REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

viernes, 30 de marzo de 2018

VIVIR ABRAZADOS A LA CRUZ

Desde el primer momento en que me pedías que me abrazara a tu cruz, sólo pude sentir, sin pensármelo más, una inmensa alegría, porque Tú me estabas invitando a unirme a Ti.

Sólo el alma que quiere sentirse enamorada de Cristo y que se siente unida a Cristo, puede comprender que sólo desde el sufrimiento se puede llegar a ser verdaderamente feliz.

¿Qué ha significado para mí el unirme a la cruz de Cristo?: el mayor de los regalos que me ha hecho el Señor. Es una gran muestra de amor y de intimidad que el Señor me ha dado. 
Caer en la cuenta de que Dios me quiere, pero de un modo muy especial: me quiere abrazada a su Cruz.

En medio de los mayores padecimientos Jesús da el consuelo para seguir adelante.
La cruz de Cristo me ha acompañado desde que nací, pero es Él quien me hace amar esta cruz.
La única manera de colaborar con Cristo es extendiendo nuestros brazos en la cruz, en la cruz de cada día.

Ofrecerse con Cristo es encontrar la paz del alma; ofrecerse con Cristo es haber encontrado el tesoro escondido desde los siglos, es haber encontrado el amor.

Como nuestro Santo Hermano Rafael nos dice y enseña, hoy yo también te pido, Señor: "Ayúdame a ser egoísta en el sufrir y desprendida en la alegría".
"Señor, enséñame a sufrir, que yo sepa llevar por Ti mi cruz con amor y alegría"

Señor, que siempre busque la senda estrecha de la vida que me lleva hasta Ti. Que no busque en mi vida la comodidad y el aplauso, sino saber descubrirte en cada una de la cruces que me encuentre en el camino.

Que al contemplarte en tu Pasión, al realizar el ejercicio del viacrucis, aprenda a amar el dolor y junto con tu Madre y mi Madre, María, permanezca para siempre calladamente a los pies de tu Cruz.

Hoy nos decían en la meditación de la tarde que preguntáramos al Señor:Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?.
- Y Tú me contestabas: sufrir por Mí; sufrir por Mí y aceptar gustosa las pruebas que yo te mande. Ellas serán las que te darán fuerzas para seguir luchando y llevando el evangelio en tu propia carne.

¡Cuánto provecho reportarán las penas y sufrimientos para las almas cuando se sufren con alegría y por amor a Jesucristo!
Madre María Elvira de la Santa Cruz
Misionera de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina
(+ 19-III-2006)

OFRECERNOS AL PADRE CON CRISTO INMOLADO

Ofrecernos al Padre con Cristo inmolado sobre altar

    La pasión de Jesús ocupa un lugar tan importante en su vida; es de tal forma su obra, ha puesto tal valor en ella, que ha querido que su recuerdo perdurara entre nosotros, no solamente una vez al año, durante la semana santa, sino cada día; ha creado Él mismo un sacrificio para perpetuar a través de los siglos la memoria y los frutos de su oblación en el Calvario; es el sacrificio de la Misa: Hoc facite in meam commemorationem
   Una participación íntima y muy eficaz en la pasión de Jesús consiste en asistir a este santo Sacrificio, u ofrecerlo con Cristo.
   En efecto, sobre el altar, como sabéis, se reproduce el mismo sacrificio del Calvario; es el mismo pontífice, Jesucristo quien se ofrece a su Padre por manos del sacerdote; es la misma víctima; sólo se diferencia en la manera de ofrecerlo. Con frecuencia decimos: “¡Oh, si hubiese podido estar en el Gólgota con la Virgen, San Juan, la Magdalena!” Mas la fe nos sitúa ante Jesús inmolándose en el altar; El renueva, de una manera mística, su sacrificio, para hacernos participantes de sus méritos y de sus satisfacciones. No le vemos con nuestros ojos corporales, mas la fe nos dice que Él está allí, con los mismos fines por los que se ofrecía sobre la cruz. Si tenemos una fe viva, doblaremos nuestras rodillas a los pies de Jesús que se inmola, nos unirá a Él, a sus sentimientos de horror al pecado; nos hará decir con Él: “Padre, heme aquí, para hacer vuestra voluntad”: Ecce venio, ut faciam, Deus voluntatem tuam.
   Debemos estar unidos a Cristo en su inmolación, ofrecernos con Él; entonces nos une a Él, nos inunda con Él, nos coloca ante su Padre in odorem suavitatis. Somos nosotros mismos los que debemos ofrecernos con Jesucristo. Si los fieles participan por el bautismo del sacerdocio de Cristo, es, dice San Pedro, “para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”: Sacerdotium sanctus, offerre spirituales hostias, acceptabiles Deo per Jesum Christum. Eso es tan cierto, que en más de una de las oraciones que siguen a la oblación que acaba de hacer a Dios, esperando el momento  de la consagración, la Iglesia hace notar esta unión de nuestro sacrificio con el de su Esposo. “Dignaos, Señor, dice, santificar estos dones, aceptando la ofrenda de esta hostia espiritual, haced de nosotros mismos una oblación eterna a gloria vuestra, por Jesucristo Nuestro Señor”, Propitius, Domine, quaesumus, haec dona sanctifica, et hostias spiritualis oblatione suscepta, NOSMETIPSOS tibi perfice munus aeternum.
   Mas para que seamos aceptados por Dios, conviene que la ofrenda de nosotros mismos sea unida a la que Jesús hizo de su persona sobre la cruz, y que renueva sobre el altar. Nuestro Señor nos ha suplido en su inmolación; El nos ha reemplazado a todos, y, por esto, el golpe que fue de gracia para Él nos ha hecho morir a todos con Él: Si unus pro ómnibus mortuus est, ergo omnes mortui sunt:  “Si uno ha muerto por todos, todos, por tanto, han muerto”. Por nosotros, nosotros no morimos con Él sino uniéndonos a su sacrificio del altar. Y ¿cómo nos uniremos a Cristo en concepto de víctima? Entregándonos, como Él, al cumplimiento perfecto del beneplácito divino.
   Dios debe poder disponer plenamente de la víctima que se le ofrece: debemos permanecer en esta actitud básica de darlo todo a Dios, de llevar a cabo nuestros actos de renunciamiento y de mortificación, de aceptar los sufrimientos, las pruebas y las penas de cada día por amor a Él, de manera que podamos decir como Jesucristo en los momentos de su Pasión: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem, sic facio: “Obro así, para que el mundo sepa que amo al Padre”. Esto es ofrecerse con Jesús. Cuando ofrecemos al Padre eterno su divino Hijo, y nosotros nos ofrecemos a nosotros mismos “con la Hostia santa”, con las mismas disposiciones que animaban el Corazón Sagrado de Cristo sobre la cruz, es decir: amor intenso a su Padre y a nuestro hermanos, deseo ardiente de salvar las almas, abandono completo a la voluntad de lo alto, sobre todo en aquello que encierra algo de penoso o contrario para nuestra naturaleza, entonces es cuando ofrecemos a Dios el homenaje más agradable que puede recibir de nosotros.
Beato Dom Columba Marmión

