REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

jueves, 22 de agosto de 2019

TOTUS TUUS EGO SUM


1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.
María Reina
Catequesis de San Juan Pablo II
23 de julio de 1997

¡RUMBO AL REINO DE MARÍA!

Entre las diversas formas de devoción mariana, existe una que puede llamarse perfecta. Así se conoce la que enseña San Luis María Grignion de Montfort, fallecido en 1716, en Francia. En su famoso Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, nos enseña esta práctica que es el "camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor". (§152)
El Reino de Cristo, por medio del Reino de María
¿En qué consiste esta perfecta devoción a la Madre de Dios?
Sin pretender agotar un asunto tan vasto, trataremos de presentar las líneas generales de esta devoción, para invitar al lector a profundizar en este verdadero cielo que es el mencionado "Tratado", obra maestra de la piedad mariana.
"Fue por intermedio de la Santísima Virgen que Jesucristo vino al mundo, y es también por su intermedio que Él debe reinar en el mundo" (§ 1). Tal es el designio de la Divina Providencia: el conocimiento y la venida del reino de Jesucristo será consecuencia necesaria del conocimiento y de la venida del reino de María. El reino de Dios en la tierra, pedido en el Padrenuestro - "venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" -, sólo se realizará cuando esta devoción enseñada por San Luis Grignion sea ampliamente practicada en todas partes.
María Santísima, la obra maestra por excelencia del Altísimo, el paraíso terrestre del Nuevo Adán, el divino mundo de Dios, debe desempeñar un papel especial en los últimos tiempos. (1)
En ese período, Ella brillará como jamás brilló, en misericordia, fuerza y gracia. Y tendrá más hijos, servidores y esclavos que en todas las épocas anteriores. Por este medio Jesucristo reinará totalmente en todos los corazones.
No hay nada que nos haga pertenecer más a Jesucristo que la esclavitud de amor a María (2), de acuerdo al ejemplo de Jesús mismo, que por amor a nosotros tomó la forma de esclavo.
Primeramente, sujetándose a permanecer durante nueve meses en el seno virginal de María y, enseguida, dedicando la mayor parte de su vida a la convivencia con su Madre. Dice San Luis Grignion que Jesús dio más gloria a Dios viviendo 30 años oculto, sumiso a María, que si hubiera convertido a toda la Tierra con la realización de los más estupendos milagros.


Una perfecta consagración de sí mismo a María
Lo esencial de la verdadera devoción, advierte el santo, "consiste en el interior que ella debe formar, y, por este motivo, no será comprendida igualmente por todo el mundo. Algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, y no seguirán adelante, y estos serán el mayor número; otros, en número reducido, entrarán en su interior, pero apenas subirán un peldaño. (...) ¿Quién, finalmente, se identificará en esta devoción? Solamente aquel a quien el Espíritu de Jesucristo revele este secreto. Él mismo conducirá a ese estado al alma fiel, haciéndola progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia y de luz en luz, para que llegue a transformarse en Jesucristo". (§ 119)
María se da al que es su esclavo por amor
La Santísima Virgen, Madre de dulzura y misericordia, viendo que alguien se le entrega por completo, se entrega también por entero y de un modo inefable a quien todo le da. Ella lo hace sumergirse en el abismo de sus gracias, lo reviste de sus merecimientos, le da el apoyo de su poder, lo ilumina con su luz, lo abrasa con su amor, le comunica sus virtudes, su humildad, su fe y su pureza. En fin, como la persona consagrada es toda de María, María también es toda de ella.
¿Puede haber mayor recompensa?
"Todos los dones, virtudes y gracias del Espíritu Santo son distribuidos por las manos de María a quien Ella quiere, cuando quiere, como quiere y cuanto quiere", afirma San Bernardino de Siena.
Por eso, dice San Luis Grignion, en los últimos tiempos el Altísimo y su Santa Madre deben suscitar grandes santos, de una santidad tal que sobrepujarán a la mayor parte de los santos, como los cedros del Líbano aventajan a los pequeños árboles a su alrededor. Por sus palabras y por su ejemplo, arrastrarán a todo el mundo a la verdadera devoción y esto les habrá de atraer enemigos sin cuenta, pero también victorias innumerables y gloria para el único Dios.
San Luis Grignion designa a esos santos con el nombre de "apóstoles de los últimos tiempos", y los describe con palabras de fuego, poco usuales en nuestros días. Serán ellos como flechas agudas en las manos de María, purificados en el fuego de las grandes tribulaciones. Para los pobres y pequeños tendrán el buen olor de Jesucristo. Y para los orgullosos del mundo, un repugnante olor de muerte. Serán nubes atronadoras, sin apego a cosa alguna. El Señor de las virtudes les dará la palabra y la fuerza para hacer maravillas y alcanzar victorias gloriosas sobre sus enemigos. Dormirán sin oro ni plata y, lo que es mejor, sin preocupaciones. Tendrán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios; en sus hombros ostentarán el estandarte ensangrentado de la Cruz; a la derecha, el crucifijo, a la izquierda, el rosario, en el corazón los nombres sagrados de Jesús y María.
En esa época, las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire. Y María reinará efectivamente en los corazones y en el mundo.
Pregunta San Luis: ¿cuándo y cómo sucederá todo eso? ¡Sólo Dios lo sabe!
En cuanto a nosotros, nos cabe rezar y divulgar por el mundo la verdadera devoción a María Santísima. Oportunamente, regresaremos a este apasionante tema.
*Texto escrito por Sr. Roberto Kasuo, publicado originalmente como artículo en la revista Heraldos del Evangelio nº23 (Nov 2003).