REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

lunes, 16 de diciembre de 2019

MARÍA CORREDENTORA

A) El hecho o la existencia de la Corredención
María es Corredentora, o sea, es Mediadora en la recuperación de la gracia santificante.
La Corredención de María no es una cuestión periférica a nuestra Fe, sino central, porque toca la esencia del dogma de la Redención del género humano.
Después del pecado original, Dios era libre de redimirnos o no y de elegir cualquier modo de redimirnos. Ya que decidió libremente redimirnos mediante la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen, asoció íntimamente a María a la Redención, haciéndola Mediadora (Corredentora y Dispensadora).
La primera vez que se encuentra aplicado a María el término de Corredentora es en el siglo XV, mientras que el título de Redentora se encuentra ya en el siglo X (cfr. R. Laurentin, Le titre de Corédemptrice, en «Marianum», n. 13, 1951, p. 429).
El significado de Corredención
Redención significa rescatar o pagar un rescate para recuperar una cosa poseída antes y perdida después.
Por ejemplo, cuando los bandidos secuestran a un niño y piden a sus padres 1 millón de euros como rescate, si el padre paga ha rescatado o «redimido» en sentido lato al hijo desembolsando la suma exigida. En el caso de la Redención de la humanidad, Cristo pagó, con toda su Sangre derramada en la Cruz, la gracia que Adán había perdido y que hemos recuperado por la Redención de Cristo.
Pues bien, María cooperó a la Redención del género humano con Cristo de manera subordinada y secundaria, consintiendo a la Encarnación del Verbo en su seno y ofreciendo a Cristo en la Cruz al Padre para rescatar o redimir a la humanidad, sufriendo indeciblemente y «conmuriendo» místicamente con El a los pies de la Cruz. Por tanto, María es Corredentora secundaria y subordinada a Cristo.
Los autores católicos sostienen comúnmente que María cooperó formalmente en la Redención, consintiendo a la Encarnación redentora.
El modo de la Corredención
El modo de esta cooperación es inmediato, o sea, Dios decretó que la Redención del género humano fuera operada directamente, además de por los méritos de Jesús (Redentor principal), también por los méritos de María (Corredentora secundaria), de modo que los méritos de ambos constituyen el «precio» establecido por Dios para rescatar a la humanidad perdida por Adán. María es Corredentora y no sólo Dispensadora de las gracias, al aplicar la Redención a todo hombre que no le pone obstáculo. Como se ve, la Corredención de María es un elemento esencial y no accidental de la Redención de la humanidad de modo que, sin la Corredención mariana, no se tendría la Redención así como la Santísima Trinidad la quiso y decretó.
Para dar un ejemplo, la Corredención de María es análoga a nuestra cooperación en la obra de nuestra salvación y santificación, la cual es esencial a nuestra Redención, pero no perjudica a la unicidad del Redentor Jesucristo, Salvador principal del hombre. Así, María coopera con Jesucristo, de manera más eminente, en nuestra salvación como Corredentora subordinada y secundaria. Por lo que se puede decir en ambos casos que sólo Jesús redime al género humano: María subordinadamente a Cristo «corredime» a la humanidad de manera eminente y nosotros cooperamos con nuestro libre concurso en nuestra salvación como causas secundarias junto a Jesús y por debajo de él. Como nuestra salvación sin nuestra cooperación sería incompleta («El que te ha creado sin ti no te salva sin ti», San Agustín), análogamente nuestra alvación sería incompleta sin la Corredención de María, esto es, no sería como Dios la decretó.
Objeción: María, al ser redimida, no puede ser «Redentora»
Algún teólogo ha objetado que también María fue redimida por Cristo y, por tanto, no puede ser al mismo tiempo y en el mismo sentido «Redentora» por el principio de no contradicción.
Se responde fácilmente que María fue redimida de manera preservativa, o sea, fue preservada de contraer el pecado original, mientras que los demás hombres son redimidos de manera liberativa, esto es, son liberados del pecado original contraído. Por tanto, María no es redimida y «Redentora» en el mismo sentido, sino que es redimida de manera preservativa y Corredentora de manera liberativa. María no cooperó en su Redención preservativa, que fue operada por Dios solo, pero cooperó en la Redención liberativa de todos los hombres infectados por el pecado original. Por tanto, María no es redimida y Redentora de sí misma, es decir, a la vez efecto y causa, lo cual es imposible por el principio de no contradicción, sino que primero fue redimida por Cristo y después fue Corredentora con Cristo y por debajo de él. Se disipa, así, toda sombra de contradicción en el ser María redimida y «Redentora».
