Carta pastoral sobre la Bienaventurada Virgen María,
Corredentora y Mediadora de todas las Gracias
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo,
El
4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota Doctrinal a través del
Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF), titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el Prefecto del DDF, el
Cardenal Víctor Manuel Fernández. En el documento, el Cardenal Fernández
declara que «no sería apropiado utilizar el título de "Corredentora"
para definir la cooperación de María». La razón expuesta es que dicho título
«correspondiente podría oscurecer la singular mediación salvífica de Cristo y,
por lo tanto, generar confusión y un desequilibrio en la armonía de las
verdades de la fe cristiana…» (Párrafo 22).
Dado
que muchas de las personas fieles se sienten inquietas por estas palabras, y
puesto que el amor a la Santísima Virgen es el corazón de la auténtica fe
católica, me siento obligado, como sucesor de los Apóstoles, a reafirmar la
enseñanza perenne de la Iglesia sobre la singular cooperación de Nuestra Señora
en la Redención.
Resulta
llamativo que la justificación dada —evitar la «confusión» y por razones
ecuménicas— se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha
utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Este razonamiento ha
embotado la fuerza de la doctrina hasta que solo quedan vagos sentimientos.
Pero la verdad no puede sacrificarse en el altar de la diplomacia. El
ecumenismo que silencia la verdad deja de ser verdadera unidad. El camino a
seguir no es difuminar lo que distingue a la Fe, sino proclamarla con claridad
y caridad, confiando en que la luz de la revelación disipe la confusión, no que
la oculte.
En
los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos ámbitos de la vida de la
Iglesia. Bajo el pretexto de ser «acogedoras» e «inclusivas», la identidad
sobrenatural de la Iglesia se está sustituyendo paulatinamente por una
sociológica. Lo que antes se definía por la gracia y la conversión ahora se
reformula en términos de acomodación y afirmación. La llamada al
arrepentimiento se reemplaza por la llamada a la pertenencia. Se le dice al
mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse. Y
así, la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental
en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, sino
engaño.
Este
nuevo documento debe interpretarse en ese contexto. Desestimar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística.
Forma parte de un esfuerzo constante por despojar a la Fe de sus pretensiones
sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que
odia la Cruz. La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la
verdad divina. Disminuir su papel es disminuir la realidad de la gracia misma.
Cuando sus excelsos títulos se declaran «inapropiados», no es ella quien se ve
disminuida, sino nuestra comprensión de Cristo, pues toda verdad mariana protege
una verdad cristológica.
La
cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como atestiguan
los Padres de la Iglesia. San Ireneo enseñó que «el nudo de la desobediencia de
Eva fue desatado por la obediencia de María», y San Efrén la llamó «el rescate
de los cautivos». Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen
ha sido vista como la redención de la rebelión de Eva y el comienzo de la
restauración de la humanidad.
La
confusión en torno al término Corredentora
surge
en gran medida de una mala interpretación del prefijo «co-». En latín, es
«cum», que no significa «igual a», sino «con». María no es una redentora rival,
sino la que sufrió con el Redentor. Su
participación fue totalmente dependiente, derivada y subordinada, pero
profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en la caída, la Nueva Eva
cooperó en la restauración. Su «fiat»
en
la Anunciación y su presencia al pie de la Cruz son dos polos de esa
cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, quien,
únicamente, podía reconciliar a la humanidad.
Desde
sus inicios, la Iglesia ha afirmado que el fiat de María —su consentimiento total y libre al plan de Dios—
no fue un momento pasivo, sino una verdadera y activa cooperación en la obra
salvífica de su Hijo. El término Corredentora
aparece
por primera vez mediante una declaración oficial durante el pontificado de san
Pío X. En 1908, la Congregación de Ritos del Vaticano pidió que se incrementara
la devoción a la Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles
hacia la «misericordiosa Corredentora del género humano».
El
22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamado
Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100
días por la recitación de una oración de reparación a Nuestra Señora como
sigue:
“Bendigo
tu santo Nombre, alabo tu excelso privilegio de ser verdaderamente Madre de
Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora del género
humano.”
Si
la Santa Sede —y de hecho la misma oficina que acaba de emitir este documento—
pudo conceder indulgencias a una oración como esta, no puede ahora pretender
que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir
una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada.
El
Papa San Pío X en su encíclica Ad Diem
Illum Laetissimum (2
de febrero de 1904) enseñó:
«Ahora
bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo Eterno de Dios solamente para que
se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que,
mediante la naturaleza asumida de ella, fuera el Redentor de los hombres. Por
eso el ángel dijo a los pastores: “Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo
el Señor”.»
Continuó:
María,
“ya que estaba por
delante de todos en santidad y unión con Cristo, y fue
llevada por Cristo a la obra de la salvación humana, mereció
congruentemente, como se suele decir, lo que Cristo mereció
dignamente, y es la principal ministra de la dispensación
de las gracias”.
Esto
no es poesía, sino enseñanza papal. Define lo que la Iglesia siempre ha sabido:
la maternidad de María no es solo física, sino redentora, espiritual y
universal.
