REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

miércoles, 19 de febrero de 2014

LA MISTERIOSA VIRTUD DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA


LA MISTERIOSA VIRTUD DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA
PARA EL BIEN DE LA SOCIEDAD HUMANA
Sólo la Iglesia puede volver a conducir al hombre desde estas tinieblas a la luz; sólo ella puede devolverle la conciencia de un vigoroso pasado, el dominio del presente, la seguridad del porvenir. Pero su supranacionalidad no actúa a manera de un imperio que extiende sus tentáculos en todas las direcciones con la mira de una dominación mundial. Corno una madre de familia, reúne todos los días en la intimidad a todos sus hijos, esparcidos por el mundo; los recoge en la unidad de su principio vital divino. ¿No vemos, acaso, todos los días sobre nuestros innumerables altares cómo Cristo, Víctima divina, con sus brazos, extendidos de un extremo al otro del mundo, abraza y contiene al mismo tiempo, en su pasado, en su presente y su porvenir a toda la sociedad humana? Es la santa misa aquel sacrificio incruento instituido por el Redentor en la última Cena, quo cruentum illud semel in Cruce peragendum repraesentaretur eiusque memoria in finem usque saeculi permaneret, atque illius salutaris virtus in remissionem eorum, quae a nobis quotidie committuntur, peccatorum appilicaretur: «para que se representase el sacrificio cruento realizado una vez en la cruz y permaneciera su recuerdo hasta el final de los tiempos y se aplicase su saludable eficacia para perdonar los pecados que a diario cometemos». Con estas palabras lapidarias del concilio de Trento, esculpidas, para perpetua memoria, en una de las horas más graves de la historia, la Iglesia defiende y proclama sus mejores y más altos valores, que son también los mejores y más altos valores para el bien de la sociedad, los cuales unen indisolublemente su pasado, su presente y su futuro, y arrojan una viva luz sobre los inquietantes enigmas de nuestros tiempos.
 En la santa misa, los hombres se hacen cada vez más conscientes de su pasado culpable, y, al mismo tiempo, de los inmensos beneficios divinos en el recuerdo del Gólgota, del acontecimiento más grande de la historia de la humanidad, reciben la fuerza para librarse de la más profunda miseria del presente, la miseria de los pecados diarios, mientras hasta los más abandonados sienten una brisa del amor personal de Dios misericordioso; y su mirada queda orientada hacia un seguro porvenir, hacia la consumación de los tiempos en la victoria del Señor allí sobre el altar, de aquel Juez supremo que pronunciará un día la última y definitiva sentencia.
Venerables hermanos, en la santa misa, por tanto, la Iglesia ofrece el apoyo más grande del fundamento de la sociedad humana. Todos los días, desde donde nace el sol hasta donde se pone, sin distinción de pueblos y de naciones, se ofrece una oblación pura (cf. Ml 1,11) en la que participan en íntima fraternidad todos los hijos de la Iglesia esparcidos por el universo, y todos encuentran allí el refugio en sus necesidades y la seguridad en sus peligros.
(Venerable Pío XII. Discurso 20 de febrero de 1946)

martes, 18 de febrero de 2014

MINISTROS DE LA MISERICORDIA PORQUE SON OBJETO DE LA MISERICORDIA


Conferencia del Cardenal Mauro Piacenza 
Penitenciario Mayor de la Santa Iglesia Romana 
- Córdoba,Viernes, 14 de febrero de 2014- 

“Ministros de la Misericordia, porque son objeto de la Misericordia” 


Excelencia Reverendísima, 
queridos hermanos en el sacerdocio, 

Estoy muy contento de encontrarme con ustedes junto al santo doctor Juan de Ávila para orar y reflexionar sobre uno de los aspectos más importantes de nuestra existencia humana y sacerdotal, y, por tanto, de nuestro ministerio: la experiencia de la Misericordia. 

Introducción 

El título que he querido dar a mi conferencia desea poner el acento en aquella experiencia imprescindible, tratando de describir sus raíces humanas, así como diseñar su imprescindible perfil teológico-doctrinal, que – como veremos – es también la raíz de la citada dimensión antropológica bien entendida. 
“Ministros de la Misericordia, porque son objeto de la Misericordia” podría ser una afirmación válida para todo bautizado, que tuviera el propósito de colocarse al servicio de la Misericordia Divina, fortalecido por una gran experiencia personal y eclesial del amor de Dios. Ello, sin embargo, no haría de él un “ministro” en sentido propio, no le concedería aquel mandato, que Jesús resucitado da a los Apóstoles de manera muy clara e inequívoca: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 23).  

Existe, por lo tanto, una dimensión universal de la Misericordia, que concierne y abraza a todos los bautizados y que constituye la verdadera raíz de la esperanza cristiana, auténtico motor de toda evangelización. La alegría del Evangelio, como el Papa Francisco nos ha recordado recientemente en su Exhortación Apostólica, nace exactamente de la experiencia de la Misericordia, la única capaz de dilatar la mirada humana hasta aquella “medida divina”, a la que estamos llamados siempre. 
Existen, dentro de esta dinámica de alegría y de anuncio, una dimensión y experiencia de la Misericordia propias del Sacerdote, que es necesario redescubrir y reavivar continuamente, para poder ser, en modo siempre menos imperfecto, servidores y administradores de la Misericordia, conforme al mandato del Señor. 



