REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

miércoles, 15 de marzo de 2017

EL DON DE LA FIDELIDAD


“Dame, Señor, la fuerza necesaria para seguir adelante en esta empresa que has puesto en nuestras manos. Que sepa responder con generosidad y valentía al don recibido. Que no desperdicie las gracias que depositas cada día en mí, y que siempre me mantenga fiel a Ti”.
(Notas de conciencia de la Madre María Elvira)
¿Dónde encuentra el cristiano la fuerza para mantenerse cada día en el seguimiento de Cristo y alcanzar la meta de su propia vocación?
¿De donde sacar fuerzas para seguir adelante cuando aparecen las dificultades, el desaliento, la oscuridad interior y tantas circunstancias que se levantan amenazantes en el camino vocacional, como un terrible oleaje que parece destruir la navecilla que va surcando el mar de la propia historia personal?
La única fortaleza para el cristiano se encuentra tan sólo en la Persona misma de Cristo: en su gracia, en la intimidad espiritual y afectiva con Él. La vida sacramental y  la práctica constante de la oración son los medios y los remedios para no hundirse y malograr el don de la vocación.
Para vernos libres de la herejía pelagiana San Ignacio de Loyola nos ofrece una certera y maravillosa sentencia: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo muy bien que en realidad todo depende de Dios” (cfr. Pedro de Ribadeneira, Vita di S. Ignazio di Loyola, Milán, 1998)
El Evangelio nos dice claramente lo que Jesús afirmó: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
Nada podemos hacer sin la gracia de Dios; gracia que debemos solicitar y pedir con humildad y perseverancia constantemente. El éxito de la vocación sólo es posible cuando se produce la colaboración entre Dios y el llamado, entre la gracia y el esfuerzo personal, entre el don de Dios y la entrega del hombre.
La gracia divina no nos ahorra entrega, esfuerzo, sufrimiento, lucha y a veces penalidades. Por el contrario, los hace fecundos y fuente de vida.
La Madre María Elvira se caracterizó por ser una mujer de oración, de profunda y constante oración.
A leer sus apuntes personales descubrimos que sus manos permanecían permanentemente levantadas hacia el cielo implorando la gracia divina para ser fiel a su vocación, para llevar adelante en medio de incontables dificultades y penalidades la obra que el Señor puso en sus manos. Y sólo así se explica su fidelidad hasta el fin.
Son tantas las dificultades interiores y exteriores que se levantan contra las obras de Dios que sin la ayuda de su gracia y sin la intimidad de vida con Él es humanamente imposible permanecer en la senda y resistir los embates. Precisamente en esto se encuentra la razón de tantas vocaciones frustradas. El declive comienza por el abandono de la vida de oración, por la falta de fervor en la recepción de los sacramentos. El amor primero se va enfriando hasta que la tibieza invade el corazón y la voluntad. Entonces viene el abandono, o cuando no hay valentía para abandonar se va arrastrando una vida espiritual lánguida y mortecina, o lo que es peor la apariencia de vida espiritual que es mentira porque  en realidad está muerta.
Los hombres y mujeres de Dios se vieron sometidos a la noche oscura y sufrieron los asaltos del enemigo contra la propia vocación, pero jamás cedieron a la tentación de abandonar el barco. Esto es lo que distingue a los santos de los mediocres.
En esta nota de conciencia María Elvira nos recuerda que sólo hay una manera de corresponder al don de Dios que se ha recibido: con generosidad y valentía.
El vocacionado es llamado a realizar un acto de generosidad cuando el Señor le pide dejarlo todo e ir en su seguimiento. Pero, ese es sólo el primer acto de generosidad. No es suficiente porque hay todo un camino que recorrer hasta la consumación. Un camino que diariamente se habrá de ir sembrando de actos de generosidad, muchas veces mayores y más dolorosos que el acto de entrega inicial.
La generosidad implica un total olvido de sí mismo. Implica la conciencia y la determinación de seguir a Cristo hasta el final, pasando por la pasión hasta llegar a la oblación de la crucifixión. Todo ello por la senda que el marca y no por la que nosotros elegimos.
La valentía es la nota distintiva de los auténticos seguidores de Cristo: Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes. Somos miembros de la Iglesia martirial. Iglesia de mártires cruentos o incruentos, per mártires al fin.
La generosidad y la valentía de los llamados colaborando día a día con la gracia divina y perseverando en la vida de intimidad con Cristo y con María son la garantía de la fidelidad hasta el fin. Una fidelidad de la que María Elvira de la Santa Cruz dio testimonio hasta el último aliento de su vida.
Porque así lo imploró ininterrumpidamente, así le fue concedida la gracia de la santa perseverancia final en la fe y en la vocación.
Manuel María de Jesús

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