“Tú
sabes, Señor, que nuestro único deseo es tu deseo: dar gloria a Dios y salvar
almas para Ti”
(Notas de conciencia de la
Madre María Elvira)
Al ir leyendo las notas de
conciencia que la Madre María Elvira escribió en sus cuadernos aparecen como
una constante estos dos objetivos de su vida espiritual: la glorificación de
Dios y la salvación de los hombres.
En ella no aparece una
dicotomía entre la glorificación de Dios, la salvación del prójimo y su propia
salvación. Por el contrario, todo apunta a un único objetivo: que Dios sea
glorificado en todo y que la gloria de Dios brille en su creación y en todas
sus criaturas.
Como cuarto voto,
característico de las Misioneras de la Fraternidad, ella había profesado el
voto de buscar la perfección en el amor.
Este voto es como el
antídoto contra la rutina espiritual, contra la tibieza vocacional. Podríamos
decir que obliga e impulsa a vivir en un permanente acto de amor que contribuye
a vivir cada día con mayor perfección la obediencia, la pobreza y la castidad
que se han profesado.
Sólo desde el amor se
puede comprender la vida de consagración. Esta consiste en una respuesta de
amor del vocacionado a una propuesta amorosa de Dios. Mediante esa propuesta y
la respuesta afirmativa del consagrado se funden el corazón del llamado con el
corazón divino.
Es el amor el que hace
nuevas todas las cosas, por lo que buscar la perfección en el amor empuja al consagrado
a vivir en una permanente tensión espiritual que hace crecer su entrega a Dios
y a los hermanos. La consagración entera se renueva en cada acto que se realiza
porque todos son fecundados por la fuerza vivificante del amor a Dios que es el
último fin al que tiende la vida del consagrado. Y así cuando se vive desde el
amor de Dios y para el amor de Dios, entonces Dios es glorificado y su gloria
resplandece en nuestro mundo.
María Elvira, en la
práctica del voto de perfección en el amor, encontró un medio fantástico para
vivir constantemente en la santa presencia de Dios, puesto que todos los actos
de su vida comenzaban inspirándose en Dios y buscaban como fin que Dios fuese
amado y glorificado. De esta forma vivía también la dimensión contemplativa de
su vocación, al ser consciente de vivir en todo momento en la santa presencia
de Dios, lo que lejos de alejarla de gustar de los momentos de adoración eucarística
y de la práctica de la oración, contribuía a que los desease con mayor
intensidad: “Llévame al silencio interior, a la contemplación; a un lugar
apartado en el que sólo Tú y yo podamos vernos y así de veras aprenderé, aún a
pesar de la soledad y el sufrimiento, a amarte de verdad y a seguirte abrazada
a la Cruz; a donde quiera que Tú vayas”
La Madre María Elvira era
una buscadora constante de Dios, que en eso consiste la vida religiosa según la
Regla del Patriarca San Benito. Ella lo expresa claramente cuando escribe: “Que
en cada acto del día, Señor, tan sólo te busque a Ti. Que en Ti ponga mi
principio y a Ti te busque como mi fin”, y también cuando así se expresa: “Que
nada ni nadie me distraiga y aparte de tu amor. Tan sólo Tú has llenado mi vida
y me has colmado de bendiciones”
La búsqueda de la
perfección en el amor ayudó a María Elvira a vivir en espíritu de oración continua.
Esto quedó muy bien reflejado en sus anotaciones espirituales. No hay cosa que
no refiriese a Dios. Su actividad interior consistía en un ofrecerse continuado
juntamente con Cristo y con María. Mucho más que ofrecer a Dios todas sus
acciones, lo que hacía era ofrecerse a sí misma juntamente con Cristo. Así se
desplegaba en ella el sacerdocio bautismal, que consiste en dejarse transformar
por el Espíritu en ofrenda permanente, y en ofrecerse como hostia viva, santa y
grata a Dios.
¿Cómo no iba a hacer suya
la causa de la salvación de las almas si esta era la causa de Cristo? María
Elvira sólo aspira a la identificación con Cristo: “Haz, Señor, que yo sea un
fiel reflejo tuyo. Que arda siempre en amor por Ti, y que quien me mire vea tu
presencia en mí”.
Identificarse con Cristo
conlleva identificarse con su causa y hacer de esta la causa de la propia vida.
María Elvira de la Santa
Cruz lo vio con claridad e hizo de ello la causa de su vida y de todo su amor:
la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Manuel
María de Jesús F.F.
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