1. La importancia de las experiencias “humanas” de misericordia 

Existen, en la naturaleza, algunas leyes imprescindibles que el Creador ha establecido, las cuales también tienen una inmediata y fuerte resonancia en el tema central de la Misericordia. Basta pensar, por ejemplo, qué significa en biología el axioma: “nadie engendra si no es engendrado” y qué consecuencias pueda tener ello en la vida concreta de los hombres, en particular, en la gran tarea de la educación, que es siempre nueva para cada nueva generación. 
Del mismo modo, sabemos que “nadie ama si no es amado”, es decir, incluso hablando psicológicamente, nadie puede amar verdaderamente si no parte de una experiencia sólida y profunda de amor. Desde este punto de vista, las ciencias humanas nos podrían ayudar en gran medida, haciéndonos ver, no sin razón, la importancia de las relaciones parentales – sobre todo para los hombres, de la relación con la madre - de las experiencias recogidas en los primeros años de vida y de aquel núcleo sustancial que está en la base de la certeza de ser amados y de valer, que llamamos “estima de sí mismo”. 
Incluso a nivel puramente natural surge, con una evidencia razonable cómo la situación más pacífica, que se pueda imaginar desde este punto de vista, deba contar con la experiencia del límite y, si se quiere, del pecado. No hay certeza de ser amados, ni solidez de la propia imagen y de la estima de sí mismo, que no deban, antes o después (preferiblemente antes), contar con el fracaso, el pecado, la traición y la consiguiente  soledad. El hombre posee, en ese sentido, una “necesidad natural” de ser confirmado en el amor, en el valor del propio “yo”, en el significado de la propia existencia, y tal necesidad encuentra en la misericordia la única y real posibilidad de respuesta. 
¡Podríamos decir que la misericordia es el nombre del amor, que permanece incluso frente a la traición! Es el nombre del amor, que permanece fiel incluso frente a la infidelidad y que, por esto, es capaz de reconstruir la estima de sí mismo, que inevitablemente se debilita, o, incluso, se destruye
Pesándolo bien, sin ninguna pretensión de índole exegética, se trata de la narración siempre actual de los tres primeros capítulos del libro del Génesis, en los cuales, después de la caída, el hombre “se esconde de Dios porque estaba desnudo” (cfr. Gen 3, 10), temiendo no poder permanecer más delante de la presencia de Dios, porque ha cometido aquello que Él le había prohibido explícitamente. 
La experiencia de la Misericordia es y permanece una profunda necesidad del hombre que, a nivel de la historia de la salvación, encuentra la respuesta sólo en el rostro de Jesús, Cordero inmolado, Misericordia hecha carne para los hombres. 
Sin embargo uno se pregunta cómo fueron posibles experiencias reales de misericordia, incluso antes de Cristo, sin haber recibido el conocimiento del Señor. En realidad es la acción del Espíritu Santo que habla al corazón. En todo caso, son una base fundamental para la comprensión de lo que es realmente la misericordia. 
También en la misericordia, “nadie engendra si no es engendrado”, es decir, nadie es verdaderamente capaz de ser misericordioso, sin comenzar recordando situaciones concretas, en la cual uno mismo ha sido objeto de la misericordia. ¡Sólo un desmemoriado es incapaz de misericordia! Y no es una casualidad que tanto la fe de Israel, como la fe cristiana tengan al centro, aún cuando en un modo diferente, la experiencia de la memoria. 
El mismo Señor, en varios pasajes del Evangelio, destaca el vínculo que existe entre las experiencias del amor dado y de aquel recibido, uniéndolo al dato objetivo de la misericordia; basta pensar en el episodio de la pecadora, que Jesús concluye afirmando: 
“Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho” (Lc 7, 47). 
Existe entonces un profundo e imprescindible vínculo entre la misericordia “recibida” y la misericordia “ofrecida”, entre las experiencias de misericordia vividas y aquellas propuestas, teniendo siempre presente que existe una misteriosa y muy eficaz relación circular de la misericordia, que, de hecho, impide distinguir netamente las primeras de las segundas. 
Es de desear, diría, casi necesario, que cada uno de nosotros, llamado a ser ministro de la Misericordia, recuerde de modo permanente las propias experiencias “humanas” de misericordia. ¿Cuántas veces he sido perdonado? ¿Cuántas veces me ha perdonado un hermano con el cual no me he comportado bien? ¿Cuántas veces he sido perdonado en las relaciones familiares o de amistad? No es algo secundario, en la oración, acordarse de los rostros o de los nombres, que, a lo largo de los años, nos han perdonado, haciéndonos sentir amados, diciéndonos que nuestra vida valía – y vale – mucho más que cualquier posible error. Tales experiencias, que en esta primera parte de la conferencia calificamos de “humanas”, en realidad no son jamás solamente humanas, porque llevan consigo, en su profunda estructura, la huella de la gratuidad, la memoria de a libre creación y de la promesa de cumplimiento de la redención. 



