La
venida al mundo del Verbo del Padre, tan digno tan santo y tan glorioso, fue
anunciada por el Padre altísimo, por boca de su santo arcángel Gabriel, a la
santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió una auténtica naturaleza
humana, frágil como la nuestra. Él, siendo rico sobre toda ponderación, quiso
elegir la pobreza, junto con su santísima madre. Y, al acercarse su pasión,
celebró la Pascua con sus discípulos. Luego oró al Padre diciendo: Padre mío,
si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Sin embargo, sometió su
voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y
glorioso, a quien entregó por nosotros y que nació por nosotros, se ofreciese a
sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre,
no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros
pecados, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos
nos salvemos por él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto.
¡Qué
dichosos y benditos son los que aman al Señor y cumplen lo que dice el mismo
Señor en el Evangelio: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda
tu alma, y al prójimo como a ti mismo! Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con
puro corazón y con mente pura, ya que él nos hace saber cuál es su mayor deseo,
cuando dice: Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu
y verdad. Porque todos los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y verdad. Y
dirijámosle, día y noche, nuestra alabanza y oración, diciendo: Padre nuestro,
que estás en los cielos; porque debemos orar siempre sin desanimarnos.
Procuremos, además, dar frutos de verdadero arrepentimiento. Y amemos al
prójimo como a nosotros mismos. Tengamos caridad y humildad y demos limosna, ya
que ésta lava las almas de la inmundicia del pecado. En efecto, los hombres
pierden todo lo que dejan en este mundo tan sólo se llevan consigo el premio de
su caridad y las limosnas que practicaron, por las cuales recibirán del Señor
la recompensa y una digna remuneración. No debemos ser sabios y prudentes según
la carne, sino más bien sencillos, humildes y puros. Nunca debemos desear estar
por encima de los demás, sino, al contrario debemos, a ejemplo del Señor, vivir
como servidores y sumisos a toda humana criatura, movidos por el amor de Dios.
El Espíritu del Señor reposará sobre los que así obren y perseveren hasta el
fin, y los convertirá en el lugar de su estancia y su morada, y serán hijos del
Padre celestial, cuyas obras imitan; ellos son los esposos, los hermanos y las
madres de nuestro Señor Jesucristo.
San Francisco de Asís
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