REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

sábado, 31 de enero de 2015

SÁBADO MARIANO

Madre:
Tengo mil dificultades: ayúdame.
De los enemigos del alma: sálvame.
En mis desaciertos: ilumíname.
En mis dudas y penas: confórtame.
En mis enfermedades: fortaléceme.
Cuando me desprecien: anímame.
En las tentaciones: defiéndeme.
En horas difíciles: consuélame.
Con tu corazón maternal: ámame.
Con tu inmenso poder: protégeme.
Y en tus brazos al expirar: recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén. 

jueves, 29 de enero de 2015

UNA FORMA PARTICULAR DE CONSAGRACIÓN A DIOS

*Año de la Vida Consagrada
LA VIDA RELIGIOSA: UNA FORMA 
PARTICULAR DE CONSAGRACIÓN A DIOS
5. La consagración es la base de la vida religiosa. Al afirmarlo, la Iglesia quiere poner en primer lugar la iniciativa de Dios y la relación transformante con El que implica la vida religiosa. La consagración es una acción divina. Dios llama a una persona y la separa para dedicársela a Si mismo de modo particular. Al mismo tiempo, da la gracia de responder, de tal manera que la consagración se exprese, por parte del hombre, en una entrega de sí, profunda y libre. La interrelación resultante es puro don: es una alianza de mutuo amor y fidelidad, de comunión y misión para gloria de Dios, gozo de la persona consagrada y salvación del mundo.
6. Jesús mismo es Aquel a quien el Padre consagró y envió en el más alto de los modos (cf. Jn 10, 86). En El se resumen todas las consagraciones de la antigua Ley, que simbolizaban la suya y en El está consagrado el nuevo Pueblo de Dios, de ahí en adelante misteriosamente unido a El. Por el bautismo Jesús comparte su vida con cada cristiano; cada uno es santificado en el Hijo; cada uno es llamado a la santidad; cada uno es enviado a compartir la misión de Cristo, con capacidad de crecer en el amor y en el servicio del Señor. Este don bautismal es la consagración fundamental cristiana y viene a ser raíz de todas las demás.
7. Jesús vivió su consagración precisamente como Hijo de Dios: dependiendo del Padre, amándole sobre todas las cosas y entregado por entero a su voluntad. Estos aspectos de su vida como Hijo son compartidos por todos los cristianos. A algunos, sin embargo, para bien de todos, Dios da el don de seguir más de cerca a Cristo en su pobreza, su castidad y su obediencia por medio de la profesión pública de estos consejos con la mediación de la Iglesia. Esta profesión, a imitación de Cristo, pone de manifiesto una consagración particular que está « enraizada en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud » (PC 5). La expresión « con mayor plenitud » nos hace pensar en el dominio de la Persona divina del Verbo sobre la naturaleza humana que asumió y nos invita a una respuesta como la de Jesús: un don de sí mismo a Dios de una manera que sólo El puede hacer posible y que es testimonio de su santidad y de su ser absoluto. Una tal consagración es un don de Dios: una gracia gratuitamente dada.
8. Cuando la consagración por la profesión de los consejos es confirmada, como respuesta definitiva a Dios, con un compromiso público tomado ante la Iglesia, pertenece a la vida y santidad de la Iglesia (cf. LG 44). Es la Iglesia quien autentica el don y es mediadora de la consagración. Los cristianos así consagrados se esfuerzan por vivir desde ahora lo que será la vida futura. Una vida semejante « manifiesta más cumplidamente a todos los creyentes la presencia de los bienes celestiales ya en posesión aquí abajo » (LG 44). De esta manera, tales cristianos « dan un testimonio contundente y excepcional de que el mundo no puede ser transfigurado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas » (LG 31).
9. La unión con Cristo por la consagración, mediante la profesión de los consejos, puede ser vivida en medio del mundo, puede actuar con obras del mundo y expresarse a la manera del mundo. Esta es la vocación especial de los institutos seculares, definidos por Pío XII como « consagrados a Dios y a los otros » en el mundo y « con los medios del mundo » (Primo felicíter, V y II). Por sí mismos los consejos no separan necesariamente del mundo. En efecto, es un don de Dios a la Iglesia que la consagración mediante la profesión de los consejos pueda tomar la forma de una vida para ser vivida como fermento escondido. Los cristianos así consagrados realizan su obra de salvación comunicando el amor de Cristo, por medio de su presencia en el mundo y de su santificación desde dentro del mundo. Su estilo de vida y presencia no se distingue externamente del de los otros cristianos. Su testimonio se da en el ambiente común de sus vidas. Esta forma discreta de testimonio proviene de la misma naturaleza de su vocación secular y forma parte del modo propio con que su consagración debe vivirse (cf. PC 11).
10. En cambio, no puede decirse lo mismo de aquellos a quienes la consagración por la profesión de los consejos constituye como religiosos. La naturaleza misma de la vocación religiosa lleva consigo el testimonio público de Cristo y de la Iglesia. La profesión religiosa se realiza mediante votos que la Iglesia recibe como públicos. La forma estable de vida común en un instituto canónicamente erigido por la autoridad eclesiástica competente, manifiesta en forma visible la alianza y comunión que la vida religiosa expresa. Desde el momento mismo del ingreso en el noviciado, una cierta separación de la familia y de la vida profesional, habla potentemente de lo absoluto de Dios; pero al mismo tiempo, se establece un vínculo nuevo y más profundo en Cristo con la familia que se ha dejado. Este vínculo se refuerza aún más cuando el desprendimiento de otras relaciones, ocupaciones y formas de diversión en sí legítimas, siguen reflejando públicamente en la vida lo absoluto de Dios. Otro aspecto de la naturaleza pública de la consagración religiosa está en el apostolado de los religiosos que, en cierto sentido, es siempre comunitario. La presencia religiosa es visible tanto en las formas de actuar, como en las de vestir o en el estilo de vida.
11. La consagración religiosa se vive dentro de un determinado instituto, siguiendo unas Constituciones que la Iglesia, por su autoridad, acepta y aprueba. Esto significa que la consagración se vive según un esquema específico que pone de manifiesto y profundiza la propia identidad. Esa identidad proviene de la acción del Espíritu Santo, que constituye el don fundacional del instituto y crea un tipo particular de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición (cfr. MR 11). Cuando se contemplan las numerosas familias religiosas, queda uno asombrado ante la riqueza de dones fundacionales. El Concilio insiste en la necesidad de fomentarlos como dones que son de Dios (cf PC 2b). Ellos determinan la naturaleza, espíritu, fin y carácter, que forman el patrimonio espiritual de cada instituto y constituyen el fundamento del sentido de identidad, que es un elemento clave en la fidelidad de cada religioso (cf ET 51).
12. En el caso de institutos dedicados a obras de apostolado, la consagración religiosa presenta aún otra característica: la participación en la misión de Cristo en forma específica y concreta. Perfecta Caritatis recuerda que la naturaleza misma de estos institutos exige « la actividad apostólica y las obras de caridad » (PC 8). Por el mero hecho de su consagración, los miembros de estos institutos están dedicados a Dios y disponibles para ser enviados. Su vocación implica la proclamación activa del Evangelio por medio de «obras de caridad, confiadas al instituto por la Iglesia y realizadas en su nombre» (PC 8). Por esta razón, la actividad apostólica de tales institutos no es simplemente un esfuerzo humano para hacer el bien, sino « una acción profundamente eclesial» (EN 60) que hunde sus raíces en la unión con Cristo, enviado por el Padre para realizar su obra y que expresa una consagración por parte de Dios, que envía a los religiosos para servir a Cristo en sus miembros de determinadas maneras (cf EN 69), de acuerdo con los dones fundacionales del instituto (cf MR 15). « Toda la vida de tales religiosos debe estar imbuída de espíritu apostólico y toda su actividad apostólica de espíritu religioso » (PC 8).
CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS E INSTITUTOS SECULARES
ELEMENTOS ESENCIALES DE LA DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE LA VIDA RELIGIOSA
DIRIGIDOS A LOS INSTITUTOS DEDICADOS A OBRAS APOSTÓLICAS

