REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

martes, 25 de marzo de 2014

PAPA FRANCISCO: "HOY PODEMOS ABRAZAR AL PADRE"


 El Señor está en camino con nosotros para ablandar nuestro corazón. Lo afirmó el Papa en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Casa de Santa Marta. En la Solemnidad de la Anunciación, Francisco subrayó que sólo con un corazón humilde como el de María podemos acercarnos a Dios. Mientras la salvación, dijo, no se compra ni se vende: se regala.
¿A dónde lleva la soberbia del corazón? El Santo Padre desarrolló su homilía deteniéndose en Adán y Eva, que cedieron a la seducción de Satanás y creyeron que eran como Dios. Esa “soberbia suficiente” – dijo – hace que sean alejados del Paraíso. Pero el Señor no los deja caminar solos, les hace una promesa de redención y camina con ellos.
“El Señor – prosiguió diciendo el Papa – acompañó a la humanidad en este largo camino. Hizo un pueblo. Estaba con ellos”. Y aquel “camino que comenzó con una desobediencia, termina con una obediencia”, con el sí de María ante el Anuncio del ángel.
“El nudo que hizo Eva con su desobediencia – dijo además Francisco aludiendo a San Ireneo de León – lo deshizo María con su obediencia. Es un camino en el cual las maravillas de Dios se multiplican”:
“El Señor está en camino con su pueblo. ¿Y por qué caminaba con su pueblo con tanta ternura? Para ablandar nuestro corazón. Explícitamente lo dice, Él: ‘Yo haré de tu corazón de piedra un corazón de carne’. Ablandar nuestro corazón para recibir aquella promesa que había hecho en el Paraíso. Por un hombre entró el pecado, por otro hombre viene la salvación. Y este camino tan largo nos ayudó a todos nosotros a tener un corazón más humano, más cercano a Dios, no tan soberbio, no tan suficiente”.
Y hoy – prosiguió diciendo el Pontífice –la liturgia nos habla “de esta etapa en el camino de restauración, nos habla de obediencia, de docilidad a la Palabra de Dios”:
“La salvación no se compra, ni se vende: se regala. Es gratuita. Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos: la salvación es un regalo, totalmente gratuito. No se compra con la sangre ni de toros ni de cabras: no se puede comprar. Para entrar en nosotros esta salvación sólo pide un corazón humilde, un corazón dócil, un corazón obediente. Como el de María. Y el modelo de este camino de salvación es el mismo Dios, su Hijo, que no consideró un bien irrenunciable, ser igual a Dios. Lo dice Pablo”.
El Papa hizo hincapié en el “camino de la humildad, de la humillación”. Y afirmó que esto “significa sencillamente decir: yo soy hombre, yo soy mujer y Tú eres Dios, e ir adelante, ante la presencia de Dios, en la obediencia, en la docilidad del corazón”. Por esta razón exhortó en la Solemnidad de la Anunciación a “hacer fiesta: la fiesta de este camino, de una madre a otra madre, de un padre a otro padre”:
“Hoy podemos abrazar al Padre a quien, gracias a la sangre de su Hijo, se ha hecho como uno de nosotros, nos salva. Este Padre que nos espera todos los días… Miremos el icono de Eva y de Adán, miremos el icono de María y Jesús, miremos el camino de la historia con Dios que caminaba con su pueblo. Y digamos: ‘Gracias. Gracias, Señor, porque hoy Tú nos dices a nosotros que nos has regalado la salvación’. Hoy es un día para dar gracias al Señor”.
Fuente: News.va


TOTUS TUUS EGO SUM, MARÍA!



¡Oh Señora y Madre mía!
Yo me ofrezco del todo a Vos,
y en prueba de mi filial afecto
os consagro en este día mis ojos,
mis oídos, mi lengua, mi corazón;
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo vuestro,
¡oh Madre de bondad!,
guardadme y defendedme
como cosa y posesión vuestra. Amén.

LA ANUNCIACIÓN


   Está sentado sobre el cielo inmenso                 
Dios en su trono de oro y de diamantes;             
miles y miles de ángeles radiantes             
le adoran entre el humo del incienso.                  

    A los pies del Señor, de cuando en cuando,             
el relámpago rojo culebrea,              
el rayo reprimido centellea               
y el inquieto huracán se está agitando.               

