REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

martes, 8 de abril de 2014

LO QUE DEBE SER NUESTRO CULTO MARIANO




            El culto mariano es obligatorio y necesario, como respuesta de nuestra parte a la importantísima misión que Dios ha confiado a su santísima Madre. Este culto pertenece a la sustancia misma de la religión cristiana; y es importantísimo, para la glorificación de Dios y nuestra propia santificación, que la devoción mariana sea llevada a su más elevada perfección, a fin de que se adapte plenamente al plan divino. Este perfeccionamiento se impone especialmente en nuestro tiempo, en que el Misterio de María ha sido iluminado con una luz más viva que en ninguna otra época de la historia del cristianismo. Todo esto lo hemos visto hasta aquí.
            Ahora se nos plantea otra gran pregunta: ¿Cómo organizar este culto mariano? ¿De qué elementos debe componerse, de qué cualidades debe estar revestido, para realizar íntegramente el plan de Dios y responder plenamente a la misión singular de María? Vamos a tratar de contestar a esta pregunta, después de adelantar algunos principios según los cuales parece que ha de organizarse nuestra vida mariana.

            1º Nuestro culto mariano, ante todo, ha de tener en cuenta el valor intrínseco de la Santísima Virgen misma, o más justamente, de su «conjunctio cum Deo», de su acercamiento a Dios, de su unión con Dios, que es la «ratio formalis», la razón propia del culto debido a los santos. Ahora bien, en María esta unión a Dios es totalmente singular y excepcional. Ella está unida de la manera más estrecha con Dios por medio de la gracia santificante, cuya plenitud recibió, una plenitud que le es propia; pero sobre todo por medio de la maternidad divina, que después de la unión hipostática es el lazo más estrecho con Dios que se pueda concebir. Por esta Maternidad la Santísima Virgen queda puesta en un orden aparte. Según una frase célebre, Ella llega a los confines de la Divinidad, y posee una dignidad infinita en razón de su término. Por este doble título le corresponde, por lo tanto, fuera y por encima de todos los ángeles y santos, un culto particular, de un género especial, que tiene en el lenguaje de la Iglesia un nombre propio. Honramos a los santos con un culto de dulía; debemos a María el culto de hiperdulía.


            2º Nuestro culto mariano debe luego tener en cuenta la misión singular de la Santísima Virgen, cuyos diferentes aspectos hemos recordado. Es preciso que nuestro culto mariano apunte a hacer posible y fácil el cumplimiento de su papel de Corredentora del género humano, de Mediadora de todas las gracias, de Madre de todas las almas, de Adversaria de Satanás y Generala de los ejércitos divinos, y de Reina del reino de Dios. Es preciso, pues, que nuestro culto mariano abrace y reúna toda clase de actitudes, de matices, que respondan a los diferentes aspectos del papel múltiple, pero único, que el Señor le ha asignado. Nuestra devoción mariana, bajo pretexto de ser simple, no ha de ser unilateral, «uniforme»; al contrario, para adaptarse al plan de Dios, ha de ser rica y multiforme.
            3º Y cuando se reflexiona seriamente en este plan divino sobre María, uno se admira, por una parte, de la universalidad de la intervención de la Santísima Virgen en las intervenciones sobrenaturales divinas; y, por otra parte, de la pluralidad de las influencias que Dios le ha reservado en la realización de sus designios.
            Universalidad de la intervención de Nuestra Señora. Por voluntad de Dios, Ella se encuentra siempre y en todas partes junto a Cristo: en las profecías y figuras del Antiguo Testamento; en toda la vida de Jesús en la tierra, especialmente en las horas dominantes y características de esta vida; y también en todas las consecuencias de la vida y muerte de Cristo: Pentecostés, la santificación de las almas, la edificación del reino de Dios sobre la tierra, ya visto bajo su aspecto positivo, ya visto bajo el aspecto negativo de lucha contra Satán y contra todas las potestades perversas; igualmente, en la consumación, por la gloria eterna, de la obra glorificadora de Dios y santificadora de los hombres. Todavía no se lo ha tenido suficientemente en cuenta: toda operación divina sobrenatural es mariana, siempre y en todas partes mariana, realizada invariablemente por y con María, y esto hasta en sus más humildes detalles, como la aplicación de la menor gracia actual; de manera parecida a como el corazón hace sentir universalmente su acción, propulsando la sangre hasta las más finas ramificaciones de la circulación sanguínea.
            Para determinar nuestra actitud respecto a la Santísima Virgen, no se ha tenido tampoco en cuenta lo suficiente, a lo que parece, la multiformidad de las intervenciones que Dios ha dejado a María en todas sus obras de gracia. Para la Encarnación le ha concedido una cuádruple influencia: de mérito, de oración, de consentimiento y de producción física materna. En el Misterio de la Cruz, nos explican los teólogos, Ella colabora de los cinco modos con que Cristo, según la doctrina de Santo Tomás, operó nuestra salvación: por modo de satisfacción, de mérito, de redención, de sacrificio y de causalidad eficiente. En el misterio de la comunicación de la gracia, prolongación encantadora de la Encarnación, encontramos también, aunque con alguna ligera adaptación, la cuádruple causalidad señalada a propósito de la Encarnación: Ella nos ha merecido toda gracia, Ella nos la destina y consiente a ella por un acto libre y consciente de su voluntad, Ella la obtiene por su omnipotente oración, y Ella la produce probablemente en el alma por su operación física ministerial.