domingo, 25 de enero de 2015

ORACIÓN DE CONVERSIÓN

EN EL XVI ANIVERSARIO DE LA APROBACIÓN CANÓNICA DE LA FRATERNIDAD DE CRISTO SACERDOTE Y SANTA MARÍA REINA: LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI!
(25 DE ENERO DE 1999)
ORACIÓN
Señor Jesús,
yo me coloco en Tu presencia en oración, y confiado en Tu Palabra abro totalmente mi corazón a Ti.
Reconozco mis pecados y Te pido perdón por cada uno. Yo Te presento toda mi vida, desde el momento en que fui concebido hasta ahora. En ella están todos mis errores, fracasos, angustias, sufrimientos y toda mi ignorancia de Tu Palabra.
¡Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí que soy pecador(a)!
¡Sálvame, Jesús! Perdona mis pecados, conocidos y desconocidos.
Libérame, Señor, de todo yugo de Satanás en mi vida.
Libérame, Jesús, de todo vicio y de todo dominio del mal en mi mente.
Yo Te pido, Señor, que esa vieja naturaleza mía, vendida al pecado, sea crucificada en Tu cruz. ¡Lávame con Tu Sangre, purifícame, libérame, Señor!
En Tu presencia, quiero perdonar a todas las personas que me ofendieron, que me amargaron, que intentaron el mal contra mí, que me maldijeron y hablaron mal de mí. Y así como estoy pidiendo Tu perdón para mis pecados, contando con Tu gracia, yo las perdono y las entrego a Ti, clamando sobre mí y sobre ellas Tu infinita misericordia.
Y ahora, Jesús, te pido que vengas a mí; yo Te recibo como mi dueño y Señor. Ven a vivir en mí, dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra en todas las circunstancias de mí día a día. Inúndame con Tu Espíritu. Ven a vivir en mí, Jesús, y no permitas que yo me aleje de Ti.
Con todo mi corazón profeso la fe de mi bautismo, confiando en que la Gracia que el Padre nos concede en Ti por el poder del Santo Espíritu me sanará, sostendrá y guiará en esta nueva etapa que hoy comienzo a Tu lado.
Amén.
Fuente: Maisa Castro

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES
Yo, N.N., quién por la tierna misericordia del Padre Eterno fui privilegiado al ser bautizado "en el nombre del Señor Jesús " (Actos 19, 5) y así compartir la dignidad de la herencia de su Divino Hijo, deseo ahora en la Presencia de este mismo Padre amante y por su Único Hijo engendrado, renovar con toda sinceridad las promesas que solemnemente hice en el momento de mi santo Bautismo. 
Yo, por lo tanto, ahora renuncio nuevamente a satanás; renuncio a todas sus obras; renuncio a todas sus vanidades. 
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen, 
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
Habiendo sido sepultado con Cristo en la muerte y habiendo resucitado con Él a una nueva vida, prometo no volver a vivir más para mí mismo o para ese mundo que es el enemigo de Dios, pero sí viviré para Él que murió por mí y luego resucitó. 
Serviré fielmente a Dios mi Padre celestial hasta la muerte, en la Santa Iglesia Católica. 
Enseñado por el mandato de nuestro Salvador y formado por la palabra de Dios, ahora me atrevo a decir: 
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad 
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos 
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

