“Que
hermoso sería, Señor, que yo supiera ser Marta Y María. Una Marta capaz de
servirte en mis hermanos, siempre dispuesta y pronta a servir a los demás. Y
una María capaz de sentarme a tus pies y escuchar tus enseñanzas, entregándote
por entero cuanto soy y cuanto tengo”
(Notas de conciencia de la
Madre María Elvira)
Ojalá todos los que lean
este pensamiento de la Madre María Elvira puedan sentirse embriagados por la
frescura del evangelio y movidos por la gracia de Dios para que se decidan a
vivir conforme al estilo de vida evangélico.
Tan sólo un alma que respira
evangelio puede llegar a expresarse de semejante manera. Y María Elvira, aún con las
deficiencias y defectos propios de la naturaleza humana, era una mujer que
exhalaba el aroma característico de las almas imbuidas del espíritu de Cristo,
del espíritu del evangelio.
En los comienzos de la
experiencia comunitaria, que posteriormente se concretaría jurídicamente en la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa
María Reina, María Elvira tuvo la oportunidad de vivir experiencias de retiro
espiritual en el Convento de Madres Clarisas de Zamora y en la Abadía
Cisterciense de San Isidro de Dueñas.
Ambas experiencias
marcaron fuertemente su espiritualidad. En Zamora gozó inmensamente de la
oportunidad de pasar largos ratos de adoración ante el Santísimo Sacramento que
era expuesto a diario en la iglesia conventual de las Madres. ¡Nunca olvidó aquellos
días de silencio, de recogimiento y de encuentro con su Amado!
Sin embargo, curiosamente,
su experiencia de retiro en Dueñas fue todavía más profunda y la marcó de una
forma muy especial.
Siguiendo el plan de vida
de la Fraternidad, en concreto la lectura espiritual diaria, había leído los
escritos de Fray María Rafael, que todavía no había sido tan siquiera beatificado.
Se identificó plenamente con él y con su espiritualidad, más en concreto con su
vivencia de identificación con la cruz de Cristo y con el sufrimiento oblativo.
En el corazón de María
Elvira, San Isidro de Dueñas y sobre todo el Hermano Rafael, tuvieron siempre
un espacio muy particular y entrañable. ¡Sólo ella, Dios y Fray María Rafael,
conocen lo que aconteció durante aquellos días de retiro espiritual en el
Monasterio Trapense! Pero algo tuvo que suceder para que la Madre María Elvira
quedase prendida a lo largo de su vida de dicho Monasterio.
En la ciudad de
Pontevedra, su ciudad natal, había tres lugares que eran referentes de su vida
espiritual: su parroquia de San José, donde desde muy joven se dedicó llena de
ilusión y con generosa entrega a la catequesis de los niños de primera
comunión. No se perdonaba formación, cuidados, dedicación y preparación para que sus niños fuesen lo
mejor preparados para recibir a Jesús Eucaristía. Entre los catequistas de San
José, María Elvira fue siempre para todos un ejemplo de dedicación y entrega.
La Casa de la Virgen,
donde Nuestra Señora y el Niño Jesús se aparecieron a la Hermana Lucía, vidente
de Fátima, revelando la Gran Promesa de los Cinco Primeros Sábados, fue otro de
los manantiales espirituales de la joven María Elvira. ¡Cuántas horas pasó en
adoración y en diálogo profundo y amistoso con la Virgen y con Jesús Sacramentado
en la Capilla de las apariciones!
Allí meditó en profundidad
el mensaje de la Virgen y del Niño Dios a Sor Lucía: la Comunión reparadora, la
oración por los pobres pecadores, la consolación a Dios, tan ofendido por los
pecados de los hombres.
Y su tercer lugar de
referencia fue el Monasterio de Madres Clarisas de Pontevedra. Allí tuvo la
dicha de encontrarse con auténticas Esposas de Cristo, consagradas a una vida
de oración, de trabajo y de penitencia.
Entre las Madres de Santa
Clara intimó espiritualmente de un modo especial con la gran Abadesa que fue la
Madre Carmen. Fue esta Madre la que instruyó a María Elvira a la hora de
iniciar su andadura como Cofundadora y Madre de las misioneras de la
Fraternidad.
No cabe la menor duda que
María Elvira, por su gusto personal y por sus fuertes experiencias
espirituales, hubiera elegido para sí la consagración a Dios en la vida
contemplativa. Sin embargo, María Elvira no anteponía jamás sus gustos
personales a la voluntad de Dios. Desde muy jovencita y debido a sus
circunstancias personales y familiares siempre antepuso a los demás antes que a
sí misma.
En la Fraternidad de
Cristo Sacerdote y Santa María Reina descubrió que el Señor la quería una mujer
consagrada que fuese contemplativa en la acción apostólica. En efecto, el Señor
la quiso Marta y María.
Supo luchar y luchó hasta
el fin para conjugar estas dos dimensiones. Y lo hizo contrariando su
inclinación natural, más propensa a ser como la contemplativa María en el seno
de la Iglesia.
¡Nunca conocí una persona
que sintiese tal atracción por permanecer a los pies del sagrario como la Madre
María Elvira! ¡Y nunca conocí una persona que tanto trabajase, a pesar de su
enfermedad y de sus limitaciones físicas
como la Madre María Elvira!
Iba a pie de una parroquia
a otra hiciese frío o calor. Acudía fielmente a los ensayos de los coros
parroquiales, a última hora del día, estando enferma y soportando el frío y la
humedad que la mataban. Colaboraba con las buenas mujeres de los pueblos en el
decoro de las iglesias parroquiales, siempre sin prisas y sin impacientarse.
Acudía al llamado de los
sacerdotes de las parroquias vecinas para reforzar las catequesis y prestar
ayuda a los sacerdotes.
Atendía diariamente la Librería religiosa en la ciudad de Pontevedra,
teniendo que desplazarse desde su Priorato, aguardando en las paradas de
autobús bajo el frío y la lluvia, en los duros días del invierno de Galicia.
Y todo ello intentando ser
Madre, Hermana y formadora de su pequeña comunidad.
¡Cuánto trabajó la Madre
María Elvira, sin miramientos, sin cuidarse de sí misma, sin curarse en salud!
¡Vivió y murió trabajando
como la Esposa fiel, como la Madre fiel!
¡Vivió y murió sirviendo a
los demás, siempre despreocupada de sí misma!
¡Logró ser una Marta,
siempre ocupada en servir a Jesús sirviéndolo en los hermanos!
¡Logró vivir como María,
sentada cada día a los pies del Maestro, escuchando sus enseñanzas y
disfrutando de su amor, para después compartirlo con todos a los que se
acercaba!
¡Encarnó a la perfección,
en lo que puede haber de perfección en un ser humano, con la propia limitación
humana, la vocación de Misionera de la
Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina!
María Elvira de la Santa
Cruz encarnó un ideal de vida del que estamos seguros que conociéndola muchas
jóvenes de corazón sencillo y generoso podrán llegar a sentirse atraídas por
Dios y por la Virgen Santísima a continuar su obra en el corazón mismo de la
Iglesia.
¡Laus Deo et Virginique
Matri!
¡Gloria a Jesús en María!
Manuel María de Jesús F.F.
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