REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 26 de enero de 2014

XV ANIVERSARIO


El 25 de enero del año 1999, en la Archidiócesis de Santiago de Compostela, recibía su aprobación canónica como Asociación privada  de fieles la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina.
Coincidían en tal fecha tres importantes y significativas celebraciones: la Fiesta de la Conversión del Apóstol San Pablo, el Año Santo Compostelano y el  último Año de preparación para el Gran Jubileo del año 2000, año dedicado a "El Padre celestial".
Quienes en aquellas fechas formábamos parte de la Fraternidad comprendíamos que era el Señor mismo quien nos hablaba a través de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
La aprobación canónica fue recibida por todos nosotros como una gracia inmensa, a través de la cual se reforzaba nuestro deseo y compromiso de vivir enteramente al servicio de la Iglesia y de los intereses de Jesús y de la Virgen: servir a la Iglesia y servir a nuestros hermanos mediante la extensión del reino de Cristo por medio del reinado maternal de María en las almas.
La Santísima Virgen nos conducía suavemente y nos ayudaba a redescubrir con novedoso estupor lo agraciados que éramos por nuestra condición de bautizados y miembros del Cuerpo Místico de Cristo.
Ella, con maternal maestría, iluminaba nuestra almas, ilustraba nuestras mentes y enardecía nuestra voluntad, infundiéndonos un gran deseo de corresponder a la gracia inmensa de ser  hijos muy amados de Dios, redimidos y salvados por la muerte de Jesús, y verdaderos hijos suyos.
María nos hacía comprender que nuestra vocación cristiana era un gran don, el mayor de los dones que habíamos recibido, pero al mismo tiempo era también una tarea, un compromiso que estábamos llamados a llevar a cabo en íntima y estrecha unión con Ella.
Fue la Madre quien iluminó en cada uno de nosotros la conciencia de lo que significaba ser hijos de Dios, cooperadores de Cristo y miembros de la Santa Iglesia.  
Con torpes palabras para describir realidades tan sublimes, podríamos decir que nuestra Madre fue grabando a fuego en nuestros pobres corazones dos palabras llenas de vida: hijo y hermano. 
En esto reside vuestro ser y vuestro quehacer, parecía indicarnos con insistencia, en ser  y vivir como hijos y hermanos.
No se trataba de dos palabras, sino de dos realidades que son vida, y cuya vida tenía que desarrollarse en cada uno de nosotros, crecer más y más, para luego propagarse hasta el último rincón de la tierra.
Esta conciencia más clara y profunda de nuestro ser hijos y hermanos fue transformándonos interiormente hasta el punto de condicionar por entero nuestra forma de vivir y la orientación de nuestras vidas.
Sin duda alguna fue María quien nos enseñó a situarnos filialmente ante Dios nuestro Padre amorosísimo y providente, a unirnos enteramente a la Persona de Cristo y a su Oblación de amor, a confiarnos a Ella como esclavos de amor y  abrir fraternalmente nuestros corazones y nuestras vidas a nuestro prójimo.
Nuestra Madre fue haciéndonos ver que sólo había una forma para que nosotros pudiésemos colaborar en su plan y corresponder a esas gracias, que a través de Ella el Señor iba derramando en nosotros. Esa forma no era otra que vivir en unidad familiar, a semejanza de la Trinidad Beatísima y de la Familia de Nazaret, cuyo eje de unidad y de expansión no es otro que la Caridad.
Aquellos primeros años fueron tiempos de gracias inmensas derramadas por Dios en nosotros a través de las manos maternales de María. 
Por nuestra parte, pobres vasijas de barro, fueron tiempos de asombro y temor; tiempos de lucha interior, de confianza y de abandono, de escucha y de búsqueda.
Al tiempo que veíamos los brazos maternales de María abiertos para protegernos y abrazarnos, sentíamos el vértigo de lanzarnos tambaleantes a dar los primeros pasos corriendo hacia su regazo maternal.
Desde el primer momento Ella nos hizo ver muy claro que la razón de nuestra existencia como Fraternidad sólo tenía sentido naciendo, creciendo y viviendo en la Iglesia, con la Iglesia y para la iglesia. De esta forma la Madre nos ponía a resguardo de ceder a cualquier tentación de arrogancia o de sectarismo.
Éramos conscientes de que no se trataba de levantar una obra nuestra, sino de entregarnos a Ella y colaborar con Ella para que, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad, la Madre realizase su obra en nosotros y a través de nosotros.
Por pura gracia nos fue dado vivir tiempos maravillosos en los que nuestra Madre nos reunía en torno a Jesús Eucaristía. De Ella aprendíamos a adorar, a escuchar, a meditar y a guardar  en nuestros pobres corazones cuanto contemplábamos en las palabras y en los ejemplos de Jesús.
Nuestro amor y nuestra entrega crecía de día en día. Por supuesto que no se trataba de un amor ni de una entrega perfectos, pero sí sinceros y siempre deseosos de una mayor perfección en el amor.
Ser Fraternidad, en torno a María y de la mano de María, suponía para cada uno un deseo ardiente de dar pasos muy concretos en la asimilación de las principales virtudes de nuestra Madre: su humildad profunda, su fe intrépida, su esperanza viva, su caridad ardiente, su oración constante, su austeridad y mortificación, su dulzura y su alegría, su generosidad sin límites y su amor tiernísimo hacia todos sus hijos, especialmente hacia los pobres pecadores, hacia los más pobres y abandonados, hacia los más ignorantes, hacia los enfermos y sufrientes, y también hacia los más pequeños.
Ella nos infundía a cada momento la aspiración a hacer realidad en nuestras vidas aquél propósito y súplica que antes Ella misma había infundido en el corazón de muchos otros hijos suyos: "Madre, que quien me mire a mí, te vea a Ti".
¡Sería imposible relatar cuánto la Madre fue infundiendo en los corazones de aquellos primeros miembros de la Fraternidad!
¡Sería imposible describir la dulzura de su tacto, la suavidad de sus enseñanzas, la atracción irresistible de su presencia en medio de nosotros, la paciencia infinita con que nos sostenía y guiaba a pesar de nuestras torpezas y miserias!
¡Jamás será posible relatar su forma y sus maneras de ejercer con nosotros su ser de Madre Dulcísima y Reina misericordiosa!
El Señor la eligió para ser Madre y Maestra de los redimidos, y aún de todos los hombres.
Todos y cada uno de los primeros miembros de la Fraternidad podemos dar firme testimonio de cómo sólo Ella es la única que nos puede conducir hasta Jesús. Sólo a través de su acción maternal el Espíritu Santo obra en los elegidos el prodigio de asimilarlos a Cristo, conformarlos con Cristo y transformarlos en imagen de Cristo.
La Madre no elige santos, sino pobres pecadores para transformarlos en santos. 
Sólo María es Reina de los corazones, por lo que sólo María, Esposa e instrumento del Espíritu Santo, puede ir moldeando con precisión divina y con paciencia infinita los corazones de aquellos que por medio de Ella Dios llama, reúne, forma y envía.
¡No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria!
¡No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu Santa Madre María sean dados el honor y la alabanza por los siglos!
En nombre de aquellos primeros miembros fundacionales de la Fraternidad y unido a cada uno de ellos como un sólo corazón y una sola alma renuevo nuestro mayor anhelo y súplica: ¡Somos enteramente tuyos Reina nuestra y Madre nuestra, y cuanto tenemos tuyo es! ¡Haznos enteramente tuyos en el tiempo y en la eternidad, Madre Dulcísima y Reina de Misericordia! ¡Todo lo esperamos de Ti omnipotencia suplicante, Madre de Dios y Distribuidora universal de todas las gracias!
Manuel María de Jesús