EL ESPÍRITU DE CONVERSIÓN

*Año de la Vida Consagrada
Por el P. Severino Mª Alonso CMF
El escollo de la mediocridad
    En todas las formas y estados de vida, la conversión no es un acto, que se realiza de una vez para siempre, sino un verdadero proceso, que ha de durar la vida entera. Por eso, no puede darse nunca por terminado o concluido, sino que debe proseguirse ininterrumpidamente, sin posible cansancio. Y es que, en realidad, nunca se está del todo convertido. Y sería un grave síntoma de necesitar urgente conversión,  llegar a creer que uno ya está convertido de veras. Aunque sería más grave todavía ‘no necesitar’ conversión. Porque, no tiene realmente salvación, quien no la necesita de verdad.
    La verdadera conversión -metanoia, en sentido bíblico- es una transformación radical, es decir, un cambio de toda la persona por dentro: de su mentalidad, de su lógica interna, de su escala de valores, de sus actitudes vitales. En realidad, es un permanente y progresivo reajuste con la mentalidad, la lógica, la escala de valores y las actitudes vitales de Jesús.
    La vida consagrada, por su misma naturaleza, es una forma especialmente radical de entender y de vivir la conversión evangélica. Por eso, se consideró siempre la conversio morum -el cambio de costumbres-, como nota característica de este modo de vida cristiana. Se trata de cambiar de estilo, adoptando uno de mayor sencillez y austeridad, marcado por la oración y el ayuno y, sobre todo, por la actitud de servicio en una comunidad de vida espiritual, fraterna y apostólica. Ya no se trata, propiamente, de pasar de la incredulidad a la fe, o del escándalo a una vida ejemplar, y ni siquiera del pecado a la gracia, sino de un grado de fidelidad a otro de mayor fidelidad todavía, progresando ininterrumpidamente en real configuración con Jesús, en “su modo de existir y de actuar, como Verbo encarnado, ante el Padre y ante los hermanos” (cf VC 22). Este proceso no admite dilación, ni tiene verdaderos límites.
    La vida consagrada supone y exige una actitud permanente de conversión. Por eso, debe ser un ejemplo constante de crecimiento en el Espíritu, en fidelidad ascendente y progresiva. Sin embargo, por extraño que pudiera parecer, se da en ella -no pocas veces- un tono de rutina y hasta de mediocridad. Y es que, cuando se vive más en lógica de contrato jurídico que de alianza bíblica, suelen predominar las normas sobre los criterios, lo institucional sobre lo carismático y, en definitiva, la simple observancia sobre la auténtica fidelidad. De ahí que, fácilmente, uno se vaya acostumbrando a todo, en el peor sentido de la palabra costumbre.
    En este caso -no infrecuente, por desgracia- se ha perdido ya el entusiasmo, la vibración interior, el anhelo de de autosuperación y, en consecuencia, la verdadera fidelidad, aunque uno siga siendo, más o menos, ‘observante’. El religioso o la religiosa mediocre no comete grandes pecados, ni escandaliza a nadie con su conducta, pues se mantiene deliberadamente entre lo mandado y lo prohibido, a una prudente y calculada distancia. Personifica el conformismo y las medias tintas. No es frío ni calor. Ni siquiera conoce las grandes pasiones. Adopta, de hecho, la medianía como nivel. Esto es más grave y peligroso, cuando la mediocridad se ha convertido ya en actitud vital y en estilo de vida. Cuando ya ni siquiera produce resquemor interior, ni suscita ninguna inquietud salvadora, pues se vive más por inercia que por decisión personal, cómodamente instalados en la rutina, envueltos mortecinamente en el ‘sudario’ de unas costumbres y hasta de unas ‘manías’, que suplantan la verdadera vida.
    Es, de veras, una situación lamentable. Pero que no es fácil superar, porque quien la vive y la ‘padece’ no suele ser muy consciente de su propia ‘enfermedad’ y, desde luego, en ningún momento la considera grave.
    La misma gracia de Dios ‘resbala’ en la superficie de un alma ‘acostumbrada’, replegada sobre sí misma, que se cierra a toda acción divina, lo mismo que el agua no puede penetrar en una superficie barnizada. La persona ‘mediocre’ se vuelve impermeable a la gracia. Sobre todo, si ya ha caído en el ‘fariseismo’. Segura, como el fariseo, de sí misma, amparada tras el cumplimiento de unas normas de moral, ni siquiera experimenta necesidad de salvación. No tiene llagas que curar. Y resulta que no hay posible salvación para quien no necesita de verdad la salvación. Porque el mayor pecado no es ser ‘pecador’, sino creerse justo. Y la más grave de las enfermedades espirituales no es estar ‘enfermo’, sino creerse sano.
    Charles Péguy lo ha hecho notar, hablando de “les honnêtes gens” -las gentes de bien o los buenos de siempre, los que se creen y a sí mismos se llaman honrados-. Para ellos, la misma moral se ha convertido en una especie de coraza, de chaleco blindado, donde se estrellan inevitablemente las saetas del amor y de la gracia salvadora de Dios. No tienen ninguna profunda inquietud y no dejan ninguna abertura al Espíritu Santo. Así se explica que, muchas veces, “mientras la gracia logra victorias inesperadas en el alma de los mayores pecadores, queda con frecuencia inoperante en las gentes de bien… Estas no presentan esa entrada a la gracia que es esencialmente el pecado. Porque no están heridas, tampoco son vulnerables. Porque no tienen falta de nada, nada se les puede dar. Porque de nada carecen, no pueden recibir al que lo es todo. La caridad misma de Dios no puede curar a quien no tiene llagas… Las honnêtes gens  no se dejan penetrar por la gracia. Es una cuestión de física molecular o globular. Eso que se llama moral es, muchas veces, una capa o barniz que hace al hombre impermeable a la gracia”1. Por eso, Léon Bloy confesaba:"Un hombre cubierto de crímenes es siempre interesante, es un blanco estupendo para la misericordia"2.Y François Mauriac, por su parte, añadía: "En el peor de todos los criminales se encierran siempre algunos elementos de santidad que podrían convertirlo en santo; y, por el contrario, en el ser más puro pueden esconderse algunas posibilidades espantosas”3.
    Es más fácil que se convierta de su mala vida el hijo pródigo que el otro hijo, que se quedó en casa con espíritu de mercenario y que se creía justo y, desde luego, mucho mejor que su hermano.  Por lo demás, ¿de qué podría arrepentirse, si todo lo había hecho bien y había cumplido puntualmente todas las órdenes del padre? (cf Lc 15, 11-32). Es más fácil que se convierta el publicano-pecador de la parábola, que el fariseo, cumplidor escrupuloso de la ley, que se consideraba justo y que despreciaba a los demás (cf Lc 18, 9-14; 11, 42).
    Georges Bernanos, en Dialogues des carmélites, sobre el martirio de las Carmelitas del monasterio de Compiègne (Francia), hace una severa afirmación acerca de este mismo tema: “El estado de una religiosa mediocre me parece más deplorable que el de un bandido. El bandido puede convertirse… La religiosa mediocre ya no puede nacer de nuevo, nació ya y falló en su nacimiento. Salvo un milagro, será siempre un aborto”4.
    La mediocridad es lo más abiertamente opuesto a la vida consagrada, que, por su misma naturaleza y definición, es una realidad carismática, con todas las notas esenciales del verdadero carisma: espontaneidad, impulso vigoroso del Espíritu, novedad, audacia, fortaleza, etc. La mediocridad es la negación práctica de esa dimensión esencialmente carismática.
    Y es que la vida religiosa, vivida en fidelidad horizontal -siempre lo mismo- como se vive un contrato jurídico, va apagando los más generosos impulsos y termina o en la mediocridad existencial o en una nueva forma de legalismo farisaico, impermeable a la acción transformadora de la gracia. Por el contrario, cuando se vive en lógica de amistad o de alianza bíblica, es decir, en fidelidad ascendente y progresiva -cada día, un poco mejor: in dies melius (LG 46)-, en constante anhelo de superación, en docilidad creciente al Espíritu, se vive en ese ‘proceso’ de conversión, en que consiste la auténtica y verdadera fidelidad.
 Ch. Péguy, Note conjointe sur M. Descartes et la philosophie cartésienne, en ” Ooeuvres en prose”, Bibliothèque de la Plèyade, Paris, 1957, t. II., pp. 1333-1334.
 L. Bloy,  Le désesperé, Paris, 1886, p. 184.
 F. Mauriac,  Los ángeles  negros, Planeta, Madrid, 1968, p. 255.
 G. Bernanos, Dialogues desde carmélites, Paris, 1949, p. 34.

