REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 31 de diciembre de 2017

SAGRADA FAMILIA

Queridos amigos: celebramos este Domingo la Fiesta de la Sagrada Familia, formada por Jesús, la Virgen María y San José. La familia de Nazaret, que en estos días contemplamos representada en tantos belenes y nacimientos.
El Hijo de Dios quiso nacer y crecer en el seno de una familia, porque ese es el  hábitat natural del ser humano. Es en el hogar donde el hombre y la mujer se  realizan primaria y principalmente como personas humanas.
La familia está llamada a ser cuna, casa y escuela de la vida humana. Por ello, todos los miembros de la misma deben cooperar a la armonía familiar, lo que habrá de redundar en un beneficio de valor incalculable para todos sus componentes. La armonía familiar es fuente de una felicidad auténtica y sólida para todos sus miembros. Nada comparable con “falsas felicidades” que son efímeras, pasajeras y que a la larga sólo acarrean sufrimiento, inseguridad y vacío interior.
Al nacer y crecer en una familia el Hijo de Dios nos revela que la familia, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, con lazos de por vida, es el núcleo fundamental de la sociedad y de la Iglesia.
La fidelidad no debería ser vista como una losa que aplasta los corazones, ni como  una cadena que ahoga la libertad, sino más bien como una fuente de estabilidad que ayuda al equilibrio personal y a la salud emocional de los esposos y de los hijos. Pero, esta debe brotar del amor, del respeto, de la lucha por el mayor bien de los otros miembros de la familia. Sólo cuando el amor se cuida cada día en los mil detalles de delicadeza, de generosidad, de capacidad de perdonar y de pedir perdón, es cuando  la fidelidad se va robusteciendo y se llega a apreciar como un don de valor inmenso.
También para las relaciones familiares de cada día es importante poner en práctica el consejo de Jesús: “no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
Construir una familia es a los ojos de Dios algo más maravilloso que construir cualquier otra obra humana, por valiosa que esta pudiera ser, porque ella es la cuna en la que Dios desea depositar la más preciada de sus criaturas: el hombre y la mujer creados a su imagen y semejanza.
Las familias católicas están llamadas a distinguirse por su fe y su amor a Dios, a que el amor impregne cada día la relación de los esposos entre sí y hacia sus hijos.
Las familias católicas deben animar y ayudar a las otras familias de su entorno, especialmente a aquellas que sufren por cualquier tipo de necesidad material o de enfermedad de sus miembros. Acompañar y animar a los otros matrimonios que  están pasando por crisis de convivencia, o a aquellos que sufren a causa de la ruptura.
   Manuel María de Jesús 

lunes, 25 de diciembre de 2017

¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!

Queridos hermanos y hermanas
Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.
Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada, de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la «hipótesis Dios» sea superflua. No hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, podemos darnos cuenta de lo necesaria que es la exhortación de san Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente» (Rm 12,2). Pablo habla de renovación, de abrir nuestro intelecto (nous); habla, en general, del modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Oremos para que se cree en nuestro interior un espacio para él. Y para que, de este modo, podamos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los niños, en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo.
En el relato de la Navidad hay también una segunda palabra sobre la que quisiera reflexionar con vosotros: el himno de alabanza que los ángeles entonan después del mensaje sobre el Salvador recién nacido: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». Dios es glorioso. Dios es luz pura, esplendor de la verdad y del amor. Él es bueno. Es el verdadero bien, el bien por excelencia. Los ángeles que lo rodean transmiten en primer lugar simplemente la alegría de percibir la gloria de Dios. Su canto es una irradiación de la alegría que los inunda. En sus palabras oímos, por decirlo así, algo de los sonidos melodiosos del cielo. En ellas no se supone ninguna pregunta sobre el porqué, aparece simplemente el hecho de estar llenos de la felicidad que proviene de advertir el puro esplendor de la verdad y del amor de Dios. Queremos dejarnos embargar de esta alegría: existe la verdad. Existe la pura bondad. Existe la luz pura. Dios es bueno y él es el poder supremo por encima de todos los poderes. En esta noche, deberíamos simplemente alegrarnos de este hecho, junto con los ángeles y los pastores.
Con la gloria de Dios en las alturas, se relaciona la paz en la tierra a los hombres. Donde no se da gloria a Dios, donde se le olvida o incluso se le niega, tampoco hay paz. Hoy, sin embargo, corrientes de pensamiento muy difundidas sostienen lo contrario: la religión, en particular el monoteísmo, sería la causa de la violencia y de las guerras en el mundo; sería preciso liberar antes a la humanidad de la religión para que se estableciera después la paz; el monoteísmo, la fe en el único Dios, sería prepotencia, motivo de intolerancia, puesto que por su naturaleza quisiera imponerse a todos con la pretensión de la única verdad. Es cierto que el monoteísmo ha servido en la historia como pretexto para la intolerancia y la violencia. Es verdad que una religión puede enfermar y llegar así a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, haciendo así de Dios su propiedad privada. Debemos estar atentos contra esta distorsión de lo sagrado. Si es incontestable un cierto uso indebido de la religión en la historia, no es verdad, sin embargo, que el «no» a Dios restablecería la paz. Si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente. Qué géneros de violencia arrogante aparecen entonces, y cómo el hombre desprecia y aplasta al hombre, lo hemos visto en toda su crueldad el siglo pasado. Sólo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, sólo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, sólo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable. En la Noche Santa, Dios mismo se ha hecho hombre, como había anunciado el profeta Isaías: el niño nacido aquí es «Emmanuel», Dios con nosotros (cf. Is 7,14). Y, en el transcurso de todos estos siglos, no se han dado ciertamente sólo casos de uso indebido de la religión, sino que la fe en ese Dios que se ha hecho hombre ha provocado siempre de nuevo fuerzas de reconciliación y de bondad. En la oscuridad del pecado y de la violencia, esta fe ha insertado un rayo luminoso de paz y de bondad que sigue brillando.
Así pues, Cristo es nuestra paz, y ha anunciado la paz a los de lejos y a los de cerca (cf. Ef 2,14.17). Cómo dejar de implorarlo en esta hora: Sí, Señor, anúncianos también hoy la paz, a los de cerca y a los de lejos. Haz que, también hoy, de las espadas se forjen arados (cf. Is 2,4), que en lugar de armamento para la guerra lleguen ayudas para los que sufren. Ilumina la personas que se creen en el deber aplicar la violencia en tu nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo de la violencia y a reconocer tu verdadero rostro. Ayúdanos a ser hombres «en los que te complaces», hombres conformes a tu imagen y, así, hombres de paz.
Apenas se alejaron los ángeles, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pasemos allá, a Belén, y veamos esta palabra que se ha cumplido por nosotros (cf. Lc 2,15). Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista (cf. 2,16). Una santa curiosidad los impulsaba a ver en un pesebre a este niño, que el ángel había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. La gran alegría, a la que el ángel se había referido, había entrado en su corazón y les daba alas.
Vayamos allá, a Belén, dice hoy la liturgia de la Iglesia. Trans-eamus traduce la Biblia latina: «atravesar», ir al otro lado, atreverse a dar el paso que va más allá, la «travesía» con la que salimos de nuestros hábitos de pensamiento y de vida, y sobrepasamos el mundo puramente material para llegar a lo esencial, al más allá, hacia el Dios que, por su parte, ha venido acá, hacia nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de superar nuestros límites, nuestro mundo; que nos ayude a encontrarlo, especialmente en el momento en el que él mismo, en la Sagrada Eucaristía, se pone en nuestras manos y en nuestro corazón.
Vayamos allá, a Belén. Con estas palabras que nos decimos unos a otros, al igual que los pastores, no debemos pensar sólo en la gran travesía hacia el Dios vivo, sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el Señor vivió, trabajó y sufrió. Pidamos en esta hora por quienes hoy viven y sufren allí. Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la paz del único Dios y en libertad. Pidamos también por los países circunstantes, por el Líbano, Siria, Irak, y así sucesivamente, de modo que en ellos se asiente la paz. Que los cristianos en aquellos países donde ha tenido origen nuestra fe puedan conservar su morada; que cristianos y musulmanes construyan juntos sus países en la paz de Dios.
Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente. ¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros. Amén.
 Benedicto XVI 24 de diciembre de 2012

viernes, 22 de diciembre de 2017

LA LUZ DE LA NAVIDAD

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 21 de diciembre de 2005

La luz de la Navidad
Esta audiencia general se celebra en el clima de alegre y ferviente espera de las festividades navideñas, ya inminentes. Durante estos días repetimos en la oración "¡Ven, Señor Jesús!", disponiendo nuestro corazón para gustar la alegría del nacimiento del Redentor. De modo especial en esta última semana de Adviento la liturgia acompaña y sostiene nuestro camino interior con repetidas invitaciones a acoger al Salvador, reconociéndolo en el humilde Niño que yace en un pesebre. 