sábado, 18 de enero de 2014

FÁTIMA, ESCUELA DE ORACIÓN



Así, como la Madre de Dios apareció seis veces en Fátima, con la misma frecuencia también el Ángel. En las primeras tres apariciones en el año 1915 delante de Lucía y otras dos muchachas no habló nada. En el transcurso del año 1916 preparó espiritualmente a Lucía, Jacinta y Francisco para las apariciones de la Madre de Dios. Queremos en esta carta contemplar un poco las últimas tres apariciones, porque son casi un resumen de teología espiritual, como la podemos encontrar en la Sagrada Escritura y en los escritos de los Santos. Son significativas para nosotros y no sólo desde el punto de vista histórico, sino porque también nuestro propio Ángel de la Guarda intenta de manera semejante iluminarnos y llevarnos hacia el camino de la santidad.

Primera revelación: primavera 1916: Loca do Cabeço

Lucía, Jacinta y Francisco estaban buscando un refugio dentro de una pequeña cueva en el declive oriental de la Loca do Cabeço. Comieron un poco y, en seguida rezaron el Rosario, el cual abreviaron de manera ingeniosa, recitando en vez de la oración completa sólo las palabras "Dios te salve María" y "Santa María", para llegar más pronto a su juego. Entonces se les apareció, viniendo del oriente sobre el pequeño declive "una luz más blanca que la nieve y en ella la figura de un joven, completamente transparente a la luz y más brillante que un cristal en el cual se reflejan los rayos del sol. Cuando él se acercó más, podíamos ver mejor y más claramente sus rasgos. Estuvimos admirados y totalmente conmovidos y tocados por esto." Esta descripción de Lucía acerca del Ángel y de su aparición es totalmente bíblica. Pensemos por ejemplo en el Ángel de la Resurrección: "El Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve" (Mt 28,2-4). De forma semejante san Juan nos habla de un Ángel, cuyo rostro era brillante como el sol (cfr. Apc 10,1). Cuando las mujeres llegaron al sepulcro y entraron, "vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: ¡No os asustéis!" (Mc 16,5-6).
San Marcos nos relata, que huyeron temblando y espantados. "Y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo" (Mc16,8). Así como el Ángel de la Resurrección desea librar del temor a las mujeres, también mucho tiempo atrás san Gabriel tranquilizaba al profeta Daniel (Dn 9,21s) y a María en la Anunciación. Así tranquiliza también el Ángel de Fátima a los niños con las palabras "¡No temáis! Soy el Ángel de la paz. ¡Rezad conmigo!" Acerca de estas palabras podemos hacer tres meditaciones:


1. "¡No temáis!"

Aquellos que temen a Dios no necesitan sin embargo temer tampoco a los Ángeles de Dios, ya que una tal aparición semejante nos puede infundir el temor de Dios, ya que el Ángel está lleno de la gloria de Dios, al cual está revelando. Así lo hemos visto en el profeta Daniel. "Cuando él (el Ángel Gabriel) se acercó más, me aterroricé y caí de bruces" (Dn8,17); pero esto no solamente lo experimentó Daniel sino también muchos otros profetas y santos como lo podemos leer en la Sagrada Escritura. Sólo mencionamos aquí a san Juan, quien dos veces cayó ante los pies del Ángel, porque estaba tan brillante y hermoso, sus palabras tan divinas, que Juan se sentía en la presencia del Señor. Juan nos habla expresamente de esta "equivocación" para confirmar la verdad de su Revelación, porque sólo el santo Ángel puede estar tan íntimamente unido a nuestro Señor. Aquí encontramos la gracia de la presencia divina, que el maligno no puede conseguir, ni siquira cuando se viste como "Ángel de luz" (cfr. 2 Cor 11,14).
Los niños quedaron tan sorprendidos de esta presencia de lo divino dentro y a través del Ángel, que Lucía escribe más tarde: "La presencia de lo sobrenatural que nos rodeaba, era tan fuerte que por mucho tiempo nos olvidamos de nosotros mismos... La presencia de Dios se hizo palpable en nosotros tan fuerte y personalmente, que ni pensamos hablar sobre esto entre nosotros mismos. Todavía el día siguiente estábamos sumergidos en esta presencia sobrenatural. Esta gracia se repitió también en las últimas revelaciones del Ángel, que provocó un movimiento todavía mayor de la gracia y del amor." Lucía recuerda también esto, "la fuerza de la presencia de Dios era tan grande que nos envolvía totalmente y casi nos aniquilaba. Parece que carecíamos también del uso de nuestros sentidos por un largo espacio de tiempo. En estos días hicimos todo como impulsados por este ser sobrenatural que nos movía. La paz y la dicha que sentíamos era muy grande, pero totalmente interior. Nuestras almas estaban completamente sumergidas en Dios."
Lucía menciona también, que después del primer encuentro con el Ángel: "No nos vino a la mente hablar sobre esta aparición. Tampoco pensamos en callarnos sobre esto. No teníamos ninguna duda acerca de la aparición. Era algo tan profundamente interior, que simplemente no se podía haber hablado de esto". La comunicación del Ángel se da a través de la luz de los dones del Espíritu Santo, de modo que el alma recibe un conocimiento divino en la profundidad del alma, en un ambiente donde no hay palabras. El alma comprende, pero no lo puede expresar. El Ángel no se comunicó a los niños solamente en palabras, sino les comunicó también las gracias espirituales en la profundidad del alma.

2. "Soy el Ángel de la paz."

El papa Gregorio Magno nos enseña, que los nombres de los Ángeles no se refieren a su esencia, sino más bien a su misión y el servicio que prestan a la humanidad. Por eso Miguel significa: "Quién como Dios", porque su tarea es la de enseñarnos la humildad de la fe. Rafael significa: "Medicina de Dios", porque él fue enviado a curar la ceguera de Tobit y a librar a Sara de los ímpetus del espíritu maligno. Pero aquí se trata del Ángel de la paz. Su misión entonces es guiar a los hombres hacia la paz. Actúa como en la pequeña santa Ironie, por la que nació el "ejército azul"; pero consideramos también, que sus armas son la oración y el sacrificio y que las filas de las almas combatientes están detrás de este Ángel. La paz de las naciones es un don de Dios; la paz en el corazón viene de la sumisión amante ante Dios; y paz en Dios viene de la unión amante con Él.


3. "¡Rezad conmigo!"