sábado, 24 de enero de 2015

SÁBADO MARIANO

Ave María, dulce Madre de la Eucaristía.
Con dolor y mucho amor, nos has dado
a tu Hijo Jesús mientras pendía de la Cruz.
Nosotros, débiles creaturas, nos aferramos a Ti
para ser hijos dignos de este
gran AMOR y DOLOR.
Ayúdanos a ser humildes y sencillos,
ayúdanos a amar a todos los hombres,
ayúdanos a vivir en la gracia
estando siempre listos para recibir
a Jesús en nuestro corazón.
Oh María, Madre de la Eucaristía,
nosotros, por cuenta propia, no podremos comprender
este gran misterio de amor.
Que obtengamos la luz del Espíritu Santo,
para que así podamos comprender
aunque sea por un solo instante,
todo el infinito amor de tu Jesús
que se entrega a Sí mismo por nosotros.
AMÉN

jueves, 22 de enero de 2015

PRENDA DILECTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

EL SANTO ROSARIO, PRENDA DILECTA
DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
La meditación de los principales misterios de la vida de Jesús y de Mana constituye como el alma del Rosario, así como el rezo vocal de los Padrenuestros y Avemarías constituye como su cuerpo material. Ambas cosas son absolutamente necesarias para que exista el Rosario. Quien se limitare a rezar los Padrenuestros y Avemarías, pero sin meditar en los misterios, haría, sin duda, una excelente oración, pero no rezaría el Rosario. Y el que meditara atentamente los misterios, pero sin rezar los Padrenuestros y Avemarías, haría una excelente meditación, pero es claro que tampoco habría rezado el Rosario. Para que exista el Rosarios preciso, imprescindiblemente, juntar las dos cosas: rezo de las oraciones y meditación de los misterios.
¿De qué modo se puede rezar eficazmente el Rosario?
Para obtener del santo Rosario toda su eficacia impetratoria y santificadora, es evidente que no basta rezarlo de una manera mecánica y distraída, como podría hacerlo una cinta magnetofónica. Es preciso rezarlo digna, atenta y devotamente, como cualquier otra oración vocal.
En teoría hay que reconocer que es difícil rezar bien el Rosario, precisamente porque hay que juntar la oración vocal con la mental, so pena de invalidarlo en cuanto Rosario. Pero en la práctica es fácil encontrar algunos procedimientos que ayudan eficazmente al rezo correcto y piadoso de la gran devoción mariana.
El Rosario debe rezarse dignamente. Esta primera condición exige, como programa mínimo, que el rezo del Rosario se haga de una manera decorosa, como corresponde a la majestad de Dios, a quien principalmente dirigimos nuestra oración.
El mejor procedimiento es rezarlo de rodillas ante el Sagrario o ante una devota imagen de María, pero en general puede rezarse en cualquier otra postura digna modestamente sentado, paseando por el campo, etc. Sería indecoroso rezarlo en la cama- salvo por razón de enfermedad, o interrumpiéndolo constantemente para contestar a preguntas ajenas al rezo, o en un lugar público y concurrido que hiciera poco menos que imposible la atención.
El Rosario debe rezarse atentamente. La atención es necesaria para evitar la irreverencia que supondría si fuera plenamente voluntaria. ¿Cómo queremos que Dios nos escuche, si empezamos por no escucharnos a nosotros mismos?
Sin embargo, no toda distracción es culpable. No tenemos el control despótico sobre nuestra imaginación, sino únicamente político, y no podemos evitar que se nos escape sin permiso, como un siervo desobediente e indómito, que tal es "la loca de la casa" (la imaginación). Las distracciones involuntarias no invalidan el efecto meritorio e impetratorio de la oración, con tal que se haga lo posible por contenerlas y evitarlas. Escuchemos a Santo Tomás explicando admirablemente este punto interesantísimo al preguntarse "si la oración debe ser atenta":
"Esta cuestión afecta principalmente a la oración vocal. Y para resolverla con acierto hay que distinguir, en primer lugar, lo que es mejor y lo que es absolutamente necesario. Es evidente que para obtener el fin de la oración es mejor que sea atenta. Sin embargo, si nos fijamos en lo que es absolutamente necesario, hay que distinguir en la oración un triple efecto: meritorio, impetratorio y cierto espiritual deleite que produce en el alma del que ora.
"Para los efectos meritorio e impetratorio, no es necesario que la oración sea atenta de una manera constantemente actual (o sea, todos y cada uno de los momentos) sino que basta y es suficiente la atención virtual, que es aquella que se puso al principio de la oración y perdura a todo lo largo de ella aunque se produzcan distracciones involuntarias. Desde luego, si faltara la primera intención, la oración no sería meritoria ni impetratoria. En cambio, la atención actual es absolutamente necesaria para obtener aquel espiritual deleite que lleva consigo la oración fervorosa, que es incompatible con la distracción, aunque sea involuntaria.
"Téngase en cuenta, además, que en la oración vocal puede ponerse una triple atención. La primera y más imperfecta se refiere a la correcta pronunciación de las palabras de que consta. La segunda se fija en el sentido de esas palabras. La tercera, finalmente, pone todo su empeño en el fin de la oración, o sea, en Dios y en la cosa por la que se ora. Esta última es la más importante y necesaria y pueden tenerla incluso las personas de cortos alcances o que no entienden el sentido de las palabras que pronuncian (por ejemplo, por rezar en latín). Esta última atención puede ser tan intensa que arrebate la mente a Dios, hasta `el punto de hacernos perder de vista todas las demás cosas".
Teniendo en cuenta estos principios del Doctor Angélico y con el fin de facilitar la atención en el rezo del santo Rosario y extraer de él su máxima eficacia santificadora, puede seguirse el siguiente método, que ha sido ensayado con éxito por muchas personas que sufrían distracciones en el rezo del mismo:
1°. Durante el rezo del Padrenuestro, fijarse únicamente en el sentido maravilloso de cada una de las palabras, sin pensar para nada en el misterio correspondiente del Rosario, ya que es psicológicamente imposible atender eficazmente a dos cosas a la vez.
2°. Durante el rezo de las tres primeras Avemarías, fijarse exclusivamente en el sentido de esas Avemarías, saludando a la Virgen con ellas y sin tener para nada en cuenta el misterio a que pertenecen, por la razón ya indicada.
3°. Durante el rezo de las tres siguientes Avemarías, pensar solamente en el misterio correspondiente que se está rezando, sin pensar para nada en las Avemarías que se recitan.
4°. Durante las tres o cuatro Avemarías finales, pensar sólo en las consecuencias prácticas que se desprenden del misterio correspondiente (ej.: humildad de María, su amor a la cruz, etc.)
5°. Durante el Gloria, pensar únicamente en glorificar con él a la Santísima Trinidad.
En segundo término, el Rosario ha de rezarse devotamente. La devoción consiste en una prontitud del ánimo para las cosas tocantes al servicio de Dios. Es imposible que el alma no se sienta llena de devoción si reza tan perfectamente como le es posible el Rosario.
Una cosa importantísima hemos de advertir aquí. El fin principal de toda oración vocal o mental es unir el alma con Dios de la manera más íntima realizable. Todo lo demás, incluso la impetración de las gracias que pedimos, es secundario en relación a esta finalidad suprema. De donde hay que concluir que, si durante el rezo del Rosario o de cualquier otra oración vocal no obligatoria se sintiera el alma llena de un amor de Dios tan intenso que el rezo le resultara muy penoso o poco menos que imposible, habría que suspender inmediatamente el rezo sin escrúpulo alguno, para "dejarse abrasar en silencio" por aquella llama de amor viva "que sabe a vida eterna y paga toda deuda" como dice San Juan de la Cruz.
El rezo del Rosario en las condiciones que acabamos de indicar constituye una de las más grandes y claras señales de predestinación que podemos alcanzar en este mundo, al reunir la eficacia infalible de la oración impetratoria de la perseverancia final y la poderosísima intercesión de María como mediadora universal de todas las gracias. Quiera Dios conceder a cada uno de los lectores el deseo ardiente de un gran devoto de la Virgen en su doble advocación del Carmen y del Rosario:
Cuando con blanco sudario
cubran los despojos míos,
¡sálveme tu escapulario
y tengan mis dedos fríos
las cuentas de tu Rosario!
ANTONIO ROYO MARÍN O.P

