Diane Montagna: Excelencia, la recién publicada carta apostólica en forma de motu proprio del pasado día 16 se llama Traditionis custodes (guardianes de la Tradición). ¿Cuál fue su primera impresión ante la elección de semejante título?
Monseñor Schneider: Mi primera impresión fue que me pareció la voz de un pastor que en vez de oler a oveja apaleaba enojado al rebaño.
¿Qué le parece en general el motu proprio y la carta a los obispos del mundo que lo acompaña explicando los motivos que lo han llevado a imponer restricciones a la Misa Tradicional?
En su exhortación apostólica programática Evangelii gaudium, el papa Francisco defiende «ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena» (nº165). Pero al leer el motu proprio y la carta adjunta da la sensación contraria: que en general el documento manifiesta intolerancia espiritual y hasta rigidez espiritual. El motu proprio y la carta transmiten un espíritu que condena y no da acogida. En el documento sobre la fraternidad humana suscrito en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019, Francisco abraza la «diversidad de religiones», mientras que en el motu proprio rechaza de plano la diversidad de formas litúrgicas del Rito Romano.
Contrasta enormemente este motu proprio con el principio rector del pontificado francisquista, o sea, la inclusión y el amor preferencial por las minorías y las periferias en la vida de la Iglesia. En el motu proprio se descubre una postura increíblemente cerrada que contrasta con lo que dice el propio Francisco: «Sabemos que desde varios lados somos tentados para vivir en esta lógica del privilegio que nos aparta apartando, que nos excluye-excluyendo, que nos encierra encerrando los sueños y la vida de tantos hermanos nuestros» (homilía de vísperas, 31 de diciembre de 2016). Las normas que impone este nuevo motu proprio denigran el rito milenario de la lex orandi de la Iglesia de Roma encerrando al mismo tiempo los sueños y la vida de muchas familias católicas, sobre todo de los jóvenes y los sacerdotes, cuya vida espiritual y amor a Cristo y a la Iglesia han madurado y se han beneficiado en gran medida de la forma tradicional del Rito Romano.
El motu proprio establece un principio de extraña exclusividad litúrgica al afirmar que los libros litúrgicos de reciente promulgación son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano (art.1). Qué diferencia con estas palabras del mismo Francisco: «Es verdad, el Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad» (homilía en la catedral católica del Espíritu Santo de Estambul el 29 de noviembre de 2014).
¿Qué es lo que más le preocupa del nuevo documento?
Como obispo, una de mis mayores preocupaciones es que, en vez de promover la unidad mediante la coexistencia de varias formas litúrgicas auténticas, el motu proprio crea dos clases en la sociedad de la Iglesia: católicos de primera y de segunda clase. La clase privilegiada de los que participan de la liturgia reformada, el Novus Ordo, y los católicos de segunda, que a partir de ahora estarán meramente tolerados, entre los que hay numerosas familias, niños, jóvenes y sacerdotes que en las últimas décadas se han criado en la liturgia tradicional y con gran provecho espiritual han vivido la realidad y el misterio de la Iglesia gracias a esta forma litúrgica que para las generaciones anteriores fue sagrada y formó a tantos santos y excelentes católicos a lo largo de la historia.
El motu proprio y la carta cometen una injusticia contra todos los católicos que participan de la liturgia tradicional, porque los acusa de crear división y rechazar el Concilio. Lo cierto es que una porción considerable de esos católicos no se mete en discusiones doctrinales sobre el Concilio, el Novus Ordo y otros problemas de política eclesial. Todo lo que quieren es dar culto a Dios con la liturgia con la que Él les ha llegado al corazón y ha transformado su vida. El argumento aducido por el motu proprio y la carta, que la liturgia tradicional crea división y es un peligro para la unidad de la Iglesia, queda refutado por la realidad. Es más, cualquier observador imparcial llegará a la conclusión de que el tono de desprecio a la liturgia tradicional que manifiestan dichos textos no es más que un pretexto y una estratagema, y que aquí hay gato encerrado.
¿Hasta qué punto le parece convincente la comparación que hace Francisco en su carta a los obispos entre las medidas que acaba de adoptar y las que dispuso San Pío V en 1570?