No será difícil para nosotros comprender, cuál será el provecho que podríamos obtener de la ayuda del santo Ángel en nuestra oración. Rafael comunicó a Tobías: "Cuando tú y Sara hacíais oración era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones" (Tb 12,12). Cuando rezó el Ángel por la paz en Jerusalén, el Señor respondió con palabras amables, palabras llenas de consuelo (Za 1,13). El hecho de que el Ángel con su oración interceda por nosotros, no lo podemos comprender tan fácilmente. Pero de que sí lo hace, lo podemos ver también en el santo sacrificio de la misa, cuando reza el sacerdote: "que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu Ángel". Santo Tomás de Aquino atribuye al santo Ángel una fuerza especial de intercesión, más grande que la del sacerdote. Escribe: "El santo Ángel, presente en el misterio divino, lleva las oraciones del sacerdote y del pueblo hacia Dios como se dice también en Ap 8,4: 'De la mano de un Ángel subió el incienso con las oraciones de los santos hacia Dios'" (Suma teológica III ,83,4,9). Y en el mismo lugar dice: "La santa misa la podemos llamar así por esta razón," ("missa" viene del verbo "mittere" y significa enviar, mandar) "porque el sacerdote envía sus oraciones por medio del Ángel hacia Dios, como el pueblo envía sus oraciones hacia Dios a través del sacerdote."
Ciertamente, la fuerza y pureza de las oraciones de los Ángeles, a pesar de su naturaleza y gracia angelical, son muy inferiores a las de Dios. Los himnos de alabanza de los Ángeles, sin hablar de los de los hombres, no serían dignos ante Dios. Pero luego se realiza lo inesperado: Dios mismo se hace hombre, el Hijo se convierte en Sumo y Eterno Sacerdote e intercede como representante de sus criaturas por medio de su oración. Nos injertó en su sacrificio de alabanza, infinitamente agradable a Dios que Él ofrece al Padre. Así, Dios, por consiguinte escogió en primer lugar al hombre, pero por causa del hombre, unió a los Ángeles a éste y, al final unirá todo a Cristo, lo que está en los cielos y en la tierra (cfr.Ef 1,10). Por amor a Cristo y a Sus miembros en el Cuerpo místico, los Ángeles desean asistirnos en la oración y en la adoración. Por eso cantan los fieles en la misa bizantina: "Maestro, Señor nuestro Dios, quien ordenaste la jerarquía celestial y las dominaciones de los Ángeles y Arcángeles para alabanza tuya, haz, que en nuestra entrada estemos junto con los Ángeles y celebremos con ellos la Liturgia y la Gloria de Tu Bondad." Un poco más abajo dice la misma oración: "Ahora se unen las Potestades invisiblemente con nosotros en la adoración." Es cuanto clamamos nosotros en la celebración del Rito Romano: "Que los Ángeles ofrezcan por Cristo su oración de adoración, los que siempre están viviendo en Tu presencia. Que también nuestras voces estén unidas con ellos, en la alabanza triunfante del tres veces 'santo'." La oración de la Iglesia sólo es perfecta, cuando Ángel y hombre están unidos a Cristo en la alabanza a la Santísima Trinidad.
La oración y los dos mandamientos principales ¿Cuál, entonces, es la oración que el Ángel enseñó a los niños en Fátima? Es una oración simple de adoración y de intercesión. "Dios mío yo creo, adoro, espero y os amo, os pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman."
La eficacia de esta oración sólo la podemos apreciar de manera correcta, cuando entendemos esta oración como el cumplimiento de los dos mandamientos más grandes del amor a Dios y al prójimo, de los cuales "penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,39). Igualmente enseña san Pablo: "Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Gal 5,14; cfr Rm 13,8.10). Si comprendemos algo de esta verdad, entonces ya no nos admiraría, que los niños, por medio de esta oración, que rezaban por horas enteras, hicieran tanto progreso en las virtudes y en la santidad.
Aunque no somos atletas olímpicos y tampoco genios intelectuales, de todos modos está a nuestro alcance la gracia de Dios que nos capacita para esforzarnos heróicamente. Lo único que tenemos que hacer, es tener la firme voluntad para el amor. La manera más simple de ejercitarlo es esta oración.
"Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?... Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica" (Dt 30,11-14). Pero el Ángel no nos da solamente una fórmula simple de oración para el cumplimiento de este mandamiento, de tal forma que pudiésemos realizarlo por nosotros mismos. No, lo que el Ángel desea ardientemente, es que recemos junto con él. Así como también lo desea nuestro Ángel de la Guarda, que nos arrodillemos y recemos junto con él. Si hacemos esto, el Señor podría realizar una de las promesas más bellas, "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). La oración, indicada por el Ángel de Fátima es tan breve, que la podemos rezar muchas veces durante el día como una jaculatoria unidos a nuestro Ángel y así caminar en la presencia de Dios.


Reverencia en la oración

La manera cómo el Ángel de Fátima, no solamente se arrodilló, sino también tocaba el suelo con su frente, será para nosotros una indicación, de cómo deberíamos rezar con toda reverencia, para que nuestra oración no sea solamente una oración de los labios. El Ángel decía a los niños: "¡Recen así! Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de su súplica." Estas palabras: ¡Recen así! repiten literalmente las palabras de Jesús a sus apóstoles cuando les enseñó a rezar el Padre nuestro (Mt 6,9). Como lo escribe san Agustín, el 'Padre nuestro' no sólo es la mejor de todas las oraciones sino también ejemplo de todas las oraciones. Por eso tampoco el Ángel ha querido imponer a los niños una formula determinada, sino más bien les quiso enseñar, que el amor a Dios y al prójimo será el corazón de todas las oraciones.
Algunas personas fácilmente se dejan desanimar en la oración, se sienten solas y abandonadas, y es bueno que escuchen estas verdades de fe, para que amen a Jesús y María y, que sepan que todo bien nos viene a través de la oración. San Alfonso nos asegura, que siempre y en todo lugar nos es ofrecida una gracia, es decir la gracia de la oración; por medio de la oración podemos recibir todo bien de Dios.
Después desapareció el Ángel y dejó a los niños solos por unos meses, para ver, si permanecían fieles a la gracia recibida y a su propósito. Sin hablar con nadie, excepto entre ellos mismos, sin otras visitas consoladoras del Ángel los niños fueron fieles a su propósito. Lucía notó: "Las palabras del Ángel se marcaron tan profundamente en nuestros corazones, que jamás se nos han olvidado. A partir de este momento recitamos muchas veces y largamente la oración, postrados sobre la tierra, como lo habíamos visto con el Ángel y repetíamos sus palabras, hasta que nos sentíamos exhaustos." Con esto ejercieron una generosidad heróica. (Citas del libro: Memorias de la hermana Lucía, ed. portuguesa, Vice-Postulaçao, Fátima 1987).
Fuente:www. opusangelorum.org

