"El
apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo
fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha
adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de
estupor!
Alguien
podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser
hombres?’. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al
mundo. Pero sin olvidar que somos alejados de Él a causa del pecado original
que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está
profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el
precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros
éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie
nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido
nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos
de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.
La
liturgia de hoy recuerda también que «en el principio – antes del tiempo – era
la Palabra... y la Palabra se hizo hombre’ y por ello afirma san Ireneo: Éste
es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del
hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo
así la filiación divina, se volviera hijo de Dios ( Adversus haereses, 3,19-1:
PG 7,939; cfr Catecismos de la Iglesia Católica, 460).
Al
mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen
de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos:
¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos?
¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas,
libres? O ¿vivimos según la lógica
mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro
interés?"
Tomado de la homilía en las Vísperas del 31 de diciembre
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