Este es el misterio de la Navidad, que tantos símbolos nos ayudan a comprender mejor. Entre esos símbolos se encuentra el de la luz, que es uno de los más ricos en significado espiritual. Sobre él quiero reflexionar brevemente. 

La fiesta de la Navidad, en nuestro hemisferio, coincide con los días del año en que el sol termina su parábola descendente y comienza a alargar gradualmente  el  tiempo de luz diurna, según la recurrente sucesión de las estaciones. Esto nos ayuda a comprender mejor  el  tema de la luz, que vence a las tinieblas. 

Este símbolo evoca una realidad que afecta a lo más íntimo del hombre:  me refiero a la luz del bien que vence al mal, del amor que supera al odio, de la vida que derrota a la muerte. En esta luz interior, en la luz divina, nos hace pensar la Navidad, que vuelve a proponernos el anuncio de la victoria definitiva del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte. 

Por este motivo, en la novena de la santa Navidad que estamos haciendo, son  numerosas y significativas las alusiones  a la luz. Nos lo recuerda también la antífona que se ha cantado al inicio  de  este encuentro. Al Salvador esperado por las naciones se le aclama como "Astro naciente", la estrella que indica el camino y guía a los hombres, caminantes en medio de la oscuridad y los peligros del mundo, hacia la salvación prometida por Dios y realizada en Jesucristo. 

Al prepararnos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador en nuestras familias y en nuestras comunidades eclesiales, mientras cierta cultura moderna y consumista tiende a suprimir los símbolos cristianos de la celebración de la Navidad, todos debemos esforzarnos por captar el valor de las tradiciones navideñas, que forman parte del patrimonio de nuestra fe y de nuestra cultura, para transmitirlas a las nuevas generaciones. 

En particular, al ver las calles y las plazas de las ciudades adornadas con luces brillantes, recordemos que estas luces nos remiten a otra luz, invisible para los ojos, pero no para el corazón.
Mientras las admiramos, mientras encendemos las velas en las iglesias o la iluminación del belén y del árbol de Navidad en nuestras casas, nuestra alma debe abrirse a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres de buena voluntad. El Dios con nosotros, nacido en Belén de la Virgen María, es la Estrella de nuestra vida. 

"¡Oh Astro naciente, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!" (Antífona del Magníficat). Haciendo nuestra esta invocación de la liturgia de hoy, pidamos al Señor que apresure su venida gloriosa entre nosotros, entre todos los que sufren, porque sólo él puede satisfacer las auténticas expectativas del corazón humano. Este Astro luminoso que no tiene ocaso nos comunique la fuerza para seguir siempre el camino de la verdad, de la justicia y del amor. 

Vivamos intensamente, junto con María, la Virgen del silencio y de la escucha, estos últimos días que faltan para la Navidad. Ella, que fue totalmente envuelta por la luz del Espíritu Santo, nos ayude a comprender y a vivir en plenitud el misterio de la Navidad de Cristo. 

Con estos sentimientos, a la vez que os exhorto a mantener vivo el asombro interior en la ferviente espera de la celebración ya próxima del nacimiento del Salvador, me complace expresar ya desde ahora mis más cordiales deseos de una santa y feliz Navidad a todos vosotros, aquí presentes, a vuestros familiares, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos. 

¡Feliz Navidad a todos!

martes, 7 de noviembre de 2017

FARISEOS CON PIEL DE PUBLICANOS

* Para escuchar el audio ir a :

https://soundcloud.com/monjes-de-cristo-orante/domingo-xxxi-del-tiempo-durante-el-ano-ciclo-a