El padre Gabriele Roschini escribe que «Cristo se ofreció primero (por prioridad lógica y no cronológica) al Padre en sacrificio por la Redención preservativa de María y, después, junto a la «co-oblación» de María, El se ofreció para la Redención liberativa de todos los demás» (Dizionario di Mariologia, Roma, Studium, 1960, p. 327). Por ello el Sacrificio que Cristo hizo de Sí mismo en la Cruz tiene un doble aspecto: 1º) se ofreció para la Redención preservativa de María; 2º) se ofreció, junto a la «co-oblación» de María, para la Redención liberadora del pecado original por todo el género humano (adviértase que se trata de una prioridad solamente lógica, o sea, en cuanto a nuestra manera de pensar y de expresarnos, y no de una prioridad ontológica y cronológica). Como se ve, la Inmaculada Concepción de María la separa de todos los demás hombres para permitirle poder ser su Corredentora.
La Sagrada Escritura y la Corredención mariana
El Génesis (III, 14-15) narra el pecado de Eva y de Adán, tentados por el diablo en forma de serpiente. Entonces Dios, dirigiéndose a la serpiente infernal, dijo: «Por haber hecho esto, maldita seas… Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y su descendencia. Ella te aplastará la cabeza y tú insidiarás su talón».
En este texto del Antiguo Testamento son expuestas 4 cosas: 1º) la lucha inextinguible entre Cristo/María contra Satanás/secuaces; 2º) la victoria de Cristo/María (Redención); 3º) a la lucha de Cristo coronada por la victoria (Redención) es asociada íntimamente María, Su verdadera Madre física (Corredención); 4º) en esta asociación se aplica el contrapeso o la represalia: como el diablo hizo pecar a Eva y esta tentó a Adán, así Dios y los Angeles buenos asocian a María, la nueva Eva (Eva = Ave), a la lucha y victoria de Cristo (Redención y Corredención), que se obtiene con el aplastamiento de la cabeza de la serpiente por parte de María, que lleva en sí misma a Cristo; el diablo, sin embargo, consigue insidiar y morder el talón de María, o sea, a los fieles que no serán suficientemente fuertes para resistir a las adulaciones diabólicas como no lo fue la primera Eva, mientras qeu María y Jesús se servirán de la cooperación de los fieles buenos que son la parte no mordida del talón (la parte más humilde del cuerpo de María) que aplastará («Ipsa conteret», Gén., III, 5) la cabeza de la serpiente.
Esta es la interpretación auténtica de los versículos del Génesis dada por Pío IX en la Bula dogmática Ineffabilis Deus, en la que el Papa escribe: «Los Padres vieron designados [en los versículos del Génesis] a Cristo Redentor y a María unida a Cristo por un vínculo estrechísimo e indisoluble, ejercitando junto a Cristo y por medio de El sempiternas enemistades contra la serpiente venenosa y consiguiendo sobre ella una plenísima victoria». Por lo que se puede decir, con certeza teológica, que, como Cristo venció al demonio con su Pasión, así María lo venció con su Compasión. Por tanto, María, junto y subordinadamente a Cristo, venció a satanás y nos «corredimió».
El Evangelio según San Lucas (I, 38) nos narra que el Angel Gabriel fue enviado a María por Dios para conseguir su consentimiento a la Encarnación y a la Corredención. En esta escena evangélica tenemos, por contraposición a la del Génesis, la presencia de un Angel bueno (Gabriel), de una nueva Eva (María) y de un nuevo Adán (Cristo).
También en el Evangelio encontramos vaticinada la Corredención subordinada y secundaria de María y específicamente en el Evangelio según San Lucas (II, 34-35) cuando el anciano Simeón, con ocasión de la presentación del Niño Jesús en el Templo, predice a María su íntima asociación a la Pasión y Muerte de Cristo: «Este niño está destinado a ser causa de la ruina y de la resurrección de muchos en Israel y a ser un signo de contradicción; tu misma alma será traspasada por una espada».