jueves, 29 de marzo de 2018

SACERDOCIO, EUCARISTÍA, MANDATO NUEVO

   “Nosotros debemos gloriarnos de la cruz de nuestro Señor Jesucristo en quien está nuestra salud, vida y resurrección y por quien hemos sido salvados y libertados”.
Con estas palabras de la Carta de San Pablo a los Gálatas, comienza la Iglesia en el introito la celebración de la Santa Misa de este día.
Sin duda alguna, estas palabras centran el contenido del misterio que en este día de Jueves Santo celebra la Iglesia e ilumina para nosotros el sentido de lo acontecido en el primer Jueves Santo de la Historia.
El Jueves Santo no está desligado del misterio de la Cruz, al contrario forma una unidad indisoluble con el Viernes Santo y con los misterios de la Pasión y de la Muerte del Señor.
En la noche del Jueves Santo, en el contexto de la Última Cena del Señor con sus Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sacramento de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada para la salvación del mundo. Y como culminación de la institución dio el Señor a su Apóstoles el mandato de actualizar y renovar permanentemente hasta la consumación de  los siglos el Sacrificio Eucarístico: HACED ESTO, EN CONMEMORACIÓN MÍA. Esto es, renovar a través de los tiempos el Sacramento de la Nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y para la salvación del mundo.
Quiso el Señor dotar a su Iglesia de un Sacrificio visible aunque incruento, renovación del Sacrificio de la Cruz, para que a través de su renovación se fuese aplicando a las almas la virtud salvadora de la Cruz, las gracias de la redención.
No es otra, pues, la misión fundamental de la Iglesia de Cristo que completar la obra redentora de su Señor. La completa renovando el Santo Sacrificio ofrecido en el Altar de la Cruz, acercando a cuantos  desean salvarse hasta la Cruz redentora, para que del Costado herido y abierto del Salvador beban de las fuentes de la Salvación.
Comprenderemos, pues, que la Iglesia tiene su razón de ser en el Sacrificio de Cristo que perdona los pecados del mundo y otorga a las almas los frutos de la Redención. Y es en íntima asociación con el Sacrificio de Cristo que nace, se renueva y se fortalece la vida sobrenatural de los cristianos.
Para que el Sacrificio de la cruz pudiese ser renovado de tal forma que las gracias redentoras fluyan hacia las almas, instituyó el Señor el sacerdocio católico.
No puede haber sacrificio sin sacerdocio, ni tiene razón de ser el sacerdocio si no es en función del sacrificio.
Los sacerdotes católicos son los dispensadores de los misterios de Dios, los dispensadores de las gracias de la Redención que brotan abundantes de la Cruz del Salvador.
El Sacerdote es para el Altar y para el Sacrificio. Es ahí donde está el sentido de su vida y de su vocación, la razón de ser de su altísima dignidad y de su altísimo ministerio. Para eso ha sido configurado con Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia, de tal manera que una vez ungido por Dios ya no se pertenece a sí mismo, ni ha de vivir para sí mismo, sino únicamente para Aquél que por nosotros murió y resucitó, para Aquél que lo ha elegido, consagrado y enviado para ser instrumento suyo en la propagación de la obra redentora. Más que nunca hemos de renovar la fe y la estima en el inmenso y maravilloso don que nuestro Señor Jesucristo ha dado a su Iglesia y al mundo entero a través del sacerdocio católico, pues cada sacerdote es misteriosa y verdaderamente  “otro Cristo”, “el mismo Cristo” que a través de sus ungidos continúa haciendo presente en la historia de los hombres su misión salvadora.
¿Es pues de extrañar que las insidias del infierno y las maquinaciones del mundo se dirijan hacia otro lado que no sea el corazón mismo de la Iglesia fundada por  Cristo?
Sólo así podemos explicarnos como los ataques más virulentos, desde la falta de fe, los errores doctrinales y la propagación del escándalo tienen su meta principal en la destrucción del Santo Sacrificio de la Misa y en la perversión de la identidad y la misión del sacerdocio católico.
“Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” que es nuestra vida y salvación “porque en atención a Cristo crucificado envió el Padre Eterno a nosotros el Espíritu Santo que es el principio de nuestra vida espiritual. Es, en fin nuestra salud, porque como dice Isaías, la sangre de sus llagas y los cardenales de todos sus miembros bárbaramente flagelados son como un bálsamo, medicamento de vicios y de pasiones”.
Hagamos de la Cruz de Cristo que se eleva en nuestros altares el centro de nuestra vida cristiana. Hagamos de la vida eucarística el principio y fundamento de nuestra vida espiritual.
Recuperemos la fe en el ministerio sacerdotal, presencia de Cristo Salvador a favor de los hombres par alcanzar la meta de la Salvación eterna.
Y vivamos el mandato nuevo de Cristo aprendiendo de Nuestra Madre Santísima  a ofrecernos juntamente con Él haciendo de nuestra vida y de nuestra lucha espiritual una oblación para la gloria de Dios.
Manuel María de Jesús F.F.