domingo, 15 de octubre de 2017

LLAMADA MARIANA PARA TODA LA IGLESIA

Conferencia del Profesor Roberto de Mattei
Abadía de Buckfast, Devon, Inglaterra

FÁTIMA 10O AÑOS DESPUÉS. LLAMADA MARIANA PARA TODA LA IGLESIA

Contexto histórico del Mensaje de Fátima
El mensaje de Fátima apunta al triunfo del Inmaculado Corazón de Maria. Ésta es su esencia, como bien han entendido autores como el P. Joaquín Alonso (1938-1981) [1], el P. Serafino Lanzetta [2] y otros. La profecía contenida en el mensaje del 13 de julio de 1917 tiene su punto culminante en la promesa: «Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará». Es importante recalcar que esta promesa es incondicional [3].
Ahora bien, hay otra dimensión no menos importante que merece nuestra atención y en la que quiero centrarme.  Se trata de la profecía que afirma que si el mundo no se convierte le sobrevendrá un gran castigo. Lo de Fátima no es un llamado general a la oración y la penitencia, sino ante todo el anuncio de un castigo y del triunfo final en la historia de la divina Misericordia.
En el amplio horizonte de las revelaciones privadas, las apariciones de Fátima descuellan por una característica propia: su estrecha ligazón con la historia. Las grandes apariciones de Nuestra Señora en el siglo XIX –Rue du Bac (1830), Sant’Andrea delle Fratte (1842) y Lourdes (1858) –, si bien arrojan luz sobre su época, no tienen referencias históricas directas.
“El hombre  –afirma Dom Prosper Guéranger (1805-1875) – ha sido llamado por Dios a un destino sobrenatural, ese es su fin; la historia de la humanidad debe brindar testimonio de ello” [4]. Fátima nos recuerda que la historia no se debe juzgar según criterios de naturaleza geopolítica o socioeconómica, sino desde la perspectiva de Dios, ya que la historia es una criatura, y como tal, está ordenada a la gloria de Dios.
Por consiguiente, la revelación de Fátima es una teología de la historia que tiene por objeto el plan sobrenatural de Dios en la historia de los siglos XX y XXI. “Es –en palabras del padre Ramiro Sáenz– una intervención divina en una circunstancia histórica concreta para corregir su rumbo”[5]. “Desde todo punto de vista –señala Plinio Correa de Oliveira (1908-1995)–, por la naturaleza de su contenido y por la dignidad de Quien las dio, las revelaciones de Fátima sobrepasan todo lo que dicho la Povidencia a la humanidad ante los cataclismos que amenazan en la historia. Por tanto, puede afirmarse rotundamente y sin temor a contradicción que las apariciones de Nuestra Señora y del Ángel de la Paz en Fátima constituyen el suceso más importante y emocionante del siglo XX” [6].
El meollo de la profecía de Fátima es el mensaje del 13 de julio de 1917. Dicho mensaje se divide en tres partes, llamadas también secretos, pero las une un mismo hilo conductor y cada parte está armoniosamente entrelazada con las demás. El tríptico de Fátima, escribe el padre Alonso «forma una unidad tan compacta y perfecta que no es posible desligar una parte de otra» [7].
La primera parte del mensaje consiste en la visión del infierno, que es el castigo para las almas individuales que mueren impenitentes. En la segunda parte, el castigo se extiende a los pecados de las naciones. Una nación no sólo peca cuando la mayoría de sus ciudadanos vulnera la Ley de Dios, sino sobre todo cuando sus instituciones contradicen públicamente dicha Ley. El castigo de las naciones, que no tienen vida eterna, es su aniquilación material y espiritual.
La tercera parte del secreto se extiende a la Iglesia. El pecado de los hombres de la Iglesia, que tienen la misión de guiar a los fieles a la vida eterna, no se limita a su decadencia moral, sino –en su aspecto más profundo– a su apostasía de la fe. Cuando el clero deja de predicar la verdad y condenar los errores abdica de su misión pastoral y peca contra la fe. La visión del Tercer Secreto nos brinda una imagen simbólica del castigo de la Iglesia: la ruina de la Civitas Dei y la persecución de sus pastores y fieles.
Cada una de las partes de los tres secretos de Fátima está explicada por la precedente y, como declaró la hermana Lucía en una carta a Juan Pablo II el 12 de mayo de 1982, la trágica escena del Tercer Secreto se refiere a las palabras de Nuestra Señora: “Rusia propagará sus errores por todo el mundo” [8]; es decir, a la segunda parte del Mensaje.
Ahora bien, ¿por qué desempeña Rusia esta misión tan central, y cuáles son sus errores? Ningún estudioso de Fátima tiene la menor duda al respecto. El error de Rusia es el comunismo, que a partir de 1917 empezó a difundirse por el mundo. Los pecados de las naciones y de la Iglesia consisten más que nada en haber abrazado dicho error. El castigo va en el propio pecado cometido, según enseña el libro de la Sabiduría: «per quae peccat quis, per haec et torquetur» (Sabiduría, XI, 17: “por donde uno peca, por ahí es atormentado”). El comunismo es el infierno de las naciones, y la propia Iglesia será la víctima de tan infernal maquinaria.
Rusia propagará sus errores por el mundo
El 26 de octubre de 1917, tres meses después del mensaje del 13 de julio, Vladimir Ilich Lenin (1870 -1924), se hizo con el poder en Rusia en un golpe de estado. Rusia se convirtió en la fuente de una ideología diametralmente opuesta al catolicismo. «La filosofía marxista –proclamó Lenin– es el materialismo filosófico integral» [9]. El materialismo integral también se define como materialismo dialéctico. Para el comunismo, todo es materia que evoluciona y se transforma. El alma del universo es la evolución dialéctica, que niega de raíz toda estabilidad del Ser. Todas las instituciones permanentes de la sociedad –la familia, la propiedad privada, el Estado, la Religión– están destinadas a ser absorbidas en la lucha incesante de sus contrarios [10].
Sin embargo, el comunismo no es sólo una idea filosófica, sino una organización de los apóstoles del error, que se proponen transformar la sociedad mediante su acción revolucionaria. En su segunda tesis sobre Feuerbach, Carlos Marx declara que el hombre debe encontrar la verdad de sus ideas en la praxis de éstas, y en su undécima tesis, afirma que la labor de los filósofos no es interpretar el mundo sino transformarlo [11]. El filósofo es sustituido por el revolucionario, y el revolucionario debe demostrar el poder y la eficacia de su pensamiento en la praxis. «Esto quiere decir –como señala el filósofo Augusto del Noce (1910-1989)– que es imposible tratar el marxismo independientemente de su  puesta en práctica histórica, precisamente porque no puede basar sus criterios de veracidad en nada que no sea su verificación histórica» [12].
La palabra Rusia, por tanto, es mucho más que una simple referencia geográfica: se refiere a la secta ideológica que gobierna el antiguo imperio de los zares desde 1917. Los revolucionarios –escribe Lenin– son hombres «que no sólo dedican su tiempo libre a la Revolución, sino su vida entera»[13], «hombres que se dedican a la acción revolucionaria»[14]. La Revolución Bolchevique, según el propósito de su autor, no se limita a una nación; es universal y permanente. En 1919, Lenin fundó en Moscú la Tercera Internacional o Komintern, organización multinacional de los partidos comunistas. En el congreso celebrado en Moscú en julio y agosto de 1920 dio a conocer su programa para la futura Revolución Mundial.
En Rusia y en los países en que el comunismo ha llegado al poder, el método empleado por la Revolución ha sido el terror. El 20 de diciembre de 1917, Lenin creó la Checa, policía secreta encargada de reprimir toda actividad contrarrevolucionaria. Su sede central, ubicada en la calle Lubianka, se convirtió en símbolo de un terror político sin precedentes en el mundo. Según el decreto del 5 de septiembre de 1918, bastaba con preguntar a cualquier persona por sus orígenes, sus estudios, su profesión o su domicilio. Dependiendo de lo que respondiese, si resultaba pertenecer a la clase media, su suerte estaba sellada[15]. El general Alexander Orlov (1895-1973), que desertó de la policía secreta comunista y se pasó a Occidente, calcula la cantidad de personas fusiladas entre 1917 y 1923 en más de un millón ochocientas mil[16], sin contar las que murieron de hambre y de privación. Un año después de la Revolución, en Moscú la gente iba por la calle en harapos y se desplomaba muerta en la nieve a consecuencia de la grave desnutrición. Stalin se valió del hambre para exterminar a poblaciones enteras, como los kulaks.
Comienza la Ostpolitik

Desde el principio, pocos se dieron cuenta del alcance de esta tragedia. Desgraciadamente, el consejo supremo de pastores de la Iglesia,  Benedicto XV (1914 – 1922) y Pío XI (1922-1939) tampoco lo entendieron. El historiador Anthony Rhodes (1916-2004) dice: «Hoy en día puede parecernos extraño que al principio el Vaticano no viera con suficiente aprensión a los nuevos dirigentes soviéticos de 1918»[17].
Tanto Benedicto XV como Pío XI basaron su política en el ralliement de León XIII (1878-1903) con la Tercera República Francesa[18]: que es necesario aceptar los poderes establecidos[19]. Y el poder en Rusia era Lenin, así como en tiempos del ralliement de León XIII el poder lo ejercía en Francia la Masonería. Para León XIII y su escuela diplomática, la piedad personal, incluso a alto nivel, no se metía en política, ya que está estaba reservada para la ciencia diplomática, de la cual la Iglesia era Maestra. Al igual que León XIII, otro historiador de la época, Philippe Chenaux, escribe: «Benedicto XV y Pío XI creían que podrían llegar a algún concordato con las autoridades soviéticas»[20].
La erudita italiana Laura Pettinaroli ha documentado la intensa actividad diplomática de la Santa Sede para con el bolchevismo a partir de la Conferencia Internacional de Génova celebrada en abril y mayo de 1922[21]. Los archivos de asuntos eclesiásticos extraordinarios de la Santa Sede, que he consultado, confirman que en 1923 se entablaron negociaciones con vistas al posible reconocimiento del gobierno soviético por parte de la Santa Sede. Los mismos archivos documentan que en diciembre de 1923 una comisión de cardenales estudió el posible reconocimiento del gobierno soviético por la Santa Sede[22].
Con todo, los archivos no sólo contienen una enérgica y profética carta de protesta enviada a Pío XI durante la conferencia de Génova por el comité nacional de rusos en el exilio, presidido por el teólogo ortodoxo Anton Vladimirovitch Kartachoff (1875-1960)[23], sino ante todo una impresionante nota de 1923-1924 enviada por una fuente bolchevique sobre los planes del Ejército Rojo para expandirse por Europa y el Próximo Oriente[24].
El misterio se complica cuando se descubre que entre 1922 y 1933, en el lapso de poco más de diez años, Pío XI cifró una confianza incondicional en un personaje ambiguo, el P. Michael d’Herbigny (1850-1957)[25], de la Compañía de Jesús, al que confió el cargo de deán en el Pontificio Instituto Oriental.
El P. D’Herbigny, llevó a cabo varias misiones en Rusia de parte de la Santa Sede entre 1925 y 1926. En un folleto publicado en Francia expuso sus impresiones del primer viaje, realizado en 1925. Según el religioso francés, las iglesias de Moscú estaban abiertas, se proclamaba abiertamente la libertad religiosa, el clero ortodoxo usaba abiertamente vestiduras eclesiásticas y no había señales de violencia, aunque la propaganda científica contra la religión fuera en aumento[26]. En el segundo viaje pasó por Berlín, donde fue consagrado obispo en secreto por monseñor Eugenio Pacelli en la capilla de la residencia del Nuncio. Por su parte, monseñor D’Herbigny consagró a tres obispos clandestinos.
La actividad de D’Herbigny tenía un doble propósito: intentar llegar a un acuerdo con los soviéticos, y la creación de una jerarquía clandestina en Rusia. a su regreso a Roma en agosto de  1926, Pío XI le encomendó la dirección de una comisión pontificia pro Rusia, que absorbió las competencias de la Congregación Oriental. En 1929 se fundó el Pontificium Collegium Russicum. Ya parecía que monseñor D’Herbigny estaba a punto de recibir el capelo cardenalicio, cuando su trayectoria eclesiástica sufrió un repentino y misterioso colapso. Parece que su caída se debió a cuestiones de índole política relacionadas con actividades de espionaje de su secretario en favor de la Unión Soviética (Alessandro Deubner 1899-1946). De hecho fue destituido de todos sus cargos, y en 1937 se le despojó de su título de obispo y fue desterrado a Francia. Todos los obispos ordenados en secreto por monseñor D’Herbigny fueron posteriormente encarcelados, exiliados o ejecutados. Aunque su proyecto era quimérico, durante diez años encarnó la política de la Santa Sede.
Nuevas revelaciones de la Hermana Lucía