    El príncipe Gabriel se halla presente,               
ángel gallardo de gentil decoro,               
con alas blancas y reflejos de oro,             
rubios cabellos y apacible frente,               

    «Vuela -le dijo el Hacedor del mundo-             
y baja a Nazaret de Galilea,              
y a la Hija de Joaquín, Virgen hebrea,                
un arcano revélale profundo.            

    Dile que dentro el corazón me duele               
de ver al hombre en su angustiosa pena,            
que me duele el crujir de su cadena,         
y que sudando por romperla anhele.        

    Dile que mi Hijo encarnará en su seno,           
que entrambos hollarán a la serpiente,                
que seré con los hombres indulgente,                 
muy indulgente, porque soy muy bueno».          

    Habló Jehováh, y el Príncipe sublime,             
al escuchar la voluntad suprema,               
se quita de las sienes la diadema              
y en el pie del Señor el labio imprime.                  

    Se levanta, y bajando la cabeza             
ante el trono de Dios, las alas tiende        
y el vasto espacio vagaroso hiende            
y a las águilas vence en ligereza.               

    Baja volando, y en inmenso vuelo          
deja atrás mil altísimas estrellas,               
y otras alcanza, y sin pararse en ellas,               
va pasando de un cielo al otro cielo.          


    Al grande Orión a la derecha deja          
y por la izquierda a las boreales Osas;                 
pasa junto a las Pléyades lluviosas,           
y del Empíreo más y más se aleja.            

    Cuando pasa cercano a los luceros,                 
desaparecen como sombra vaga,               
y al pasar junto al Sol, el Sol se apaga                 
de Gabriel a los grandes reverberos.          

    Desde la inmensa altura en que venía           
la tierra triste apenas se miraba,                
y sus ojos en ella el Ángel clava,                
los negros ojos llenos de alegría.               

    Entonces se apresura, y semejante                 
al rayo del Señor, se precipita,        
las blancas alas más y más agita,              
y en Nazaret preséntase triunfante.           

    Allí una tierna y cándida doncella          
lejos del ruido mundanal vivía;                  
era pobre y llamábase María,           
joven modesta y a la par muy bella.           

    De rodillas hincada en su aposento,                
piensa a sus solas con mortal congoja                 
en la raza de Adán, y el suelo moja            
con lágrimas que vierte ciento y ciento.             

    Triste contempla desde aquel retiro                 
la suerte de los hombres sus hermanos,              
y tuerce en su dolor las blancas manos               
y exhala a ratos lánguidos suspiros.          

    Dos veces levantó su rostro al cielo,              
su bello rostro que inundaba el llanto,                 
y otras dos veces con mortal quebranto              
enjugóse los ojos con el velo.           

    «Cumple ¡oh Dios! -exclamó con tono blando-          
del Salvador la espléndida promesa»;        
y al exclamar así, la tierra besa,                 
y en amargo pesar sigue llorando.             


    «¡Ay, Señor! no te olvides de Solima               
-gritó más alto- acuérdate del hombre;               
te lo suplico por tu santo nombre,     
por ese nombre de infinita estima.             

    Anda el mortal sobre ásperos abrojos              
por desiertos sin agua y sin camino,          
rasgado el corazón, perdido el tino,           
y están hinchados de llorar sus ojos.        

    Y no quiere aplacarse el Dios clemente            
cuando en las aras el incienso humea;                
la sangre, en vano, del altar chorrea,         
y en vano empapa el suelo delincuente.              

    Del mundo ingrato el crimen infinito              
con la sangre de toros no se expía,            
ni con humo tampoco: ¿qué valdría           
el humo y sangre para tal delito?               

    ¡Ay, Señor! no te olvides de Solima,                
y compasivo acuérdate del hombre;         
te lo suplico por tu santo nombre,              
por ese nombre de infinita estima».           

    Gabriel se acerca en tanto a la doncella           
y las alas cerrando reverente,          
baja hasta el suelo su gloriosa frente,                
suelo dichoso que la Virgen huella.            

   Dios te guarde -le dijo-, alta Criatura:              
Eres más linda que la luna llena                
cuando se eleva de la mar serena              
después que huyó la tempestad oscura.    