jueves, 16 de enero de 2014

MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES


Queridos hermanos y hermanas:
1. El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”» (Mt 9, 35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante». ¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola: Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros. Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión con él (Cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con él y por él.
2. Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: «Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3); o también: «El Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (Sal 135,4). Pues bien, nosotros somos «propiedad» de Dios no en el sentido de la posesión que hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un pacto de alianza que permanece eternamente «porque su amor es para siempre» (Cf. Sal 136). En el relato de la vocación del profeta Jeremías, por ejemplo, Dios recuerda que él vela continuamente sobre cada uno para que se cumpla su Palabra en nosotros. La imagen elegida es la rama de almendro, el primero en florecer, anunciando el renacer de la vida en primavera (Cf. Jr 1, 11-12). Todo procede de él y es don suyo: el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, pero asegura el Apóstol «vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,23). He aquí explicado el modo de pertenecer a Dios: a través de la relación única y personal con Jesús, que nos confirió el Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por lo tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos en él, amándole «con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser» (Mc 12,33). Por eso, toda vocación, no obstante la pluralidad de los caminos, requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su Evangelio. Tanto en la vida conyugal, como en las formas de consagración religiosa y en la vida sacerdotal, es necesario superar los modos de pensar y de actuar no concordes con la voluntad de Dios. Es un «éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a él en los hermanos y hermanas» (Discurso a la Unión internacional de superioras generales, 8 de mayo de 2013). Por eso, todos estamos llamados a adorar a Cristo en nuestro corazón (Cf. 1 P 3,15) para dejarnos alcanzar por el impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en nosotros y transformarse en servicio concreto al prójimo. No debemos tener miedo: Dios sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada etapa de la vida. Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en nosotros, pero quiere conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra colaboración.
3. También hoy Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria para acercarse a todos, comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros males y enfermedades. Me dirijo ahora a aquellos que están bien dispuestos a ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación. Os invito a escuchar y seguir a Jesús, a dejaros transformar interiormente por sus palabras que «son espíritu y vida» (Jn 6, 63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite también a nosotros: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Os hará bien participar con confianza en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las mejores energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia del amor fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35)?
4. Queridos hermanos y hermanas, vivir este «“alto grado” de la vida cristiana ordinaria» (Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta también encontrarse con obstáculos, fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo nos advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas (Cf. Mt 13, 19-22). Todas estas dificultades podrían desalentarnos, replegándonos por sendas aparentemente más cómodas. Pero la verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que él, el Señor, es fiel, y con él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes. «Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Id siempre más allá, hacia las cosas grandes. Poned en juego vuestra vida por los grandes ideales» (Homilía en la misa para los confirmandos, 28 de abril de 2013). A vosotros obispos, sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas os pido que orientéis la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios de santidad que, al ser personales, «exigen una auténtica pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31).
Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad, de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 15 de Enero de 2014

DECLARACIONES FALSAS ATRIBUIDAS AL PAPA FRANCISCO



El Vaticano News.va página de Facebook ha publicado la siguiente declaración después de una proliferación en Internet de declaraciones falsas atribuidas al Papa Francisco:

 Queridos amigos, hemos sido notificados por muchos lectores que hay historias que circulan actualmente en todo Internet difundiendo declaraciones del Papa Francisco con respecto a una serie de cuestiones, en relación con el contenido de la Biblia, las relaciones entre las religiones, la renovación de la doctrina de la Iglesia, e incluso la convocatoria de un supuesto "Concilio Vaticano Tercero", que son falsas. Estas declaraciones fueron difundidas por fuentes desconocidas. Por lo tanto, nos gustaría alertar a todos los lectores a tener cuidado y no confiar demasiado pronto en noticias sobre el Papa que no son del Vaticano. También hay muchos trolls no identificados en las redes sociales que tratan de poner datos falsos en circulación, aprovechando el hecho de que es fácil  "tirar la piedra y esconder la mano". Muchos de ellos tampoco son conscientes de que TODO FACEBOOK PERFILES DE PAPA FRANCIS / JORGE MARIO BERGOGLIO NO SON LAS PÁGINAS OFICIALES Y NO HAN SIDO AUTORIZADAS PARA REPRESENTAR OFICIALMENTE AL PAPA POR TANTO ELLOS deben indicar claramente que son sólo "páginas de fans". Animamos a todos los lectores a revisar las fuentes oficiales de los medios de comunicación del Vaticano para una confirmación de las declaraciones del Papa de Francisco, o incluso para comprobar qué es exactamente lo que él dijo en referencia a cuestiones específicas. Si las declaraciones atribuidas AL PAPA POR CUALQUIER AGENCIA DE MEDIOS no aparecen en los orígenes del material oficial del Vaticano, esto significa que la información que divulgan NO ES VERDAD. A continuación se muestra una lista de los medios oficiales del Vaticano que se debe usar como referencia válida para asegurarse de que cualquier declaración que se refiere el Papa es verdad: - News.va: un portal agregador de noticias, se informa de las noticias y la información de todos los medios de comunicación del Vaticano en un sitio web, disponible en cinco idiomas: www.news.va News.va también tiene una página de facebook: www.facebook.com / news.va - L'Osservatore Romano (el periódico): www.osservatoreromano.va - Radio Vaticano: www.radiovaticana.va - VIS (Vatican Information Service): www.vis.va - Santa Sede Oficina de Prensa: www.vaticanstate.va / content / vaticanstate / es / altre-istituzioni / sala-stampa-santa-sede.html - Centro Televisivo Vaticano (Centro Televisivo Vaticano): www.ctv.va o www.vatican. va / news_services / televisión / - Vatican.va: el sitio web oficial de la Santa Sede, donde se puede encontrar el texto completo de todos los discursos, homilías y documentos apostólicos del Papa: www.vatican.va - PopeApp: la aplicación oficial para smartphones dedicados al Papa (Derechos de autor News.va) - @ Pontifex:. el perfil oficial de Twitter del Papa Los únicos perfiles oficiales de facebook que representan el Santo Padre y el Vaticano son los de News.va y los medios de comunicación del Vaticano (ver la lista anterior de los medios de comunicación del Vaticano). Nos gustaría agradecer a todos por su amable atención, así como por las notificaciones y sugerencias. ¡Por favor, comparta esta información tanto como sea posible con sus contactos! ¡Muchas gracias!

