REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 9 de noviembre de 2025

LA QUE ESTÁ AL PIE DE LA CRUZ

 

Carta pastoral sobre la Bienaventurada Virgen María, 

 Corredentora y Mediadora de todas las Gracias 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, 

El 4 de noviembre de 2025, la Santa Sede publicó una Nota Doctrinal a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF), titulada Mater Populi Fidelis, firmada por el Prefecto del DDF, el Cardenal Víctor Manuel Fernández. En el documento, el Cardenal Fernández declara que «no sería apropiado utilizar el título de "Corredentora" para definir la cooperación de María». La razón expuesta es que dicho título «correspondiente podría oscurecer la singular mediación salvífica de Cristo y, por lo tanto, generar confusión y un desequilibrio en la armonía de las verdades de la fe cristiana…» (Párrafo 22). 

Dado que muchas de las personas fieles se sienten inquietas por estas palabras, y puesto que el amor a la Santísima Virgen es el corazón de la auténtica fe católica, me siento obligado, como sucesor de los Apóstoles, a reafirmar la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la singular cooperación de Nuestra Señora en la Redención. 

Resulta llamativo que la justificación dada —evitar la «confusión» y por razones ecuménicas— se haga eco del mismo lenguaje que durante más de medio siglo se ha utilizado para suavizar y oscurecer la verdad católica. Este razonamiento ha embotado la fuerza de la doctrina hasta que solo quedan vagos sentimientos. Pero la verdad no puede sacrificarse en el altar de la diplomacia. El ecumenismo que silencia la verdad deja de ser verdadera unidad. El camino a seguir no es difuminar lo que distingue a la Fe, sino proclamarla con claridad y caridad, confiando en que la luz de la revelación disipe la confusión, no que la oculte. 

En los últimos años, este patrón se ha repetido en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia. Bajo el pretexto de ser «acogedoras» e «inclusivas», la identidad sobrenatural de la Iglesia se está sustituyendo paulatinamente por una sociológica. Lo que antes se definía por la gracia y la conversión ahora se reformula en términos de acomodación y afirmación. La llamada al arrepentimiento se reemplaza por la llamada a la pertenencia. Se le dice al mundo que no necesita cambiar; solo la Iglesia debe cambiar para adaptarse. Y así, la fe se diluye, la cruz se suaviza y el Evangelio se vuelve sentimental en lugar de salvífico. Pero el amor sin verdad no es misericordia, sino engaño. 

Este nuevo documento debe interpretarse en ese contexto. Desestimar el título de Corredentora no es simplemente una cuestión lingüística. Forma parte de un esfuerzo constante por despojar a la Fe de sus pretensiones sobrenaturales, para hacer que la Iglesia parezca inofensiva ante un mundo que odia la Cruz. La Santísima Virgen es el reflejo humano más perfecto de la verdad divina. Disminuir su papel es disminuir la realidad de la gracia misma. Cuando sus excelsos títulos se declaran «inapropiados», no es ella quien se ve disminuida, sino nuestra comprensión de Cristo, pues toda verdad mariana protege una verdad cristológica. 

La cooperación de María en la Redención es una doctrina perenne, como atestiguan los Padres de la Iglesia. San Ireneo enseñó que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María», y San Efrén la llamó «el rescate de los cautivos». Desde los albores de la Iglesia, la obediencia de la Virgen ha sido vista como la redención de la rebelión de Eva y el comienzo de la restauración de la humanidad. 

La confusión en torno al término Corredentora surge en gran medida de una mala interpretación del prefijo «co-». En latín, es «cum», que no significa «igual a», sino «con». María no es una redentora rival, sino la que sufrió con el Redentor. Su participación fue totalmente dependiente, derivada y subordinada, pero profundamente real. Así como la primera Eva cooperó en la caída, la Nueva Eva cooperó en la restauración. Su «fiat» en la Anunciación y su presencia al pie de la Cruz son dos polos de esa cooperación divina. María participó en la obra redentora de su Hijo, quien, únicamente, podía reconciliar a la humanidad. 

Desde sus inicios, la Iglesia ha afirmado que el fiat de María —su consentimiento total y libre al plan de Dios— no fue un momento pasivo, sino una verdadera y activa cooperación en la obra salvífica de su Hijo. El término Corredentora aparece por primera vez mediante una declaración oficial durante el pontificado de san Pío X. En 1908, la Congregación de Ritos del Vaticano pidió que se incrementara la devoción a la Dolorosa y que se intensificara la gratitud de los fieles hacia la «misericordiosa Corredentora del género humano».  

