REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 15 de enero de 2017

SAN MAURO

En el siglo VI de la era cristiana había caído el Imperio Romano debido a la corrupción política, a la degeneración de las costumbres y al desprecio de la moralidad.
Dios suscitó en ese momento muchos santos para la regeneración de los pueblos y de las naciones. Una de las figuras que destaca en ese momento es San Benito.
San Benito es considerado el fundador del monacato en el Occidente cristiano. Un joven que se tomó en serio su vida cristiana y el Evangelio de Jesucristo.
Se apartó de una sociedad corrompida por el pecado y se hizo monje. Monje es una palabra que significa “solo”. Esto quiere decir, el que busca en su vida una sola cosa.
San Benito, siendo de una posición social alta, siendo una persona preparada y con estudios, decidió apartarse de la sociedad de su tiempo, corrompida por la falta de valores, y dedicarse enteramente a la búsqueda de Dios. Para él sólo una cosa era necesaria: “buscar a Dios” en el silencio, en la oración y en la meditación de la Sagrada Escritura.
Para ello se retiró a las montañas de Subiaco, cerca de Roma, poniendo en práctica una vida de oración, de soledad, de penitencia y de meditación de la Palabra de Dios.
Muy pronto la fama de San Benito se extendió por todos los alrededores y muchos cristianos que eran conscientes de que la sociedad en la que vivían se alejaba cada vez más de los valores y de las enseñanzas del Evangelio acudían a San Benito para que los dirigiera espiritualmente y con sus enseñanzas les ayudara a mantenerse como buenos cristianos.
Entre estas personas destacan los padres de un adolescente que se llamaba Mauro, hijo de un Senador romano, y el padre de un niño que se llamaba Plácido. Estos dos padres fueron a Subiaco y llevaron a sus hijos para que San Benito los educase y los formase como verdaderos cristianos.
Buenos padres cristianos que eran conscientes de su obligación de dar a sus hijos una buena formación cristiana. Este es el deber principal de los padres: educar a sus hijos en la ley y en las enseñanzas del Señor.
Mauro y Plácido fueron tan bien formados cristianamente y humanamente por San Benito, que los dos jóvenes descubrieron que el Señor los llamaba a ser monjes; esto es, a tener un solo objetivo en su vida: “Buscar a Dios” y entregarle a Él su corazón y su vida entera.
San Mauro y San Plácido crecieron al lado de San Benito y llegaron a ser monjes santos. San Mauro, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, llegó a ser Abad del monasterio de Subiaco. En su vida destacó por su amor a los enfermos, por su caridad hacia los pobres que son los que más cerca están del corazón de Dios.
Estos jóvenes, Mauro y Plácido, son un ejemplo para todos los niños y jóvenes católicos. Nos enseñan a todos que lo más importante de esta vida es conocer a Jesús    y entregarle el corazón y la propia vida. Jesús es la fuente de la felicidad verdadera. Jesús es el único que puede dar un sentido pleno a nuestra vida y llenar los corazones de los que buscan la plenitud.
En Mauro y en Plácido constatamos la fuerza de la gracia de Dios que hace obras grandes en los corazones que desde la edad más tierna ponen en Él todo el afecto de sus limpios corazones.
La Iglesia considera a San Mauro como intercesor de todos aquellos que sufren enfermedades de reuma, de los lisiados e impedidos, por el gran amor que él profesó a estos enfermos.
Manuel María de Jesús

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