domingo, 25 de marzo de 2018

IVAS COMO VA EL SOL A UN OCASO DE GLORIA

Hoy la Iglesia te contempla, Jesús, revestido de humildad, sentado sobre los lomos de un borriquillo, encaminándote hacia la Ciudad Santa de Jerusalén.
Tú, el Rey de cielos y tierra, te presentas ante el mundo no con el poder, la fuerza y la gloria que te corresponden, sino con el poder del amor, con la fuerza de quien se hace servidor del Padre y de los hombres, con la gloria de quien sabe abajarse para tender su mano a todos aquellos que lo necesitan.
La Iglesia se llena de gozo al contemplar admirada como los niños hebreos desde su inocencia y su mirada limpia cortan las ramas de los olivos para aclamarte, reconociéndote como el Mesías enviado del Padre para la salvación y redención del género humano.
Al paso del Redentor los niños hebreos y los pobres de Yahveh  extendieron sus mantos sobre el suelo para honrar el paso del Salvador.
Permítenos, Dulce Jesús, que hoy extendamos nosotros nuestros corazones para que te dignes pasar por nuestra vida como Rey y Señor nuestro, como Amigo y Hermano.
Que mientras muchos, dos mil años después, continúan hoy gritando: ¡crucifícale!, ¡crucifícale!, se eleven nuestras voces aclamándote: ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor!
Que nuestras aclamaciones no sean hipócritas, sino una manifestación de que en verdad te aceptamos como nuestro Dios, Rey y Señor.
Manuel María de Jesús

martes, 13 de marzo de 2018

COMUNICADO DEL OBISPADO DE ALMERÍA



Con hondo dolor la Iglesia de Almería está viviendo el hallazgo del cadáver del niño Gabriel Cruz. Durante estos angustiosos días hemos encomendado al Señor a Gabriel y a sus apenados padres, en la esperanza de que fuera hallado con vida, sano y salvo. Hoy nos embarga una enorme tristeza, pero no perdemos la esperanza de la fe. Sabemos que Dios sufre con nosotros nuestros dolores, porque en la persona de Jesús su Hijo, cuya pasión vamos a celebrar, ha cargado sobre sí todos nuestros sufrimientos.
Estamos muy unidos a los padres y a los abuelos y familiares de Gabriel, cuya imagen en las pantallas nos ha llenado de ternura y emoción. Creemos que el Señor lo tiene ahora junto a sí con sus ángeles y ayudará a los padres y familiares a superar esta terrible prueba.
Este hecho y las desapariciones y asesinatos que nos sobrecogen día a día ponen de manifiesto la enfermedad del corazón humano, necesitado de conversión y perdón. Confiamos en la justicia y pedimos a Dios que cese y sea vencida por el amor toda la maldad de la violencia que acosa a nuestra sociedad.

sábado, 10 de marzo de 2018

¡GABRIEL, NADA CON FUERZA!

Padre misericordioso, que cuidas a todos y cada uno de tus hijos, protege a Gabriel. 
Esté donde esté, que pueda recibir tu amor, tu misericordia y tu paz. 
Te presentamos el sufrimiento de tantas y tantas personas que deseamos verlo feliz en su familia, en su colegio y con sus amiguitos, y te pedimos que nos ayudes en su búsqueda para que podamos encontrarlo lo antes posible. 
Madre María, únete a nosotros en nuestra petición y envía a los Santos Ángeles y Arcángeles para que nos ayuden a encontrarlo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

viernes, 9 de marzo de 2018

"FEMINISMO" CATÓLICO

Feministas radicales se desnudan ante la Catedral de El Buen Pastor en San Sebastián para protestar en contra del Obispo diocesano  Monseñor José Ignacio Munilla por sus declaraciones  sobre el feminismo radical.
Diferencias entre las justas reivindicaciones de los derechos de la mujer, en función de la dignidad por ser persona, y la manipulación, que busca romper el orden natural.