La época del Concilio Vaticano II y la llamada Iglesia conciliar se ha caracterizado por una apertura a la diversidad y la inclusión de espiritualidades y expresiones litúrgicas locales a la vez que se rechaza el principio de uniformidad de la práctica litúrgica de la Iglesia. A lo largo de la historia, la verdadera actitud pastoral ha sido de tolerancia y respeto a los diversos ritos siempre y cuando expresen la integridad de la Fe católica, y la dignidad y sacralidad de los ritos y lleven auténticos frutos espirituales en la vida de los fieles. En otros tiempos, la Iglesia de Roma reconocía la diversidad de expresiones en su lex orandi. En la constitución que promulgó la liturgia tridentina, Quo primum (1570), al aprobar todas las expresiones litúrgicas de la Iglesia de Roma que tenían más de dos siglos de antigüedad, las reconoció como igualmente dignas y legítimas expresiones de la lex orandi de la Iglesia Católica. En su bula, San Pío V declaró que en modo alguno rescindía otras expresiones litúrgicas de la Iglesia. La forma litúrgica de la Iglesia que tuvo vigencia hasta la reforma de Pablo VI no procede de Pío V; se había mantenido sustancialmente inalterada desde siglos antes de Trento. La primera edición impresa del Misal Romano data de 1470, es decir, un siglo antes del que publicó San Pío V. El rito de la Misa en ambos misales es prácticamente idéntico; las diferencias están más bien en elementos secundarios como el calendario, la cantidad de prefacios y más precisamente en las rúbricas.
El motu proprio que acaba de promulgar Francisco es también motivo de gran preocupación porque manifiesta una actitud discriminatoria contra un rito de la Iglesia Católica que tiene casi un millar de años de antigüedad. La Iglesia jamás ha rechazado lo que a lo largo de muchos siglos ha sido expresión de sacralidad, precisión doctrinal y riqueza espiritual, y ha sido elogiado por muchos papas y grandes teólogos (por ejemplo Santo Tomás de Aquino) y numerosos santos. Los pueblos de Europa Occidental y parte de la Oriental, del norte y el sur de Europa, América, África y Asia fueron evangelizados y se formaron doctrinal y espiritualmente con el rito romano tradicional; esos pueblos se sienten espiritual y litúrgicamente en su casa con ese rito. El papa Juan Pablo II dio muestras de sincero aprecio al rito tradicional de la Misa cuando dijo: «Tanto el Misal Romano, llamado de San Pío V, como varias liturgias orientales contienen hermosas oraciones en las que el sacerdote expresa el más profundo sentido dtes e humildad y reverencia a los sagrados misterios; revelan la sustancia misma de la liturgia» (Mensaje a los participantes en la asamblea plenaria de Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 21 de septiembre de 2001).
Sería contrario al espíritu de la Iglesia de siempre menospreciar este rito, tildarlo de divisivo y considerarlo peligroso para la unidad de la Iglesia y promulgar normas tendientes a hacerlo desaparecer con el tiempo. Las medidas contenidas en el motu proprio de Francisco tienen como fin arrancar sin piedad del alma y la vida de muchos católicos la liturgia tradicional, que de por sí es santa y constituye la patria espiritual de esos católicos. Gracias a este motu proprio, los católicos que actualmente se han formado y nutrido espiritualmente con la liturgia tradicional de la Santa Madre Iglesia dejarán de ver a la Iglesia como madre y verán en ella a una madrastra que se ajusta a la descripción que ha hecho Francisco: «Una mamá que critica, que habla mal de sus hijos no es madre. Creo que se dice matrigna [madrastra] en italiano… No es madre» (Encuentro del Santo Padre con los religiosos de Roma, 16 de mayo de 2015).
Esta carta apostólica del papa Francisco se ha publicado en la festividad de la Virgen del Carmen, patrona de la Orden Carmelita (a la que perteneció Santa Teresita del Niño Jesús), que se dedica a rezar por los sacerdotes. ¿Qué les diría a los seminaristas diocesanos y a los sacerdotes jóvenes que estaban ilusionados con celebrar la Misa Tradicional, en vista de las nuevas medidas?
El cardenal Joseph Ratzinger habló de la limitación de los poderes del Papa en cuanto a la liturgia con esta iluminadora explicación: «El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad tenga valor de ley. Es, por el contrario, guardián de la auténtica Tradición, y por tanto el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que le plazca, y puede por consiguiente enfrentarse a quienes quieran hacer lo primero que se les ocurra. Su gobierno no es arbitrario; es un gobierno de obediencia y fe. Por eso, en materia de teología, su misión es la de un jardinero, no la de un técnico que construye máquinas nuevas y tira las viejas. El rito, ese modo de celebrar y rezar que ha ido madurando en la fe y la vida de la Iglesia, es una síntesis de Tradición viva en que quien celebra con ese rito expresa la totalidad de su fe y oración, a la vez que la confraternización de distintas generaciones se convierte en una experiencia al rezar hermanados con quienes nos precedieron y quienes nos sucederán. Por eso, el rito es un aporte provechoso a la Iglesia, una forma viva de paradosis , la transmisión de la Tradición» (cf. Prólogo a The Organic Development of the Liturgy. The Principles of Liturgical Reform and Their Relation to the Twentieth-century Liturgical Movement Prior to the Second Vatican Council, de Dom Alcuin Reid, San Francisco 2004).