martes, 20 de enero de 2015

"VUESTRA VOCACIÓN ES INICIATIVA DIVINA"

*Año de la Vida Consagrada
VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA
ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II
CON LOS RELIGIOSOS Y LOS MIEMBROS
DE LOS INSTITUTOS SECULARES MASCULINOS
Madrid, martes 2 de noviembre de 1982
Queridos hermanos,
1. El encuentro de oración en esta tarde, aquí en Madrid, casi al comienzo de mi peregrinación apostólica por España, es para mí un inmenso gozo. En efecto, se trata de un encuentro con personas muy queridas, cuya existencia, consagrada por los tres votos evangélicos, “pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia” (Lumen Gentium LG 44).
Pertenecéis a esa inmensa corriente vital que ha brotado con tanta generosidad en las tierras de España, y que ha hecho fructificar abundantemente la semilla evangélica en multitud de pueblos de todo el universo. Familias religiosas de antiguo abolengo y de más reciente creación, habéis servido con un corazón grande a todos los hombres, de todas las razas y de todas las lenguas; y, antes y ahora, habéis vivificado el tronco dos veces milenario de la Iglesia.
Os diré con palabras de San Pablo, que a continuamente estoy dando gracias a Dios por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Jesucristo: porque en El habéis sido enriquecidos con toda suerte de bienes . . ., habiéndose verificado así en vosotros el testimonio de Cristo” (1Co 4,6). El Papa agradece también la oportunidad de este encuentro que Santa Teresa de Jesús me ha facilitado, porque ella ha sido la ocasión que tanto esperaba para poder hablaros al corazón.
Sois una gran riqueza de espiritualidad y de iniciativas apostólicas en el seno de la Iglesia. De vosotros depende en buena parte la suerte de la Iglesia.
Esto os impone una grave responsabilidad y exige una profunda conciencia de la grandeza de la vocación recibida y de la necesidad de adecuarse cada vez más a ella. Se trata, en efecto, de seguir a Cristo y, respondiendo afirmativamente a la llamada recibida, servir gozosamente a la Iglesia en santidad de vida.
2. Vuestra vocación es iniciativa divina; un don hecho a vosotros y, al mismo tiempo, un regalo para la Iglesia. Confiados en la fidelidad del que os llamó y en la fuerza del Espíritu, os habéis puesto a disposición de Dios con los votos de pobreza, castidad consagrada y obediencia; y esto, no por un tiempo, sino para toda la vida, con un “compromiso irrevocable”. Habéis pronunciado en la fe un sí para todo y para siempre. Así, en una sociedad en la que con frecuencia falta la valentía para aceptar compromisos, y en la que muchos prefieren vanamente una vida sin vínculos, dais el testimonio de vivir con compromisos definitivos, en una decisión por Dios que abarca toda la existencia.
Vosotros sabéis amar. La calidad de una persona se puede medir por la categoría de sus vínculos. Por eso cabe decir gozosamente que vuestra libertad se ha vinculado libremente a Dios con un voluntario servicio, en amorosa servidumbre. Y, al hacerlo, vuestra humanidad ha alcanzado madurez. “Humanidad madura —escribí en la Encíclica “Redemptor Hominis”—, significa pleno uso del don de la libertad, que hemos obtenido del Creador, en el momento en el que El ha llamado a la existencia al hombre hecho a su imagen y semejanza. Este don encuentra su plena realización en la donación sin reservas de toda la persona humana concreta, en espíritu de amor nupcial a Cristo y, a través de Cristo, a todos aquellos a los que El envía, hombres o mujeres, que se han consagrado totalmente a El según los consejos evangélicos. He aquí el ideal de la vida religiosa, aceptado por las órdenes y congregaciones, tanto antiguas como recientes, y por los institutos seculares” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptoris Hominis, 21).
Dad siempre gracias a Dios por la misteriosa llamada que un día resonó en lo íntimo de vuestro corazón: “Sígueme” (Cfr. Matth Mt 9,9 Io Mt 1,45). “Vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme” (Mt 19,21). Esta llamada y vuestra respuesta —que Dios mismo con su gracia puso en vuestra voluntad y en vuestros labios— se encuentran en la base de vuestro itinerario personal; es —no lo olvidéis nunca— la razón de todos vuestros quehaceres.
Revivid una vez y otra en la oración ese encuentro pastoral con el Señor, que a lo largo de vuestra vida continúa insistiendo: “Sígueme”. Os diré con San Pablo: “Los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento” (Rm 11,26). Fiel es Dios, que no se arrepentirá de haberlos elegido.
Y cuando en la cotidiana lucha ascética se hagan necesarias la contrición y la conversión, recordad la parábola del hijo pródigo y la alegría del Padre. “Esta alegría indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre; indica además, un bien hallado de nuevo, que en el caso del pródigo fue la vuelta a la verdad de sí mismo” (IOANNIS PAULI PP. II Dives in Misericordia DM 6). Practicad la confesión frecuente, con la periodicidad que aconsejan y señalan vuestras reglas y constituciones.
Vuestra vocación forma parte esencial de la verdad más profunda de vosotros mismos y de vuestro destino. “No me habéis elegido vosotros a Mí —dice el Señor con palabras que se aplican a vosotros—, sino que Yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. ¡Dios os ha elegido!
3. Vuestro compromiso, adquirido hace decenios o quizá recientemente, ha de fortalecerse siempre en el Señor. Os pido una renovada fidelidad, que haga más encendido el amor a Cristo, más sacrificada y alegre vuestra entrega, más humilde vuestro servicio, sabedores —os lo diré con Santa Teresa de Jesús—, de que “quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la propia vida” (S. TERESA, Camino de Perfección, 11, 2).