Por: Olalla Gambra Mariné | Fuente: Revista Arbil 

El gran fraude del "Feminismo"
Por "Feminismo" se entiende un movimiento social y político que postula la igualdad de los derechos de las mujeres y los hombres.
Comenzó con las sufragistas inglesas del siglo XIX, continuó defendiendo una educación equiparable a la que recibían los muchachos, un trabajo, un sueldo... En sí mismas, estas primeras aspiraciones no eran directamente contrarias a la fe ni a la moral católica. ¿Cómo es posible que hayan acabado pidiendo aberraciones tales como el derecho al aborto o a la esterilización?
Desde el principio, todas las reivindicaciones tomaban como barómetro o punto de referencia los derechos del hombre: ¡Pedimos el derecho al voto como los hombres!, ¡un trabajo remunerado como el de los hombres!, etc. Según se iban logrando objetivos, se pedía más y más, hasta que se ha llegado a un punto en el que se entra en conflicto con la diferenciación sexual más obvia. La mujer rechaza la carga de la maternidad porque los hombres no la tienen. Reivindica su derecho a un embarazo optativo, a "ser dueña de su cuerpo", a desarrollar su personalidad y sus aspiraciones sociales y económicas, "a realizarse" como dicen, antes de ser madre. El movimiento feminista ha terminado por rechazar lo más característicamente femenino y por frustrar la vocación natural de la mujer.
De esta manera el "Feminismo" ha terminado por defender una doctrina mucho más machista que cualquiera de las culturas y sistemas ideados por los hombres. Así es, pues no existe mayor elogio que la imitación. Si una persona admira tanto a otra que trabaja y se esfuerza para llegar a parecerse a ella, y se hace violencia a sí misma para conseguir ponerse a la altura de su modelo, ¿no está dando la mayor prueba de admiración que existe?
La mujer es diferente del hombre
En esta discusión se ha llegado a una confusión tal que es necesario empezar por establecer la definición de los términos.
El ser humano, en sentido general, se define como animal racional. Animal porque posee un cuerpo con necesidades materiales; racional porque posee un principio vital de numerosas facultades, que están o debieran estar subordinadas al más perfecto modo de conocimiento que tienen los seres materiales, el conocimiento racional.
Ahora bien, el ser humano como tal no existe, no es más que el nombre de la especie, que se singulariza o materializa de múltiples maneras, ninguna de las cuales constituye en su esencia al hombre. Una de esas concreciones accidentales es el sexo. Ya Aristóteles se preguntaba cuál es la importancia de esta característica para el ser humano. La respuesta que da en su Metafísica no puede ser más clara:
Las contrariedades que están en el concepto producen diferencia específica, pero las que están en el compuesto con la materia no la producen. Por eso del hombre no la produce la blancura y la negrura, y no hay diferencia específica entre hombre blanco y hombre negro... El ser macho y el ser hembra son ciertamente afecciones propias del animal, pero no en cuanto a su substancia, sino en la materia y en el cuerpo.
En otras palabras los sexos, como el color de la piel, son para él algo de la materia, no de la forma o de la esencia del hombre. Hombre y mujer cuentan con los dos elementos, cuerpo y razón, que los definen como seres humanos.
Sin embargo, al estar alma y cuerpo substancialmente unidos, nada tiene de extraño que el ser mujer u hombre conlleve diferencias accidentales en ambos elementos: la anatomía -y la simple evidencia- enseña que el cuerpo del hombre no es igual al de la mujer y que cada uno está capacitado para funciones muy distintas. Por su parte, de manera mucho menos probatoria y clara, basándose sólo en la estadística, la psiquiatría explica que los procesos mentales de la mujer y del hombre difieren, pero que ambos pueden llegar a las mismas conclusiones y desarrollo, pues aunque sean distintos sus métodos, poseen la misma capacidad.
El último término de esta controversia es la palabra "diferente". Quiere decir desigualdad, disparidad entre dos o más elementos. Pero no implica que uno sea mejor que otro. Es un adjetivo relativo, no cualitativo; sólo designa la no identidad de algunos aspectos accidentales entre hombre y mujer, pero no conlleva un juicio de valor sobre el sustantivo al que acompaña. Además, expresa una relación recíproca entre los dos términos: si uno es diferente de otro, éste será también diferente de aquél. En cambio, si uno fuera inferior a otro, éste no sería inferior a aquél.
Entender que la proposición "la mujer es diferente del hombre" es lo mismo que "la mujer es inferior al hombre" constituye un salto sofístico sin fundamento lógico. Este error que comete el "Feminismo" moderno, debiera llevarnos a dudar de la bondad de su fundamento.
Admitida, pues, la esencial identidad de hombre y mujer se entiende también la identidad de su fin o destino, que no es otro que la salvación. Este punto es fundamental para entender la postura de la Iglesia Católica en esta cuestión que, por su virulencia, ha dado en llamarse "la guerra de los sexos". Los Mandamientos de la Ley de Dios son comunes para todos los seres humanos, no existen los Diez Mandamientos del Hombre ni los Diez Mandamientos de la Mujer; son los mismos y han de obedecerse cada uno en su estado y condición. Las Bienaventuranzas, las Virtudes y los Vicios, el Cielo y el Infierno son los mismos para ambos sexos. Ante el Juicio de Dios, los hombres y las mujeres son iguales.
Deber de estado
Sin embargo, cada uno debe perseguir el mismo fin útimo según su vocación y según las condiciones que Dios le ha dado. En otras palabras, cada cual tiene que atender a su deber de estado. ¿Qué tiene que ver con esto la diferencia sexual? Si no me equivoco, tal disparidad, desde el punto de vista de la doctrina católica estricta, sólo tiene que ver con la vocación religiosa y con el matrimonio. En lo demás la Iglesia no parece meterse: que una mujer quiere ser general de carabineros, albañil de primera o levantadora de pesos en una feria, allá ella. Con tal de que se guarde la decencia necesaria no pone más inconvenientes la doctrina cristiana más inconvenientes que los que ofrecerá la propia naturaleza.
El auténtico problema reside en el matrimonio y en la familia que es donde se plantea con toda su crudeza la llamada "guerra de los sexos". Ahí es donde se confluyen todos los factores arriba enumerados, hasta que por remota influencia marxista se ha acabado por concebir la complementariedad matrimonial como enfrentamiento similar a la lucha de clases.
Y para concebir adecuadamente el problema que a diario viven los matrimonios, entre el trabajo de los cónyuges, o de uno de los dos, fuera de casa y las tareas domésticas, creo que basta con enunciar el principio fundamental al respecto: nadie está obligado al matrimonio, pero una vez casados su obligación de estado ya no es la de la profesión, sino la que se sigue de su condición de casados (a no ser que un bien mayor exija otra cosa).
Esto se complementa con otra idea muy contraria al espíritu moderno: el éxito personal entendido como reconocimiento público de la labor individual es ilícito perseguirlo por sí mismo, y más aún en el caso de que ello perturbe el fin de los casados.
Para entender esta doctrina, que podría servir de fundamento a un "Feminismo" cristiano, no es malo recordar por qué, con independencia de las corrientes hoy jaleadas por los medios de comunicación, la familia y dentro de ella las tareas de procreación y educación de la prole deben prevalecer sobre los intereses individuales de los cónyuges.
La familia, célula de la sociedad