La vida de la hermana Lucía (1907-2005), única superviviente de los videntes de Fátima tras la muerte de Francisco (1919) y Jacinta (1920), presenció cómo se sucedían estos acontecimientos. En octubre de 1925, Lucía ingresó como postulante en el instituto de las hermanas Doroteas, adoptando el nombre de María de los Dolores. Pasó 27 años en dicho instituto, primero en el monasterio de Pontevedra y más tarde en el de Tuy. El 25 de marzo de 1948, abandonó esta orden religiosa para ingresar en el Carmelo de Coimbra, donde pasó los restantes 57 años de su vida.
A lo largo de los doce años que siguieron a las apariciones del 13 de julio de de 1917, Lucía recibió dos revelaciones importantes. La primera en Pontevedra en 1925; la segunda, en Tuy el 13 de junio de 1929.
En el mensaje del 13 de julio de 1917, Nuestra Señora le dijo: «Vendré para pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados» [27]. El 10 de diciembre de 1925, Lucía se encontraba en su celda pontevedresa cuando se le apareció la Bienaventurada Virgen María, prometiendo asistencia en la hora de la muerte y todas las gracias necesarias para la salvación a todos los que el primer sábado de cinco meses consecutivos confesaran, recibieran la Sagrada Comunión, recitaran cinco misterios del Rosario y le hicieran compañía durante quince minutos meditando en los quince misterios del rosario, con la intención de hacer reparación para Ella [28].
El 13 de junio de 1929, Lucía, para entonces ya en el convento de Tuy, recibió una nueva revelación de Nuestra Señora, que le dijo: «Ha llegado el momento en el que Dios pide al Santo Padre que, en unión con todos los obispos del mundo, consagre Rusia a Inmaculado Corazón, prometiendo salvarlo por ese medio» [29].
El 29 de mayo de 1930, la hermana Lucía transmitió la petición a su director espiritual [30], el P. José Bernardo Gonçalves (1894-1967), el cual le pidió que respondiera a unas preguntas relacionadas con la comunicación celestial que había recibido.  En sus respuestas al cuestionario, la monja confirmó: «Nuestro buen Señor prometió “terminar la persecución en Rusia” si el Santo Padre en persona hacía un solemne acto de reparación y consagración de Rusia y “aprobaba y recomendaba” la devoción de los cinco primeros sábados de mes»[31]. Las peticiones de Pontevedra y de Tuy están estrechamente ligadas y apuntan a un mismo fin: la conversión de Rusia y el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
El 13 de junio, el P. Goncalves envió la carta al obispo de Leiria, monseñor José Alves Correia da Silva (1872-1957), que a su vez la expidió a Pío XI. El 13 de abril de 1930, monseñor Da Silva aprobó el informe de la comisión canónica diocesana que declaraba la naturaleza sobrenatural de los sucesos [32], y el 13 de octubre del mismo año, en su carta pastoral A Divina Providência, reconoció oficialmente el culto de devoción a la Virgen de Fátima[33].
En ese momento, Stalin se encontraba en el ápice de su poder. La Cristiada mexicana había alcanzado su culmen y su conclusión. En España, 1931 vio la proclamación de una república atea y masónica que abrió las puertas a la anarquía y el comunismo. Pero Nuestra Señora había encomendado el eficaz remedio contra el comunismo a los hombres de la Iglesia. Se había pedido al Papa que hiciera y mandara hacer la consagración de Rusia y promoviera la devoción al Inmaculado corazón de María. Se llamó a todos los fieles a responder al pedido de Fátima, pero sin el Papa no se podía hacer nada. Y en ese momento el Papa era Pío XI, que estaba convencido de que podría doblegar las dictaduras llegando a acuerdos con ellas.
Anthony Rhodes concluye su libro The Age of Dictators afirmando:
«No obstante, es indudable que el Vaticano cometió errores en la época de los dictadores. La idea que tenía Pío XI de que una serie de concordatos con ellos contribuiría más a la actividad apostólica de la Iglesia que partidos católicos, era, por lo que se ve, errónea» [34].
El 29 de agosto de 1931, la hermana Lucía transmitió un terrible mensaje de Nuestro Señor al obispo de Leiria. Había recibido una comunicación íntima que decía: «No quisieron prestar atención a mi solicitud. Como el Rey de Francia, también se arrepentirán y lo harán, pero ya será tarde. Rusia ya habrá propagado sus errores por todo el mundo, causando guerras y persecuciones a la Iglesia. ¡El Santo Padre sufrirá mucho!» [35]
La alusión es a Luis XIV, que en 1689 no accedió al pedido que le había transmitido Santa Margarita María Alacoque de entronizar solemne y públicamente al Sagrado Corazón y consagrar su reino a dicho Corazón. La solicitud sería obedecida, pero demasiado tarde, el 15 de junio de 1792 por Luis XVI, en la cárcel del Temple [36]. El P. Alonso subraya la estrecha semejanza entre las dos grandes promesas incumplidas: la de Paray-le-Monial y la de Fátima[37].
Durante el reinado de Pío XI no hubo consagración de Rusia, y tampoco se aprobó ni fomentó la devoción de los cinco primeros sábados. La Santa Sede era plenamente consciente de que Rusia estaba difundiendo sus errores por el mundo. En los archivos de la Congregación para Asuntos Extraordinarios se guarda un informe enviado el 14 de abril de 1932 por el Secretario de Estado Eugenio Pacelli a los nuncios y delegados apostólicos de 48 países sobre la difusión mundial de la propaganda comunista[38].
Sin embargo, durante esos mismos años el comunismo se alzó con ferocidad anticatólica en España. La mayoría de los mártires del Siglo XX que han sido beatificados son de los seis primeros meses de la Guerra Civil Española, entre julio de 1936 y enero de 1937[39].
La guerra de España le abrió los ojos al Papa. el 19 de marzo de 1937 publicó la encíclica Divini Redemptoris, primer análisis claro de la doctrina del comunismo, en la que lo calificaba de «intrínsecamente perverso» [40].
Pero el remedio prescrito por Nuestra Señora para frenar el castigo divino no se había aplicado en la década transcurrida entre 1929 y 1939. Pío XI falleció el 10 de febrero de 1939 sin haber accedido a las peticiones de Nuestra Señora de Fátima. El 2 de marzo, su secretario de estado, cardenal Cardinal Eugenio Pacelli, fue elegido papa con el nombre de Pío XII (1939-1958). Había sido creado obispo en Roma el 13 de mayo de 1917, exactamente en el mismo día y a la misma hora que tuvo lugar la teofanía de Fátima.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, precedida por la señal celestial anunciada previamente en Fátima, Lucía lo vio como una trágica consecuencia, porque la jerarquía eclesiástica no había cumplido lo pedido por Nuestra Señora.
Les había faltado un acto de plena confianza en la promesa de Nuestra Señora. «Con ese acto– escribe la vidente al P. Goncalves el 21 de enero de 1940 –se habría aplacado la justicia divina y se habría perdonado al mundo librándolo del azote de la guerra que está promoviendo Rusia desde España a otras naciones» [41]. Rusia, en palabras de la Hermana Lucía, promueve ambas guerras, la recién terminada en España y la europea que todavía no ha terminado.
El 2 de diciembre de 1940, con autorización de su director espiritual, que hizo correcciones a la carta, la hermana Lucía escribió a Pío XII. La carta es histórica, no sólo por ser la primera que la vidente de Fátima escribía directamente al Romano Pontífice, sino porque resume de forma exhaustiva la historia de las apariciones. La hermana Lucía recuerda las dos peticiones explícitas recibidas tras el mensaje del 13 de julio de 1917: la primera, en 1925, relativa a la devoción a los cinco primeros sábados de mes, y la segunda en 1929, sobre la consagración de Rusia, y añade: «En varias comunicaciones íntimas, Nuestro Señor no ha dejado de insistir en este mandato suyo» [42].
El 31 de octubre de 1942, vigesimoquinto aniversario de las apariciones, Pío XII consagró la Iglesia y la humanidad al Inmaculado Corazón de María. Sabemos por la hermana Lucía que esté acto sirvió para abreviar la guerra, pero no obtuvo la conversión de Rusia, porque fue incompleto: faltó, precisamente, la mención explícita de dicho país[43].
El 4 de mayo de 1944, Pío XII instituyo la fiesta del Inmaculado Corazón de María, que se celebra el 22 de agosto, y el 13 de mayo de 1946 coronó la imagen de la Virgen por intermedio de su legado el cardenal  Benedetto Aloisi Masella. El 13 de octubre de 1951, el Sumo Pontífice clausuró el Año Santo enviando al cardenal Federico Tedeschini a Fátima como legado papal. En su alocución, el cardenal reveló que en la víspera de la definición del dogma de la Asunción, el 30 de octubre de 1950, Pío XII había observado en los jardines vaticanos la misma danza del sol que presenciaron 70.000 peregrinos en Fátima el 13 de octubre de 1917. El milagro se repitió ante los ojos del Papa el 31 de octubre y el 8 de noviembre del mismo año.