martes, 14 de enero de 2014

EL SEÑOR SE IMPLICA EN NUESTRA HISTORIA



Homilía del Santo Padre 13-1-14
El amor de Dios ajusta nuestras equivocaciones, nuestras historias de pecadores, porque no nos abandona jamás, incluso si nosotros no comprendemos este amor. Lo afirmó el Papa al celebrar esta mañana la Santa Misa en la capilla de la Casa de Santa Marta, en el primer lunes del Tiempo ordinario.
Jesús llama a Pedro, Andrés, Santiago y Juan: están pescando, pero dejan inmediatamente las redes y lo siguen. Al comentar el Evangelio del día, el Papa subrayó que el Señor quiere preparar a sus discípulos para su nueva misión. “Es precisamente de Dios, del amor de Dios” – dijo el Papa Francisco – “preparar los caminos… preparar nuestras vidas, para cada uno de nosotros. Él no nos hace cristianos por generación espontánea: ¡Él prepara! Prepara nuestro camino, prepara nuestra vida, con tiempo”:
“Parece que Simón, Andrés, Santiago y Juan hayan sido aquí elegidos definitivamente, ¡sí han sido elegidos! ¡Pero ellos, en este momento no han sido definitivamente fieles! Después de esta elección se han equivocado, han hecho propuestas no cristianas al Señor: ¡han renegado al Señor! Pedro de modo superlativo, los demás por temor: están asustados y se van. Han abandonado al Señor. El Señor prepara. Y después, tras la Resurrección, el Señor ha debido continuar este camino de preparación hasta el día de Pentecostés. Y después de Pentecostés también, algunos de éstos – Pedro, por ejemplo – se ha equivocado y Pablo ha tenido que corregirlo. Pero el Señor prepara”.
De este modo – prosiguió el Papa – el Señor “nos prepara desde tantas generaciones”:
“Y cuando las cosas no van bien, Él se implica en la historia y ajusta la situación y va adelante con nosotros. Pero pensemos en la genealogía de Jesucristo, en aquella lista: éste genera a éste, éste genera a éste, éste genera a éste… En aquella lista de historia hay pecadores y pecadoras. ¿Pero cómo ha hecho el Señor? Se ha implicado, ha corregido el camino, ha regulado las cosas. Pensemos en el gran David, un gran pecador y después un gran santo. ¡El Señor sabe! Cuando el Señor nos dice ‘Con amor eterno, Yo te he amado’ se refiere a esto. Desde tantas generaciones el Señor ha pensado en nosotros, ¡en cada uno de nosotros!”.
“Me agrada pensar – afirmó el Papa – que el Señor tenga los sentimientos de la pareja que está en espera de un hijo: lo espera. Nos espera siempre en esta historia y después nos acompaña durante la historia. ¡Éste es el amor eterno del Señor; eterno, pero concreto! También un amor artesanal, porque Él va haciendo la historia, va preparando el camino a cada uno de nosotros. ¡Y éste es el amor de Dios” que “nos ama desde siempre y jamás nos abandona! Oremos al Señor para conocer esta ternura de su corazón”. Y esto – observó Francisco es “un acto de fe” y no es fácil creer esto:
“Porque nuestro racionalismo dice: ‘¿Cómo el Señor, con tantas personas que tiene, piensa en mí? ¡Pero me ha preparado el camino a mí! Con nuestras mamás, nuestras abuelas, nuestros padres, nuestros abuelos y bisabuelos… El Señor hace así. Es éste su amor: concreto, eterno y también artesanal. Oremos, pidiendo esta gracia de comprender el amor de Dios. ¡Pero no se lo comprende jamás! Se siente, se llora, pero entenderlo desde acá, no se lo entiende. También esto nos dice cuán grande es este amor. El Señor que nos prepara desde hace tiempo, camina con nosotros, preparando a los demás. ¡Está siempre con nosotros! Pidamos la gracia de entender con el corazón este gran amor”.
Fuente: www.news.va

CARTA DEL PAPA FRANCISCO A LOS FUTUROS CARDENALES



Querido hermano,

En el día en el que se hace pública tu elección de formar parte del Colegio de Cardenales, te mando un cordial saludo, y te aseguro mi cercanía y mi oración. Espero que, al formar parte de la Iglesia de Roma “vestido con las virtudes y los sentimientos del Señor Jesús” (cf.Rom 13,14 ), puedas ayudarme con fraterna eficacia en mi servicio a la Iglesia universal”.

El cardenalato no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es simplemente un servicio que exige ampliar la vista y agrandar el corazón. Y, aunque parezca una paradoja, este poder observar más lejos y amar más universalmente con mayor intensidad, se pueden obtener sólo siguiendo el camino del Señor: el camino de la humildad, convirtiéndose en siervo (cfrFil 2,5 - 8) . Así que te pido , por favor, que recibas esta designación, con un corazón sencillo y humilde. Y, aunque lo hagas con alegría y con gozo, intenta que este sentimiento se aleje de cualquier expresión mundana, de cualquier celebración ajena al espíritu evangélico de austeridad, sobriedad y pobreza.

Adiós y hasta el próximo 20 de febrero, cuando comenzaremos los dos días de reflexión sobre la familia. Quedo a tu disposición y, por favor, te pido que reces y pidas que recen por mi.

Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te proteja”.

lunes, 13 de enero de 2014

EL BAUTISMO ES ABSOLUTAMENTE NECESARIO PARA SALVARSE


EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
Dios, al crear al hombre, le concedió el don de la gracia santificante, elevándolo a la dignidad de hijo suyo y heredero del cielo. Al pecar Adán y Eva se rompió la amistad del hombre con Dios, perdiendo el alma la vida de la gracia. A partir de ese momento, todos los hombres con la sola excepción de la Bienaventurada Virgen María nacemos con el alma manchada por el pecado original.
La misericordia de Dios, sin embargo, es infinita: compadecido de nuestra triste situación, envió a su Hijo a la tierra para rescatarnos del pecado, devolvernos la amistad perdida y la vida de la gracia, haciéndonos nuevamente dignos de entrar en la gloria del cielo.
Todo esto nos lo concede a través del sacramento del bautismo: Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, de modo que así como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida'' (Rom. 6, 4).
NOCIÓN
El bautismo es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.
Nominalmente, la palabra bautizar (‘baptismsV’ en griego) significa ‘sumergir’, 'introducir dentro del agua'; la 'inmersión' en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cfr. Rm. 6, 3-4; Col 2, 12) como ‘nueva criatura’ (2 Co. 5, 17; Ga. 6, 15) (Catecismo, n. 1214).
Entre los sacramentos, ocupa el primer lugar porque es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (Catecismo, n. 1213).
San Pablo lo denomina baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo (Tit. 3, 5);
San León Magno compara la regeneración del bautismo con el seno virginal de María;
Santo Tomás, asemejando la vida espiritual con la vida corporal, ve en el bautismo el nacimiento a la vida sobrenatural.


EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY
Es dogma de fe que el bautismo es un verdadero sacramento de la Nueva Ley instituido por Jesucristo.
Además de la definición dogmáica del Concilio de Trento (cfr. Dz. 844), el Papa S. Pío X condenó como heréica la siguiente proposición de los modernistas: La comunidad cristiana introdujo la necesidad del bautismo, adoptándolo como rito necesario y ligando a él las obligaciones de la profesión cristiana'' (Dz. 2042). Los modernistas niegan con esta proposición tanto la institución del bautismo por Cristo como su esencia propia de sacramento verdadero.
 En la Sagrada Escritura también se prueba que el bautismo es uno de los sacramentos instituidos  por Jesucristo:
        a) En el Nuevo Testamento aparecen testimonios tanto de las notas esenciales del sacramento como de su institución por Jesucristo:
        - el mismo Señor explica a Nicodemo la esencia y la necesidad de recibir el bautismo: En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos'' (Jn. 3, 3-5);
        - Jesucristo da a sus discípulos el encargo de administrar el bautismo (cfr. Jn. 4, 2);
        - ordena a sus Apóstoles que bauticen a todas las gentes: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28, 18-19). Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda creatura. El que creyere y se bautizare, se salvar '' (Mc. 16, 15-16);
        - los Apóstoles, después de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo, comenzaron a bautizar: ver Hechos 2, 38 y 41.
        b) En el Antiguo Testamento aparecen ya figuras del bautismo, es decir, hechos o palabras que, de un modo velado, anuncian aquella realidad que de modo pleno se verificar  en los siglos venideros.