Uno de los principios fundamentales de la doctrina tradicional es el de defender la supremacía de la sociedad sobre el Estado que suele resumirse en el conocido lema "Más Sociedad y menos Estado". El Estado no es más que la organización de la sociedad y debe servirla, no al revés. Queda así reconocida la primacía natural del hombre sobre el Estado.
A su vez, el hombre, que es un ser sociable, ordena sus relaciones en varios órganos o cuerpos intermedios a partir de la familia. Es en la familia donde se forman los individuos que integran la sociedad y el Estado. Es decir, la familia es la base de la sociedad y de toda su organización, incluyendo, en último término, al Estado.
Si la familia juega ese papel fundamental en la sociedad, entonces, siguiendo el orden natural establecido por Dios, la doctrina tradicional reconoce la importancia de la mujer. Por obvias necesidades primarias es la madre la que está más cerca del hijo en los primeros años de vida. Y todos los psiquiatras, psicólogos y pedagogos coinciden en afirmar que estos primeros años son decisivos en la vida de cada persona. Es el período en que se adquieren las nociones generales del mundo en el que han de vivir, cuando se aprenden unos principios morales básicos según los cuales se ordenará la educación y se adquieren unos primeros hábitos con los que se conformará la personalidad del hijo.
Durante estos primeros años que se pasan en el hogar se ponen los fundamentos de toda educación de cada individuo que el día de mañana integrará la sociedad y el Estado. Los niños de hoy son el futuro de cada nación. Es decir, la educación es una cuestión fundamental para la sociedad y el estado. Así lo afirma cualquiera al que se le pregunte, y de hecho, ésta es la razón de que los programas educativos sean uno de los puntos de debate constantes en los programas políticos.
Falta de valoración social
Sin embargo, el educador, el responsable de esa importante tarea, no recibe esa consideración. Los mismos que reconocen la importancia de la educación afirman poco después que la mujer debe ser rescatada de la esclavitud que supone ocuparse de la formación de sus hijos. No se dan cuenta de que caen en una flagrante contradicción: la educación y formación es una labor necesaria y excelsa pero la mujeres que se dedican a ello son despreciadas por la sociedad. Algo tan absurdo como si pretendiéramos llegar justo a tiempo de salvar a un príncipe de ser rey o a un obispo de ser Papa.
¿Por qué es valorada una profesora que enseña un área especializada de conocimiento a muchos alumnos unas horas a la semana y en cambio, esa misma mujer cuando dedica muchas más horas a la formación integral de su hijo sobre todos los aspectos de la vida sólo recibe desprecio, más o menos velado? Y no digamos en el caso de las madres que no trabajan fuera de casa.
El criterio nace en parte de razones económicas, pero sobre todo en la búsqueda del éxito: la mujer que tiene una profesión fuera de casa recibe un salario y como tal, es tomada en consideración por la sociedad. En cambio, las horas que dedica a su familia no las remunera nadie y no cotizan en la Seguridad Social, por tanto la sociedad no las valora. Y lo grave es que no sólo la sociedad, sino ella misma sólo se "siente realizada" cuando desempeña su profesión y todo el tiempo que emplea en sus obligaciones como madre y esposa y ama de casa le parecen horas robadas a su verdadera función.
Las causas de esta alteración de valores son múltiples: entre ellas, la ñoña conciencia romántica que en el siglo XIX (del que nada bueno ha salido) hizo de la mujer un objeto débil, decorativo y algo tonto. A ello se unió en esa misma época la transformación social que produjo la concepción política que centralizó todo el poder en manos de un todopoderoso Estado. La educación estatalizada llevada a cabo contra la Iglesia y las prerrogativas de los padres, el trabajo asalariado propio del capitalismo, la valoración suprema del éxito individual nacida de la sociedad protestante; todo ello contribuyó a despreciar las tareas propias del hogar y a la vocación familiar.
De todas estas obligaciones el hombre se liberó creyendo que con traer el salario a casa y mantener económicamente a la familia ya cumplía con sus deberes de estado. Además, todo el tiempo que no dedicaba a su profesión, procuraba emplearlo en cultivar una vida social completamente ajena al entorno familiar.
Quizá el ejemplo más expresivo sean los Clubes ingleses del XIX... No es simple casualidad que precisamente en la Inglaterra del XIX donde triunfó el movimiento Feminista, que utilizó como pretexto el derecho al voto de las mujeres. Si el hombre había podido liberarse de todas esas tareas que él mismo había conceptuado de denigrantes, la mujer reclamaba el mismo derecho: los hijos quedaban a cargo de institutrices o de internados, la casa la atendía el servicio –naturalmente, esta "liberación" sólo podían conseguirla los que tenían recursos económicos suficientes- y los cónyuges quedaban libres para "realizarse" y cultivar sus intereses, cada uno por su lado. La sociedad se horrorizó de los resultados de su propia actitud: el desprecio de las obligaciones que conlleva el matrimonio conducía irremediablemente a la destrucción de la familia. De ahí la reacción airada de los políticos y de los prohombres de la Inglaterra del XIX.
"Feminismo" católico
Contra estos valores y usos sociales erróneos, el "Feminismo" se propuso como la solución.
Desgraciadamente el término feminista está tan corrompido que todo el mundo lo asocia con esas reivindicaciones antinaturales y contrarias a la moral que terminan necesariamente en el rebajamiento de todo aquello que es característico de la mujer. Es decir, la solución es peor que el problema.
Todos los que no están de acuerdo con exigencias tales como el aborto, rechazan esa postura extrema, pero se contentan con un "Feminismo" aguado, sin base doctrinal definida. Es ese "Feminismo" vergonzante, pues ni siquiera admiten la etiqueta de "Feminismo", que se limita a celebrar el "Día de la Mujer trabajadora" -el 8 de Marzo- o exigir un porcentaje de candidatas femeninas en las listas de los partidos -lo cual en realidad es denigrante, pues ocupan esos puestos por ser mujeres, no porque sean capaces de desempeñarlo: un recurso propagandístico más - y que contabiliza como éxito importante el lanzar una campaña de carteles con el lema "A partes iguales". Estas dos versiones del "Feminismo" son incorrectas, aunque en distinto grado, pues la extrema es activa, la intermedia es pasiva. Pero debe existir una respuesta correcta a este problema. Y es una tercera postura, que aún no está articulada como tal, incluso ni siquiera tiene nombre y que, provisionalmente, podría llamarse "Feminismo" católico o tradicional.
Este "Feminismo" Católico consiste en aplicar el principio cristiano de igualdad entre ambos sexos a la sociedad, poner en práctica la doctrina de la Iglesia Católica. Debe centrarse en defender a la familia, pues ha sido el objeto principal de los ataques, tanto por parte del desprecio de una sociedad individualista y economicista, como por parte del "Feminismo" extremo que rechaza la maternidad y las obligaciones que conlleva, porque precisamente ésa es la característica que diferencia a la mujer del hombre.
Por tanto, es necesario desterrar todo ese desprecio social, comenzando por los complejos inconfesados de las propias mujeres. Dos caminos deben seguirse: el primero consiste en reivindicar y difundir la valoración positiva de la maternidad, la dedicación a la formación de los hijos y las tareas del ama de casa en la sociedad actual; y el segundo, en transmitir estos mismos valores católicos a los niños y jóvenes de hoy, que serán la sociedad del mañana.
La relevancia de esta defensa sólo se calibra adecuadamente si se tiene en cuenta que la consecuencia inmediata de la denigración de la institución familiar es la desaparición del orden social católico.