El 22 de enero de 1914, la Sagrada Congregación del Santo Oficio (ahora llamado Dicasterio para la Doctrina de la Fe) concedió una indulgencia parcial de 100 días por la recitación de una oración de reparación a Nuestra Señora como sigue: 

“Bendigo tu santo Nombre, alabo tu excelso privilegio de ser verdaderamente Madre de Dios, siempre Virgen, concebida sin mancha de pecado, Corredentora del género humano.” 

Si la Santa Sede —y de hecho la misma oficina que acaba de emitir este documento— pudo conceder indulgencias a una oración como esta, no puede ahora pretender que la doctrina que la sustenta sea «inapropiada». El lenguaje puede requerir una explicación pastoral, pero la verdad no puede ser retractada. 

El Papa San Pío X en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum (2 de febrero de 1904) enseñó: 

«Ahora bien, la Santísima Virgen no concibió al Hijo Eterno de Dios solamente para que se hiciera hombre tomando de ella su naturaleza humana, sino también para que, mediante la naturaleza asumida de ella, fuera el Redentor de los hombres. Por eso el ángel dijo a los pastores: “Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor”.» 

Continuó: 

María, “ya ​​que estaba por delante de todos en santidad y unión con Cristo, y fue llevada por Cristo a la obra de la salvación humana, mereció congruentemente, como se suele decir, lo que Cristo mereció dignamente, y es la principal ministra de la dispensación de las gracias. 

Esto no es poesía, sino enseñanza papal. Define lo que la Iglesia siempre ha sabido: la maternidad de María no es solo física, sino redentora, espiritual y universal. 

El Papa Benedicto XV, en Inter Sodalicia (22 de marzo de 1918), escribió: 

“Hasta tal punto sufrió María y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo; hasta tal punto renunció a sus derechos maternales sobre su Hijo por la salvación del hombre, … que podemos decir con razón que redimió a la raza humana junto con Cristo.” 

El Papa Pío XI, en su mensaje a Lourdes el 28 de abril de 1935, oró: 

“Oh Madre de piedad y misericordia, que como Corredentora estuviste junto a tu dulcísimo Hijo sufriendo con Él cuando consumó la redención del género humano en el altar de la Cruz… conserva en nosotros, te rogamos, día tras día, los preciosos frutos de la Redención y de tu compasión.” 

El Papa Pío XII, en su mensaje radiofónico a Fátima el 13 de mayo de 1946, declaró: 

“Fue ella quien, como la Nueva Eva, libre de toda mancha de pecado original o personal, siempre unida íntimamente a su Hijo, lo ofreció al Padre Eterno junto con el holocausto de sus derechos y amor maternales, por todos los hijos de Adán, mancillados por su miserable caída.” 

El 31 de marzo de 1985, Domingo de Ramos y Jornada Mundial de la Juventud, el Papa San Juan Pablo II habló sobre la inmersión de María en el misterio de la Pasión de Cristo: 

María acompañó a su divino Hijo en el más discreto secreto, meditando todo en lo profundo de su corazón. En el Calvario, al pie de la Cruz, en la inmensidad y profundidad de su sacrificio maternal, tuvo a su lado a Juan, el apóstol más joven… Que María, nuestra Protectora, la Corredentora, a quien ofrecemos nuestra oración con gran fervor, haga que nuestro deseo corresponda generosamente al del Redentor. 

El Papa San Juan Pablo II declaró el 6 de octubre de 1991, hablando sobre Santa Brígida de Suecia: 

“Habló con vehemencia sobre el privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contempló su asombrosa misión como Madre del Salvador. La invocó como la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Dolores y Corredentora, exaltando el singular papel de María en la historia de la salvación y en la vida del pueblo cristiano.” 

Además de “Corredentora”, el documento Mater Populi Fidelis también abordó el título mariano de “Mediadora” y “Mediadora de Todas las Gracias”, afirmando que tales títulos no contribuyen a una correcta comprensión del papel de María como intercesora. 

Sin embargo, el Papa León XIII enseñó en Adiutricem Populi (5 de septiembre de 1895): 

“… Es justo decir que nada de ese inmenso tesoro de toda gracia que el Señor nos trajo —pues «la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo»— nos es impartido sino por medio de María, ya que así lo quiere Dios…”. 