   La gracia del Señor en ti rebosa,             
y antes que el aquilón se desatara,           
y antes también que el piélago bramara,             
Jehováh te destinó para su esposa.           

   Te acompaña tu Dios; y cuando fueres   
la blanda Madre del Ungido Eterno,           
han de llamarte con afecto tierno              
la Bendita entre todas las mujeres.            


   Tu Hijo el Criador ha de ocupar un solio           
y regirá su cetro a las naciones,       
y flotarán triunfantes sus pendones          
encima del soberbio Capitolio.          

   Pasarán esta tierra y estos mares,          
podrá venirse abajo el firmamento,            
pero ese rey en su inmutable asiento
verá pasar los siglos a millares».                

   -«¿Cómo ser madre -díjole María-           
si me conservo en virginal pureza?»          
Gabriel entonces con gentil viveza,            
a la hermosa israelita le decía:        

   «Nada es difícil al Poder Divino;             
del Altísimo el brazo Omnipotente              
pone barreras a la mar hirviente,               
y lanza el rayo, y suelta el torbellino.         

   A una leve señal de su semblante         
Naturaleza dócil obedece,                 
desde la flor que en el desierto crece                  
hasta ese sol magnífico y brillante».          

   Los ojos baja a esta sazón la Hebrea,               
los grandes ojos que en el suelo clava,              
y «he aquí -exclamó- de mi Señor la esclava:               
en mí cumplida tu palabra sea».                

   Oyóla el Ángel, y admirado ante ella,               
quédase un rato, inmóvil como roca;         
después, con humildad, pone la boca         
en el polvo que pisa la Doncella.                

   Dejando el Verbo entonces junto al Padre                  
su rayo, su relámpago y su trueno,            
baja y encarna en el modesto seno            
de aquella Virgen que escogió por Madre.          

   Ángeles mil y mil pasmados se hallan               
en el cielo con tantas maravillas,               
cierran las alas, doblan las rodillas,            
bajan los ojos y postrados callan.

lunes, 24 de marzo de 2014

¿QUIÉN ES MARÍA?



Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre
(Mt. 19 6)

            María ha sido esencialmente querida por Dios como la nueva Eva de Cristo, el nuevo Adán. Difícilmente se encontrará definición más exacta y más completa de Ella que la que Dios mismo dio de Eva en el momento en que creó a la primera mujer: «Adiutorium simile sibi, una Ayuda semejante a Él». María será para Cristo en el orden de la reparación y de la gracia lo que Eva fue para Adán en el orden de la caída y del pecado.

            Se obra como se es: «Operari sequitur esse». Para colaborar con Cristo, Ella deberá serle semejante en su ser. Ella le será semejante —no igual— por su exención del pecado original, por su plenitud propia de gracia, y por la eminencia singular de sus virtudes.

            Para colaborar con Él de manera habitual y verdaderamente oficial, Ella deberá también estarle unida por lazos duraderos y físicos. Es evidente que un matrimonio ordinario quedaba excluido. Dios hace entonces algo admirable: para que María sea la Esposa espiritual y la Cooperadora universal de Jesús, la convierte en su Madre según la carne, y la vincula así de manera definitiva a Cristo por los lazos físicos más estrechos que se puedan concebir. También por este mismo hecho, Ella queda elevada al plan y al nivel de Cristo, cosa igualmente indispensable para una colaboración perpetua. Él es el Hijo de Dios, Dios mismo; Ella será la Madre de Dios, dignidad menor, ciertamente, que la de Cristo, pero dignidad en cierto aspecto infinita, que la eleva, tanto como es posible, a la altura de Cristo, de la manera que conviene perfectamente a su condición de nueva Eva.
            Desde ahora Ella está equipada para realizar, en unión con Cristo y en dependencia absoluta de Él, su gran obra de glorificación del Padre y de salvación de la Humanidad.

            Ella será, ante todo, Corredentora con Él, no solamente en el sentido de que por su libre consentimiento Ella nos da verdaderamente al Redentor; no solamente en que, por sus méritos y oraciones, Ella contribuye a la aplicación de los frutos de la Redención a las almas; sino Corredentora en el sentido estricto y completo de la palabra: Ella no forma con Cristo más que un solo principio moral del acto redentor mismo, participando del Sacrificio decisivo, no como elemento principal, pero sí como causa integrante por libre voluntad de Dios: Ella es Sacrificadora secundaria y Víctima subordinada del Sacrificio del Calvario.