La Misa Tradicional es un tesoro que pertenece a toda la Iglesia, pues se celebra y es objeto de gran estima y amor para los sacerdotes y los santos desde hace al menos un millar de años. De hecho, el rito tradicional de la Misa fue prácticamente el mismo durante siglos antes de la publicación del Misal de S. Pío V en 1570. Un tesoro litúrgico casi milenario, válido y tenido en alta estima no es propiedad privada de un pontífice para que haga con él lo que le venga en gana. Por tanto, los seminaristas y sacerdotes jóvenes deben pedir que se les conceda el derecho a beneficiarse de este tesoro común de la Iglesia. Y en caso de se les niegue, pueden celebrar de todos modos clandestinamente. No sería un acto de desobediencia, sino de obediencia a la Santa Madre Iglesia, que nos ha dado ese tesoro litúrgico. Que el papa Francisco rechace tajantemente un rito casi milenario es algo efímero en comparación con el espíritu y la práctica constante de la Iglesia.
Excelencia, ¿qué impresión tiene de cómo se está poniendo en vigor Traditionis custodes?
En el espacio de unos pocos días, obispos diocesanos y hasta toda una conferencia episcopal han emprendido una eliminación sistemática de toda celebración de la Misa según el rito tradicional. Estos inquisidores de la liturgia han hecho gala de un clericalismo increíblemente rígido por el estilo del que describió Francisco cuando dijo: «Hay ese espíritu de clericalismo en la Iglesia, que se siente: los clérigos se sienten superiores, los clérigos se alejan de la gente, los clérigos dicen siempre: “Esto se hace así, así, así, y ¡vosotros iros!”» (Meditación diaria en la Santa Misa del 13 de diciembre de 2016).T
El motu proprio antitradicionalista de Francisco tiene paralelos con las lamentables y en extremo rígidas decisiones litúrgicas de la Iglesia Ortodoxa Rusa con el patriarca Nikon de Moscú entre 1652 y 1666. Esto tuvo como consecuencia un largo cisma que se conoció como el los Viejos Creyentes, que conservaban la liturgia y costumbres de la Iglesia rusa anteriores a Nikon. Los Viejos Creyentes resistieron la adaptación de la espiritualidad rusa a formas contemporáneas tomadas de la ortodoxia griega, y fueron excomulgados junto con sus ritos en el sínodo de 1666-1667, creándose un cisma entre los Viejos Creyentes y quienes se adhirieron a la iglesia estatal en la condena del rito antiguo. Hoy en día la Iglesia Ortodoxa Rusa lamenta las drásticas medidas del patriarca Nikon, porque si esas medidas hubieran tenido una finalidad realmente pastoral y hubieran permitido el rito anterior, no habrían dado lugar a un cisma que se arrastra desde hace siglos y ha sido innecesariamente causa de crueles sufrimientos.
En nuestros tiempos presenciamos cada vez más celebraciones de la Santa Misa que se han convertido en púlpitos para promover la pecaminosa vida homosexual, las misas LGTB, nombre que ya de por sí es blasfemo. Son misas toleradas por la Santa Sede y por muchos obispos. Hace falta con urgencia un motu proprio con normas estrictas que ponga fin a esas misas LGBT, porque son un ultraje a la Divina Majestad, un escándalo para los fieles y una injusticia para los homosexuales activos, pues esas misas los reafirma en sus pecados, y corren por tanto peligro de eterna condenación.
Y sin embargo hay bastantes obispos, sobre todo en EE.UU. pero también en otros países, como Francia, que apoyan a los fieles de su diócesis que quieren la Misa Tradicional. ¿Qué diría a sus hermanos en el episcopado para animarlos? ¿Y cuál debe ser la actitud de los fieles hacia sus prelados, muchos de los cuales se han quedado atónitos al ver el documento?
