“Dame,
Señor, la fuerza necesaria para seguir adelante en esta empresa que has puesto
en nuestras manos. Que sepa responder con generosidad y valentía al don
recibido. Que no desperdicie las gracias que depositas cada día en mí, y que
siempre me mantenga fiel a Ti”.
(Notas de conciencia de la
Madre María Elvira)
¿Dónde encuentra el
cristiano la fuerza para mantenerse cada día en el seguimiento de Cristo y
alcanzar la meta de su propia vocación?
¿De donde sacar fuerzas
para seguir adelante cuando aparecen las dificultades, el desaliento, la
oscuridad interior y tantas circunstancias que se levantan amenazantes en el
camino vocacional, como un terrible oleaje que parece destruir la navecilla que
va surcando el mar de la propia historia personal?
La única fortaleza para el
cristiano se encuentra tan sólo en la Persona misma de Cristo: en su gracia, en
la intimidad espiritual y afectiva con Él. La vida sacramental y la práctica constante de la oración son los
medios y los remedios para no hundirse y malograr el don de la vocación.
Para vernos libres de la
herejía pelagiana San Ignacio de Loyola nos ofrece una certera y maravillosa
sentencia: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo muy bien que en
realidad todo depende de Dios” (cfr. Pedro de Ribadeneira, Vita di S.
Ignazio di Loyola, Milán, 1998)
El Evangelio nos dice
claramente lo que Jesús afirmó: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn
15,5).
Nada podemos hacer sin la
gracia de Dios; gracia que debemos solicitar y pedir con humildad y
perseverancia constantemente. El éxito de la vocación sólo es posible cuando se
produce la colaboración entre Dios y el llamado, entre la gracia y el esfuerzo
personal, entre el don de Dios y la entrega del hombre.
La gracia divina no nos
ahorra entrega, esfuerzo, sufrimiento, lucha y a veces penalidades. Por el
contrario, los hace fecundos y fuente de vida.
La Madre María Elvira se caracterizó por ser una mujer de
oración, de profunda y constante oración.
A leer sus apuntes
personales descubrimos que sus manos permanecían permanentemente levantadas
hacia el cielo implorando la gracia divina para ser fiel a su vocación, para
llevar adelante en medio de incontables dificultades y penalidades la obra que
el Señor puso en sus manos. Y sólo así se explica su fidelidad hasta el fin.
Son tantas las
dificultades interiores y exteriores que se levantan contra las obras de Dios
que sin la ayuda de su gracia y sin la intimidad de vida con Él es humanamente
imposible permanecer en la senda y resistir los embates. Precisamente en esto
se encuentra la razón de tantas vocaciones frustradas. El declive comienza por
el abandono de la vida de oración, por la falta de fervor en la recepción de
los sacramentos. El amor primero se va enfriando hasta que la tibieza invade el
corazón y la voluntad. Entonces viene el abandono, o cuando no hay valentía
para abandonar se va arrastrando una vida espiritual lánguida y mortecina, o lo
que es peor la apariencia de vida espiritual que es mentira porque en realidad está muerta.
Los hombres y mujeres de
Dios se vieron sometidos a la noche oscura y sufrieron los asaltos del enemigo
contra la propia vocación, pero jamás cedieron a la tentación de abandonar el
barco. Esto es lo que distingue a los santos de los mediocres.
En esta nota de conciencia
María Elvira nos recuerda que sólo hay una manera de corresponder al don de
Dios que se ha recibido: con generosidad y valentía.
El vocacionado es llamado
a realizar un acto de generosidad cuando el Señor le pide dejarlo todo e ir en
su seguimiento. Pero, ese es sólo el primer acto de generosidad. No es
suficiente porque hay todo un camino que recorrer hasta la consumación. Un
camino que diariamente se habrá de ir sembrando de actos de generosidad, muchas
veces mayores y más dolorosos que el acto de entrega inicial.
La generosidad implica un
total olvido de sí mismo. Implica la conciencia y la determinación de seguir a
Cristo hasta el final, pasando por la pasión hasta llegar a la oblación de la
crucifixión. Todo ello por la senda que el marca y no por la que nosotros
elegimos.
La valentía es la nota
distintiva de los auténticos seguidores de Cristo: Apóstoles, mártires,
confesores, vírgenes. Somos miembros de la Iglesia martirial. Iglesia de
mártires cruentos o incruentos, per mártires al fin.
La generosidad y la
valentía de los llamados colaborando día a día con la gracia divina y
perseverando en la vida de intimidad con Cristo y con María son la garantía de
la fidelidad hasta el fin. Una fidelidad de la que María Elvira de la Santa
Cruz dio testimonio hasta el último aliento de su vida.
Porque así lo imploró
ininterrumpidamente, así le fue concedida la gracia de la santa perseverancia
final en la fe y en la vocación.
Manuel María de Jesús
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