            El acto redentor del Calvario, al que queda vinculada toda la vida de Cristo, y también todas las acciones de María desde que se convirtió en Madre y en Socia indisoluble del Hijo de Dios, reviste también el aspecto del mérito, y merece por lo tanto todas las gracias necesarias o útiles para la salvación de la humanidad. María participa también de este aspecto de la Pasión de Cristo, como de todos los demás, y merece, al menos con mérito de conveniencia , todas las gracias que serán impartidas a la humanidad. Cristo es Mediador supremo de todas las gracias, que Él conquistó al precio de su Sangre; María participa de este derecho de distribución de las gracias por la colaboración que Ella aportó en su adquisición. Por ser Corredentora, María es Mediadora y Distribuidora de todas las gracias, ejerciendo esta función por una causalidad moral de destinación o de consentimiento, por una causalidad de oración, y también probablemente por una causalidad de producción física, subordinada e instrumental, pero libre y verdadera.

            Ahora bien, la gracia es la vida del alma, su vida sobrenatural. María es juntamente con Cristo, y por más de un título, el principio de toda vida sobrenatural, porque, en dependencia de Cristo, es causa multiforme de la gracia en las almas. Al dar así verdaderamente la vida a las almas, Ella es su Madre, su verdadera Madre, no ciertamente según una maternidad natural, pero sí con una maternidad real y no solamente metafórica y por modo de decir. En el orden de la vida divina Ella cumple de manera sobreeminente toda la misión y todas las funciones que una madre ordinaria ejerce en la vida de su hijo. María es, pues, Madre de las almas, por ser Mediadora de todas las gracias.

            Redimir las almas, aplicarles los frutos de la redención, comunicarles y hacerles aceptar la gracia, y darlas así a luz a la vida sobrenatural, formarlas y hacerlas crecer en ella, no se hace solo, es una obra difícil; no se realiza sino en contra de fuerzas adversas coaligadas contra Dios y contra las almas: el demonio, el mundo y las facultades desordenadas que, como un virus indestructible, el pecado original dejó en el hombre. Lo cual quiere decir que redención, santificación y vivificación son una lucha, un combate incesante. Pues bien, en esta lucha María es la eterna adversaria de Satanás, detrás de la cual Cristo parece esconderse, como en otro tiempo la Serpiente se había escudado detrás de Eva. María es la eterna y siempre victoriosa Combatiente de los buenos combates de Dios. Más que eso: por debajo de Cristo, Ella es la invencible Generala de los ejércitos divinos, pues conduce y dirige el combate. Ella es para la Iglesia y para las almas todo lo que un general es para su ejército: da a las almas, a los mismos jefes de la Iglesia, las luces apropiadas para despistar las emboscadas de Satán y dirigir la batalla; sostiene también los ánimos, relanza sin cesar a sus hijos a la lucha, los provee de las armas adecuadas que deben asegurarles la victoria; pues todo eso es, con toda evidencia, obra de la gracia: gracia de luz, de valentía, de fortaleza, de perseverancia; y toda gracia, después de Cristo, nos viene de María. Por ser Corredentora y Mediadora de todas las gracias, Ella es Generala «victoriosa en todas las batallas de Dios» .

            Pero también, finalmente, por ser Madre de Dios, Socia universal de Cristo y Corredentora de la humanidad, María es Reina universal junto a Cristo Rey. Ella es Reina, como lo admiten unánimemente los teólogos, según una realeza verdadera y efectiva, que se ejerce sobre toda criatura, tanto sobre los ángeles como sobre los hombres, tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural; realeza que es participación de la de Cristo, se extiende tan lejos como la de Él, se ejerce de manera análoga a la de Él, pero le sigue siendo siempre plenamente subordinada.