Para eso se requiere la atenta escucha del misterio de Dios, el diario adentrarse en el amor de Cristo crucificado, cultivando con empeño la oración, bajo la guía segura de las fuentes limpias de la espiritualidad cristiana. Leed asiduamente las obras de los grandes maestros del espíritu. ¡Cuántos tesoros de amor y de fe tenéis al alcance de la mano en vuestro bello idioma! Y, por encima de todo, saboread con fe y humildad la Sagrada Escritura, a fin de alcanzar el “sublime conocimiento de Cristo” (Phil. 3, 8). Sólo en El, mediante su Espíritu, podréis encontrar la fortaleza necesaria para superar las debilidades experimentadas una y otra vez.
Mantened viva la seguridad de que vuestra vocación es divina, con una profunda visión de fe alimentada en la plegaria y en los sacramentos, especialmente en el sacrosanto misterio de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda vida cristiana auténtica. Así superaréis fácilmente toda incertidumbre acerca de vuestra identidad, y caminaréis de fidelidad en fidelidad, identificándoos con Cristo desde las bienaventuranzas y siendo testigos, al mismo tiempo, del reino de Dios en el mundo actual.
Esta fidelidad implica, antes que nada y como base de todo, un ansia creciente de trato con Dios, de unión amorosa con El. El consagrado —os digo con San Juan de la Cruz—, “de tal manera quiere Dios que sea religioso, que haya acabado con todo y que todo se haya acabado para él, porque El mismo es el que quiere ser su riqueza, consuelo y gloria deleitable” (S. Juan la Cruz, Carta, 9). Esas ansias de unión con Dios os harán experimentar la verdad de las palabras del Señor: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). Su yugo es el amor, y su carga es carga de amores. Y ese mismo amor os hará dulce su peso.
4. Esta dimensión de la entrega total y de la fidelidad permanente al Amor constituye la base de vuestro testimonio ante el mundo. De hecho, el mundo busca en vosotros un estilo de vida sincero y una forma de trabajo que responda a lo que verdaderamente sois. El testigo no es un simple maestro que enseña lo aprendido, sino que es alguien que vive y actúa conforme a una profunda experiencia de lo que cree.
 Como personas consagradas sois, ante todo, consagrados precisamente por la profesión y práctica de los consejos evangélicos; y así vuestra vida tiene que ofrecer un testimonio esencialmente evangélico. Continuamente tenéis que volveros a Cristo, Evangelio viviente, y reproducirlo en vuestra vida, en vuestra forma de pensar y trabajar.
Hay que recuperar la confianza en el valor y actualidad de los consejos evangélicos, que tienen su origen en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo (Cfr. Perfectae Caritatis PC 1). Pobres como Cristo pobre; obedientes, aceptando esa actitud del corazón de Cristo, que vino para redimir al mundo no haciendo su voluntad, sino la del Padre que le envió; y viviendo con todas sus consecuencias la continencia perfecta por el reino de los cielos, como señal y estímulo de la caridad y como manantial de fecundidad apostólica en el mundo. Hoy el mundo necesita ver los ejemplos vivos de aquellos que, dejándolo todo, han abrazado como ideal la vida según los consejos evangélicos. Es la sinceridad real en el seguimiento radical de Cristo la que atraerá vocaciones a vuestros institutos, ya que los jóvenes buscan precisamente esa radicalidad evangélica.
El Evangelio es definitivo y no pasa. Sus criterios son para siempre. No podéis hacer “relecturas” del Evangelio según los tiempos, conformándoos a todo lo que el mundo pide. Al contrario, es preciso leer los signos de los tiempos y los problemas del mundo de hoy, a la luz indefectible del Evangelio (Cfr. IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Episcopos, in urbe «Puebla» aperientis III Coetum Generalem Episcoporum Americae Latinae habita, I, 4-5, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 192-194).
5. Un factor decisivo en todas las épocas en que la Iglesia ha debido emprender grandes cambios y reformas, ha sido la fidelidad de los religiosos a su doctrina y normas. Hoy vivimos una de esas épocas en que es necesario ofrecer al mundo el testimonio de vuestra fidelidad a la Iglesia.
Los cristianos tienen derecho a exigir al consagrado que ame a la Iglesia, la defienda, la fortalezca y enriquezca con su adhesión y obediencia. Esta fidelidad no debe ser meramente externa, sino principalmente interna, profunda, alegre y sacrificada. Tenéis que evitar todo lo que pueda hacer creer a los fieles que existe en la Iglesia un doble magisterio, el auténtico de la jerarquía y el de los teólogos y pensadores, o que las normas de la Iglesia han perdido hoy su vigor.
No pocos de vosotros estáis dedicados a la formación teológica de los fieles, a la dirección de centros educativos o de asistencia y dirigís publicaciones de información y de formación. A través de todos estos medios, procurad educar integralmente, inculcar un profundo respeto y amor a la Iglesia y animar a una sincera adhesión a su Magisterio. No seáis portadores de dudas o de “ideologías”, sino de “certezas” de fe. El verdadero apóstol y evangelizador, declaraba mi Predecesor Pablo VI, “será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad” (PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 78).