2. La experiencia humana de la Divina Misericordia 

Es fundamento de nuestra fe el Misterio de la Encarnación, en el cual el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es decir, el Dios personal, ha decidido manifestarse en modo pleno al hombre, asumiendo su naturaleza. Jesús de Nazareth, Señor y Cristo, es pues, el Rostro de Dios que estamos llamados a reconocer, a conocer, a profundizar continuamente y a seguir con humildad, para que nuestros rostros asuman progresivamente las facciones del Suyo, y nuestra existencia se convierta, en modo siempre menos imperfecto, forma et praesentia Christi. 
Por esta razón, precisamente por el Misterio de la Encarnación, la Divina Misericordia se ha hecho “experimentable”: en la Santa Humanidad de Cristo, que no tiene necesidad de misericordia, pero que es toda Misericordia, brilla para los hombres y asociados a ella el Misterio oculto, pero profundamente anhelado, de Dios como Misericordia. 
Queridos hermanos, ¡Dios es misericordia! ¡Dios es todo Misericordia! ¡Dios es sólo Misericordia!  
¡Y de esta identidad profunda de Dios, de esta “ontología divina” de Misericordia, nosotros somos, por gracia, ministros, es decir, servidores, anunciadores, custodios y administradores! 
¿Cuál es nuestra experiencia del Rostro de Dios como Misericordia? ¿Cuál ha sido nuestra experiencia pasada y cuál es la que tenemos de ella en la actualidad? Cada uno puede responder personalmente a estas preguntas en el diálogo fraterno con el propio confesor o director espiritual, o, también con cualquier hermano que nos conoce más profundamente; sin embargo, existe para nosotros una experiencia objetiva, histórica y totalmente gratuita de la Misericordia, a la cual no podemos dejar de contemplar, aún a distancia de decenios, con profunda emoción: nuestra definitiva configuración con Cristo en la Ordenación sacerdotal. 
Compartimos con todos los hombres – y no puede ser de otro modo – la 
necesidad de amor, de estima y de misericordia. 
Compartimos alegremente con todos nuestros hermanos bautizados la experiencia de la inmersión en Cristo, que, asumiendo nuestra naturaleza, nos hace partícipes de la Vida divina, abriéndonos totalmente hacia un horizonte existencial sobrenatural, antes inimaginable, pero, con Cristo, más real que toda otra posibilidad humana. 
Entre los hombres mendicantes de misericordia y los bautizados enriquecidos por la misericordia recibida, sin ningún mérito de nuestra parte, hemos sido elegidos nosotros, para llegar a ser también “donantes” de Misericordia. Los tres momentos (la petición, la acogida y el don de la misericordia) no son ni separables, ni cronológicamente sucesivos, pero – podríamos decir – profundamente relacionados entre sí y coexistentes. En realidad, la experiencia de la misericordia agudiza y hace más profundo el deseo de ella, así como el donarla renueva su experiencia. Un ministro que ofreciera, por divino mandato, la Misericordia del Padre, sin mendigarla para su propia vida y sin gozar tal experiencia, difícilmente lograría hacer percibir a sus hermanos la esencia de tal don
Como bien lo sabemos – y la Carta a los Hebreos nos lo recuerda siempre (cfr. Heb 5, 4) – nadie puede atribuir a sí mismo este honor. Ese es fruto de un acto de gratuita elección, que sólo, en un breve instante, puede ser suficiente para curar  eventualmente toda herida humana, inseguridad de ser amados, duda sobre el valor de nuestra existencia e incertidumbre de ser dignos de la Misericordia. 
Los Padres de la Iglesia llaman a la Redención “nueva creación” y de ello hemos sido hechos partícipes por gracia, en el Misterio del Bautismo, que imprime el carácter sacramental. También la Ordenación sacerdotal, que nos configura con Cristo Sumo Sacerdote y que nos habilita para actuar in Persona Christi Capitis, representa ella – y la Iglesia ha expresado tal verdad en la doctrina del carácter – una “nueva creación” para quien la recibe. En el día de tu Ordenación sacerdotal, el Padre se ha inclinado sobre ti y te ha abrazado con la fuerza del Espíritu; con ese mismo Espíritu te ha plasmado, formando en ti y configurándote con su Hijo Jesucristo. 
No es posible imaginar una misericordia más grande y sólo esta concepción ontológica (y no meramente funcionalista) que el Sacerdocio justifica, ya sea a los ojos del ministro, como – sobre todo – a los ojos de los fieles laicos, el mandato de absolver los pecados. 