J. Mª Hupperts S.M.M.

ELEGIR EL CAMINO DE A HUMILDAD


No nos salva nuestra seguridad de observar los mandamientos, sino la humildad de tener siempre necesidad de ser curados por Dios: es cuanto, en síntesis, afirmó esta mañana el Papa Francisco en su homilía de la Misa presidida en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
“Ningún profeta es bien aceptado en su patria”: la homilía del Papa comenzó con estas palabras de Jesús dirigidas a sus coterráneos, los habitantes de Nazaret, ante los cuales no pudo hacer milagros, porque “no tenían fe”. Jesús les recuerda dos episodios bíblicos: el milagro de la curación de la lepra de Naamán el Sirio, en tiempos del profeta Eliseo, y el encuentro del profeta Elías con la viuda de Sarepta de Sidón, quien fue salvada de la carestía.
“Los leprosos y las viudas – explicó el Papa Francisco – en aquel tiempo eran marginados”. Y sin embargo, estos dos marginados, acogiendo a los profetas, fueron salvados. En cambio, los nazarenos no aceptan a Jesús porque “estaban tan seguros en su ‘fe’, tan seguros en su observancia de los mandamientos, que no tenían necesidad de otra salvación”:
“Es el drama de la observancia de los mandamientos sin fe: ‘Yo me salvo solo, porque voy a la sinagoga todos los sábados, trato de obedecer a los mandamientos, ¡pero que éste no venga a decirme que eran mejor que yo aquel leproso y aquella viuda!’. ¡Esos eran marginados! Y Jesús nos dice: ‘Pero, mira, si tú no te marginas, no te sientes en el margen, no tendrás salvación’. Ésta es la humildad, el camino de la humildad: sentirse tan marginados que tenemos necesidad de la salvación del Señor. Sólo Él salva, no nuestra observancia de los preceptos. Y esto no gustó, se enojaron y querían matarlo”.
La misma rabia – comentó el Papa – afecta, inicialmente, también a Naamán, porque considera ridículo y humillante la invitación de Eliseo de bañarse siete veces en el río Jordán para quedar curado de la lepra. “El Señor le pide un gesto de humildad, que obedezca como un niño, que haga el ridículo”. Se va desdeñado, pero después, convencido por sus siervos, vuelve y hace cuanto le dijo el profeta. Aquel acto de humildad lo cura. “Es éste el mensaje de hoy, en esta tercera semana de Cuaresma” – afirmó el Papa – y señaló que si queremos ser salvados, “debemos elegir el camino de la humildad”:
“María en su Cántico no dice que está contenta porque Dios ha mirado su virginidad, su bondad y su dulzura, tantas virtudes que ella tenía. No. Sino porque el Señor ha mirado la humildad de su sierva, su pequeñez, su humildad. Es lo que mira el Señor. Y debemos aprender esta sabiduría de marginarnos, para que el Señor nos encuentre. No nos encontrará en el centro de nuestras seguridades, no, no. Allí no va el Señor. Nos encontrará en la marginación, en nuestros pecados, en nuestras equivocaciones, en nuestras necesidades de ser curados espiritualmente, de ser salvados; allí nos encontrará el Señor”.
“Es éste – reafirmó Francisco – el camino de la humildad”:
“La humildad cristiana no es la virtud de decir: ‘Pero, yo no sirvo para nada’ y esconder la soberbia allí, ¡no, no! La humildad cristiana es decir la verdad: ‘Soy pecador, soy pecadora’. Decir la verdad: es ésta nuestra verdad. Pero hay otra: Dios nos salva. Pero nos salva allá, cuando nosotros somos marginados; no nos salva en nuestra seguridad. Pidamos la gracia de tener esta sabiduría de marginarnos, la gracia de la humildad para recibir la salvación del Señor”.