El 7 de julio de 1952, fiesta de los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos, Pío XII consagró en su carta apostólica Sacro Vergente Anno a todos los pueblos de Rusia al Inmaculado corazón de María. Una vez más, según la hermana Lucía, la consagración fue incompleta, porque aunque se nombrara a Rusia, faltó la unión solemne con los prelados católicos de todo el mundo.
A raíz de la Conferencia de Yalta en 1945, el comunismo había extendido su dominio a Europa Oriental. Grandes figuras entre el obispado católico, como el arzobispo de  Leopoli (Ucrani) Josef Slipyi (1803-1984), el arzobispo de Zagreb Alòjzije Stepìnac (1898-1960) y el primado de Hungría Josef Mindszenty (1892-1975), dieron testimonio de la fe católica contra el comunismo en aquellos años.
En 1949, Mao Tse Tung proclamó la República Popular de China, inaugurando una época de terror en el país asiático. El 18 de enero de 1952, en su carta apostólica Cupimus imprimis[44], Pío XII no vaciló en comparar la situación de los católicos y de toda la población de la China comunista con la de los cristianos de las primeras persecuciones romanas. La condena del comunismo por parte de la Santa Sede fue inflexible en aquellos años, sancionada por el decreto de excomunión del Santo Oficio del 1º de julio de 1949[45].
Faltaba poco para 1960, cuando tenía que haberse divulgado el Tercer Secreto. En 1958, la hermana Lucía escribió a Pío XII explicando por qué debía dar a conocer la carta ese año. “En 1960, el comunismo alcanzará su cenit, que puede reducirse en duración e intensidad, y al que debe seguir el triunfo del Inmaculado Corazón de María y el Reinado de Cristo»[46].
Pero el 9 de octubre de 1958 falleció el papa Pacelli. Le sucedió Juan XXIII, que el 25 de enero del año siguiente anunció la convocatoria de un concilio que sería de carácter pastoral. En el mismo mes de enero, la revolución comunista se adueñó de Cuba, que se convirtió en el centro difusor del comunismo en Hispanoamérica. El comunismo expresó con arrogancia su programa imperialista golpeando un zapato sobre una mesa, como hizo Nikita Kruschev, flamante presidente de la Unión Soviética, ante las Naciones Unidas. Era el 13 de octubre de 1960. El 13 de agosto de 1961, otra vez la fatídica fecha del 13, el gobierno comunista de Alemania del Este erigió el muro de Berlín. En octubre de 1962, el mundo se encontró al borde de la guerra nuclear por la crisis surgida a raíz de la instalación de los misiles soviéticos en Cuba.
El 17 de agosto de 1959, Juan XXIII abrió el sobre sellado que contenía el Tercer Secreto de Fátima. Tras leerlo, se limitó a dictar una nota a su secretario, monseñor Loris Capovilla, declarando que «el Papa había examinado el contenido del sobre y lo había pasado a otro – ¿su sucesor?– encomendándole la misión de hacer una declaración» [47].
En los vota de los obispos congregados en Roma para la etapa antepreparatoria del Concilio, el comunismo aparecía como el error más grave a condenar [48]. El Concilio Vaticano Segundo habría sido una oportunidad ideal para dar a conocer el Tercer Secreto, condenando solemnemente el comunismo, consagrando a Rusia al Inmaculado Corazón de María y promoviendo públicamente la devoción de los Cinco Primeros Sábados de mes. Nada de esto se hizo.
Jean Madiran, en el número de febrero de 1963 de la revista Itinéraires, dio a conocer la existencia de un acuerdo secreto, sellado, llevado a cabo en agosto de 1962 en la pequeña localidad francesa de  Metz[49] entre el cardenal Tisserant, un representante del Vaticano y el arzobispo ortodoxo ruso Nikodim (1929-1978)[50]. Con arreglo a dicho acuerdo, el Patriarca de Moscú, que tenía estrechos lazos con el Kremlin, había aceptado la invitación de Juan XXIII de enviar  representantes al Concilio, mientras que el Papa garantizaba que el Concilio evitaría condenar el comunismo. En mi libro Il Concilio Vaticano Secondo, una storia mai scritta[51], doy pruebas más detalladas de este acuerdo.
El 3 de febrero de 1964, el obispo de Leiria entregó a Pablo VI una petición firmada por más de setecientos prelados que urgía la consagración de Rusia y el mundo al Inmaculado Corazón. En 1964, durante el Concilio, 319 arzobispos y obispos de 78 países firmaron una petición al Papa para que, en unión con los padres del Concilio, consagrase el mundo entero, y de manera especial a Rusia, así como a los otros países dominados por el comunismo, al Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, los padres conciliares no accedieron a la solicitud.
La abstención de la condena al comunismo por el Concilio Vaticano Segundo se puede achacar, aparte de a los acuerdos diplomáticos, al nuevo rumbo pastoral adoptado tras la muerte de Pío XII. En esta época surgió una especie de deshielo entre la Iglesia y el comunismo. Había nacido la Ostpolitik –política de apertura del Vaticano a los países del Este, representada por el entonces monseñor Agostino Casaroli (1914-1998) [52].
La Ostpolitik recogió la antorcha del ralliement de León XIII y de los concordatos políticos de Pío XI, pero añadió algo más. Tanto León XIII como Pío XI, aunque a nivel político buscaran un modus vivendi con los enemigos de la Iglesia, habían condenado firmemente los principios filosóficos del mundo moderno. La Ostpolitik atribuía un valor positivo a la modernidad, cuya máxima expresión parecía ser el comunismo. El comunismo no debía ser objeto de condena; lo que había que hacer era purificarlo de su ateísmo y reconciliarlo con la cristiandad.
Desde esta perspectiva, la consagración de Rusia era impensable. Desde los años cincuenta, el teólogo Dhanis (1902-1978), de la Compañía de Jesús, había procurado relativizar el mensaje de Fátima, reduciéndolo a una recomendación de rezar y hacer penitencia[53]. En 1963, Pablo VI, nombró al teólogo jesuita rector de la Universidad Gregoriana, y en 1967 secretario especial del primer sínodo de obispos.
El 27 de marzo de 1965, Pablo VI leyó el Tercer Secreto y, como su predecesor, envió el sobre de vuelta a los archivos del Santo Oficio, después de decidir que no lo daría a conocer[54]. El 13 de mayo del mismo año, envió la Rosa de Oro a Fátima en señal de veneración. Dos años más tarde, el 13 de mayo de 1967, Pablo VI visitó Fátima como peregrino. Era el primer pontífice que visitaba este santuario mariano. Durante la solemne Misa pontifical, la hermana Lucía recibió la Sagrada Comunión de manos de él, pero cuando al final de la Misa preguntó si podía encontrarse con él en privado, el Pontífice le respondió con un no categórico.
La presencia de Pablo VI en Fátima podría haber sido una ocasión histórica de revelar el Tercer Secreto y comenzar a cumplir las peticiones de Nuestra Señora, pero no se hizo nada de eso. El 30 de enero de 1967, el Papa recibió en el Vaticano al presidente soviético Nikolai Podgorni (1903-1977). La Ostpolitik alcanzó su punto culminante en los años setenta, generando una viva oposición entre los católicos de ambos lados del Telón de Acero.
En su libro Le passé d’une illusion, el historiador francés François Furet (1924-2006) esbozó una historia de la atracción y el éxito de la idea comunista, cuya difusión en el mundo ha superado con mucho al poder comunista. Es más, afirma que «ha sobrevivido por más tiempo en las mentes que en la realidad. Y por mucho más tiempo en el occidente que en el este europeo»[55].
Los errores comunistas se han difundido por el mundo gracias a una propaganda científicamente organizada. El llamado dossier Mitrojin[56] documentó lo que siempre había sido un secreto a voces: que la Unión Soviética, por medio del KGB, llevaba a cabo una sistemática labor de desinformación valiéndose de los servicios mercenarios de políticos, periodistas y hasta clérigos. En su biografía de Juan Pablo II, George Weigel se basó en documentos de los archivos del KGB, de la Służba Bezpieczeństwa polaca (SB) y de la Stasi germanooriental que confirman que los gobiernos comunistas y los servicios secretos de los países del Este se habían infiltrado en el Vaticano hasta el punto de promover sus intereses e instalarse en los puestos más altos de la jerarquía católica [57].