Somos “Ministros de la Misericordia” porque hemos sido hechos “objeto de la Misericordia” en aquella llamada gratuita a vivir en la apostolica vivendi forma, estrechamente unidos a Jesús, renovando permanentemente la gracia del Espíritu, para la Misión. 
¡Cómo se empobrecería nuestra existencia sacerdotal si no comenzáramos, cada día, del estupor por cuanto nos ha sucedido! Si el estupor tiene su raíz en el encuentro personal y comunitario con Cristo, del cual la Misión también depende, él se hace aún más grande por la objetividad del Sacramento recibido. Hemos sido tomados por Cristo por la vía sacramental, es decir, real, y nada puede destruir tal evento. 
El Papa Francisco afirma, en el número 3 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”. No podemos considerarnos excluidos de tal invitación, al contrario, será precisamente el renovarse cotidianamente de este encuentro lo que constituye aquella “conciencia de misericordia”, que es el ámbito más propio del ejercicio del ministerio de la Misericordia.  
Para nosotros el ámbito específico del ministerio de la Misericordia es la celebración del Sacramento de la Reconciliación. Como Penitenciario Mayor de la Iglesia siento sobre mí la responsabilidad de tal ministerio y señalo que nuestro Tribunal está al servicio de todos los sacerdotes, para que siempre puedan administrar en modo más generoso y fiel el tesoro inagotable que ha sido depositado en sus manos
El ejercicio del ministerio de la Reconciliación, el ofrecer nuestra vida para que nuestros hermanos puedan ser reconciliados con Dios, exige tener siempre presentes los tres momentos antropológicamente significativos indicados anteriormente: la petición de misericordia, la experiencia que se tiene de ella y la llamada a ofrecérsela a los demás hermanos. 
Por tales motivos, debemos con gran empeño favorecer el surgimiento del deseo de misericordia en nuestros hermanos: los hombres. Ello, como bien sabemos, está a menudo oculto inadvertidamente, o reprimido voluntariamente, a causa del misterioso pero real temor, fruto de la mentira, que ve en la petición una debilidad, una fragilidad, en lugar de una apertura y una posibilidad de acogida de la misericordia. Los hombres de nuestro tiempo huyen de lo que más desean, porque la cultura dominante les repite obstinadamente que aquello que ellos desean no existe y aún, de forma más radical, que no tiene sentido pedirlo
El ministerio al cual hemos sido llamados nos empuja a ser “promotores de petición”, en el esfuerzo y en la responsabilidad de quien sabe, que una ver suscitada la petición, es un deber dar respuestas, las cuales pasan inevitablemente a través de nuestra concreta humanidad y nuestro ministerio. De hecho sería una gran traición a los hombres – y sobre todo a los más jóvenes y a los más frágiles – estimular la petición de misericordia, que es petición de Cristo, y después no estar disponibles a acompañar concretamente en una experiencia real de ese tipo. 
Tomar en serio la petición de misericordia de nuestros hermanos los hombres es posible, porque tenemos en nosotros una viva – diría una ardiente – exigencia de misericordia. ¡Quien ha encontrado a Cristo, quien ha sido tomado por Él y configurado con Él, quien ha sido herido por la Belleza de Cristo, no puede pedir incesantemente otra cosa que esta Belleza no termine jamás y que este Encuentro sea para siempre! La Misericordia es la condición del “para siempre”. De esta conciencia fluye toda preocupación pastoral: desde la simple fidelidad a un horario fijo de confesionario a la preocupación por quien se dirige a nosotros, pidiendo otra cosa, pero pudiendo ser eficazmente guiado a la celebración del Sacramento; desde la predicación, que no puede ignorar el tema central de la Misericordia a la organización de momentos pastorales, que deben tener, como finalidad apostólica, precisamente la experiencia de la Misericordia, capaz de cambiar la vida de los hombres. Todas son expresiones de la caridad pastoral. 