El
Papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918),
escribió:
“Hasta
tal punto sufrió María y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo; hasta
tal punto renunció a sus derechos maternales sobre su Hijo por la salvación del
hombre, … que podemos decir con razón que redimió a la raza humana junto con
Cristo.”
El
Papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, oró:
“Oh
Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste junto a tu
dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención del género humano
en el altar de la Cruz… conserva en nosotros, te rogamos, día tras día, los
preciosos frutos de la Redención y de tu compasión.”
El
Papa Pío XII, en su mensaje radiofónico a Fátima el 13 de mayo de 1946,
declaró:
“Fue
ella quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o
personal, siempre unida íntimamente a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto
con el holocausto de sus derechos y amor maternales, por todos los hijos de
Adán, mancillados por su miserable caída.”
El
31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el Papa
San Juan Pablo II habló sobre la inmersión de María en el misterio de la Pasión
de Cristo:
María
acompañó a su divino Hijo en el más discreto secreto, meditando todo en lo
profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y
profundidad de su sacrificio maternal, tuvo a su lado a Juan, el apóstol más
joven… Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos
nuestra oración con gran fervor, haga que nuestro deseo corresponda
generosamente al del Redentor.
El
Papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando sobre Santa
Brígida de Suecia:
“Habló
con vehemencia sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María.
Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como la
Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando
el singular papel de María en la historia de la salvación y en la vida del
pueblo cristiano.”
Además
de “Corredentora”, el documento Mater
Populi Fidelis también abordó el título mariano de “Mediadora” y “Mediadora de
Todas las Gracias”, afirmando que tales títulos no contribuyen a una correcta
comprensión del papel de María como intercesora.
Sin
embargo, el Papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895):
“…
Es justo decir que nada de ese inmenso tesoro de toda gracia que el Señor nos
trajo —pues «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»— nos es
impartido sino por medio de María, ya que así lo quiere Dios…”.
De
su participación en la Redención brota su mediación maternal. Toda gracia que
proviene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad
natural, sino por la voluntad divina que la asocia al orden de la gracia.
El
Papa San Pío X, en la encíclica Ad Diem Illum
(2
de febrero de 1904), declaró:
“…Ella
se convirtió dignamente en la reparadora del mundo perdido, y por tanto en la
dispensadora de todos los dones que nos fueron obtenidos por la muerte y la
sangre de Jesús… y ella es la principal ministra de la dispensación de la
gracia.”
Mis
queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse
como parte de un desmoronamiento más amplio. El espíritu moderno busca una
Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su
nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin
conversión. Semejante visión no es renovación, sino sustitución.
Muchos
santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia, pero
la vaciaría por dentro. Esta imitación de la
Iglesia conservaría
la forma externa —liturgia, jerarquía, lenguaje— pero la despojaría de
contenido sobrenatural. Cuando se silencia a la Madre, pronto le sigue la Cruz;
cuando la gracia se reemplaza por la psicología, los sacramentos se convierten
en símbolos y la fe en terapia.
Por
eso el sueño de San Juan Bosco sobre los dos pilares resuena hoy con tanta
urgencia. Él vio la barca de Pedro azotada por las tormentas, asediada por
todos lados, hasta que quedó anclada entre dos grandes pilares que emergían del
mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El intento actual de menoscabar
los títulos de María es un ataque contra uno de los pilares, y podemos estar
seguros de que el otro pronto será atacado con mayor ferocidad. Ya vemos
confusión sobre la Presencia Real, indiferencia ante el sacrilegio e
innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa.
Atacar
a María es atacar la Eucaristía, pues ambas están inseparablemente unidas en el
misterio de la Encarnación. Ella entregó a Cristo su Cuerpo; ese Cuerpo se
convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es separar el signo visible del corazón
maternal que lo dio.
Por
lo tanto, debemos mantenernos firmes. No callemos cuando la verdad se desmorona
bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho —y el deber— de
hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María
Corredentora y Mediadora de Todas las Gracias no es añadir nada a la
revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene.
Que
sacerdotes, religiosos y laicos pronuncien sus títulos con confianza y enseñen
su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestros dolores
sean consagrados de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los
pastores flaquean y reina la confusión, Nuestra Señora sigue siendo el signo
seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, la que aplasta la cabeza de la
serpiente. A ella le encomendamos la renovación de la fe, la purificación del
clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima.
Es
profundamente lamentable que el documento del Cardenal Fernández pretenda
suprimir los venerables títulos de Corredentora
y
Mediadora con el argumento de que podrían confundir
a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su ocultamiento.
Generaciones de santos y fieles fueron iluminadas, no engañadas, por estos
títulos.
No
temamos decir la verdad:
María
es la Madre de Dios.
María
es Corredentora.
María
es Mediadora de Todas las Gracias.
Estas
verdades no glorifican a María aparte de Cristo, sino a Cristo a través de
María, pues toda su grandeza proviene de Él y conduce de nuevo a Él.
Que
la Inmaculada Virgen interceda por la Iglesia en esta hora de prueba. Que nos
alcance la valentía para hablar la verdad con amor, la pureza para vivirla y la
perseverancia para defenderla hasta el final.
Con
afecto paternal en Cristo,
Obispo
Joseph E. Strickland
Obispo Emérito
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