Esos obispos han demostrado que su actitud es la de verdaderos apóstoles y pastores, ésos sí que huelen a oveja. A ésos y a muchos otros los animaría a no perder esa noble actitud pastoral. Que no se dejen influir por los elogios de los hombres ni por el respeto humano, sino que su motivación sea la gloria de Dios y el mayor provecho espiritual de las almas y su eterna salvación. Y a los fieles, que manifiesten gratitud, respeto filial y amor a esos pastores.
¿Qué efecto tendrá a su juicio el motu proprio?
En el fondo, el motu proprio que acaba de promulgar Francisco es una victoria pírrica y le saldrá el tiro por la culata. Un acto administrativo tan draconiano no podrá violentar la conciencia de las muchas familias católicas y el creciente número de jóvenes y sacerdotes –sobre todo sacerdotes jóvenes– que asisten a la Misa Tradicional. No servirá de nada decirles a esos fieles y sacerdotes que tienen que atenerse a las normas, porque tienen claro que la obligación de obedecer queda sin efecto cuando de lo que se trata es de poner fin a la liturgia tradicional, el gran tesoro litúrgico de la Iglesia de Roma.
Es indudable que con el tiempo irá formándose una red mundial de Misas catacumbales, como suele suceder en tiempos de catástrofe y de persecución. Es posible que lleguemos a conocer una época de misas tradicionales clandestinas como las que pintó con tanto efecto Aloysius O’Kelly en su cuadro Misa en Connemara (Irlanda) durante la época de prohibición del catolicismo . O quizás conozcamos una época parecida a la que describió San Basilio el Grande cuando los católicos tradicionales fueron perseguidos por un episcopado arriano y liberal en el siglo IV: «Los verdaderos creyentes callan mientras las lenguas blasfemas se menean con toda soltura; se pisotea lo sagrado; los mejores laicos huyen de las iglesias por ser escuelas de impiedad, y alzan las manos al cielo en el desierto suspirando y llorando implorando al Señor. Vosotros también tenéis noticia de lo que ha sucedido en nuestras ciudades, de cómo nuestros hijos y hasta nuestros ancianos salen afuera y hacen sus plegarias a la intemperie soportando con gran paciencia las inclemencias del tiempo mientras aguardan el auxilio del Señor» (Carta 92).
La admirable, armoniosa y bastante espontánea difusión e incesante aumento de la Misa Tradicional por todo el mundo, hasta en los países más remotos, es sin duda obra del Espíritu Santo, y un verdadero signo de nuestros tiempos. Esta forma de celebración litúrgica produce auténticos frutos espirituales, sobre todo en la vida de los jóvenes y los conversos al catolicismo, ya que lo que precisamente atrajo a éstos fue la fuerza que irradia de este tesoro de la Iglesia. Al papa Francisco y a los demás obispos que lleven a efecto su motu proprio les convendría imitar ardientemente el ejemplo de Gamaliel y preguntarse si no estarán rebelándose contra la obra de Dios: «Ahora os digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; pero, si viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra a Dios» (Hch. 5, 38-39). Ojalá el papa Francisco lo piense mejor, con los ojos puestos en la eternidad, y tenga el valor y la humildad para revocar su nuevo motu proprio, recordando lo que él mismo dijo una vez: «n realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo»” (Homilía en la catedral católica del Espíritu Santo, Estambul, el sábado 29 de noviembre de 2014).
De momento, muchas familias católicas, jóvenes y sacerdotes de todos los continentes lloran porque el Papa, su jefe espiritual, los ha privado del pasto espiritual de la Misa Tradicional, que tanto ha fortalecido su fe y su amor a Dios, la Santa Madre Iglesia y la Sede Apostólica. Es posible que por un tiempo vayan «llorando los que llevan y esparcen la semilla, pero vendrán alegres trayendo sus gavillas» (Sal.126,6).
Esas familias, jóvenes y sacerdotes podrían dirigir al Sumo Pontífice las siguientes palabras u otras por el estilo: «Os rogamos, Santidad, que nos restituyáis el valioso tesoro litúrgico de la Iglesia. No nos tratéis como a hijos de secunda clase. No violentéis nuestra conciencia obligándonos a aceptar un único y exclusivo rito. Recordad que siempre habéis proclamado ante todo el mundo la importancia de que haya variedad, acompañamiento pastoral y respeto a las conciencias. No hagáis caso a los representes del clericalismo rígido que os aconsejaron tomar una medida tan despiadada. Sed un verdadero padre de familia que “saca de su tesoro lo nuevo y lo añejo” (Mt.13,52). Si nos escucháis, seremos vuestros mejores intercesores ante Dios el Día del Juicio.»
Fuente:remnantnewspaper.com
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