Ser fieles en la predicación, en la administración de los Sacramentos y en la guía pastoral de las comunidades, es decir, ser fieles en el ejercicio de los tres múnera sacerdotales, al ministerio de la Divina misericordia, significa, no solo, quedarse con escuchar la petición de misericordia, sino también hacer de ella una continua experiencia. 
Aquel lugar santo, sagrado casi como el Tabernáculo, que es el confesionario, se convierte frecuentemente, para nosotros, en el “teatro”, en el cual asistimos al drama de la lucha del hombre contra el pecado, al drama de la lucha del pecado en el hombre y al final, a la victoria de Cristo, que vence el pecado del mundo, venciendo el pecado de los hombres
Poder renovar cotidianamente este milagro extraordinario frente a los propios ojos y a la propia mente, en la propia oración y espiritualidad, significa acordarse de nuestra condición humana y, a la vez, glorificar al Padre por la experiencia de Misericordia que continuamente nos concede. 
Queridos hermanos, seamos cada vez más ministros de aquella Misericordia de la cual hemos sido objeto, también “habitando en el confesionario”, como tantas veces se ha dicho durante el transcurso del Año Sacerdotal. 
¿No es acaso que hemos sido llamados por misericordia a convertirnos en médicos y jueces de nuestros hermanos? ¿No es acaso que por misericordia, hombres como los hombres, podemos decir a todo hermano: “Yo te absuelvo de tus pecados”? 
Existe pues una experiencia remota humana de la misericordia, que constituye como el fondo, frente al cual sucede el drama, la dinámica de la experiencia de la misericordia. Pero es así de nueva, radical, “diversa” la experiencia que nos ha sido dada, que el “fondo” prácticamente se desvanece frente a la eficacia, a la fuerza y al envolvimiento de la trama, constituida por la experiencia sobrenatural de la Misericordia, manifestada en la Encarnación, donada a nosotros en el Bautismo y en la Ordenación y que continuamente se nos representa en el ejercicio concreto de nuestro ministerio pastoral. 
Estamos llamados a donar a los hombres la Misericordia de Dios, pero, en realidad, es la Misericordia de Dios la que se nos da cada vez que la damos a nuestros hermanos. A través de nuestras manos, nuestra mente, nuestro corazón, nuestras palabras, pasa misteriosamente la Divina Misericordia, en modo análogo al Misterio de la Encarnación, que nos hace asombrarnos y llenarnos de ansia, contentos y seguros, responsables y fieles al ministerio que se nos ha confiado. 
Ministerio que no ejercemos jamás en modo arbitrario, desvinculados de la 
Doctrina, que ve en el Catecismo de la Iglesia Católica dos momentos imprescindibles, y que precisamente de tal fidelidad saca su más grande eficacia, capaz de renovar la vida de los hombres, la faz de la tierra y nuestra propia existencia sacerdotal. ¡Esta fidelidad no es rigidez, sino pastoralidad! 
Queridísimos hermanos, somos ministros de la Misericordia porque somos objeto de la Misericordia, donamos lo que nos ha sido donado, conscientes de nuestros límites, pero llenos de confianza en la Omnipotencia de Dios y en Su permanente Voluntad salvífica.
 Que la Reina de la Misericordia nos sostenga, Ella que ha tejido en su seno la Misericordia que se hizo carne, en una incesante petición de Misericordia por nuestras existencias, en una alegre experiencia de la Divina Misericordia y en una fiel donación del Sacramento de la Misericordia a los hombres, sin olvidar jamás todas aquellas mediaciones humanas, que pueden conducir eficazmente a la celebración del Sacramento.

lunes, 17 de febrero de 2014

EL VENENO DE LA IRA Y EL GOLPE DE LA CALUMNIA



Queridos hermanos y hermanas buenos días:

el Evangelio de este domingo forma parte todavía del llamado "Sermón de la Montaña", la primera gran predicación de Jesús. Hoy el tema es la actitud de Jesús con respecto a la Ley judía. Él dice: " No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5:17). Así que Jesús no quiere cancelar los mandamientos que el Señor dio por medio de Moisés, sino que quiere llevarlos a su plenitud. E inmediatamente después añade que este "cumplimiento" de la Ley requiere una justicia superior, una observancia más auténtica. Y de hecho dice a sus discípulos: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos " (Mt 05:20).

¿Pero qué significa este "pleno cumplimiento" de la ley? ¿Y en qué consiste esta justicia superior? El mismo Jesús nos responde con algunos ejemplos. Porque Jesús era un hombre práctico, hablaba siempre con ejemplos para hacerse entender. Comienza desde el quinto mandamiento del Decálogo: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás"; pero yo les digo que todo aquel que se enoja contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal". (vv. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que ¡también las palabras pueden matar, eh? Cuando se dice que una persona tiene la lengua de serpiente, ¿qué quiere decir? Que sus palabras matan. Por lo tanto, no sólo no se debe atentar contra la vida de los demás, sino tampoco derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni hablar mal de él porque llegamos a las habladurías: los chismes también pueden matar, ¡porque matan la reputación de las personas! ¡Es muy feo chismorrear! Al principio puede incluso parecer incluso una cosa agradable, incluso divertida, como si fuera un caramelo. Pero al final, nos llena el corazón de amargura, nos envenena también a nosotros. Pero les digo la verdad, ¿eh? Estoy convencido de que si cada uno de nosotros hiciera el propósito de evitar los chismes, ¡con el tiempo se convertiría en un santo! Éste es un hermoso camino. ¿Queremos llegar a ser santos, si o no?  ¿Queremos vivir parloteando como de costumbre, si o no?. Entonces estamos de acuerdo: ¡basta con los chismes!.

Jesús propone a los que siguen la perfección del amor: un amor cuya única medida es no tener medida, ir más allá de todo cálculo. El amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer la paz con el prójimo. Y dice así: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, y ve antes a reconciliarte con tu hermano”. (vv. 23-24). Por esto estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de mostrar nuestra devoción al Señor en la oración.

De todo esto queda claro que Jesús no da importancia sólo a la observancia disciplinar y a la conducta externa. Él va a la raíz de la Ley, centrándose especialmente en la intención y por tanto en el corazón humano, donde se originan nuestras acciones buenas o malas. Para obtener un comportamiento bueno y honesto no son suficientes las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresión de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se pueden recibir gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos permite vivir el amor divino.