En Lucas es, por tanto, presentado el futuro lleno de todo dolor de Jesús, al cual será asociada su Madre, cuya alma será atravesada místicamente por una espada de dolor. Adviértase que, no obstante esté presente también San José, el Evangelio no habla de una suya asociación subordinada al Sacrificio de Cristo, sino que nombra sólo y exclusivamente a María, única Corredentora subordinada en sentido estricto.
En el texto evangélico de San Juan, María nos es presentada en el Calvario junto al Apóstol Juan a los pies de la Cruz en la que pende Jesús, que dice a María: «Mujer, he ahí a tu hijo; hijo [San Juan], he ahí a tu madre» (Jn., XIX, 26-27).
María es la nueva Eva, Madre espiritual de todos los fieles, en contraposición con la antigua Eva, que nos arruinó dando a Adán a comer la manzana.
El mismo paralelismo encontramos en el último Libro Sagrado, el Apocalipsis de San Juan (cap. XII), en el cual nos son presentados también tres personajes: la mujer (María), su hijo (Jesús) y el Dragón rojo (satanás), que intenta hacer daño a la mujer: como en el Génesis quería morder el talón, así quiere ahora agredirla, pero el Dragón es derrotado y la mujer y su hijo son puestos a salvo.
La Tradición y la Corredención mariana
Desde el siglo II hasta el siglo XII, la doctrina de la Corredentora la encontramos expresada implícitamente por los Santos Padres. Por ejemplo, San Justino (Dialog. cum Triph., PG, 6, 709-712), San Ireneo (De carne Christi, c. 17, PL 2, 782) y Juan el Geómetra, que, en el siglo X, el primero, habla de la Maternidad espiritual de María y de la Corredención.
Desde el siglo XII hasta el siglo XVII, tenemos una segunda etapa, en la que se va de manera más neta de lo implícito a lo explícito, o sea, del papel de María como nueva Eva a la Corredención. Los autores más famosos son: San Bernardo de Claraval, Arnoldo de Chartres, San Alberto Magno, San Buenaventura; en el siglo XIV tenemos a Taulero, San Antonino de Florencia, Dionisio Cartujano, Alfonso Salmerón.
Finalmente, desde el siglo XVII hasta nuestros días, se calculan 124 teólogos que se expresan a favor de la Corredención inmediata de María, en el siglo XVII, entre los cuales San Lorenzo de Brindis, San Juan Eudes y Olier. En el siglo XVIII, sólo 53 escritores eclesiásticos se decantan a favor de la Corredención. En el siglo XIX, los teólogos pro Corredemptione suben hasta 130, entre los cuales resalta el card. Alexio Lépicier (L’Immacolata Madre di Dio, Corredentrice del genere umano, Roma, 1905). Hoy, después del Concilio Vaticano II, la Corredención, por motivos pseudo-ecuménicos, ha sido llevada adelante por pocos teólogos, entre los cuales los Franciscanos de la Inmaculada con la Revista teológica Immaculata Mediatrix y Mons. Brunero Gherardini.
El Magisterio y la Corredención mariana
León XIII, en la Encíclica Jucunda semper (1894), enseña que «Cuando María se ofreció completamente a sí misma, junto a su Hijo en el Templo, Ella era desde ese momento partícipe de la dolorosa expiación de Cristo en favor del género humano, o sea, de la Redención […]. En el Calvario, con El, murió en su corazón».
También León XIII, en la Encíclica Auditricem populi (1895), enseña que «Aquella que había sido cooperadora en el misterio de la Redención humana, habría sido también la cooperadora en la distribución de las gracias derivadas de tal Redención». Adviértase cómo el Papa distingue la Corredención de la Dispensación de las gracias y enseña que María cooperó en ambas.
San Pío X, en la Encíclica Ad diem illud (1904), verdadera obra maestra mariológica, afirma: «María fue asociada por Cristo a la obra de nuestra salvación, nos merece de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo nos merece de condigno». Adviértase cómo el Papa afirma dos verdades: 1º) María fue asociada a la Redención por Cristo y no se asoció por sí misma; 2º) en virtud de dicha asociación, María mereció por pura conveniencia o condescendencia divina (de congruo) las mismas gracias merecidas por Cristo por estricta justicia (de condigno).