domingo, 23 de marzo de 2014

EL AGUA VIVA DE LA MISERICORDIA


Queridos hermanos y hermanas,
el Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, sucedido en Sicar, junto a un antiguo pozo donde la mujer iba cada día, para sacar agua. Aquel día se encontró a Jesús, sentado, "fatigado por el viaje" (Juan 4, 6). Él inmediatamente le dice, "dame de beber". De este modo supera las barreras de hostilidad, que existían entre judíos y samaritanos y rompe los esquemas del prejuicio en frente a las mujeres. El simple pedido de Jesús es el inicio de un dialogo sincero, mediante el cual Él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual, según los esquemas sociales, no tendría ni si quiera que haberle dirigido la palabra. Jesús la pone frente a su realidad, no juzgándola sino haciéndola sentir considerada reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la rutina cotidiana.
Aquella de Jesús era una sed no tanto de agua, sino de encontrar un alma sedienta. Jesús tenía necesidad de encontrar a la samaritana para abrirle el corazón: le pide de beber para poner en evidencia la sed que había en ella misma. La mujer queda tocada por este encuentro: dirige a Jesús aquellas preguntas profundas que todos tenemos dentro, pero que muchas veces ignoramos. ¡También nosotros tenemos tantas preguntas para hacer, pero no encontramos el coraje de dirigirlas a Jesús! La Cuaresma es el tiempo oportuno para mirarse adentro, para ser surgir nuestros deseos espirituales más verdaderos y pedir la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la samaritana nos invita a expresarnos así, "dame de esa agua así no tendré más sed".
El evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su maestro hablara con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios por eso no tiene temor de detenerse con la samaritana: la misericordia es más grande que el prejuicio. El resultado de aquel encuentro junto al pozo fue que la mujer fue transformada: "dejó su cántaro"  y corre a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria. Había ido a buscar agua del pozo, y ha encontrado otra agua, el agua viva de la misericordia que salta hasta la vida eterna. ¡Ha encontrado el agua que buscaba desde siempre!, corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida.
En este evangelio encontramos también nosotros el estímulo para "dejar nuestro cántaro", símbolo de todo lo que aparentemente es importante pero que pierde valor frente al "amor de Dios", que "ha estado derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5). Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y como la samaritana, ha de dar testimonio a nuestros hermanos, de la alegría del encuentro con Jesús y las maravillas que su amor, realiza en nuestra existencia.
Alocución del Papa Francisco durante el rezo del ángelus 23-04 14

sábado, 22 de marzo de 2014

SEÑORA DEL MUNDO



Salve Reina de misericordia, Señora del mundo, Reina del cielo, Virgen de las vírgenes, Sancta Sanctorum, luz de los ciegos, gloria de los justos, perdón de los pecadores, reparación de los desesperados, fortaleza de los lánguidos, salud del orbe, espejo de toda pureza.

Haga tu piedad que el mundo conozca y experimente aquella gracia que Tú hallaste ante el Señor, obteniendo con tus santos ruegos perdón para los pecadores, medicina para los enfermos, fortaleza para los pusilánimes, consuelo para los afligidos, auxilio para los que peligran.

Por Ti tengamos acceso fácil a tu Hijo, oh bendita y llena de gracia, madre de la vida y de nuestra salud, para que por Ti nos reciba el que por Ti se nos dio.

Excuse ante tus ojos tu pureza las culpas de nuestra naturaleza corrompida: obténganos tu humildad tan grata a Dios el perdón de nuestra vanidad. Encubra tu inagotable caridad la muchedumbre de nuestros pecados: y tu gloriosa fecundidad nos conceda abundancia de merecimientos.

Oh Señora nuestra, Mediadora nuestra, y Abogada nuestra: reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo.

Haz, oh Bienaventurada, por la gracia que hallaste ante el Señor, por las prerrogativas que mereciste y por la misericordia que engendraste, que Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro, bendito por siempre y sobre todas las cosas, así como por tu medio se dignó hacerse participante de nuestra debilidad y miserias, así nos haga participantes también por tu intercesión de su gloria y felicidad.
(San Bernardo)

IESU, LABANTES RÉSPICE


Iesu, labantes réspice
et nos videndo corrige;
si respicis labes cadunt
fletuque culpa solvitur.


Pon tus ojos, Señor, en los que caemos
y levántanos con tu mirada;
si Tú nos miras los pecados caen
y en el llanto la culpa se disuelve

(San Ambrosio)

jueves, 20 de marzo de 2014

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA


"Venid, Dios mío, en mi socorro
y apresuraos a ayudarme;
confundidos y avergonzados sean mis enemigos
que buscan mi vida.
Sean rechazados y avergonzados 
quienes me quieren mal"
(Introito)