Son figuras del bautismo, según la doctrina de los Apóstoles y de los Padres, la circuncisión (cfr. Col. 2, llss.), el paso del Mar Rojo (cfr. I Cor. 10, 12), el Diluvio Universal (I Pe. 3, 20ss.). En Ez. 36, 25, hallamos una profecía formal del bautismo: Esparcir‚ sobre vosotros agua limpia y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiar‚. Cfr. también Is. 1, 16ss.; 4, 4; Zac. 13, 1; etc.
Además, el bautismo que confería San Juan Bautista antes del inicio de la vida pública de Jesucristo, fue una preparación inmediata para el bautismo que Cristo instituiría (Mt. 3, 11). El bautismo de Juan, sin embargo, no confería la gracia, tan sólo disponía a ella moviendo a la penitencia (cfr. S. Th. III, q. 38, a. 3).
Sobre el momento de institución, Santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th. III, q. 66, a. 2) explica que Jesucristo instituyó el sacramento del bautismo precisamente cuando fue bautizado por Juan (Mt. 3, 13ss.), al ser entonces santificada el agua y haber recibido la fuerza santificante. La obligación de recibirlo la estableció después de su muerte (Mc. 16, 15, citado arriba). Lo mismo enseña el Catecismo Romano, parte II, cap. 2, n. 20.


EL SIGNO EXTERNO DEL BAUTISMO
La materia
La materia del bautismo es el agua natural (de fe, Conc. de Florencia, Dz. 696).
Las pruebas son:
1º.  Sagrada Escritura: lo dispuso el mismo Cristo (Jn. 3, 5: quien no naciere del agua... ) y así lo practicaron los apóstoles (Hechos 8, 38; llegados donde había agua, Felipe lo bautizó...; Hechos 10, 44-48).
2º. Magisterio de la Iglesia: lo definió el Concilio de Trento: si alguno dijere que el agua verdadera y natural no es necesaria para el bautismo... sea anatema (Dz. 858).
Trento hizo esta definición contra la doctrina de Lutero, que juzgaba lícito emplear cualquier líquido apto para realizar una ablución. Otros textos del Magisterio: Dz. 412, 447, 696. Sería materia inválida, por ejemplo, el vino, el jugo de frutas, la tinta, el lodo, la cerveza, la saliva, el sudor y, en general, todo aquello que no sea agua verdadera y natural.

3º.  La razón teológica encuentra además los siguientes argumentos de conveniencia para emplear el agua:
- el agua lava el cuerpo; luego, es muy apta para el bautismo, que lava el alma de los pecados;
- el bautismo es el más necesario de todos los sacramentos: convenía, por lo mismo, que su materia fuera fácil de hallar en cualquier parte: agua natural (cfr. S. Th. III, q. 66, a. 3).
        La ablución del bautizado puede hacerse ya sea por infusión (derramando agua sobre la cabeza) o por inmersión (sumergiendo totalmente al bautizado en el agua):
"El bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo a las normas de la Conferencia Episcopal" (CIC. c. 854).
 Para que el bautismo sea válido
        a) debe derramarse el agua al mismo tiempo que se pronuncian las palabras de la forma;
        b) el agua debe resbalar o correr sobre la cabeza, tal que se verifique un lavado efectivo (en caso de necesidad p. ej., bautismo de un feto bastaría derramar el agua sobre cualquier parte del cuerpo).
La forma
La forma del bautismo son las palabras del que lo administra, las cuales acompañan y determinan la ablución. Esas palabras son: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Esta fórmula expresa las cinco cosas esenciales:
1º. La persona que bautiza (ministro): Yo
2º. La persona bautizada (sujeto): te
3º. La acción de bautizar, el lavado: bautizo
4º. La unidad de la divina naturaleza: en el nombre (en singular; no ‘en los nombres', lo que sería erróneo)
5º. La distinción de las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.



EFECTOS DEL BAUTISMO
Los efectos del bautismo son cuatro: la justificación, la gracia sacramental, la impresión del carácter en el alma y la remisión de las penas.
 La justificación
Hemos dicho (cfr. 1.2.3) que la justificación consiste, según su faceta negativa, en la remisión de los pecados y, según su faceta positiva, en la santificación y renovación interior del hombre (cfr. Dz. 799, Catecismo, n. 1989).
No son dos efectos, sino uno solo, pues la gracia santificante se infunde de modo inmediato al desaparecer el pecado; estas dos realidades no pueden coexistir y, además, no hay una tercera posibilidad: el alma o está en pecado o está en gracia.
        Así pues, al recibirse con las debidas disposiciones, el bautismo consigue:
        a) la remisión del pecado original y en los adultos la remisión de todos los pecados personales, sean mortales o veniales;
        b) la santificación interna, por la infusión de la gracia santificante, con la cual siempre se reciben también las virtudes teologales fe, esperanza y caridad, las demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Puede decirse que Dios toma posesión del alma y dirige el movimiento de todo el organismo sobrenatural, que está ya en condiciones de obtener frutos de vida eterna.
Estos dos efectos se resumen, por ejemplo, en el texto de la Sagrada Escritura que dice: Bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados (perdón de los pecados), y recibiréis el don del Espíritu Santo (santificación interior) (Hechos 2, 38). Otros textos: I Cor. 6, 11; Hechos 22, 16; Rom, 6, 3ss.; Tit. 3, 5; Jn. 3, 5, etc. En el Magisterio de la Iglesia se enseña esta verdad en los siguientes textos: Dz. 696, 742, 792, 895, etc.
La gracia sacramental
Esta gracia supone un derecho especial a recibir los auxilios espirituales que sean necesarios para vivir cristianamente, como hijo de Dios en la Iglesia, hasta alcanzar la salvación.
Con ella, el cristiano es capaz de vivir dignamente su ‘nueva existencia’, pues ha renacido, cual nueva criatura, semejante a Cristo que murió y resucitó, según las palabras del Apóstol: Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos (Col. 2, 12. Cfr. Conc. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 22).
El carácter bautismal
El bautismo recibido válidamente imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el carácter bautismal, y por eso este sacramento no se puede repetir (De fe, Conc. de Trento, Dz. 852 y 857; Catecismo, n. 1121).
        El carácter sacramental realiza una semejanza con Jesucristo que, en el caso del bautismo, implica:
        a) La incorporación del bautizado al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
El bautizado pasa a formar parte de la comunidad de todos los fieles, que constituyen el Cuerpo Místico de Cristo, cuya cabeza es el mismo Señor.
De la unidad del Cuerpo Místico de Cristo -uno e indivisible- se sigue que todo aquel que recibe válidamente el bautismo (aunque sea bautizado fuera de la Iglesia Católica, por ejemplo en la Iglesia Ortodoxa o en algunas confesiones protestantes) se convierte en miembro de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
        b) La participación en el sacerdocio de Cristo, esto es, el derecho y la obligación de continuar la misión salvadora y sacerdotal del Redentor. Por el carácter, el cristiano es mediador entre Dios y los hombres: eleva hasta Dios las cosas del mundo y da a los hombres las cosas de Dios. Esta participación es doble:
        1º. Activa: santificando las realidades temporales y ejerciendo el apostolado.
Así lo resume el Decreto sobre el apostolado de los seglares (Decreto Apostolicam actuositatem, del Conc. Vaticano II), en el n. 2: la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado. ‘Por su misma naturaleza’ supone el hecho único y exclusivo de la recepción bautismal. Ver también, Const. Lumen gentium, nn. 31 y 33.
        2º. Pasiva: facultad para recibir los demás sacramentos.
Por eso el bautismo se denomina ianua sacramentorum, puerta de los sacramentos.
Remisión de las penas debidas por los pecados
Es verdad de fe (Concilio de Florencia, Dz. 696; Concilio de Trento, Dz. 792), que el bautismo produce la remisión de todas las penas debidas por el pecado.
Se supone, naturalmente, que en caso de recibirlo un adulto, debe aborrecer internamente todos sus pecados, incluso los veniales.
        Por esto, San Agustín enseña que el bautizado que partiera de esta vida inmediatamente después de recibir el sacramento, entraría directamente en el cielo (cfr. De peccatórum meritis et remissione, II, 28, 46).
Santo Tomás explica el porqué de este efecto con las siguientes palabras:
"La virtud o mérito de la pasión de Cristo obra en el bautismo a modo de cierta generación, que requiere indispensablemente la muerte total a la vida pecaminosa anterior, con el fin de recibir la nueva vida; y por eso quita el bautismo todo el reato de pena que pertenece a la vida anterior. En los demás sacramentos, en cambio, la virtud de la pasión de Cristo obra a modo de sanación, como en la penitencia. Ahora bien: la sanción no requiere que se quiten al punto todas las reliquias de la enfermedad" (In Ep. ad Romanos, c. 2, lect. 4).