jueves, 8 de marzo de 2018

LA MUJER EN LA FAMILIA

La esposa y la madre, sol y gozo del hogar doméstico
En el curso de vuestra vida, amados recién casados, el recuerdo que conservaréis de la casa del Padre Común y de su Bendición Apostólica, os acompañará como dulce consuelo y augurio en el camino que comenzaréis con tantas rosadas esperanzas, bajo la protección divina, en un tiempo tan revuelto como el presente, hacia una meta que apenas os deja adivinar la oscuridad del futuro.
Pero ante estas tinieblas vuestro corazón no teme; os impulsan el ardor y la audacia de la juventud; la unión de los espíritus y de los deseos de los pasos de la vida, el mismo sendero que pisáis, no os turban la tranquilidad del espíritu, sino que os la renuevan y dilatan. Sois felices dentro de las paredes domésticas; no veis oscuridad; la familia tiene un sol propio: la esposa.
Oíd cómo de ella nos habla y razona la Escritura: “La gracia de la mujer hacendosa alegra al marido y le llena de jugo los huesos. La buena crianza de ella es un don de Dios. Es cosa que no tiene precio una mujer discreta y amante del silencio y con el ánimo morigerado. Gracia es sobre gracia la mujer santa y vergonzosa. No hay cosa de tanto valor que pueda equivaler a esta alma casta. Lo que es para el mundo el sol al nacer, en las altísimas moradas de Dios, eso es la gentileza de una mujer virtuosa para el adorno de una casa”.
Sí; la esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su generosidad y sumisión, con su constante prontitud, con su delicadeza atenta y providencial en todo lo que sirve para alegrar la vida al marido y a los hijos. Difunde en torno suyo la vida y el calor; y, si suele decirse que un matrimonio es feliz cuando uno de los cónyuges, al contraerlo, pretende hacer feliz, no a sí mismo, sino a la otra parte, este noble sentimiento e intención, aunque toca a los dos, es, sin embargo, virtud principal de la mujer, que nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; aquella madurez o entendimiento que, si recibe amarguras, quiere solamente devolver alegrías; si recibe humillaciones, no desea restituir sino dignidad y respeto, del mismo modo que el sol, que alegra la nebulosa mañana con sus albores y dora las nubes con los rayos de su ocaso.
La esposa es el sol de la familia con la claridad de su mirada y con la llama de su palabra; mirada y palabra que penetran dulcemente en el alma, la vencen y enternecen y la levantan lejos del tumulto de las pasiones, y llaman al hombre a la alegría del bien y de la conversación familiar, después de una larga jornada de continuo y a veces penoso trabajo profesional o campestre, o de imperiosos negocios de comercio o de industria. Su ojo y su boca arrojan una luz y un acento, que en un rayo tienen mil fulgores y en un sonido mil afectos. Son rayos y sonidos que brotan del corazón de madre, crean y vivifican el paraíso de la infancia e irradian siempre bondad y suavidad, aun cuando adviertan o reprendan, porque las almas juveniles, que sienten con más fuerza, recogen con mayor intimidad y profundidad los dictámenes del amor.
La esposa es el sol de la familia con su cándida naturaleza, con su digna simplicidad y con su cristiano y honesto decoro, tanto en el recogimiento y en la rectitud, del espíritu cuanto en la sutil armonía de su actitud y de su vestido, en su adorno y en su porte, reservado a un tiempo y afectuoso. Sentimientos tenues, encantadoras señales del rostro, ingenuos silencios y sonrisas, un condescendiente movimiento de cabeza, le dan la gracia de una flor escogida y, sin embargo, sencilla, que abre su corola para recibir y reflejar los colores del sol. ¡Oh, si supieseis qué profundos sentimientos de afecto y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia y de los hijos esta imagen de esposa, y de madre! ¡Oh ángeles, que custodiáis sus casas y escucháis sus oraciones, impregnad de perfumes celestiales aquel hogar de felicidad cristiana!
Pero, ¿qué sucede cuando la familia está privada de este sol? ¿Qué sucede cuando la esposa, continuamente o en cada circunstancia, aun en las relaciones más íntimas, no duda en hacer sentir que le cuesta sacrificios la vida conyugal? ¿Dónde está su amorosa dulzura cuando una dureza excesiva en la educación, una excitabilidad mal dominada y una frialdad airada en la vista y en las palabras, sofocan en los hijos la alegría y el consuelo feliz que habrían de encontrar en su madre; cuando ella no hace otra cosa que perturbar con tristeza y amargar con voz áspera, con lamentos y reprensiones, la confiada convivencia en el ambiente de la familia?
¿Dónde está aquella generosa delicadeza y aquel tierno cariño, cuando ella, en vez de crear con una sencillez natural y prudente una atmósfera de agradable serenidad en la mansión doméstica, toma una actitud de inquieta, nerviosa y exigente señora, muy de moda? ¿Es esto un esparcir benévolos y vivificantes rayos solares, o más bien un congelar con viento glacial del norte el jardín de la familia? ¿Quién se extrañará entonces de que el hombre, no encontrando en aquel hogar nada que le atraiga, le retenga y consuele, se aleje lo más posible, provocando al mismo tiempo el alejamiento de la mujer, de la madre, cuando no es más bien el alejamiento de la mujer el que prepara el del marido; uno y otra, encaminándose así a buscar en otra parte, con grave peligro espiritual y con perjuicio de la trabazón familiar, el descanso, el reposo, el placer que no les concede la propia casa? ¡En este estado de cosas, los más desventurados son, sin duda, los hijos!