De su participación en la Redención brota su mediación maternal. Toda gracia que proviene del Corazón de Cristo pasa por las manos de su Madre, no por necesidad natural, sino por la voluntad divina que la asocia al orden de la gracia. 

El Papa San Pío X, en la encíclica Ad Diem Illum (2 de febrero de 1904), declaró: 

“…Ella se convirtió dignamente en la reparadora del mundo perdido, y por tanto en la dispensadora de todos los dones que nos fueron obtenidos por la muerte y la sangre de Jesús… y ella es la principal ministra de la dispensación de la gracia.” 

Mis queridos hermanos y hermanas, este ataque a la doctrina mariana debe entenderse como parte de un desmoronamiento más amplio. El espíritu moderno busca una Iglesia que ya no ofenda, que ya no advierta, que ya no llame al pecado por su nombre. Quiere una Iglesia sin sacrificio, una Cruz sin sangre, un cielo sin conversión. Semejante visión no es renovación, sino sustitución. 

Muchos santos previeron una estructura falsa que imitaría a la verdadera Iglesia, pero la vaciaría por dentro. Esta imitación de la Iglesia conservaría la forma externa —liturgia, jerarquía, lenguaje— pero la despojaría de contenido sobrenatural. Cuando se silencia a la Madre, pronto le sigue la Cruz; cuando la gracia se reemplaza por la psicología, los sacramentos se convierten en símbolos y la fe en terapia. 

Por eso el sueño de San Juan Bosco sobre los dos pilares resuena hoy con tanta urgencia. Él vio la barca de Pedro azotada por las tormentas, asediada por todos lados, hasta que quedó anclada entre dos grandes pilares que emergían del mar: la Eucaristía y la Santísima Virgen María. El intento actual de menoscabar los títulos de María es un ataque contra uno de los pilares, y podemos estar seguros de que el otro pronto será atacado con mayor ferocidad. Ya vemos confusión sobre la Presencia Real, indiferencia ante el sacrilegio e innovaciones que oscurecen la naturaleza sacrificial de la Misa. 

Atacar a María es atacar la Eucaristía, pues ambas están inseparablemente unidas en el misterio de la Encarnación. Ella entregó a Cristo su Cuerpo; ese Cuerpo se convierte en nuestro Alimento Eterno. Negar su papel como Corredentora y Mediadora es separar el signo visible del corazón maternal que lo dio. 

Por lo tanto, debemos mantenernos firmes. No callemos cuando la verdad se desmorona bajo el pretexto de la prudencia. Los fieles tienen el derecho —y el deber— de hablar el lenguaje de la fe transmitido por los santos. Llamar a María Corredentora y Mediadora de Todas las Gracias no es añadir nada a la revelación, sino honrar lo que la revelación ya contiene. 

Que sacerdotes, religiosos y laicos pronuncien sus títulos con confianza y enseñen su significado. Que nuestros hogares, nuestros apostolados y nuestros dolores sean consagrados de nuevo a su Inmaculado Corazón. En tiempos en que los pastores flaquean y reina la confusión, Nuestra Señora sigue siendo el signo seguro de la ortodoxia, el espejo de la Iglesia, la que aplasta la cabeza de la serpiente. A ella le encomendamos la renovación de la fe, la purificación del clero y el triunfo de su Inmaculado Corazón prometido en Fátima. 

Es profundamente lamentable que el documento del Cardenal Fernández pretenda suprimir los venerables títulos de Corredentora y Mediadora con el argumento de que podrían confundir a los fieles. La confusión no surge de la verdad, sino de su ocultamiento. Generaciones de santos y fieles fueron iluminadas, no engañadas, por estos títulos.  

No temamos decir la verdad: 

María es la Madre de Dios. 

María es Corredentora. 

María es Mediadora de Todas las Gracias. 

Estas verdades no glorifican a María aparte de Cristo, sino a Cristo a través de María, pues toda su grandeza proviene de Él y conduce de nuevo a Él. 

Que la Inmaculada Virgen interceda por la Iglesia en esta hora de prueba. Que nos alcance la valentía para hablar la verdad con amor, la pureza para vivirla y la perseverancia para defenderla hasta el final. 

Con afecto paternal en Cristo, 

Obispo Joseph E. Strickland 

Obispo Emérito

No hay comentarios:

Publicar un comentario