El culto a la Divina Misericordia
no está hecho de sólo oraciones. Responde a un planteamiento preciso de la
vida, aquél que Jesús ha propuesto a todo cristiano: "Sean misericordiosos
como el Padre... Ámense como Yo les he amado".
Ciertamente, la confianza en Dios
se vincula con esta segunda exigencia: "CUALQUIER COSA QUE HAYAN HECHO AL
MÁS PEQUEÑO DE USTEDES, ME LA HAN HECHO A MÍ. A esta declaración está ligada
igualmente una promesa: "BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS PORQUE
OBTENDRÁN MISERICORDIA".
El culto de la Misericordia es de
tal naturaleza que más que cualquier otra de nuestras devociones exige de
nosotros la imitación: "SI NO AMAS AL PRÓJIMO A QUIEN VES, NO PUEDES AMAR
A DIOS A QUIEN NO VES" (I- Jn 4,20).
Coherentemente con esto Jesús dice a
la Santa María Faustina:
"Si por medio tuyo pido a
los hombres el culto a mi Divina Misericordia, debes ser tú la primera en
distinguirte por la confianza en esta Misericordia. De tí quiero obras de
misericordia que fluyan del amor que me tienes. Debes mostrarte misericordiosa
hacia los demás, siempre y en todas partes; no te puedes eximir de esto, ni
excusar mucho menos justificar. Has de saber que Yo estoy contigo. Yo
establezco las dificultades y Yo las supero y en un instante puedo cambiar las
posturas contrarias en posturas favorables a este causa" (D-1578).
Y continúa:
"Si un alma de algún modo no
ejerce la misericordia hacia el prójimo, no conseguirá mi Misericordia en el
día del juicio. Si las almas supieran acumular para sí estos tesoros, ni
siquiera serían juzgadas, con la misericordia previenen mi juicio (D-1317).
"Escribe para las muchas
almas que se afligen por no poseer bienes materiales, por lo cual padecen
impotentes para las obras de misericordia diles que la misericordia del
espíritu obtiene méritos aún mayores, y es accesible a todas las almas"
(D. 1317).
Por lo demás, el Señor se
adelanta con una indicación precisa:
Te propongo tres maneras de
cumplir con misericordia hacia el prójimo: la primera es acción; la segunda la
palabra; la tercera la oración. En estos tres puntos está la plenitud de la
misericordia y ellos constituyen una prueba irrefutable del amor que se me
tiene. Es así como el alma da gloría y culto a mi Misericordia (D. 742).
El pensamiento de la misericordia
que debemos ejercitar entre nosotros no se pierde de vista cuando se habla de
la Fiesta de la Misericordia:
"El primer domingo después
de Pascua es la Fiesta que exijo se celebre solemnemente, pero deben
practicarse también las obras de misericordia" (D.742).
La misma exigencia reaparece
también cuando trata de la veneración de la Imagen:
"Por medio de mi Imagen
concederé muchas gracias, pero ella debe también recordar las exigencias
prácticas de la misericordia, porque la fe, aunque sea fuerte, de nada sirve
sin las obras" (D. 742).
Al colocar en un lugar de honor
en nuestras casas la imagen del Salvador misericordioso, no hemos de hacerlo
solamente para que nos defienda y proteja, ni mucho menos únicamente como signo
auspicioso de gracias y favores, sino también para que haga florecer entre las
paredes domésticas el espíritu de misericordia y dé a nuestras relaciones con
el prójimo -ya se trate de nuestros seres queridos o de los desconocidos- el reflejo
de los rayos de una bondad fraterna y solidaria.
Para entender hasta dónde se
extienden las exigencias de las que habla Jesús, no necesitamos sino buscar en
el Evangelio, donde el Señor dice sin vacilación:
"Amen a sus enemigos, hagan
el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces su recompensa será
grande, y serán hijos del Altísimo; porque Él es bueno aún con los ingratos y
los malvados" (Lc 6,35).
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