CON AMOR DE HIJA
Contemplando
a la Virgen
descubrimos en Ella, sin la menor dificultad y con profunda admiración, como
profesa un piadoso y entrañable amor filial hacia Dios Padre. Fue este amor tan extremadamente puro que jamás hubo en Ella
la más mínima sombra de reserva, de resistencia,
de egoísmo, ni de imperfección alguna.
Nadie ha amado tanto al Padre,
después de su Divino Hijo Jesucristo, como esta Virgen nazarena. Le amó con
toda la profundidad, con toda la intensidad y con toda la perfección con que una criatura humana puede hacerlo. No le amó
más porque una criatura no podría jamás hacerlo más perfectamente ni con mayor
intensidad. Le amó siempre, desde el primer instante de su ser, en todo momento
y sin interrupción alguna, ni la más
mínima. Le amó durante cada segundo de su existencia y le ama por toda la
eternidad.
Esta Virgen, la más perfecta y
deliciosa criatura salida de las manos de Dios, es considerada por Dios Padre
como su hija predilecta. En Ella
encuentra el Padre sus complacencias, porque cuanto hay en María todo es del
sumo agrado de Dios Padre.
¿Cómo podría Él encomendarle a su
Hijo amado si no fuese Ella de su
total agrado? ¿Cómo iba a recaer sobre la Virgen María la divina elección
para ser la Madre
de Dios hecho hombre, si al mismo tiempo no fuese Ella la hija predilecta de Dios Padre?
La
devoción filial de Nuestra Señora se traduce en una actitud de permanente y
absoluta apertura y disponibilidad a la voluntad del Padre. También Ella al
igual que su Divino Hijo puede decir con verdad: mi alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra.
Su vida discurre enteramente a la
escucha de la voluntad del Padre, con la
más entera disponibilidad para llevar a cabo la obra que Él le ha encomendado:
ser la Madre de
su Hijo y Madre de todos los redimidos.
El tierno amor filial que la Virgen profesa a Dios Padre
se verifica en la aceptación de todo cuanto implica su voluntad salvadora y en el
fiel y estricto cumplimiento de la misma. Dicha voluntad supondrá una larga cadena
de privaciones, humillaciones y sufrimientos terribles que la Virgen habrá de afrontar
con un heroísmo sin igual.
La voluntad salvadora del Padre
supondrá para Ella la cumbre del martirio. La maternidad de María será una
maternidad en el dolor y en el sufrimiento. Sin duda alguna, una maternidad en orden a la redención de sus hijos pecadores.
Es la Escuela de María, Hija predilecta y fidelísima
de Dios Padre, verdadera escuela de fe y de amor, en la que de su mano materna
y con las gracias que Ella nos obtiene, podemos ir aprendiendo y ejercitando
las exigencias de la filiación divina que por pura gracia hemos recibido en el
santo bautismo.
Es en su Escuela materna y de sus propios labios, también a la luz de sus
heroicos ejemplos, que podremos alcanzar la ciencia de la
confianza filial que nos ayude a no dudar del amor del Padre aún en medio de la
mayor oscuridad y de las punzadas del dolor. Siempre el Padre con su poder acaba por
transformar el dolor en gozo, el sufrimiento en paz, la muerte en vida.
P. Manuel María de Jesús
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