1. El escritor, hace algún tiempo, al visitar una nueva iglesia (muy
fea, como suele suceder en estos días) construida en Piana Romana, cerca de
Pietrelcina (un lugar donde San Pío de Pietrelcina recibió los estigmas
espirituales), notó que todos los bancos estaban desprovistos de reclinatorios.
Pidió explicaciones a un fraile allí presente, quien le respondió: “¡Esto no es
una iglesia, es una sala litúrgica!”. Una respuesta digna del más clásico
sofisma jurídico. Estos son los tiempos, desgraciadamente.
2.¿Por
qué son tan molestos los arrodilleros hoy en día? No es que ocupen más espacio,
claro. La razón es diferente. Si lo pensáis bien, está justo en la respuesta
que dio el fraile: sala litúrgica. Hoy en día las iglesias no deben ser tanto
iglesias, sino aulas de clase. La iglesia implica el concepto de un lugar con
presencia, el aula más bien el concepto de un lugar de reunión. Una iglesia
vacía sigue siendo iglesia, porque Él está allí, está Dios en cuerpo, sangre
(incluso en la hostia hay sangre), alma y divinidad en el Santísimo Sacramento;
pero un aula vacía ya no es nada, por estar vacía puesto que su razón de ser es
sólo acoger una asamblea.
3. Por
tanto, el énfasis debe desplazarse de la adoración a la participación. La
liturgia ya no debe basarse en la adoración, sino en la participación, ya no en
el recibir, sino en el dar. A la hora de recibir, la posición más natural es arrodillarse
o como máximo hacer una reverencia; Al dar, la posición más natural es
permanecer de pie.
4.En
resumen, todo esto se enmarca lógicamente en ese famoso giro antropológico que
marcó la reforma litúrgica. De la centralidad de Dios a la “centralidad” del
hombre. El hombre, perfectamente consciente de su dignidad, ya no debería
arrodillarse ante Dios, porque Dios ya no lo querría.
5.Ahora
bien, además de que el hombre se hace verdaderamente grande cuando se arrodilla
y no cuando ensancha estúpidamente los hombros o infla el pecho, porque sólo
arrodillándose da coherentemente razón a su ser, que está inevitablemente
marcado por la necesidad de invocar... decíamos, aparte de esto, que es una
ilusión creer que el hombre puede ser tan maduro como para no necesitar ya
arrodillarse. Cuando el hombre ya no se arrodille ante Dios, terminará
arrodillándose ante los ídolos: el poder, la moda, el mundo. Esto es lo que
lamentablemente le viene sucediendo a muchos católicos y a gran parte de la
llamada cultura y teología católica desde hace muchos años.
Fuente:https://itresentieri.it/
No hay comentarios:
Publicar un comentario