He aquí, esposas, hasta dónde puede llegar vuestra parte de responsabilidad en la concordia de la felicidad doméstica. Si a vuestro marido y a su trabajo corresponde procurar y hacer estable la vida de vuestro hogar, a vosotras y a vuestro cuidado pertenece el rodearlo de un bienestar conveniente y el asegurar la pacífica serenidad común de vuestras dos vidas. Esto es para vosotras no sólo una obligación natural, sino un deber religioso y un ejercicio de virtudes cristianas con cuyos actos y méritos, crecéis en el amor y en la gracia de Dios.
¡Pero –dirá tal vez alguna de vosotras– de esa manera se nos pide una vida de sacrificio! Sí; vuestra vida es vida de sacrificio, pero no sólo de sacrificio. ¿Creéis, acaso, que en este mundo se puede gozar una verdadera y sólida felicidad sin conquistarla con alguna privación o renuncia? ¿Pensáis que en algún rincón de este mundo se encuentra la plena y perfecta dicha del Paraíso terrestre? ¿Y creéis tal vez que vuestro marido no tiene también que hacer sacrificios, a veces muchos y graves, para procurar un pan honrado y seguro a la familia?
Precisamente, estos mutuos sacrificios, soportados juntos y con recíproca utilidad, dan al amor conyugal y a la felicidad de la familia su cordialidad y firmeza, su santa profundidad y aquella exquisita nobleza que se imprime en el recíproco respeto de los cónyuges y que los exalta en el afecto y en la gratitud de los hijos.
Si el sacrificio materno es el más agudo y doloroso, lo templa la virtud de lo alto. De su sacrificio aprende la mujer a tener compasión de los dolores del prójimo. El amor a la felicidad de su casa, no la cierra en sí misma; el amor de Dios, que en su sacrificio la eleva sobre sí misma, le abre el corazón a la piedad y la santifica.
Pero –se objetará tal vez todavía– la moderna estructura social, obrera, industrial y profesional, empuja a muchas mujeres, aun casadas, a salir fuera de la familia y a entrar en el campo del trabajo y de la vida pública. Nos no lo ignoramos, queridas hijas.
Es muy dudoso si esa condición de cosas constituye para una mujer casada lo que se dice el ideal. Sin embargo, hay que tener en cuenta el hecho. Con todo, la Providencia, siempre vigilante en el gobierno de la humanidad, ha insertado en el espíritu de la familia cristiana fuerzas superiores capaces de mitigar y vencer la dureza de semejante estado social y de prevenir los peligros que indudablemente se esconden en él.
¿No habéis observado tal vez cómo el sacrificio de una madre, que por especiales motivos debe, además de sus deberes domésticos, ingeniarse para procurar, a costa de un duro trabajo cotidiano, el sustento de la familia, no sólo conserva, sino que alimenta y aumenta en los hijos la veneración y el amor hacia ella, y da fuerzas a su gratitud por sus afanes y fatigas, cuando el sentimiento religioso y la confianza en Dios constituyen el fundamento de la vida familiar?
Si es ese el caso en vuestro matrimonio, unida la plena confianza en Dios, que ayuda siempre al que le teme y sirve, unid, en las horas y días que podréis consagrar enteramente a vuestros seres queridos, un doble amor y un celoso cuidado, no sólo para asegurar el mínimo indispensable para la verdadera vida de familia, sino para hacer que se desprendan de vosotras, hacia el corazón del marido y de los hijos, rayos luminosos de sol que conforten, abriguen y fecunden, aun en las horas de la separación externa, la trabazón espiritual del hogar.
Y vosotros, esposos, puestos por Dios como cabeza de vuestras esposas y de vuestras familias, al mismo tiempo que contribuyáis con vuestro trabajo a su sustento, prestad vuestra ayuda también a la obra de vuestras mujeres en el cumplimiento de la santa y elevada –y no raras veces fatigosa– misión. Colaborad con ellas, con aquella solicitud y afecto que hace uno de dos corazones, y una misma fuerza y un mismo amor. Pero sobre esta colaboración y sus deberes, y las responsabilidades que se derivan, también para el marido, habría mucho que decir, y por eso Nos lo reservamos para hablaros en otras audiencias.
Ante vosotros, recién casados, que sucedéis a otros grupos semejantes que os han precedido delante de Nos y han sido por Nos bendecidos, Nuestro pensamiento nos trae a la mente el gran dicho del Eclesiastés: Pasa una generación y sucede otra; pero queda siempre la tierra. Así corren nuevos siglos, pero Dios no cambia; no cambia el Evangelio ni el destino del hombre para la eternidad; no cambia la ley de la familia; no cambia el inefable ejemplo de la familia de Nazaret, gran sol de tres soles, el uno de fulgores más divinos y más ardientes que los otros dos que le rodean.
Mirad a aquella modesta y humilde mansión, oh padres y madres: contemplad a Aquel que se creía hijo del carpintero, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen esclava del Señor; y confortaos en los sacrificios y en los trabajos de la vida. Arrodillaos ante ellos como niños; invocadlos, suplicadles; y aprended de ellos cómo las contrariedades de la vida familiar no humillan, sino exaltan; cómo no hacen al hombre ni a la mujer menos grandes o queridos para el cielo, sino que valen una felicidad, que en vano se busca entre las comodidades de este mundo, donde todo es efímero y fugaz.
Terminaremos Nuestras palabras elevando a la Santa Familia de Nazaret una ardiente súplica por todos y cada uno de vuestros hogares, para que vosotros, queridos hijos e hijas, cumpláis vuestro oficio a imitación de María de José, y así podáis educar y hacer crecer a aquellos pequeños cristianos, miembros vivos de Cristo, que están destinados a gozar con vosotros un día la eterna bienaventuranza del Cielo.
Es lo que pedimos al Maestro divino, mientras con todo el corazón os damos Nuestra paterna Bendición Apostólica.
 S.S. Pío XII
11 de Marzo de 1942