Todo esto hay que tenerlo especialmente presente cuando vuestros oyentes son religiosas que siguen vuestros cursos y oyen vuestras conferencias. Ante todo, tenéis que transmitir con fidelidad la doctrina de la Iglesia, esa doctrina que ha quedado expresada en documentos tan ricos como los del Concilio Vaticano II. En la renovación de la vida de consagración, que los tiempos nuevos están exigiendo, hay que salvar la fidelidad al pensamiento y a las normas de la Iglesia; más concretamente, en campo doctrinal y en materia litúrgica, evitando ciertas posturas críticas llenas de amargura, que oscurecen la verdad, desconciertan a los fieles y a las mismas personas consagradas. La fidelidad al Magisterio no es freno para una recta investigación, sino condición necesaria de auténtico progreso de la verdadera doctrina.
6. La vida comunitaria es un elemento esencial, no de la vida consagrada en sí misma, pero sí de la forma religiosa de esa consagración. Dios ha llamado a los religiosos a santificarse y a trabajar en comunidad. La vida comunitaria tiene su fundamento no en una amistad humana, sino en la vocación de Dios, que libremente os ha escogido para formar una nueva familia; cuya finalidad es la plenitud de la caridad, y cuya expresión es la observancia de los consejos evangélicos.
Elementos de una verdadera vida comunitaria son el superior, quien goza de una autoridad (Cfr. Optatam Totius OT 14) que ha de ejercitar en actitud de servicio; las reglas y tradiciones que configuran cada familia religiosa; y, finalmente, la Eucaristía, que es el principio de toda comunidad cristiana; en efecto, cuando participamos en la Eucaristía, todos comemos el mismo Pan, bebemos la misma Sangre y recibimos un mismo Espíritu. Por este motivo, el centro de nuestra vida comunitaria no puede ser otro que Jesús en la Eucaristía.
La dimensión comunitaria debe estar presente en vuestro trabajo apostólico. El religioso no está llamado a trabajar como una persona aislada o por su cuenta. Hoy más que nunca es necesario vivir y trabajar unidos, primero dentro de cada familia religiosa y luego colaborando con otros consagrados y miembros de la Iglesia. La unión hace la fuerza. Por otra parte, la vida comunitaria ofrece un campo extraordinario para el sacrificio propio, para dejarse a sí mismo y pensar en el hermano, abrazando a todos en la caridad de Cristo.
7. El consagrado es una persona que, renunciando al mundo y a sí mismo, se ha entregado por completo a Dios y, lleno de Dios, vuelve al mundo para trabajar por el reino de Dios y por la Iglesia.
La persona del consagrado está marcada profundamente por esta pertenencia exclusiva a Dios, a la vez que tiene por objeto de su servicio los hombres y el mundo. La vida y actividad del consagrado no se pueden reducir a un horizontalismo terreno, olvidando esa consagración a Dios y esa obligación de impregnar el mundo de Dios. En todas vuestras actividades tiene que estar presente este fin teológico.
Dentro de la Iglesia existen diversos carismas, y consecuentemente diversos servicios, que mutuamente se complementan. No sería justo que los religiosos entrasen en el campo propio de los seculares: la consagración del mundo desde dentro (Cfr. Lumen Gentium LG 31 Gaudium et Spes GS 43).
Esto no significa que vuestra consagración religiosa y vuestros ministerios eminentemente religiosos no tengan una repercusión profunda en el mundo y en el cambio de sus estructuras. Si el corazón de los hombres no cambia, las estructuras del mundo no podrán cambiar de una forma eficaz (Cfr. PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 18). El ministerio de los religiosos se ordena principalmente a obtener la conversión de los corazones a Dios, la creación de hombres nuevos y a señalar esos campos donde los seculares, consagrados o simples cristianos, pueden y deben actuar para cambiar las estructuras del mundo.
A este propósito, quiero expresar mi más profunda estima, acompañada de mi cordial saludo, a todos los miembros de los institutos seculares masculinos de España y a los aquí presentes. Vosotros tenéis vuestra forma peculiar de consagración y vuestro puesto propio dentro de la Iglesia. Alimentados con una sólida espiritualidad, sed fieles a la llamada de Cristo y de la Iglesia, para ser válidos instrumentos de transformación del mundo desde dentro de él.
Pensando en el tema del próximo Sínodo, quisiera invitaros, religiosos sacerdotes, a valorar como uno de vuestros primeros ministerios el sacramento de la confesión. Oyendo las confesiones y perdonando los pecados, estáis eficazmente edificando la Iglesia, derramando sobre ella el bálsamo que cura las heridas del pecado. Si ha de realizarse en la Iglesia una renovación del sacramento de la penitencia, será necesario que el sacerdote religioso se dedique con gozo a este ministerio.
8. Quiero, antes de terminar, recordaros una característica de los religiosos españoles que, tal vez, está padeciendo un pasajero eclipse y que es necesario restaurar en todo su antiguo esplendor: me refiero a la generosidad misionera con la que, miles de consagrados españoles, entregaron su vida a la tarea apostólica de establecer la Iglesia en tierras aún por evangelizar. No dejéis que los vínculos de la carne y sangre, ni el afecto que justamente nutrís por la patria donde habéis nacido y aprendido a amar a Cristo, se conviertan en lazos que disminuyan vuestra libertad (Cfr. PAULI VI Evangelii Nuntiandi 69) y pongan en peligro la plenitud de vuestra entrega al Señor y a su Iglesia. Recordad siempre que el espíritu misionero de una determinada porción de la Iglesia es la medida exacta de su vitalidad y autenticidad.
9. Mantened siempre, finalmente, una tierna devoción a la Santa Madre de Dios. Vuestra piedad para con Ella debe conservar la sencillez de los primeros momentos. Que la Madre de Jesús, que también es nuestra Madre, modelo de entrega al Señor y a su misión, os acompañe, os haga dulce la cruz y os otorgue, en cualquier circunstancia de vuestra vida, esa alegría y paz inalterables, que sólo el Señor puede dar. En prenda de ella os doy con afecto mi cordial Bendición.

