El acta funeral, según la tradición de la Iglesia Católica, es un
documento que acompaña el cuerpo del Papa difunto y resume su pontificado en
pocas líneas, preservando su memoria para la posteridad. Se trata de un texto
generalmente escueto y esencial, pero precisamente por ello altamente
simbólico. Las palabras elegidas, lo que se decide recordar y lo que se omite,
dicen mucho más de lo que parece a primera vista.
El acta redactada en los funerales de Benedicto XVI en enero de 2023 y la que
apareció en el entierro del Papa Francisco ofrecen un importante punto de
partida para reflexionar sobre dos visiones muy diferentes del ministerio
petrino, de la Iglesia y de la relación con Dios.
La centralidad de Dios en la vida de Benedicto XVI
La acción de Benedicto XVI se abre y se cierra con Dios. El nombre del
Señor reaparece desde las primeras líneas: «En el Señor, Su Santidad
Benedicto XVI, Papa emérito, Joseph Ratzinger falleció en la tarde del 31 de
diciembre de 2022...» El tono es profundamente teológico. Recordamos
su educación, su amor a la verdad, su reflexión teológica al servicio de la fe
de la Iglesia. Destacamos su acción como
maestro, como servidor de la Palabra, como hombre de oración. También la
renuncia al pontificado se inserta en una perspectiva espiritual, casi
ascética. Cada línea transmite la conciencia del misterio de Dios y de la
misión confiada al Sucesor de Pedro.
Énfasis en el hombre y silencio sobre Dios
El acto fúnebre del Papa Francisco, por el contrario, llama la atención por la casi total ausencia de una referencia explícita a Dios. El texto se centra en el perfil humano y social del Papa: sus orígenes, su formación jesuita, su compromiso con la paz, los pobres, el medio ambiente, los migrantes. Se mencionan sus viajes apostólicos, sus documentos magisteriales y las reformas de la Curia, pero casi nunca se habla de la fe, la teología o la sacralidad. (...)
Testamentos "espirituales"
Incluso el
testamento espiritual de Francisco es
increíble. San Juan Pablo II escribió su testamento y lo revisó varias
veces, en los momentos más destacados de su vida, con grandes referencias a
Dios, a la vida eterna, al sacerdocio, a la Iglesia. San Pablo
VI , Juan XXIII ... Todos los Papas han escrito un testamento espiritual lleno de
significado.
El testamento de Benedicto XVI destaca
por su intensa densidad teológica y espiritual: en cada línea brilla una fe
viva, agradecida, consciente de la propia fragilidad y, al mismo tiempo,
arraigada en la certeza de que Dios guía el camino incluso en las tinieblas.
Benedicto se despide hablando de Dios, de la fe, de la razonabilidad de creer,
de la esperanza cristiana en la vida eterna. Su testamento es un auténtico
testimonio de fe, un legado espiritual transmitido no sólo a sus compatriotas o
a los fieles a él confiados, sino a toda la Iglesia.
Por el contrario, el breve texto dejado por el Papa Francisco parece reducido casi a un mero arreglo logístico respecto a su propio entierro. Dios y la esperanza de la eternidad apenas son mencionados al principio, pero sin ningún pensamiento o reflexión sobre la fe, la Iglesia o el significado cristiano de la muerte. El corazón del texto no es la fe, sino el lugar y la manera del entierro. No hay reflexión, no hay apelación, no hay herencia espiritual explícita. Hablamos del sufrimiento ofrecido por la fraternidad y por la paz, no por la Iglesia ni por la conversión de los corazones. Esa palabra, “Fraternidad”, tan abusada por Francisco y explotada por muchos, fue utilizada por Bergoglio desde su primera aparición en la plaza, el 13 de marzo de 2013, suscitando una reacción entusiasta de la masonería, que exaltó su elección. Esa misma masonería que en los últimos días ha publicado un comunicado de condolencias. (...). La impresión es que la voluntad de Francesco es la de un hombre que no acepta perder el control sobre nada, ni siquiera sobre la muerte. Al fin y al cabo, Bergoglio siempre se destacó por ser el que quería saberlo todo: las llaves de las puertas, el destino de los apartamentos, quién entraba y quién salía del Estado, qué hacían sus “enemigos”, qué pensaban sus “amigos”, cuánto dinero enviar a Tizio, cuánto pedirle a Caio, etc. Una vez más, comparando el testamento de Benedicto XVI con el de Francisco, vemos por una parte una concepción del papado como testimonio de la verdad de la fe hasta el último aliento; por otro lado, una concepción más personal y administrativa, en la que el sucesor de Pedro parece preocuparse más de las cosas temporales que de su propia alma y su fe. (...)
Una elección simbólica
Esta comparación no pretende simplemente contrastar dos pontificados
para resaltar que no hubo continuidad entre ellos. Más bien, pretende ser, en
un momento tan delicado – en el que incluso algunos cardenales parecen deseosos
de expresar en el aula sus “andanzas” personales sobre la vida de Francisco –,
una ayuda para comprender lo que hemos vivido en estos doce años y, sobre todo,
lo que ya no queremos vivir.
Benedicto XVI ha puesto a Dios en el centro de la Iglesia en una época
marcada por la secularización y la confusión doctrinal. Francisco, por el
contrario, se ha puesto en el centro,(...) No es de extrañar, por tanto, que ayer, en la plaza, los aplausos más
fuertes estallaran con la sola mención de palabras como “migrantes”, mientras
que casi nadie vitoreaba cuando se hablaba de Dios. Es una señal clara: la
Iglesia está enferma y atraviesa una crisis profunda. Hablamos de todo:
inmigrantes, divorciados vueltos a casar, homosexuales, problemas sociales,
desastres, pero hemos perdido de vista a Dios. Y hoy la palabra “Paz” nos pone
los pelos de punta: si en la Iglesia olvidamos que sólo Cristo es la verdadera
Paz y que sólo por medio de Él podemos alcanzarla, no debemos sorprendernos de
que el mundo entero ande a tientas en la oscuridad.
https://silerenonpossum.com/it/
Silere non possum