viernes, 2 de marzo de 2018

JESÚS DE MEDINACELI


Padre Nuestro Jesús Nazareno
Rey eterno de amor y de paz;
Reina siempre en tus fieles Esclavos
y del mundo, Señor, ten piedad.
Al llegar hoy a tus plantas
te adoramos reverentes
suplicándote fervientes
que guarde el Mundo tu Ley.
Nosotros Jesús amado,
mientras la tierra pisemos,
Esclavos tuyos seremos,
y tú, Señor, nuestro Rey.
Al verte de amor cautivo
abrasado en viva llama,
por su augusto Rey te aclama
esta ilustre Esclavitud;
y en pos de tu huella santa,
tremolando su bandera,
marcha ferviente y ligera
al olor de la virtud.
Madrid, presuroso acude,
Señor y Rey soberano,
a recibir de tu mano
la paternal bendición;
pues por tuyo lo escogiste
no le niegues tus favores,
en tus divinos amores
enciende su corazón. 
Sobre la España creyente,
que tu reinado proclama,
a manos llenas derrama
los tesoros de tu amor;
ya ves, Jesús bondadoso,
con qué ternura te adora;
haz que siempre triunfadora
salga en tus lides, Señor. 
Con el ansia más ardiente
de ver tu reino extendido,
el orbe a tus pies rendido
anhelamos contemplar.
Sobre la faz de la tierra
vierte la luz de tus ojos,
para que el mundo, de hinojos
se postre ante tu altar.