REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

miércoles, 27 de septiembre de 2023

TREINTA AÑOS DESPUÉS DE LA 'VERITATIS SPLENDOR'

 


A TREINTA AÑOS DE LA VERITATIS SPLENDOR SUS ENSEÑANZAS DE LA UNIÓN  ENTRA LA FE Y LA MORAL SON AÚN ACTUALES

El 6 de agosto de 1993 se publicó la encíclica Veritatis Splendor del Papa Juan Pablo II . En 2023, pues, se cumplen 30 años de su divulgación, pero lamentablemente en el mundo católico este importante aniversario se ha caracterizado por un triste silencio. Sin embargo, hoy más que nunca es fundamental redescubrir la enseñanza moral de esta encíclica, especialmente a la luz del Magisterio perenne de la Iglesia, también a través de la voz de aquellos Doctores que tan admirablemente la han estudiado y enseñado: no podemos dejar de mencionar, en el contexto moral, la autoridad indiscutible de Santo Tomás de Aquino y de San Alfonso María de Ligorio, ampliamente retomada por el Pontífice.

El Papa abre la encíclica definiendo principalmente su contenido afirmando que es necesario reiterar la enseñanza moral de la Iglesia ya que nos enfrentamos a «un cuestionamiento global y sistemático de la herencia moral, basado en determinadas concepciones antropológicas y éticas. En su raíz reside la influencia más o menos oculta de corrientes de pensamiento que acaban por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad." El Papa continuó afirmando que de esta manera «se rechaza la doctrina tradicional sobre el derecho natural, sobre la universalidad y validez permanente de sus preceptos; algunas enseñanzas morales de la Iglesia se consideran simplemente inaceptables; se cree que el propio Magisterio sólo puede intervenir en cuestiones morales para "exhortar a las conciencias" y "proponer valores".

Además, sostuvo Juan Pablo II, se ha difundido una opinión que separa fe y moralidad, como si la pertenencia a la Iglesia estuviera determinada únicamente por la fe y debiera tolerarse una pluralidad de opiniones morales subjetivas. 

La encíclica entró luego en la discusión a partir el análisis del pasaje evangélico, tomado del Evangelio de Mateo, del joven rico que pregunta al Señor qué más debe hacer, después de haber respetado los mandamientos, para tener la vida eterna. El Papa subrayó cómo este pasaje muestra exactamente el vínculo intrínseco entre el respeto a la ley moral natural y el amor a Dios y al prójimo. Tanto es así que ningún amor es posible sin la observancia de la Ley y viceversa.

No sólo eso, sino que sin respeto a los Mandamientos ni siquiera la auténtica libertad es posible. El Papa, en el n. 13 de la encíclica, recuerda la posición de san Agustín al respecto: «La primera libertad consiste en estar libre de delitos... como el asesinato, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio, etc.» Cuando uno empieza a no tener estos crímenes (y ningún cristiano debe tenerlos), empieza a levantar la cabeza hacia la libertad, pero esto es sólo el comienzo de la libertad, no la libertad perfecta [...]".

En el núm. 29, Juan Pablo II recuerda cómo la reflexión moral de la Iglesia se ha desarrollado gracias a la teología moral, es decir, «una ciencia que acoge y cuestiona la revelación divina y al mismo tiempo responde a las necesidades de la razón humana». La teología moral es una reflexión que concierne a la "moral", es decir, al bien y al mal de los actos humanos y de quien los realiza, y en este sentido está abierta a todos los hombres; pero es también "teología", en cuanto reconoce el principio y el fin de la acción moral en Aquel que "sólo es bueno" y que, entregándose al hombre en Cristo, le ofrece la bienaventuranza de la vida divina".

Posteriormente, el Pontífice denuncia algunas corrientes del pensamiento moderno que absolutizan la libertad, situándola como fuente de valores. De hecho, «se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema de juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. A la afirmación del deber de seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el mismo hecho de que proviene de la conciencia." (n. 32).

Sin embargo, prosigue Juan Pablo II en el punto siguiente, esto determina la pérdida de la idea de una verdad universal sobre el bien, cognoscible por la razón humana, lo que ha llevado a «una ética individualista, por la cual cada uno se encuentra confrontado con su propia verdad, diferente de la verdad de los demás. Llevado a sus consecuencias extremas, el individualismo resulta en la negación de la idea misma de la naturaleza humana."

