Con
razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que
Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que «reinará eternamente en la
casa de Jacob» y [será] «Príncipe de la Paz», «Rey de los reyes y Señor de los
señores», por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios
singularísimos privilegios de gracia. Y considerando luego las íntimas
relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de
Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.
Por
ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos escritores de la Iglesia,
fundados en las palabras del arcángel San Gabriel que predijo el reinado eterno
del Hijo de María, y en las de Isabel que se inclinó reverente ante ella,
llamándola «Madre de mi Señor», al denominar a María «Madre del Rey» y «Madre
del Señor», querían claramente significar que de la realeza del Hijo se había
de derivar a su Madre una singular elevación y preeminencia.
5.
Por esta razón San Efrén, con férvida inspiración poética, hace hablar así a
María: «Manténgame el cielo con su abrazo, porque se me debe más honor que a
él; pues el cielo fue tan sólo tu trono, pero no tu madre. ¡Cuánto más no habrá
de honrarse y venerarse a la Madre del Rey que a su trono!». Y en otro lugar
ora él así a María: «... virgen augusta y dueña, Reina, Señora, protégeme bajo
tus alas, guárdame, para que no se gloríe contra mí Satanás, que siembra
ruinas, ni triunfe contra mí el malvado enemigo».
San
Gregorio Nacianceno llama a María «Madre del Rey de todo el universo», «Madre
Virgen, que dio a luz al Rey de todo el mundo». Prudencio, a su vez, afirma que
la Madre se maravilló «de haber engendrado a Dios como hombre sí, pero también
como Sumo Rey».
Esta
dignidad real de María se halla, además, claramente afirmada por quienes la
llaman «Señora», «Dominadora» y «Reina».
Ya
en una homilía atribuida a Orígenes, Isabel saluda a María «Madre de mi Señor»,
y aún la dice también: «Tú eres mi señora».
Lo
mismo se deduce de San Jerónimo, cuando expone su pensamiento sobre las varias
"interpretaciones" del nombre de "María": «Sépase que María
en la lengua siriaca significa Señora». E igualmente se expresa, después de él,
San Pedro Crisólogo: «El nombre hebreo María se traduce Domina en latín; por lo
tanto, el ángel la saluda Señora para que se vea libre del temor servil la
Madre del Dominador, pues éste, como hijo, quiso que ella naciera y fuera
llamada Señora».
San
Epifanio, obispo de Constantinopla, escribe al Sumo Pontífice Hormidas, que se
ha de implorar la unidad de la Iglesia «por la gracia de la santa y
consubstancial Trinidad y por la intercesión de nuestra santa Señora, gloriosa
Virgen y Madre de Dios, María».
Un
autor del mismo tiempo saluda solemnemente con estas palabras a la
Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros:
«Señora de los mortales, santísima Madre de Dios».
San
Andrés de Creta atribuye frecuentemente la dignidad de reina a la Virgen, y así
escribe: « (Jesucristo) lleva en este día como Reina del género humano, desde
la morada terrenal (a los cielos) a su Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun
permaneciendo Dios, tomó la carne humana«. Y en otra parte: «Reina de todos los
hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por
encima de todos, si sólo a Dios se exceptúa».
También
San Germán se dirige así a la humilde Virgen: «Siéntate, Señora: eres Reina y
más eminente que los reyes todos, y así te corresponde sentarte en el puesto más
alto»; y la llama «Señora de todos los que en la tierra habitan».
San
Juan Damasceno la proclama «Reina, Dueña, Señora» y también «Señora de todas
las criaturas»; y un antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama «Reina
feliz», «Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nívea cabeza está adornada con
áurea corona».
Finalmente,
San Ildefonso de Toledo resume casi todos los títulos de honor en este saludo: «
¡Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor...,
Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas».
6.
Los Teólogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de estos y otros muchos
testimonios de la antigua tradición, han llamado a la Beatísima Madre Virgen
Reina de todas las cosas creadas, Reina del mundo, Señora del universo.
7.
Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo el aprobar y excitar con
exhortaciones y alabanzas la devoción del pueblo cristiano hacia la celestial
Madre y Reina.
Dejando
aparte documentos de los Papas recientes, recordaremos que ya en el siglo
séptimo Nuestro Predecesor San Martín llamó a María «nuestra Señora gloriosa,
siempre Virgen»; San Agatón, en la carta sinodal, enviada a los Padres del
Sexto Concilio Ecuménico, la llamó «Señora nuestra, verdadera y propiamente
Madre de Dios»; y en el siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al
patriarca San Germán, leída entre aclamaciones de los Padres del Séptimo
Concilio Ecuménico, proclamaba a María «Señora de todos y verdadera Madre de
Dios y Señora de todos los cristianos».
Recordaremos
igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum
praexcelsa, al referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada
concepción de la Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: «Reina,
que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado». E igualmente
Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae llama a María «Reina del Cielo y de
la tierra», afirmando que «el Sumo Rey le ha confiado a ella, en cierto modo,
su propio imperio».
Por
ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos
anteriores, escribió con suma devoción: «Porque la Virgen María fue exaltada a
ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el
título de Reina».
DE
LA CARTA ENCÍCLICA AD CAELI REGINAM DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XII
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