NECESIDAD DE RECIBIR EL  BAUTISMO
El bautismo es absolutamente necesario para salvarse, de acuerdo a las palabras del Señor: "El que creyere y se bautizare, se salvará"  (Mc. 16, 16).
El Concilio de Trento definió: "Si alguno dijere que el bautismo es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema" (Dz. 861). "La legislación eclesiástica afirma: El bautismo, puerta de los sacramentos, cuya recepción de hecho o al menos de deseo es necesaria para salvarse..." (CIC, c. 849).
        La razón teológica es clara: sin la incorporación a Cristo -la cual se produce en el bautismo- nadie puede salvarse, ya que Cristo es el único camino de vida eterna, sólo El es el Salvador de los hombres (cfr. Jn. 14, 9; Hechos 4, 12. Ver S. Th. III, q. 68, aa. 1-3).

        Sin embargo, este medio necesario para la salvación puede ser suplido en casos extraordinarios, cuando sin culpa propia no se puede recibir el bautismo de agua, por el martirio (llamado también bautismo de sangre), y por la contrición o caridad perfecta (llamada también bautismo de deseo) para quienes tienen uso de razón.
        1º. El bautismo de deseo es el anhelo explícito (p. ej., catecúmeno) o implícito (p. ej., pagano o infiel) de recibir el bautismo, deseo que debe ir unido a la contrición perfecta.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña al respecto que a los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el Bautismo, unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento (n. 1259). Otros textos del Magisterio pueden verse en: Dz. 388, 413, 796, 847. Ver también CIC, c. 849.
        Para aquel que ha conocido la revelación cristiana, el deseo de recibirlo ha de ser explícito. Por el contrario, para el que no tenga ninguna noticia del sacramento basta el deseo implícito. De esta forma, la misericordia infinita de Dios ha puesto la salvación eterna al alcance real de todos los hombres.
        Es, pues, conforme al dogma, creer que los no cristianos que de buena fe invocan a Dios (sin fe es imposible salvarse), están arrepentidos de sus pecados (no puede cohabitar el pecado con la gracia), tienen el deseo de hacer todo lo necesario para salvarse (cumplen la ley natural e ignoran inculpablemente a la verdadera Iglesia), quedan justificados por el bautismo de deseo (cfr. Lumen gentium, n. 16).
En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir ‘Dejad que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis’ (Mc. 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo (Catecismo, n. 1261).
        2º. El bautismo de sangre es el martirio de una persona que no ha recibido el bautismo, es decir, el soportar pacientemente la muerte violenta por haber confesado la fe cristiana o practicado la virtud cristiana.

        Jesús mismo dio testimonio de la virtud justificativa del martirio: A todo aquel que me confesare delante de los hombres yo también le confesar‚ delante de mi Padre que est  en los cielos (Mt. 10, 32); El que perdiere su vida por amor mío, la encontrar  (Mt. 10, 39); etc.
La Iglesia venera como mártir a Santa Emereciana, que antes de ser bautizada fue martirizada sobre el sepulcro de su amiga Santa Inés, al que había ido a orar. De Valentiniano II, que fue asesinado mientras se dirigía a Milán para recibir el bautismo, dijo San Anselmo: Su deseo lo ha purificado (De obitu Valent. 51). Conforme al testimonio de la Tradición y la liturgia (por ejemplo, la festividad de los Santos Inocentes), también los niños que no han llegado al uso de razón pueden recibir el bautismo de sangre.


EL MINISTRO DEL BAUTISMO
        El ministro ordinario del bautismo es el Obispo, el presbítero y el diácono (CIC, c. 861, & 1).
        En el caso de urgente necesidad, puede administrarlo cualquier persona, aun hereje o infiel, con tal que emplee la materia y la forma prescritas (ver 2.3) y tenga intención al menos de hacer lo que la Iglesia hace.
"En caso de necesidad, no sólo puede bautizar el sacerdote o el diácono, sino también un hombre o una mujer, e incluso un pagano y un hereje, con tal que lo haga en la forma que lo hace la Iglesia y que pretenda hacer lo que ella hace" (Dz. 696). Ya antes, el Concilio de Letrán definió como verdad de fe que el bautismo puede administrarlo válidamente cualquier persona (cfr. Dz. 430).
        La razón de lo anterior es clara: siendo el bautismo absolutamente necesario para la salvación, quiso Jesucristo facilitar extraordinariamente su administración poniéndolo al alcance de todos. Es por eso que la Iglesia indica que "los pastores de almas, especialmente el párroco, han de procurar que los fieles sepan bautizar debidamente" (CIC, c. 861, & 2).
Si el niño permanece vivo tras el bautismo de emergencia, se debe notificar al párroco correspondiente, el cual averiguar  la validez del sacramento, registrándolo en los archivos parroquiales y completando las ceremonias adicionales.
Fuera de caso de necesidad, el bautismo administrado por una persona cualquiera sería válido, pero gravemente ilícito (cfr. CIC, c. 862).