            4º El culto mariano puede y debe ser exterior, por más de un motivo. Es un postulado de la naturaleza humana, y los derechos de María sobre nuestro cuerpo lo reclaman. Las prácticas exteriores, de ordinario, contribuyen no poco a despertar o reavivar las disposiciones interiores del alma. Pero, en orden principal, nuestro culto mariano debe ser interior, espiritual. El culto exterior sólo tiene valor en la medida en que es llevado y sostenido por las disposiciones internas del alma. Espiritualización de la vida mariana significará de ordinario perfeccionamiento y progreso. Debemos honrar a María como adoramos a Dios, «in spiritu et veritate», en espíritu y en verdad.

            5º San Luis María de Montfort, en una obra que sin duda nunca fue superada, enumera una veintena de prácticas exteriores e interiores de la verdadera Devoción a María, y añade que no sería difícil alargar esta lista [1]. Esta multiplicidad, esta variedad de prácticas correría a veces el riesgo de causar una cierta confusión, una especie de dispersión en las almas. No siempre se sabrá clasificar estas diferentes prácticas según su valor respectivo, discernir lo accesorio de lo principal; y no es raro que personas de buena voluntad se sobrecarguen de prácticas, hasta comprometer una tendencia seria y efectiva a la perfección, que pide calma y serenidad. Por eso, es muy deseable que las prácticas marianas sean unificadas, sistematizadas, agrupadas alrededor de un núcleo central, de modo que sea fácil abarcarlas con una mirada, discernir el valor relativo de cada una, y alcanzar así, en fin, la unidad en la variedad, y la variedad en la unidad.


            Para aplicar todos estos principios y seguir todas estas directivas, parece que no podemos hacer nada mejor que ponernos a la escuela de San Luis María de Montfort. Los mejores teólogos de nuestra época consideran que su libro es incomparable. Lo que en él nos presenta no es, en sus grandes líneas, una devoción particular, destinada a tal congregación o a tal grupo de almas especialmente orientadas. Si se la mira de cerca, se echará de ver que se trata de la buena devoción mariana tradicional, católica, pero llevada a su más elevada perfección con toda la lógica del espíritu y del corazón. Por lo demás, es indudable que todos los elementos de su doctrina mariana se encuentran explícitamente en la Tradición. Pero en ninguna parte, que sepamos, encontraremos agrupados, coordinados y sistematizados todos estos elementos teóricos y prácticos, como en este gran maestro de la vida mariana, de manera que la práctica de la vida mariana resulte considerablemente más clara y fácil.

            Parece también que esta doctrina responde a todas las exigencias que hemos formulado. De este modo el pensamiento y el culto de María se introducen en el corazón mismo de la vida cristiana, que por este solo motivo queda «marializada» totalmente y de más de una manera. Encontramos aquí a la vez la multiplicidad y la unidad, lo interior como elemento principal, sin excluir las mejores prácticas exteriores.

           R. P. J. Mª Hupperts S.M.M

                [1] Verdadera Devoción, nn. 115-116.

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