Benedicto XV es el primer Papa que formula de manera inequívoca la doctrina sobre la Corredención en la Carta Apostólica Inter Sodalicia (1918), enseñando que «María, a los pies de la Cruz, de tal manera sufrió y casi murió con el Hijo para placar la justicia divina, que con razón se puede decir que Ella ha redimido al género humano junto a Cristo».
Pío XI es el primer Papa que aplica el título de Corredentora a María en el Mensaje radiofónico del 28 de abril de 1935: «Madre de piedad y de misericordia… compaciente y Corredentora…».
Pío XII, en tres Encíclicas, trata de la Corredención mariana. La primera es la Mystici Corporis (1943), en la que enseña que María «ofreció a Jesús al Padre en el Gólgota, haciendo holocausto de todo derecho materno suyo y de su materno amor, por todos los hijos de Adán. De tal modo, Aquella que, en cuanto al cuerpo era Madre de nuestra Cabeza, pudo convertirse, en cuanto al espíritu, en madre de todos sus miembros». Adviértase cómo Pío XII enseñó formalmente que María es madre espiritual de todos los justos y, por tanto, Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.
En la segunda Encíclica, sumamente mariana, Ad Coeli Reginam (1954), el Papa enseña que la Virgen es Reina no sólo por ser Madre de Cristo, que es Rey, sino también «por la parte singular que tuvo en la obra de nuestra salvación por voluntad de Dios… María fue asociada a Cristo. […]. Ella es Reina no sólo por ser Madre de Jesús, sino también porque, como nueva Eva, ha sido asociada al nuevo Adán. […]. De esta unión con Cristo nace aquel poder real por el que Ella puede dispensar los tesoros del Reino del divino Redentor». Adviértase cómo el Papa enseña que el primer fundamento de la Realeza de María es la Maternidad divina y el segundo fundamento es la Corredención.
Finalmente, en la Encíclica sobre el Sagrado Corazón Haurietis aquas (1956), el papa Pacelli enseña: «Era justo, en efecto, que Aquella que había sido asociada a la obra de la regeneración de los hijos de Eva a la vida de la gracia, fuese proclamada por el mismo Jesús Madre espiritual de la entera humanidad». También, al final de la Encíclica, escribe: «Para que el culto al divino Corazón de Jesús produzca frutos más copiosos, oblíguense los fieles  a asociar a él la devoción al Corazón Inmaculado de María. En efecto, es sumamente conveniente que, como Dios quiso asociar indisolublemente a la Bienaventurada Virgen María a Cristo en la realización de la Redención […], así, el pueblo cristiano, que recibió la vida divina de Cristo y de María, después de haber tributado los debidos homenajes al Sagrado Corazón de Jesús, preste también al Corazón Inmaculado de María similares obsequios de piedad […]. En armonía con este sapientísimo designio de la Providencia divina, Nos mismo queremos consagrar solemnemente la Santa Iglesia y el mundo entero al Corazón Inmaculado de María».
La razón teológica de la Corredención
En la Corredención de María brilla 1º) la Sabiduría divina, que se sirvió del mismo medio (la mujer) del que se había servido el diablo para la ruina de la humanidad, humillándolo enormemente al hacer que fuera vencido por una joven mujer; 2º) el Poder divino, ya que Dios, con un medio débil (una joven mujer) realizó una obra tan excelsa (la Redención); 3º) la Justicia divina, la cual decretó que la soberbia de Adán y Eva fuera reparada por la humillación de Jesús y María; 4º) la Bondad divina, la cual, en lugar de abandonar a la mujer que había pecado, la ennobleció haciéndola Corredentora.
A) La esencia o la naturaleza de la Corredención
Hemos visto el hecho o la existencia de la Corredención admitida por la Sagrada Escritura, por la Tradición y por el Magisterio, hemos ofrecido su razón teológica; ahora nos queda ver la naturaleza de la Corredención, o sea, qué es.
La Corredención es la participación subordinada de María a la Redención de Cristo. Ahora bien, la Pasión de Jesús y la Compasión de María han obrado nuestra Redención y Corredención, pero ¿de qué manera? ¿cuál es su naturaleza? ¿qué son exactamente?
Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48) enseña que la Pasión de Cristo obró nuestra Redención de tres modos: 1º) a modo de mérito, al merecernos la gracia santificante perdida con el pecado original; 2º) a modo de satisfacción, pagando a Dios la deuda por el pecado, reparándolo e intercediendo por nosotros; 3º) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo al Padre como víctima en la Cruz.
También María cooperó subordinadamente a Cristo de estos 3 modos en nuestra Redención. Los teólogos dicen que lo que Cristo nos mereció de condigno o por estricta justicia, María nos lo mereció de congruo o por pura liberalidad de Dios.
En cuanto a la naturaleza de la cooperación mariana en nuestra Redención, los teólogos sostienen comúnmente que la ofrenda que María hizo de Jesús y de sí misma en el Calvario no es un acto sacrificial y sacerdotal en sentido estricto: María no tiene un sacerdocio análogo al de Cristo y no tiene ni siquiera el Orden sacramental del Sacerdocio cristiano, pero la cooperación de María en el Sacrificio de Cristo es equiparable a la que tienen todos los bautizados, los cuales pueden unirse al sacerdote (ordenado válidamente) y ofrecer por medio de él el Sacrificio de la Misa a Dios, pero María la posee en un grado eminentemente superior al de todos los bautizados, porque es la Madre de Dios. Sin embargo no es sacerdote en sentido estricto, aun teniendo el espíritu del Sacerdocio. Adviértase que el Santo Oficio prohibió representar a María revestida con los ornamentos sacerdotales y llamarla «Virgen-Sacerdote» (cfr. R. Laurentin, Le problème du sacerdoce marial devant le Magistère, en «Marianum», n. 10, 1948, pp. 160-178).
Por lo que respecta a la naturaleza de la cooperación de María en la Redención de Cristo, la opinión común de los teólogos considera que es inmediata y consiste en el hecho de que sus méritos y sus satisfacciones (junto y subordinadamente a las de Jesús) fueron queridos, exigidos y aceptados por el Eterno Padre para la reconciliación del género humano con El (cfr. M. I. Nicolas, La doctrine de la Corédemption dans le cadre de la doctrine thomiste de la Rédemption, en «Revue thomiste», n. 47, 1947, pp. 20-42).
Además, María, en cuanto Madre de Cristo, tenía el derecho de proteger la vida del su Hijo de todos sus injustos agresores. En cambio, María abdicó este derecho suyo natural y, en obediencia a la voluntad divina, ofreció a su Hijo en sacrificio para la Redención del género humano.
CONCLUSIÓN
La devoción a María no se funda en motivos sentimentalistas, sino estrictamente dogmáticos. Ella es verdadera Madre de Dios y Corredentora subordinada del género humano; además, todas las gracias pasan a través de ella para llegar de Dios a nosotros (como veremos en el segundo artículo). Por tanto, si queremos ser redimidos y salvados, según el plan elegido por Dios, debemos dirigirnos a María para ir a Jesús y a la Humanidad de este último para acceder a la Santísima Trinidad. Ad Jesum per Mariam!
Acabo con una hermosa oración de San Francisco de Sales:
«Acuérdate y trae a tu mente, oh dulcísima Virgen María, que eres mi Madre y que soy tu hijo; que eres poderosísima y soy un pequeño ser vil y débil. Te suplico, dulcísima Madre mía, que me guíes y defiendas en todos mis caminos y en todas mis acciones.
No me digas, oh Virgen graciosa, que no puedes, ya que tu Hijo predilecto Te dio todo poder… No me digas que no debes hacerlo, pues eres la Madre común de todos los pobres humanos y especialmente la mía. Si no pudieses te excusaría diciendo: Es verdad que es mi Madre y que me ama como a un hijo, pero su pobreza carece de posesiones y de poderes. Si no fueses mi Madre, tendría justamente paciencia, diciendo: Ella es rica para asistirme, pero ay de mí, al no ser mi Madre, no me ama.
Pero ya que, oh dulcísima Virgen, eres mi Madre y eres poderosa, ¿cómo podrás excusarte de no consolarme y de no prestarme tu ayuda y tu asistencia?
Ves, Madre mía, que estás obligada a consentir a todas mis peticiones».
Fuente: SI SI NO NO

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