EL SUJETO DEL BAUTISMO
"Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano no bautizado, y sólo él" (CIC, c. 864).
Los sujetos incapaces son sólo los ya bautizados o los muertos. En duda si la persona vive, se administra bajo condición: Si vives, yo te bautizo... "Cuando hay duda sobre si alguien fue bautizado, o si el bautismo fue administrado válidamente, y la duda persiste luego de cuidadosa investigación, se ha de bautizar bajo condición: Si no estás bautizado, yo te bautizo..."
        Para estudiar las condiciones que han de reunir los que se bautizan, distinguiremos al sujeto adulto del que no ha llegado al uso de razón.
        1º. Los adultos
        Para quienes han llegado al uso de razón es necesaria la intención de recibir el bautismo, de manera que el bautizado sin voluntad de recibir el sacramento, ni lícita, ni válidamente es bautizado (Instr. de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, 3-VIII-1860).
Estaría en este caso, por ejemplo, el infiel que sea obligado a recibir el bautismo, o que finja recibirlo para sacar provechos personales, o si mientras duerme es bautizado sin su consentimiento, etc.
        Para recibirlo lícitamente, se requiere (cfr. CIC, c. 865, & 1):
        - que el sujeto tenga fe (recuérdense las palabras de Mc. 16, 16: El que creyere y fuere bautizado, se salvará: primero la fe, luego el bautismo). Las verdades de fe en las que al menos debe creer, son: la existencia de Dios, que Dios es remunerador, la Encarnación del Verbo, y la Santísima Trinidad. Ha de preceder al bautismo, por tanto, la instrucción suficiente sobre estas verdades; ya después de bautizado habría de ser instruido en las demás;
        - que esté arrepentido de sus pecados (Hechos 2, 38: arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros) pues, como hemos dicho, la gracia en este caso, la que recibe el bautizado es incompatible con el pecado.

De lo anterior se seguiría, por ejemplo, que quien acepte ser bautizado por miedo, recibir  válidamente el sacramento, puesto que le faltaría la intención de recibirlo, aunque mientras no tuviera la fe y la penitencia debidas, sería infructuoso en él.
        2º. Los niños
        Es válido y lícito el bautismo de los niños que aún no llegan al uso de razón.
Inocencio III lo declaró verdad de fe contra los valdenses (Dz. 424 y 430); el Conc. de Trento contra los anabaptistas (que repetían el bautismo cuando el individuo llegaba al uso de razón) y contra los protestantes (afirmaban que al ser la fe causa eficaz de la validez sacramental, se requería que el sujeto la poseyera en acto: cfr. Dz. 867 a 870).
La costumbre de bautizar a los niños es muy antigua en la Iglesia. Ya el Conc. de Cartago (a. 418) declaró contra los pelagianos que los niños recién nacidos del seno materno han de ser bautizados (canon 2). La misma doctrina se declaró en Éfeso y en otros muchos Concilios (II de Letr n, IV de Letrán, Vienne, Florencia, etc.).
        Según la doctrina católica, la fe actual del niño puede faltar, pues no es ella la causante de la eficacia sacramental como afirman los protestantes sino sólo un acto dispositivo. La fe en acto es sustituida por la fe de la Iglesia.
Una profunda fundamentación filosófica de este importante tema es tratada en la Suma Teológica, III, q. 68, a. 9.
        Santo Tomás de Aquino (cfr. S. Th., III, q. 68, a. 9) prueba que no sólo es lícito y válido bautizar a los niños, sino que además:
        - es necesario bautizarlos, ya que nacen con la grave mácula del pecado original, que sólo el bautismo puede curar (resultaría análogo el caso del niño que nace enfermo y no se busca su alivio);
        - es conveniente porque, como la gracia se produce ex opere operato, ya desde esa tierna edad son poseedores de los bienes sobrenaturales y reciben la constante actuación benéfica del Espíritu Santo en sus almas.
Con frecuencia algunos se preguntan: ¿Está bien que los padres o los padrinos acepten en nombre del niño unas obligaciones sin saber si luego serán aceptadas? Es verdad que el bautismo impone obligaciones y exige responsabilidades, pero también la vida, y la educación del párvulo exigen responsabilidades y, con todo, no se pregunta al niño si quiere asumir las cargas de la escuela o de la vida, sino que se le prepara para hacerlo porque son para él un bien.
El bautismo es un don, el mayor de todos los dones. Para recibir un don no se requiere el consentimiento explícito. ¿No hay acaso leyes por las que los padres o tutores pueden y deben aceptar una herencia en nombre de su hijo? ¿Por qué razones habría que hacer una excepción con el bautismo, que abre camino a los tesoros de la gracia?
Tampoco es motivo suficiente decir que siempre queda tiempo para recibir el bautismo, en edad adulta. Esto equivaldría a decir que no tiene importancia alguna el beneficio que recibe el niño desde pequeño, o exponerle durante años al peligro de perder el cielo eternamente. Y, puesto que nadie tiene seguro un solo día de vida terrena, luego tampoco está asegurado el bautismo más adelante si a su tiempo no lo recibió por negligencia de sus padres.
        En vista de la importancia que el bautismo tiene para la salvación, la legislación de la Iglesia indica que los padres tienen obligación de hacer que los hijos sean bautizados en las primeras semanas (CIC, c. 867 & 1), y si el niño se encuentra en peligro de muerte, debe ser bautizado sin demora'' (Ibid., & 2).
        Por la misma razón, también se indica que el niño de padres católicos, e incluso no católicos, en peligro de muerte, puede lícitamente ser bautizado, aun contra la voluntad de sus padres (c. 868, & 1); aunque fuera del peligro de muerte, no se ha de bautizar al niño cuyos padres se opongan, por no tener la esperanza de poder educarlo en la religión católica (Ibid.).
        Por último, se indica que:
        - El niño expósito o que se halló abandonado, debe ser bautizado, a no ser que conste su bautismo después de una investigación diligente (c. 870);
        - En la medida de lo posible se deben bautizar los fetos abortivos, si viven (c. 871).
La doctrina de que el feto humano está informado por el alma racional desde el primer momento de su concepción, es la razón por la que el legislador manda bautizar si se produce un aborto. Es de notar que esta doctrina es tan firme, que no tiene lugar en este caso el bautismo bajo condición, si consta que el feto está vivo.

Las mismas razones aducidas para el bautismo de los niños han de emplearse cuando se trata de dementes que nunca han tenido uso de razón.


LOS PADRINOS DEL BAUTISMO
Padrinos son las personas designadas por los padres del niño -o por el bautizado, si es adulto-, para hacer en su nombre la profesión de fe, y que procuran que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones del mismo (CIC, c. 872).
        La legislación de la Iglesia en torno a los padrinos del bautismo estipula que:
        - ha de tenerse un solo padrino o una madrina, o uno y una (CIC, c. 873);
        - para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:
tenga intención y capacidad de desempeñar esta misión;
haya cumplido 16 años;
sea católico, esté confirmado, haya recibido el sacramento de la Eucaristía y lleve una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir;
no esté afectado por una pena canónica;
no sea el padre o la madre de quien se bautiza (cfr. CIC, c. 874 & 1).