A la luz de esta enseñanza, todos los mandamientos revelan su pleno significado como una exigencia de amor, y todos se reúnen en el gran mandamiento: amar a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo.
Alocución del Santo Padre Francisco el 16 de febrero de 2012

martes, 11 de febrero de 2014

LOURDES, HOGAR MATERNO


Queridos amigos del Regnum Mariae y queridos lectores:
A lo largo de mi vida he tenido la dicha de acudir en muchísimas ocasiones a la gruta de Massabielle, allí donde Nuestra Señora se apareció repetidas veces a Santa Bernardita.
Esas posibilidades que la Divina Providencia me brindó desde que era un adolescente y también a lo largo de mi vida sacerdotal, las considero como una de las mayores gracias recibidas de Dios y de la Madre celestial.
La presencia espiritual de la Inmaculada se hace notar con especial fuerza en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes.
Esa presencia maternal es permanente, dulce, apacible y entrañable.
Lo primero que descubrí siempre que acudí a Lourdes fue la impactante convicción de que no era yo el buscador sino el buscado, el esperado, el acogido.
Cuando uno se acerca a  la humilde gruta de Massabielle se encuentra con la imagen de la Madre que está allí de pie en actitud de espera y de tierna acogida hacia todos y cada uno de sus hijos.
No hay puertas a las que llamar, porque la casa de la Madre no tiene puertas, como no las tiene su Corazón Inmaculado, siempre abierto para recibirnos y acogernos con celestial ternura.
Su actitud es la de la Madre que nos sale al encuentro, que está allí para recibirnos sin hacernos esperar, para abrazarnos antes de dejarnos hablar, para escucharnos sin tasa de tiempo, sin prisas. Es toda nuestra y toda para nosotros, para cada hijo en particular y para todos los hijos unidos en torno a Ella.
Uno siente la tremenda sensación de que Ella llevase allí aguardando ese momento de encuentro desde toda la eternidad. Como si desde lo alto de la gruta Ella hubiese estado siguiendo todos nuestros pasos desde el primer instante de nuestra vida.
Su estampa es muy similar a la del Calvario: María, la Madre de Jesús; María, la Mujer fuerte que permanece firme y en pie a los pies de la Cruz; María, la Madre que no es dada por el Hijo para que la recibamos en nuestro corazón y en nuestra vida.
Al contemplarla, uno percibe que Ella sigue en pie a los pies de la gran cruz de la historia, a los pies de todas las cruces de sus hijos, a los pies de la Cruz del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia Santa. Y sin palabras, nos enseña y estimula maternalmente a no entregarnos rendidos y echados por tierra, por grandes que sean las dificultades, por dolorosas que sean las circunstancias, por muy tremendos que sean nuestros sufrimientos y penalidades.
A través de Ella nos llega la fortaleza que brota de la Cruz de su Hijo para que podamos mantenernos siempre en pie, para que podamos levantarnos cuantas veces seamos derribados por el Mal, por el dolor, por el pecado o por el sufrimiento.
En Massabielle, la Madre nos recibe con el agua limpia, pura y cristalina que brota de la roca que es Cristo. Y con esa agua nos limpia y nos purifica. Con esa agua apaga nuestra sed, nos refresca y tonifica para que podamos seguir caminando por las veredas de la vida hasta la meta final.
En Massabielle, la Madre nos entrega una antorcha de luz cuya llama ha sido prendida por Ella en las llamaradas de amor del Corazón de Cristo y de su propio Corazón. Y así, con esa antorcha encendida en el fuego sagrado, la Madre nos infunde confianza y seguridad. Para que sea esa luz la que ilumine las noches de nuestro corazón y de nuestra vida. Para que esa luz ilumine nuestros caminos y para que ese fuego nos alivie del frío que podamos sufrir en nuestra peregrinación terrena: el frío del olvido de Dios,  de la dureza de corazón, de la falta de sensibilidad y de amor hacia el prójimo. También para defendernos del frío de la ingratitud, del sentirnos abandonados o perdidos, del frío del desamor recibido, del frío de la traición y de la injusticia.
Lourdes es la Casa de la Madre transformada en hospital de campaña donde Ella cura y sana las enfermedades y las heridas de todos sus hijos.
Lourdes es la pobre gruta transformada en hogar por María, allí donde Ella nos muestra las delicias de su Corazón Inmaculado.
Lourdes, hogar materno, manantial de gracia, tierra de luz, casa de misericordia.
¡Ave María Purísima!
Manuel María de Jesús

jueves, 6 de febrero de 2014

MENSAJE DEL SANTO PADRE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2014




MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXIX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2014

«Bienaventurados los pobres de espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3)


Queridos jóvenes:
Tengo grabado en mi memoria el extraordinario encuentro que vivimos en Río de Janeiro, en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud. ¡Fue una gran fiesta de la fe y de la fraternidad! La buena gente brasileña nos acogió con los brazos abiertos, como la imagen de Cristo Redentor que desde lo alto del Corcovado domina el magnífico panorama de la playa de Copacabana. A orillas del mar, Jesús renovó su llamada a cada uno de nosotros para que nos convirtamos en sus discípulos misioneros, lo descubramos como el tesoro más precioso de nuestra vida y compartamos esta riqueza con los demás, los que están cerca y los que están lejos, hasta las extremas periferias geográficas y existenciales de nuestro tiempo.
La próxima etapa de la peregrinación intercontinental de los jóvenes será Cracovia, en 2016. Para marcar nuestro camino, quisiera reflexionar con vosotros en los próximos tres años sobre las Bienaventuranzas que leemos en el Evangelio de San Mateo (5,1-12). Este año comenzaremos meditando la primera de ellas: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3); el año 2015: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8); y por último, en el año 2016 el tema será: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7).


