En medio, pues, de su familia de Nazaret, José se entregaba
a su humilde tarea, preocupado ante todo de agradar a Dios observando la Ley.
Vestía como los obreros de su corporación, y llevaba en la oreja, según la
costumbre, una viruta de madera. Es de suponer, sin embargo, que su rostro
reflejaría su dignidad y, más todavía, su santidad. Bajo sus hábitos artesanos,
había unas maneras que llamaban la atención, pues no se solían encontrar entre gentes
de su oficio. Tenía en su actitud y en su compostura un no sé qué de digno y
sosegado que imponía respeto; en su rostro un aire de dulzura y de bondad, y en
sus ojos un mirar limpio y profundo.
Todos, en la comarca, sabían que pertenecía a la casa de
David, pero como era sencillo y humilde y jamás hacía valer sus títulos, y por
otra parte la modestia de su oficio desdecía de su nobleza de origen, había
quien se resistía a creerlo... ¡Ya era tiempo de que Dios viniese en persona a
la tierra para revelar a los hombres en lo que consiste la verdadera grandeza!
Fr. Michel Gasnier
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