Sin embargo, la Iglesia no deja de enseñar que existen preceptos negativos de la ley natural que son universalmente válidos y que obligan a todos y cada uno, siempre y en cualquier circunstancia, o "prohibiciones que prohíben una determinada acción semper et pro semper, sin excepciones, porque la elección de tal comportamiento no es en ningún caso compatible con la bondad de la voluntad de quien actúa, con su vocación a la vida con Dios y a la comunión con los demás" (n. 52).

Hoy en día, incluso entre los católicos, se pone cada día más en discusión la existencia misma de una ley natural no sólo universal, sino también inmutable, es decir, de normas objetivas "válidas para todos los hombres del presente y del futuro, como ya lo fueron para los del pasado [ ...]" (n. 53).

El hombre, enseña el Pontífice, está obligado a actuar según el juicio práctico de la conciencia, que no establece la ley, "sino que da fe de la autoridad de la ley natural y de la razón práctica en referencia al bien supremo, cuya atracción la persona humana acepta y acoge los mandamientos [...]". (n. 60).

Es precisamente la relación de la libertad del hombre con este bien la que determina la moralidad de los actos, pero este bien "está establecido, como ley eterna, por la Sabiduría de Dios que ordena cada ser hasta su fin: esta ley eterna se conoce tanto por razón natural del hombre (y por eso es "ley natural"), como - de manera integral y perfecta - por la revelación sobrenatural de Dios (y por eso se llama "ley divina")". Por tanto, continuó el Papa, un acto es bueno cuando sus elecciones expresan "la ordenación voluntaria de la persona hacia su fin último, es decir, Dios mismo: el bien supremo en el que el hombre encuentra su plena y perfecta felicidad" (n. 72). .

A lo cual Juan Pablo II recordó el problema de las "fuentes de la moralidad" de los actos humanos (objeto, intenciones, circunstancias) que determinan su calificación moral. En particular, se centró en aquellos actos que, por su objeto, o fin próximo (es decir, el directamente deseado cuando el hombre realiza un acto específico), constituyen un mal intrínseco, independientemente de las intenciones del agente y de las circunstancias. Al hacerlo, condenó expresamente aquellas teorías éticas según las cuales «un comportamiento concreto sería correcto o incorrecto, dependiendo de si puede o no producir un mejor estado de cosas para todas las personas implicadas: un comportamiento capaz de «maximizar» los bienes y "minimizar" los males" (n. 74).

El Papa se refería expresamente al «consecuencialismo» y al «proporcionalismo», explicando que «el primero pretende derivar los criterios de rectitud de una acción específica sólo del cálculo de las consecuencias que se espera que se deriven de la ejecución de una elección. La segunda, que pondera conjuntamente los valores y los bienes perseguidos, se centra más bien en la proporción reconocida entre los efectos buenos y malos, teniendo en cuenta el "mayor bien" o el "menor mal" realmente posible en una situación particular" (n. 75). ).

Después de explicar más profundamente estas teorías, Juan Pablo II las condenó firmemente, por considerarlas incompatibles con la doctrina de la Iglesia, ya que "creen que pueden justificar, como moralmente buenas, elecciones deliberadas de comportamiento contrarios a los mandamientos divinos y ley natural».

De hecho, explicó el Papa, si es cierto que en la moral católica «se ha desarrollado una cuidadosa casuística para sopesar las mayores posibilidades de bien en algunas situaciones concretas, también es cierto que esto sólo se refiere a los casos en los que la ley era incierta y , por tanto, no pone en duda la validez absoluta de los preceptos morales negativos a los que obliga sin excepción."

La conclusión del Pontífice fue que los fieles «deben reconocer y respetar los preceptos morales específicos, declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios, Creador y Señor» (n. 76). Esta enseñanza es más actual que nunca y advierte a los católicos contra opciones aparentemente buenas pero que, en realidad, responden a la lógica consecuencialista y proporcionalista que denunció el Papa. En ocasiones, optar por estas teorías responde a una dinámica de desánimo en el mundo católico, ante el incesante avance del mal. Por eso tratamos de tomar atajos que, sin embargo, a la larga resultan no sólo infructuosos sino incluso perjudiciales para las almas. Al contrario, debemos perseverar en el bien, integralmente, seguros del apoyo de Nuestro Señor que continúa diciéndonos: «He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28, 20).

 13 Settembre 2023, di Fabio FuianoCorrispondenza Romana