Tú, Señor, por tu gran
amor para conmigo me has llamado a ser tu esposa.
Gracias, Señor, por el
gran don de mi vocación, por el gran regalo de tu amor.
Ser uno con Cristo, ser
toda para Él, entrar hasta el fondo del alma y llenarme tan sólo de Él.
Yo sólo quiero, Señor,
habitar en tu morada todos los días de mi vida, con toda el alma.
¿A dónde iré lejos de Ti?
¿A dónde escaparé de tu mirada? Esa mirada dulce con la que un día me crucé en
mi camino. Esa mirada que tan sólo era para mí y me dijo: “Ven y sígueme”. Y
yo, dejándolo todo, te seguí a donde quiera que Tú vayas.
Yo quiero ser, Señor, del
grupo de los previsores, pero me doy cuenta de que la mayoría de las veces me
veo envuelta entre los descuidados. ¡Perdón, Señor, por mi poca previsión!
La lámpara es Cristo que
ilumina mi vida día y noche.
“Lámpara es tu palabra
para mis pasos, Señor, luz en mi sendero”.
La lámpara son los
Sagrados Corazones de Jesús y de María que me ayudan en mi vida, que alientan
mi fe con el calor de ese aceite que arde sin consumirse en sus Corazones por
mí.
El Señor ha escondido en
mi vida la lámpara de mi vocación, de mi consagración total a Él.
Es la lámpara de su amor por
mí.
Ha hecho que en mi
interior arda siempre el fuego de su divino amor. Y hoy en día sigue
encendiendo en mí su amor para con los demás.
El aceite que necesito
para que mi lámpara arda día y noche sin consumirse la encuentro en los
sacramentos: en la Penitencia y en la Eucaristía. Ellos me ayudan a sentirme
abrasada en el fuego del amor divino que es Jesucristo.
El Señor viene todos los
días a mi vida y me invita a entrar con Él en su morada, a pasear por esa
cárcel de amor que es el Sagrario, y a que mi corazón permanezca día y noche ardiendo como la
lamparilla de su Sagrario, sin apagarse nunca, pero consumiéndose lentamente
por su amor.
Que el Señor me encuentre
siempre en vela y con la lámpara de mi virginidad encendida sólo para Él.
El Señor me sondea y me
conoce. Él sabe los secretos de mi corazón.
(Notas
de conciencia de la Madre María Elvira)
Los pensamientos que la
Madre María Elvira transcribe en las notas anteriores dejan traslucir a las
claras la profundidad de su vida espiritual y la intensidad de su relación con
Cristo.
Nos encontramos ante una
mujer de vocación firme, que va a lo esencial, que no se pierde en tópicos ni
divaga repitiendo eslóganes vocacionales vacíos de contenido.
La esencia de su vocación
es ser esposa de Cristo y su lucha diaria consistirá en procurar con todas sus
fuerzas estar a la altura de ese amor esponsal.
No apoya su vocación en
querer hacer algo por los demás, en consagrarse para remediar las miserias del
mundo. Vive la vocación como una llamada de Cristo a seguirle a donde quiera
que Él vaya. Vive su vocación como una elección de Cristo para vivir como
esposa suya consagrada a su amor y como consecuencia a todo lo que Él ama. Es
Cristo Esposo el que prende en ella el fuego del amor hacia los demás. Es un
amor de Caridad, que Cristo infunde en ella y ella lo transmite a los demás.
Nada que ver con una mera filantropía maternalista.
No se consagra a Cristo
porque con sus propias luces haya visto injusticias, penurias, miserias. Para
luchar contra todo eso no hace falta consagrarse a Cristo.
Su vocación se edifica
sobre la roca de la elección y del amor de Jesucristo que la elige y la llama
para que corresponda a su amor. Y será Él quien la ilumine y le dé la luz
apropiada para llegar a donde Cristo la envíe. Será Él quien tenga siempre la
iniciativa para hacerla transmisora de su amor hacia quienes Él la dirija. No
es una elección de Ella. Ella ha hecho una única elección: seguir a Cristo,
elegir a Cristo, aceptar su amor esponsal y entregarle su vida entera.
María Elvira no confunde
su consagración con un trabajo profesional. No reduce su misión apostólica de
esposa de Cristo, en el seno de la Iglesia y del mundo, a una labor social o
caritativa. Es bien consciente de que la vocación pertenece a un orden superior
de cosas. Y eso mismo, lejos de alejarla de las preocupaciones de los hombres,
la empuja a hacerse presente en la entraña misma de la vida de las personas,
pero no al modo de una asistente social o de una activista por los derechos
humanos, sino como esposa de Cristo Salvador y Redentor de los hombres.
Su espiritualidad es todo
lo contrario de un espiritualismo vago e inconsistente. La fuente en la que
bebe es la única y la misma que abrió Cristo, y en la que bebieron los santos:
la fuente sacramental que la Iglesia administra y dispensa. Particularmente la
Penitencia y la Eucaristía. Y es en estos dos sacramentos donde está la prueba
del algodón para certificar la genuina espiritualidad católica.
Manuel
María de Jesús F.F.
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