La elección de Juan Pablo II (1978-2005) se mostró como un momento decisivo. El papa Woytjla fue, lo mismo que Pío XII, uno de los más ligados a Fátima. Después de ser gravemente herido el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, atribuyó su supervivencia a la milagrosa intervención de Nuestra Señora de Fátima y se sintió motivado a estudiar más a fondo el mensaje. Y así, mientras se recuperaba en el Policlínico de Roma, pidió a su amiga polaca Wanda Poltawska que le leyese los Documentos de Fátima, que le había conseguido monseñor Pavel Hnilica (1931-2006). Más tarde, el 13 de mayo de 1982, acudió en peregrinaje al santuario de Fátima, donde confió y consagró a Nuestra Señora a «aquellos hombres y aquellas naciones que de esta entrega y esta consagración particularmente tienen necesidad», sin mención explícita de Rusia. En aquella ocasión se reunió con la hermana Lucía, que le habló de la necesidad de consagrar a Rusia en unión con todos los obispos del mundo. «Hay muchas dificultades –repuso el Pontífice–, pero haremos cuanto esté en nuestras manos» [58].
El 25 de marzo de 1984, en la Plaza de San Pedro y ante la imagen de la Virgen que había sido llevada expresamente desde Portugal, Juan Pablo II consagró al mundo al Inmaculado Corazón de María. El Papa había escrito a los obispos de todo el orbe pidiéndoles que se unieran a él, pero pocos hicieron caso de su convocatoria. Ni siquiera en esta ocasión se mencionó expresamente a Rusia. Todo se limitó a una alusión a los pueblos que Ella pedía que se encomendaran y consagraran. Poco después de la ceremonia de consagración, el Sumo Pontífice explicó al obispo Paul Josef Cordes, vicepresidente del Pontificio Consejo para los Laicos, que no había mencionado a Rusia por temor a que los dirigentes soviéticos interpretasen sus palabras como una provocación[59].
La hermana Lucía, al menos hasta 1989, afirmaba que no estaba contenta con esta consagración, pero después cambió de parecer y dijo que consideraba válido el acto de Juan Pablo[60]. Cuesta entender, sin embargo, por qué esta consagración fue válida y no lo fue la de Pío XII, igual de incompleta. Juan Pablo II fue el primer papa que se entrevistó con la hermana Lucía, y cabe suponer que tal vez él la convenciera de que la profecía de Fátima se habría cumplido durante su pontificado.  La Perestroika de Gorbachov (1985-89) y la espectacular autodisolución del régimen soviético (1991) sin insurrecciones ni revueltas parecía confirmar esta interpretación.
En realidad, lo que se había disuelto no era el núcleo de los errores comunistas, sino la aplicación de éstos que había tenido lugar a lo largo de setenta años en la Unión Soviética y sus países satélites. En su alocución al XVIII Congreso del Partido Comunista Italiano del 30 de marzo de 1989, Gorbachov declaró:
«El sentido profundo de la Perestroika estaba en el renacimiento de los valores originales de la Revolución de Octubre». Dichos valores jamás han sido oficialmente condenados oficialmente como criminales en Rusia, ni siquiera después de la caída del régimen soviético[61].
Juan Pablo II encomendó a la Congregación para la Doctrina de la Fe la misión de dar a conocer el Tercer Secreto, con un «comentario teológico» del cardenal  Ratzinger. El secreto se publicó el 26 de junio de 2000, y suscitó vivas controversias [62]. El 8 de octubre del mismo año, Juan Pablo celebró un tercer acto de consagración de la Iglesia y la humanidad a la Virgen.
Benedicto XVI (2005-2013), que sucedió a Juan Pablo II en 2005, estuvo en Fátima entre el 11 y el 14 de mayo de 2010. El 12 de mayo, arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora en la Capilla de las apariciones, le dirigió una plegaria de consagración, pidiéndole la liberación de «todos los peligros que se ciernen sobre nosotros», sin más alusiones. No obstante, en su Comentario teológico al Mensaje de Fátima el cardenal Ratzinger había hecho unas declaraciones similares a las del cardenal Sodano, en el sentido de que «los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte del secreto de Fátima parecen pertenecer ya al pasado» [63], mientras que el 12 de mayo de 2010, en su visita al santuario de Fátima, declaró: «Nos equivocaríamos si afirmáramos que la misión profética de Fátima ha concluido»[64].
El papa Francisco ha demostrado indiferencia hacia Fátima, y tiene una actitud escéptica hacia las apariciones en general. En su acto mariano del 13 de octubre de 2013, no utilizó la palabra consagración ni mencionó al Inmaculado Corazón, el mundo, la Iglesia, y menos aún, Rusia. El 13 de mayo de 2017, Francisco realizó una breve visita al santuario de Fátima, y una vez más, hizo caso omiso de las peticiones de Nuestra Señora.
Entre 1917 y 2017, nueve papas han reconocido a Fátima. Todos ellos, a partir de Benedicto XV, aprobaron el culto. Seis de ellos visitaron el santuario siendo pontífices o cardenales. Algunos, como Pío XII y Juan Pablo II, manifestaron gran devoción a las apariciones de 1917. Eso sí, ninguno de ellos hizo caso de las insistentes peticiones de Nuestra Señora.
La sangrienta factura pagada por el mundo a la ideología marxista se ha hecho efectiva a lo largo de un siglo aterrador. La publicación en Francia a finales de 1997 del Libro negro del comunismo apenas si reveló una parte de la mayor masacre de la historia[65]. Hablamos de doscientos millares de de muertos, repartidos entre la Revolución de Octubre, las posteriores guerras civiles de Rusia, México y España, la dictadura estalinista, la Revolución China, la Camboya de Pol Pot, la Cuba de Fidel Castro, y Corea del Norte. A estas cifras hay que añadir los cuarenta y nueve millones de muertos de la Segunda guerra Mundial y la innumerable cantidad de víctimas causadas por la legalización del aborto, también ligada a la ideología relativista surgida del comunismo. De hecho, Rusia fue el primer país en legalizar oficialmente el aborto, autorizado por sus dirigentes comunistas (1920).
Ahora bien, antes de ser un crimen, el comunismo es un error ideológico que ha empapado la mentalidad y las costumbres a todos los niveles de la sociedad. El ambiente de relativismo y secularización del que está impregnado actualmente Occidente se ajusta perfectamente a los planes de hegemonía cultural esbozados por el fundador del Partido Comunista Italiano Antonio Gramsci (1891-1937).
En la Rusia actual Stalin sigue siendo honrado como uno de los padres de la patria. El cuerpo embalsamado de Lenin todavía es objeto de veneración en el corazón de la Plaza Roja moscovita. El presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin se ha opuesto a la retirada del mausoleo de Lenin, para no tener que reconocer que generaciones de ciudadanos se adhirieron a una ideología perversa a lo largo de 70 años de régimen soviético.
China es una república popular en la que el poder sigue en las manos exclusivas del Partido Comunista que la gobierna desde 1949. El mayor peligro para la paz del mundo es el último heredero de la primera dinastía comunista de la historia  –Kim–, que desde hace más de 70 años gobierna Corea del Norte mediante una represión brutal. El propio islam ha adoptado las enseñanzas de Lenin y Gramsci en sus dos versiones estratégicas de conquista: la yihad blanda y la dura.
Lo que ha dejado existir no es el comunismo, sino el anticomunismo, cuya alma debería ser la Iglesia Católica. Los errores del comunismo se oponen diametralmente a la verdad católica custodiada por la Iglesia, que tiene su tribuna universal en la cátedra de San Pedro. Pero esa cátedra está ocupada desde 2013 por un papa que cree que los comunistas piensan como los cristianos, y que por tanto los cristianos deberían pensar como los comunistas [66]. El grueso de los medios de difusión del mundo entero calificado al papa Francisco de vez en cuanto de marxista, socialista y jefe de la izquierda internacional [67].
Incluso muchos opositores del papa Francisco  no ven al mayor enemigo de la Iglesia en los errores propagados por Rusia desde 1917, sino en los Estados Unidos, y aclaman a Putin como a un nuevo Constantino, del mismo modo que Gorbachov fue aclamado el 1º de diciembre de 1989 en el Vaticano, cuando, según diarios como el Corriere della Sera su visita dejaba entrever «la posibilidad de un nuevo Constantino, no pagano, sino jefe de un estado comunista y ateo que contribuiría de forma positiva a una novedosa actitud ecuménica entre las dos grandes almas de la Cristiandad»[68].
El tercer Secreto 

