestro. Jesús le había dicho a su discípulo: «Apacienta mis ovejas». Para cumplir adecuadamente su misión como pastor, Pedro estaba llamado a compartir el sacrificio de su propia vida: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11). 

La predicción del martirio fue especialmente más dura para Pedro porque, en el primer anuncio de la Pasión, había reaccionado con violencia; se había rebelado y había pedido que el acontecimiento doloroso fuera borrado del programa, pero Jesús le había reprochado: «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mc 8,32). Luego, entendió que la prueba era necesaria para el cumplimiento de la misión. El anuncio del martirio futuro confirma esta verdad. 

Podemos observar que las circunstancias del anuncio suscitaron una reflexión en la mente de Pedro, con la comparación entre su suerte y la del discípulo predilecto: cuando Pedro había preguntado por Juan: «Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21), había recibido una respuesta que mostraba un destino muy distinto del martirio: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?». 

Por voluntad de Cristo, el apóstol Juan no moriría de muerte violenta, sino que esperaría la llegada de aquél que lo había llamado y que, en el momento que él escogiera, pondría fin a su vida en 
la tierra. 

El
 destino dispuesto para Juan nos demuestra que no todos los apóstoles han acabado sus vidas con el martirio. Nos ayuda a comprender mejor que no era necesario que María diese el testimonio supremo del martirio para estar plenamente unida a su Hijo en el cumplimiento de su misión redentora. 

Por cierto, María ha ofrecido a Jesús la participación más elevada en la obra de la salvación y que ha dado mucho fruto para la humanidad. Pero esa participación no implicaba compartir la crucifixión. Era algo adecuado a su papel de madre. El dolor de María fue el de su corazón maternal. En este sentido, vivió el martirio no en su cuerpo, sino en su corazón. 
Desde este punto de vista, María es reina de los mártires, porque en ella el martirio ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que toca el fondo del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado. Ese dolor es ofrecido perfectamente, con una generosidad sin reservas. 

En María, la participación en el sacrificio redentor está marcada por un clima de serenidad y mansedumbre, como conviene a un corazón de madre. A veces, las circunstancias del martirio podrían despertar tentaciones de venganza o de hostilidad. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la madre de Jesús permaneció colmado de compasión y perdón. La participación en la ofrenda del Salvador ha sido para María una participación en la bondad del corazón apacible y humilde de Cristo. 

En el Calvario, María ofreció un testimonio superior de caridad, que corresponde al significado fundamental del martirio. Su corazón maternal rebosaba de amor a Cristo y toda la humanidad.
P. Jean Galot