sábado, 17 de enero de 2015

SÁBADO MARIANO

Dulzura de los Ángeles 
Dulzura de los ángeles, alegría de los afligidos, abogada de los cristianos, Virgen madre del Señor, protégeme y sálvame de los sufrimientos eternos. María, purísimo incensario de oro, que ha contenido a la Trinidad excelsa; en ti se ha complacido el Padre, ha habitado el Hijo, y el Espíritu Santo, que cubriéndote con su sombra, Virgen, te ha hecho Madre de Dios. Nosotros nos alegramos en ti, Theotókos; tú eres nuestra defensa ante Dios. Extiende tu mano invencible y aplasta a nuestros enemigos. Manda a tus siervos el socorro del cielo. Amén 

jueves, 15 de enero de 2015

LAS VOCACIONES EN LA IGLESIA

* Año de la Vida Consagrada
La vocación no es un privilegio de pocos. Es un derecho de todos. El mayor pecado es traicionar o vender la propia vocación, es lo mismo que traicionar a Dios. Es fracasar en la misión que Él te confió.
La felicidad personal y la realización auténtica están escondidas en la vocación personal… Ser feliz consiste en responder a la llamada de Dios.
La vocación personal condiciona la elección del estado de vida. No se va al matrimonio porque eso es lo normal, porque así lo hacen todos. Ni uno se hace sacerdote porque le gusta. Uno se hace sacerdote o se casa porque ésta es la mejor manera de realizar la propia misión.
La vocación condiciona también la elección de profesión: no escojo tal carrera o tal profesión porque me dará mucho dinero, porque me proporcionará mucho bienestar o mucha seguridad o mucha fama. La pregunta fundamental que uno tiene que hacerse no es ¿qué carrera o qué profesión escogeré? La pregunta buena es ésta: ¿Cuál es mi vocación? Y después esta otra: ¿Qué carrera, qué estudios, que trabajo van mejor con mi vocación?
Vocación del laico
Santificando los vínculos humanos y, en primer lugar, los familiares donde tienen origen las relaciones sociales; sometiéndose a las leyes de su patria. Trabajando como pastor y agricultor, como albañil, herrero y carpintero, pero siempre por amor al Padre y a sus hermanos, Jesús es la realización perfecta de la vocación del LAICO cristiano: Dios llama a éste a participar en la obra de la creación, a liberarla del influjo del pecado ordenando las realidades cotidianas según su plan eterno; a santificarse contribuyendo a la salvación del mundo desde adentro, a modo de sal y levadura, en el matrimonio o en el celibato, en la familia, la profesión y en las diversas actividades sociales.
Vocación al Matrimonio
Es, fundamentalmente, descubrir y desarrollar mi persona, la persona de mi pareja y nuestra relación de mutua pertenencia. A través de nuestra llamada recíproca de ser el uno del otro, Dios nos comunica el plan que tiene para nosotros. Lo vamos comprendiendo a medida que lo realizamos (y viceversa). Comprendemos que nuestro encuentro no fue fruto del acaso, sino de Su voluntad; que ninguno de los dos existió nunca sólo en su mente, puesto que nos hizo el uno para el otro. Sólo amándonos como Él nos ama podemos realizarnos a su imagen y llegar a ser uno como Él.
En esta comunión de amor que es siempre fecunda y dadora de vida (aunque no pudiéramos engendrar biológicamente) está nuestra vocación y nuestro destino: toda nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad. Realizar mi vocación al matrimonio, es "madurar" física y psicológicamente, social y espiritualmente; crecer constantemente primero como persona, y luego como pareja y familia.
Vocación Religiosa
Jesús es la realización plena de la vocación religiosa cuando deja su hogar y su profesión para consagrarse totalmente a la causa del Reino de Dios; cuando renuncia al matrimonio para vivir en comunidad con sus discípulos, una vida de total desprendimiento hecha don y servicio hasta el sacrificio supremo; cuando anuncia así, en pobreza, castidad y obediencia, el Amor infinito del Padre para destronar los ídolos y restaurar su soberanía en este mundo.
Esta vocación es la llamada a "dejarlo todo" para seguir a Cristo "a tiempo completo" en una comunidad de hermanos que muestre a todos, con el mismo testimonio de vida pobre, obediente y casta, que Su "Buena Noticia" es verdadera y Su proyecto realizable; que ya en este mundo podemos comenzar a ser familia de Dios, como Dios es familia, con su mismo amor.
Vocación Sacerdotal
La vocación sacerdotal es una llamada de Dios y no una iniciativa de los hombres, necesita de la respuesta permanente en un diálogo de aceptación, en un crecer constantemente, con las crisis y éxitos propios de todo crecer humano.
Jesucristo sigue llamando y enviando a algunos hombres para seguirle de una manera más radical y hacerles "pescadores de hombres" (Mt. 4,19). Continúa repitiendo a través de la Iglesia, "Como el Padre me envió, así los envío yo a vosotros".
El sacerdote es enviado por Jesucristo y no es elegido por el pueblo. Su sacerdocio es una misión y un servicio que le lleva a realizar la voluntad de quien le envía y no hacer su propia voluntad; es dar la vida por las ovejas, como el Buen Pastor, completando en su propio cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, ofreciéndose voluntariamente.
Como Cristo deberá decir "He aquí Padre que he venido para hacer tu voluntad" (Heb. 10,7).
El sacerdote es un enviado al servicio del reino de Dios y en colaboración con la Iglesia entera. Es colaborador del Obispo de quien su misión es imposible separar. La misión sacerdotal cumple la triple tarea de ser profeta, sacerdote y pastor. El ministerio sacerdotal es ministerio de la Palabra y de los Sacramentos y de conducción del pueblo cristiano. La Eucaristía es el eje y el centro de todo su ministerio.
El sacerdote, servidor de la fe y testigo del amor de Cristo entre los hombres, como lo expresa Juan Pablo II, está al servicio de las comunidades cristianas.
El profeta, el sacerdote y el pastor se encuentran encarnados en hombres concretos que deberán realizar esta triple misión en forma armoniosa y complementaria a todo el servicio de la Evangelización, la gran prioridad de la Iglesia. Evangelizar para el sacerdote, significa entregar la Palabra de Dios, la Eucaristía, el perdón de los pecados, en una línea pastoral que forma personas y comunidades al servicio del Pueblo de Dios. Vive su consagración de una forma exclusiva por medio del Celibato, el cual le garantiza tener un corazón indiviso, sólo para Dios. Se une a Él por medio de la oración continua, y se acoge a la Madre de Dios para que le ayude en la vivencia de su vocación.
Ser sacerdote no es una profesión que se realiza por horas o por turnos. Es una vocación recibida por Dios que exige la vida enteramente entregada al servicio sacerdotal.
Fuente: mercaba.org