1. La fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas
Siempre nos hace bien leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las proclamó en su primera gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había un gentío tan grande, que subió a un monte para enseñar a sus discípulos; por eso, esa predicación se llama el “sermón de la montaña”. En la Biblia, el monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el monte, se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué enseña? Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre, es más, que Él mismo es, y lo propone como camino para la verdadera felicidad. En toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la cruz y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas las promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él.
Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que sólo Dios, amor infinito, puede dar.
Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación, la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles. En cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás.
Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían irse por otros caminos (cf. Jn 6,67). Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn6,68). Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de significado y será fecunda.
2. El valor de ser felices
Pero, ¿qué significa “bienaventurados” (en griego makarioi)? Bienaventurados quiere decir felices. Decidme: ¿Buscáis de verdad la felicidad? En una época en que tantas apariencias de felicidad nos atraen, corremos el riesgo de contentarnos con poco, de tener una idea de la vida “en pequeño”. ¡Aspirad, en cambio, a cosas grandes! ¡Ensanchad vuestros corazones! Como decía el beato Piergiorgio Frassati: «Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, y sin sostener, en una lucha continua, la verdad, no es vivir, sino ir tirando. Jamás debemos ir tirando, sino vivir» (Carta a I. Bonini, 27 de febrero de 1925). En el día de la beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20 de mayo de 1990, Juan Pablo II lo llamó «hombre de las Bienaventuranzas» (Homilía en la S. Misa: AAS 82 [1990], 1518).
Si de verdad dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro corazón, os daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo inextinguible de felicidad, y esto os permitirá desenmascarar y rechazar tantas ofertas “a bajo precio” que encontráis a vuestro alrededor. Cuando buscamos el éxito, el placer, el poseer en modo egoísta y los convertimos en ídolos, podemos experimentar también momentos de embriaguez, un falso sentimiento de satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca estamos satisfechos, y sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una juventud “harta”, pero débil.
San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: «Sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno» (1 Jn 2,14). Los jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se “atiborran” de otras cosas. Atreveos a ir contracorriente. Sed capaces de buscar la verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo provisional, de la superficialidad y del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir responsabilidades y de afrontar los grandes desafíos de la vida.


3. Bienaventurados los pobres de espíritu…
La primera Bienaventuranza, tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, declara felices a los pobres de espíritu, porque a ellos pertenece el Reino de los cielos. En un tiempo en el que tantas personas sufren a causa de la crisis económica, poner la pobreza al lado de la felicidad puede parecer algo fuera de lugar. ¿En qué sentido podemos hablar de la pobreza como una bendición?
En primer lugar, intentemos comprender lo que significa «pobres de espíritu». Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un camino de pobreza, de humillación. Como dice San Pablo en la Carta a los Filipenses: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (2,5-7). Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí vemos la elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Es el misterio que contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y después en una cruz, donde la humillación llega hasta el final.
El adjetivo griego ptochós (pobre) no sólo tiene un significado material, sino que quiere decir “mendigo”. Está ligado al concepto judío de anawim, los “pobres de Yahvé”, que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él.
Jesús, como entendió perfectamente santa Teresa del Niño Jesús, en su Encarnación se presenta como un mendigo, un necesitado en busca de amor. El Catecismo de la Iglesia Católica habla del hombre como un «mendigo de Dios» (n.º 2559) y nos dice que la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed (n.º 2560).
San Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. De hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y en el Crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición de humildad. En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al Señor: «¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?». Se despojó de una vida acomodada y despreocupada para desposarse con la “Señora Pobreza”, para imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres, como las dos caras de una misma moneda.
Vosotros me podríais preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en nuestra existencia? Os contesto con tres puntos.
Ante todo, intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y jamás se olvida de nosotros. Así como cuida de los lirios del campo (cfr. Mt 6,28), no permitirá que nos falte nada. También para superar la crisis económica hay que estar dispuestos a cambiar de estilo de vida, a evitar tanto derroche. Igual que se necesita valor para ser felices, también es necesario el valor para ser sobrios.
En segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la cultura humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.
Pero los pobres –y este es el tercer punto– no sólo son personas a las que les podemos dar algo. También ellostienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de la gente, se convirtió en consejero espiritual de muchas personas, entre las que figuraban nobles y prelados. En cierto sentido, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco. Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y la confianza en Dios. En la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14), Jesús presenta a este último como modelo porque es humilde y se considera pecador. También la viuda que echa dos pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de la generosidad de quien, aun teniendo poco o nada, da todo (cf. Lc 21,1-4).
4. … porque de ellos es el Reino de los cielos
El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino de Dios en persona, es el Enmanuel, Dios-con-nosotros. Es en el corazón del hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: «Venga a nosotros tu reino».
Hay un profundo vínculo entre pobreza y evangelización, entre el tema de la pasada Jornada Mundial de la Juventud –«Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19)– y el de este año: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). El Señor quiere una Iglesia pobre que evangelice a los pobres. Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo: «No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino; ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento» (Mt 10,9-10). La pobreza evangélica es una condición fundamental para que el Reino de Dios se difunda. Las alegrías más hermosas y espontáneas que he visto en el transcurso de mi vida son las de personas pobres, que tienen poco a que aferrarse. La evangelización, en nuestro tiempo, sólo será posible por medio del contagio de la alegría.
Como hemos visto, la Bienaventuranza de los pobres de espíritu orienta nuestra relación con Dios, con los bienes materiales y con los pobres. Ante el ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de cuánta necesidad tenemos de conversión, de hacer que la lógica del ser más prevalezca sobre la del tener más. Los santos son los que más nos pueden ayudar a entender el significado profundo de las Bienaventuranzas. La canonización de Juan Pablo II el segundo Domingo de Pascua es, en este sentido, un acontecimiento que llena nuestro corazón de alegría. Él será el gran patrono de las JMJ, de las que fue iniciador y promotor. En la comunión de los santos seguirá siendo para todos vosotros un padre y un amigo.
El próximo mes de abril es también el trigésimo aniversario de la entrega de la Cruz del Jubileo de la Redención a los jóvenes. Precisamente a partir de ese acto simbólico de Juan Pablo II comenzó la gran peregrinación juvenil que, desde entonces, continúa a través de los cinco continentes. Muchos recuerdan las palabras con las que el Papa, el Domingo de Pascua de 1984, acompañó su gesto: «Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo, os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención».
Queridos jóvenes, el Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu, es también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones llaman “dichosa” (cf. Lc 1,48). Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de la nueva evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las Bienaventuranzas en nuestra vida, a atrevernos a ser felices.
Vaticano, 21 de enero de 2014, Memoria de Santa Inés, Virgen y Mártir