Estas consideraciones nos llevan a unas reflexiones finales.
El Tercer Secreto publicado en el año 2000 consiste en la visión de un castigo que afecta a toda la humanidad, pero en primer lugar al Papa, los obispos, los sacerdotes y los religiosos.
Ese castigo se manifiesta por medio de persecución. Pero hoy en día sabemos que el escenario del Tercer Secreto no es esta trágica imagen final. Hay otra escena dramática que no forma parte del mismo mensaje pero se encuentra entre las revelaciones recibidas por la Hermana Lucía.
En su biografía, redactada por el Carmelo de Coimbra a partir de documentos desconocidos hasta entonces y conservados en sus archivos, se narra una visión que tuvo Lucía en la capilla del convento de Tuy estando ante el tabernáculo el 3 de enero de 1944. Después de exhortarla a escribir el texto del Tercer Secreto, Nuestra Señor le hizo ver una escena que Lucía describe con las siguientes palabras:
«Sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios, y en Él vi y oí la punta de la lanza como llama que se separa, toca el eje de la Tierra y la hace temblar: montañas, ciudades, países y aldeas son sepultados junto con sus habitantes. El mar, los ríos y las nubes se salen de sus límites. Se desbordan, inundan y arrastran consigo en un torbellino casas y personas incontables. El mundo se purifica así del pecado en el que está inmerso. El odio y la ambición provocan la guerra destructiva. Después sentí que el corazón me latía a toda velocidad, y una suave voz dijo: “Con el tiempo una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia santa, católica y apostólica. ¡En la eternidad, el Cielo!” Esta palabra, Cielo, me llenó el corazón de paz y felicidad, de tal modo que, casi sin darme cuenta, seguí repitiendo durante mucho rato: “¡¡El Cielo, el Cielo!!”[69].
Esta visión parece representar una situación posterior a la del Tercer Secreto. El Tercer Secreto nos muestra una terrible persecución contra la Iglesia, pero la llama que brota de la espada que empuña el ángel se extingue cuando entra en contacto con la luz que irradia la mano diestra de Nuestra Señora. Pero en este caso, la punta del arma del ángel es una llama que se alarga hasta tocar el eje de la Tierra. Nuestra Señora no ha podido evitar el castigo supremo porque la humanidad ha rechazado su exhortación a la penitencia, pero también porque los pastores de la Iglesia no han cumplido lo que les mandó el Cielo.
La felicidad verdadera, total e infinita sólo se puede gozar en el Cielo. Ahora bien, el Cielo existe incluso aquí en la Tierra: en la Iglesia Católica, que, al igual que su Fundador, es el [único] Camino, la [única]  Verdad y la [única] Vida. «En la eternidad, en el Cielo», dice Nuestra Señora, pero con el tiempo: «una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia Santa, Católica y apostólica».
Las razones que impidieron la Consagración de Rusia no sólo tienen su origen en que no quisieron meterse en la política de otro país. La vacilación de los últimos papas para consagrar de modo explícito a Rusia hunde sus raíces también en el temor a perjudicar el reencuentro ecuménico entre cristianos del Este y de Occidente.
El profesor José Barreto señala: El episcopado ruso poscomunista, acusado de proselitismo, sostiene que el mensaje de Fátima sobre la conversión de Rusia no significa que esta deba convertirse en un país de religión católica romana» [70].
Sin embargo, las palabras de la Bienaventurada Virgen María condenan toda reunificación falsa entre la iglesia oriental y la latina. La conversión de Rusia pedida por Nuestra Señora es algo más que una mera conversión política o moral en un sentido genérico; es una conversión religiosa. Esto no sólo significa el derrumbamiento total de la ideología comunista en Rusia y en el mundo, sino el final del secular cisma en que está inmersa Rusia. Una nación se convierte cuando sus leyes e instituciones profesan la religión verdadera. Rusia se convertirá cuando vuelva al seno de la única Iglesia verdadera: la que es una, santa, católica, apostólica y romana.
El triunfo del Corazón Inmaculado, que es también el Reinado de María anunciado por muchos santos y almas escogidas, no es otra cosa que el triunfo de la Iglesia y del orden natural cristiano bajo el amparo de María. Hoy en día ese orden está conculcado, negado y trastornado. Y es precisamente ese orden el que queremos respetar, afirmar y restablecer.
Roberto de Mattei