Bienaventurado será el que socorre a su prójimo en la calamidad y en el infortunio, porque no le faltará el auxilio del Señor, ni le serán cerradas las puertas de su corazón misericordioso.
Bienaventurado será el que apresura sus pasos para estar al lado del que necesita su ayuda, porque el Señor mismo lo llevará sobre sus hombros para introducirlo en su reino por toda la eternidad.
Bienaventurado el que no atenta, ni destruye, ni trama contra la vida de su hermano, porque recibirá la bendición del Señor.
¡Ay de aquél al que el Señor haya de pedir cuenta de la sangre del prójimo con la que ha teñido sus manos!
¡Confundidos y avergonzados por toda la eternidad serán los hombres de corazón duro y perverso!
Felices y dichosos serán por toda la eternidad los que a su paso van sembrando vida, enjugando lágrimas, consolando penas y portando paz.
Bienaventurados y felices serán los que saben querer y amar.
Bienaventurados por siempre los de limpio y magnánimo corazón.
¡Ninguna maldad pasa oculta a los ojos del Señor!
¡Él rechaza y desprecia los corazones soberbios y arrogantes!
El Señor sana y limpia los corazones quebrantados y humillados.
P. Manuel María de Jesús

miércoles, 19 de marzo de 2014

IN MEMORIAM


HOMILÍA DEL SUPERIOR DE LA FRATERNIDAD
 DE CRISTO SACERDOTE Y SANTA MARÍA REINA,
 EN LAS EXEQUIAS  DE LA MADRE MARIA ELVIRA
 DE LA SANTA CRUZ
(21 de marzo de 2006)