miércoles, 5 de febrero de 2014

OREMOS POR LA SANTA IGLESIA CATÓLICA






Gritos de «Aborto es sagrado» y otras groserías, cruces invertidas, bragas sucias lanzadas contra el Cardenal Arzobispo de Madrid por parte de un grupo de activistas pro abortistas, el pasado domingo por la tarde a la entrada de la madrileña iglesia de los santos Justo y Pastor.


El informe de la ONU sobre abuso sexual infantil por parte de miembros de la Iglesia es "distorsionado, injusto e ideológicamente tendencioso", según el Arzobispo Silvano Tomasi, representante de la Santa Sede ante la ONU en Ginebra.
 Monseñor Tomasi, respondiendo a críticas del mencionado informe sobre la postura de la Iglesia acerca de la homosexualidad, el aborto y la anticoncepción, dijo también que la ONU no puede pedirle a la Iglesia que cambie sus enseñanzas morales "no negociables". En declaraciones realizadas a Radio Vaticano el Prelado ha manifestado que las organizaciones no gubernamentales a favor del matrimonio homosexual probablemente influyeron en el Comité de la ONU sobre los Derechos de los Niños para reforzar la "línea ideológica" en el reporte.


La Fiscalía Provincial de Málaga ha abierto diligencias de investigación penal por las declaraciones que hizo el cardenal Fernando Sebastián, residente en la capital malagueña, en las que dijo que la homosexualidad se podía normalizar con tratamiento.


 De los 13 diputados del PP sólo 3  defendieron la familia votando contra el Informe Lunacek, pura ingeniería antifamilia e ideología de género:

-José Ignacio Salafranca Sánchez Neyra (eurodiputado del PP desde 1994)
-Jaime Mayor Oreja (ex-líder del Partido Popular en el Europarlamento...)
-Alejo Vidal-Quadras... que era eurodiputado del PP pero ahora es militante del partido VOX.
Todas las otras fuerzas políticas españolas presentes (Convergència, Unió, UPyD, PNV, Aralar, etc...) apoyaron el informe anti-familia. 
La Manif pour Tous italiana considera el informe "un duro golpe contra la célula fundamental de nuestra sociedad, la familia fundada sobre la unión entre un hombre y una mujer y sus derechos, sobre todo a educar, y es un golpe contra la filiación natural, a favor de la procreación artificial y la entrega en adopción a parejas homosexuales. 
La Manif Pour Tous francesa: "Denunciamos un grave atentado a los derechos fundamentales del hombre y del niño. No se respeta el principio de subsidiariedad. El informe Lunacek va más allá de las competencias de la Unión Europea. En nombre de la libertad fundamental de circulación, la resolución incita a unos estados a reconocer las leyes de otros en materia de matrimonio y adopción del mismo sexo. Introduce la educación según la ideología de género desde la más tierna edad. Son competencias que pertenecen en exclusiva a los estados".