[1] Fr. Joaquín AlonsoDoctrina y espiridualidad del mensaje de Fatima, Arias Montano Editores, Madrid 1990, pp. 167-202.
[2] Fr. Serafino M. Lanzetta, Fatima. Un appello al cuore della Chiesa, Teologia della storia e spiritalità oblativa, Casa Mariana Editrice, Frigento 2017. Cfr. alsoPadre Stefano Maria Manelli, Fatima tra passato, presente e futuro, in “Immaculata Mediatrix, 3 (2007), pp. 299-341.
[3] Guido Vignelli, Fatima e il trionfo del Regno di Maria: significato e portata di una profezia incompresa, Conference held at the Fondazione Lepanto, July 4, 2017.
[4] Dom Prosper Guéranger, Il senso cristiano della storia, Società Editrice Il Falco, Milan 1982, p. 9.
[5] Fr. Ramiro Saenz, Fatima. Geografia, Historia, Teologia y Profecia, Gladius, Buenos Aires 2017, p. 56.
[6] Plinio Correa de Oliveira, Prefazione a Antonio Augusto Borelli MachadoFatima: Messaggio di tragedia o di speranza? Con la terza parte del segreto, it. tr. Luci sull’Est, Rome 2000,  p. 6.
[7] Fr. J. AlonsoDoctrina y espiridualidad, cit., p. 43.
[8] Congregation for the Doctrine of the FaithThe Message of Fatima, Vatican City 2000, p. 8.
[9] Vladimir Ilic Lenin, Tre fonti e tre parti integranti del marxismo, in Opere scelte, Editori Riuniti-Progress, Rome s.d., vol. I, pp. 42-44.
[10] Fr. Gustave Wetter, Storia della teoria marxista (private use), Pontifical Gregorian University, Rome 1972.
[11] Karl Marx, Tesi su Feuerbach, it. tr. in Feuerbach-Marx-Engels,Materialismo dialettico e materialismo storico, edited by Cornelio Fabro, La Scuola, Brescia 1962, pp. 81-86.
[12] Augusto Del Noce, Lezioni sul marxismo, Giuffré editore, Milan 1972, p. 79.
[13] V. I. Lenin,  I compiti urgenti del nostro movimento, in Opere, vol. IV, Editori Riuniti, Rome 1957, p. 406.
[14] V. I. Lenin, Che fare, in Opere scelte, Progress, Moscow 1947, vol. I, pp. 213-214.
[15] Antonio Caruso, Il comunismo al potere, Oltrecortina, Milan 1964, pp. 127-128.
[16] Alexandre Ouralov, Stalin al potere, it. tr. Cappelli, Bologna 1953, p. 6.
[17] Anthony Rhodes, The Vatican in the Age of the Dictators 1922-1945, Hodder and Stoughton, London 1973, p. 131 (pp. 131-140).
[18] Cfr. Roberto de Mattei, Il ralliement di Leone XIII. Il fallimento di un progetto pastorale, Le Lettere, Florence 2015.
[19] Frère Michel de la Sainte Trinité, Toute la Vérité sur Fatima, Editions Contre-Réforme Catholique, Saint Parres-les-Vaudes 1984-1985, vol. II, pp. 361-362.
[20] Philippe Chenaux, L’ultima eresia. La Chiesa cattolica e il comunismo in Europa da Lenin a Giovanni Paolo II (1917-1989), it. tr. Carocci, Rome 2011, p. 27.
[21] Laura Pettinaroli, La politique russe du Saint-Siège (1905-1939), Ecole française de Rome, Rome 2015.
[22] AA.EE.SS, Russia, Pos. 659, fasc. 38-41 (1923).
[23] AA.EE. SS,  Russia, pos. 625, fasc. 10, ff. 3-8.
[24] AA.EE. SS, Russia, Pos. 626, fasc. 16, ff. 64-72.
[25] Antoine WengerRome et Moscou 1900-1950, Desclée de Brouwer, Paris 1987.
[26] Michel d’Herbigny s.j., L’aspect religieux de Moscou en octobre 1925, Pontificium Institutum Orientalium Studiorum, Rome 1925.
[27] Memorias et cartas da Irma Lucia, ed. by Antonio Maria Martins s.j., Porto 1973, p. 341.
[28] Fatima in Lucia’s own words. Sister Lucia’s Memoirs, ed. by Fr Louis KondorSVD, Postulation Center, Fatima 1976, p. 192.
[29] Fatima in Lucia’s own words, cit., pp. 198-199.
[30] Memorias et cartas, cit.,  p. 405.
[31] Ivi, p. 411 (pp. 407-411).
[32] Documentazione critica su Fatima. Selezione di documenti (1917-1930),Pontificia Academia Mariana Internationalis, Vatican City 2016, pp. 451-529.
[33] Ivi, pp. 517-522.     
[34] A. Rhodes, The Vatican in the Age of the Dictators, cit., p. 355.
[35] Memorias et cartas, cit., p. 465.
[36] Fr. Jean-Baptiste Rovolt, Les Martyrs Eudistes, J.de Gigord, Paris 1926, pp. 52-56.
[37] Fr. J. AlonsoDoctrina y espiridualidad, cit., pp. 221-235.
[38] AA.EE. SS, Circa la propaganda comunista nel mondo, in Stati Ecclesiastici, Pos. 473-474, fasc. 475, ff. 23-29.
[39] Vicente Cárcel OrtiBuio sull’altare. 1931-1939: la persecuzione della Chiesa in Spagna, Città Nuova, Rome 1999; Mario Arturo Jannaccone, La repressione della Chiesa in Spagna fra Seconda Repubblica e Guerra Civile (1931-1939), Lindau, Turin 2015.
[40] Pius XI, Encyclical Divini Redemptoris of March 19, 1937, in Acta Apostolicae Sedis, 29 (1937), p. 96 (pp. 65-106.)
[41] Memorias et Cartas, cit., p. 419.
[42] Ivi, p. 437.
[43] Ivi, p. 446.
[44] Pius XII, Apostolic Letter Cupimus imprimis of January18, 1952, in AAS, 44 (1952), pp. 153-158.
[45] AAS, 41, 1949, pp. 427-428.
[46] Fr. R. Saenz, Fatima, cit., p. 341.
[47] Giovanni XXIII nel ricordo del Segretario Loris F. Capovilla, Edizioni San Paolo, Rome 1995, p. 115.
[48] Cfr. Vincenzo CarboneSchemi e discussioni sull’ateismo e sul marxismo nel Concilio Vaticano II. Documentazione, in “Rivista di Storia della Chiesa in Italia”, vol. XLIV (1990), pp. 11-12.
[49] Jean Madiran, L’accord de Metz ou pourquoi notre Mère fut muette, Via Romana, Versailles 2006.
[50] È stato documentato che Boris Georgievic Rotov fu un funzionario del KGB (cfr.Gerhard Besier-Armin Boyens-Gerhard LindemannNationaler Protestantismus und Ökumenische Bewegung. Kirchliches Handeln im kalten Krieg (1945-1990), Duncker und Humblot, Berlin 1999).
[51] Roberto de MatteiIl Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta, Lindau, Turin 2010, pp. 174-177.
[52] See also, Hansjacob Stehle, Eastern politics of the Vatican 1917-1979, Ohio University Press, Athens 1981; Alessio Ulisse FloridiMosca e il Vaticano, La Casa di Matriona, Milan 1976 and the documents collected by Giovanni Barberini,L’Ostpolitik della Santa Sede. Un dialogo lungo e faticoso, Il Mulino, Bologna 2007;Id., La politica del dialogo. Le carte Casaroli sull’Ostpolitik vaticana, Il Mulino, Bologna 2008.
[53] Edouard Dahnis s.j., Sguardo su Fatima. bilancio di una discussione, in “La Civiltà Cattolica”, 104, 2 (1953), pp. 392-406.
[54] Congregation of the Doctrine of the FaithIl Messaggio di Fatima, Città del Vaticano 2000,  p. 4.
[55] François FuretLe passé d’une illusion. Essai sur l’idée communiste au XX siècle, Robert Laffont /Callman Levy, Paris 1995, p. 13.
[56] The Mitrokhin dossier reconstructed the history of the KGB and its operations in Europe and in United States through thousands of documents that came directly from Moscow and were brought to Great Britain by the former Soviet spy Vasili Mitrokhin and catalogued by the University of Cambridge historian Christopher Andrei.
[57] George Weigel, The End and the Beginning: Pope John Paul II—The Victory of Freedom, the Last Years, the Legacy, Doubleday,  New York 2010, pp. 65-67.
[58] Carmelo de Coimbra, Um Caminho sob o olhar de Maria, Ediçoes Carmelo, Coimbra 2012, p. 417.
[59] Perché il Papa non ha nominato la Russia, in “Madre di Dio” (June 1985), p. 7.
[60] Frère François de Marie des Anges, Fatima. Joie intime, événement mondial, Editions de la Contre-Réforme Catholique, Saint-Parres-Les-Vaudes, 1991, pp. 372-382. In a letter to her sister Bélem of August 29, 1989, Lucia declared that the consecration done by the Pope on March 25, 1985, satisfied the requests of Our Lady.
[61] Mickail Gorbaciov, Perestrojka. Il nuovo pensiero per il nostro paese e per il mondo, it. tr. Mondadori, Milan 1987, p. 309.
[62] Cfr. Cristina SiccardiFatima e la Passione della Chiesa, Sugarco, Milan 2012.
[63] Benedict XVI, Theological commentary of the Message of Fatima, inCongregation of the Doctrine of the FaithThe message of Fatima, Vatican City 2000, p. 43.
[64] Benedict XVI, Insegnamenti, VI, 1 [2010], p. 699.
[65] Aa. Vv.Le Livre noir du communisme, Robert Laffont, Paris 1997, it. tr. Mondadori, Milan 1998.
[66] Interview with Eugenio Scalfari, “La Repubblica”, November 11, 2016.
[67] George NeumayrThe Political PopeHow Pope Francis Is Delighting the Liberal Left and Abandoning Conservatives, Hachette Book Group, New York 2017;Antonio Socci, Bergoglio è il leader della sinistra mondiale, “Libero”, November 13, 2016.
[68] Francesco Margiotta Broglio, Costantino in casa Wojtyla, in “Corriere della Sera”, February 2, 1990.
[69] Carmelo de Coimbra, Um Caminho sob  o olhar de Maria, p. 267.
[70] José BarretoRussia e Fatima, in Enciclopedia di Fatima, a cura di Carlos Moreira Azevedo e Luciano Cristino, tr. it. Cantagalli, Siena 2007, p. 430.