“Ya podría yo hablar las lenguas de los ángeles; si no tengo caridad no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría  yo tener el don de predicación y conocer todos los secretos y todo el saber, podría yo tener una fe como para  mover montañas, si no tengo caridad no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo caridad de nada me sirve… La caridad no pasa nunca”.
Estas palabras del Apóstol San Pablo son la Carta Magna de las Hermanas Misioneras de la Fraternidad. A través de ellas Dios nos revela el misterio profundo de nuestra vida y nos deja entrever también el misterio de la eternidad.
El amor es el manantial de la vida, es la fuente en la que brota y se mantiene nuestra existencia. El amor es la respuesta a nuestros interrogantes. El amor es la meta hacia la cual somos atraídos mediante una fuerza misteriosa. El amor es Dios.
La búsqueda de Dios se convierte para todo ser humano en la razón última de su paso por esta vida.
Dime lo que buscas y te diré quien eres, bien podríamos decir. La categoría y la grandeza interior de una persona se  manifiesta en aquello que busca en su vida. El alma que busca a Dios por encima de todas las cosas, como lo primero y lo más importante, como lo único necesario, es el que ha alcanzado la verdadera sabiduría y el camino de una gloria eterna.
Si es el amor la respuesta, la meta y la plenitud. ¿Dónde podemos alcanzarlo? ¿Cómo podremos adquirirlo?.
El Libro del Cantar de los Cantares nos indica con claridad: “Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa se haría despreciable”.
Estas palabras resuenan con una carga profética y estremecedora en la hora presente, en la sociedad del materialismo y de la riqueza, de la técnica y del gran dominio que el hombre ha adquirido en los campos de la ciencia y de la técnica.
 Justamente lo más importante, lo único importante no se puede comprar.
El amor de Dios es un don, es una gracia, es un regalo. Y sólo es posible adquirir la mayor de las riquezas, que es Dios mismo, cuando se emprende el arduo camino de la negación de sí mismo, el camino de la purificación del corazón. No se puede alcanzar el amor de Dios sin el requisito de la humildad, de un corazón pobre y desasido de todo orgullo, de toda vanagloria. El Corazón Inmaculado de María es el referente, el espejo en el que nos debemos mirar si queremos ser agraciados, enriquecidos, transfigurados por el amor de Dios.
¿Y cómo podemos nosotros, pobres y limitadas criaturas, confiar en llegar a alcanzar la gracia y la meta del amor?. ¿Cómo puede el hombre del siglo XXI fiarse de aquello que no puede pesar, contar, medir científica y experimentalmente?.
No se nos ha dado, ni se nos dará otro signo más que el signo de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Un signo escandaloso, un signo necio para los de corazón orgulloso y arrogante, para los que viven embotados y ebrios en la soberbia de la vida, en la trampa del dinero, en la locura de las bajas pasiones y de los bajos instintos.
No se nos dará otro signo más que el signo del Hijo enviado y entregado a la muerte y una muerte de Cruz.
El amor sólo puede manifestarse y hacerse patente mediante el mismo amor. Un amor crucificado y crucificante. Un amor hasta el extremo. Un amor que da voluntariamente la propia vida. No se la arrebatan, sino que Él voluntariamente la da, la ofrece, como holocausto de suave amor a su Padre y a favor de sus hermanos los hombres.
“Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos”. Este el signo, la señal que vemos y aprendemos en Cristo crucificado. En el Cristo embriagado en amor divino que da su vida por nosotros que no somos merecedores de ello, pero sí necesitados.
La Cruz de Cristo es la fuerza que vence al mundo, es la sobreabundancia de bien que vence al Maligno y al mal, es el amor que vence al odio, es  la entrega que derrota al egoísmo, es la muerte que vence a la muerte y nos alcanza la vida perdurable.
La Cruz de Cristo y el Corazón traspasado de su Madre Santísima plantada a sus pies, son el beso de Dios a la humanidad creada por amor.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?. Sólo nuestro rechazo al Amor, nuestro rechazo al Amado.
Llegar a comprender y a vivir, aún con las limitaciones humanas, el misterio de la Cruz, es la ciencia más alta y consumada.
No puedo menos de dar gracias a Jesús y a María al poder constatar que mi Hermana Elvira, mi primera Hija espiritual de la Fraternidad alcanzó a comprender y vivir esa ciencia. Recojo de sus apuntes de conciencia del año 94:
“Ahora veo claro, Jesús, que lo único que quieres de mí, es que viva tan sólo para ti. Que nada ni nadie me distraiga ni me aparte de tu amor.
Cuando hace unas semanas te preguntaba: Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?, Y Tú desde la Custodia me contestabas: Sufrir por mí. Lo cierto es que en mi interior yo decía: pero si es lo que estoy haciendo. Y Tú volvías a repetir: más; sufrir más, pues una buena esposa ha de estar junto a su Esposo, y Yo estoy clavado en la cruz. Debes seguir subiendo la escalera gozosa del sufrimiento si quieres encontrarte conmigo”.
Mis queridos Hermanos, la ciencia de la Cruz, para la Iglesia entera, y también para nuestra pequeña familia la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina, es una ciencia que sólo se aprende en la escuela de María. Es allí en el interior del Corazón Inmaculado donde la Madre nos muestra los tesoros de su Corazón y nos enseña dulce y suavemente a reproducir en nosotros <<los mismos sentimientos de Cristo Jesús>> su Hijo adorable.
Así lo expresaba también la Hermana María Elvira de la Santa Cruz en sus notas personales de conciencia en Junio de 1997:
“Ayúdame María a saber aceptar y llevar con amor la Cruz de cada día. ¡Sólo Dios! ¡Fiat!. Mi vida sólo para Ti, Jesús, y siempre de la mano de María…Gracias María, por se mi aliento y mi fuerza cada día. Corazones Sacerdotales de Jesús y de María, os amo”.
La Santa Misa es el Sacrificio del amor entregado, es la Cruz de Cristo, árbol plantado en medio de la Iglesia y del mundo, cuyo único fruto es el amor. Ese Amor divino que lo penetra todo, lo invade todo y hace nuevas todas las cosas. Ese amor que nos transfigura y diviniza.
Felices las almas que como las vírgenes sensatas tienen prendida la llama del Amor cuando el Divino ladrón, el Místico Esposo, viene a su encuentro para transportarlas a sus moradas atravesando el sueño de la muerte:
 “He aquí que viene el Esposo;  salid a su encuentro”. Será el mismo Esposo quien dejará oír su voz: “Levántate, date prisa, ven del Líbano, esposa mía; ven, que serás coronada. Pasó el invierno con sus escarchas; llegado es ya el tiempo de los cantos”, cánticos de eternidad…Sólo las vírgenes, con exclusión de todos los demás elegidos, podrán entonarlos y saborear su inagotable y misteriosa dulzura. Para ellas hay reservadas delicias inexplicables, ya que habiéndolo abandonado todo por unirse únicamente  a Jesús con fidelidad virginal y un amor sin ningún género de reservas, han obtenido el privilegio incomunicable de “seguir al Cordero a donde quiera que  Él vaya”.

Amén.