REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

jueves, 9 de abril de 2020

JUEVES SANTO


“Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando un lienzo se ciñó con él. Echó agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a enjugarlos con el lienzo de que estaba ceñido” (Jn 13, 4-5)
El evangelista San Juan nos narra de este modo el gesto realizado por Jesús una vez acabada la Cena pascual con sus Apóstoles.  El lavatorio de los pies está situado entre medias de la institución del Sacramento de la  Eucaristía – Sacrificio, Presencia y Banquete- y la Pasión del Señor que culmina con su Muerte y Resurrección.
El gesto humilde y servicial del Señor se convierte para nosotros en la clave para interpretar el sentido profundo y misterioso de los acontecimientos pascuales. Sólo así  evitaremos el riesgo de reducir los sagrados misterios a una dimensión meramente formal y ritualista.
 Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, inaugura y establece la Alianza Nueva y Eterna para la remisión de los pecados. Se trata  realmente de algo nuevo que lleva a plenitud lo antiguo, infundiéndole un espíritu nuevo, una virtud nueva y un alcance nuevo. Jesús instituye un nuevo sacerdocio, no según la carne y descendencia de Aarón y la tribu de Leví,  sino según el espíritu y la unción del Espíritu Santo; un nuevo culto, no ritualista, formal y vacío, sino transido de la  adoración “en espíritu y en verdad” que el Padre desea; una nueva ofrenda, no de terneros y machos cabríos, sino del Cordero de Dios  que quita el pecado del mundo, cuyo alimento es hacer la voluntad de Aquél que le ha enviado y cuyo amor le lleva a entregarse  a sí mismo voluntariamente en sacrifico de adoración, de alabanza y de expiación.
 Esta novedad de la Alianza nueva, sellada en la Sangre de Cristo, y de la Ley nueva, fundamentada en el amor, es la que el Señor pretende hacernos comprender por medio del gesto del Lavatorio de los pies. Por lo tanto, para comprender tanto el misterio eucarístico como el escándalo de la Cruz, como la vida nueva de la Resurrección, necesitamos contemplar y escudriñar la profundidad que encierra el gesto humilde de Jesús postrado a ante sus Apóstoles lavándoles los pies.
 En realidad, el lavatorio es la clave interpretativa de toda la vida de Jesús: tanto de su Encarnación, como de sus palabras y enseñanzas, como de su misión mesiánica. Nos ayuda a situarnos ante el misterio de su Persona: “El cual, teniendo la naturaleza de Dios, no fue por usurpación, el ser igual a Dios. Y, no obstante, se anonadó tomando la forma de siervo, hecho semejante a los demás hombres y reducido a la condición de hombre. Se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. ¡Es el Hijo de Dios, humillado y abajado que viene a levantarnos de nuestra postración y a elevarnos a una categoría insospechada: la categoría de hijos de adopción!
 Todo su mensaje y sus enseñanzas se orientan  al anuncio y  establecimiento de la Ley nueva cuya fuente está en el corazón de Dios que es Padre de bondad y misericordia, y cuyo fundamento es el amor vivido en clave de servicio al prójimo, de entrega e la propia vida, de compasión ante el que sufre y de perdón sin límites a quien nos haya ofendido.
Y también su misión mesiánica queda iluminada por el gesto del lavatorio, mostrando la identificación entre el Maestro que arrodillado en tierra lava los pies de sus Apóstoles, y el Siervo de Yahvé profetizado por Isaías: “Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones. No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles; no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación, y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza” (Is 42, 1-4).
Es desde esta perspectiva como hemos de acercarnos y situarnos ante el misterio de los dones que el Señor nos concede en la tarde-noche del Jueves Santo.
El don de la Eucaristía, memorial  de la muerte del Señor: “En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí se esconde la humanidad: creo y confieso ambas cosas y pido lo que pidió el ladrón arrepentido. No veo las llagas como las vio Tomás, pero creo que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te ame”  (Adoro Te devote)
El don de la Eucaristía, “pan vivo que da la vida al hombre: concédele a mi alma que de Ti viva, y que siempre saboree tu dulzura”  (Adoro Te devote)
El don del sacerdocio católico, servicio ministerial hacia los hermanos in persona Christi capitis –en nombre de Cristo Cabeza de su Cuerpo-: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, el Maestro y  el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies mutuamente”.
El don del mandato nuevo, la Ley de la Alianza eterna en la Sangre de Cristo: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así también amaos mutuamente”  (Jn 13, 34)
 Si el lavatorio de los pies nos da la clave que nos ayuda a interpretar la Persona y la misión del Salvador, a la fuerza habrá de ser también el espejo en el que debamos inspirarnos y mirarnos e permanentemente los seguidores de Cristo si verdaderamente deseamos ser sal de la tierra y luz del mundo. Sólo así espantaremos el peligro de convertir nuestra fe en una ideología entre tantas otras. Sólo así nos veremos libres de caer en la tentación de reducir la vida y el ser cristiano a un formalismo frío, reseco y desencarnado. Sólo así nos mantendremos en el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo haciendo presente en medio del mundo su estilo de vida.
 Lo que  verdaderamente define al cristiano es solamente y exclusivamente el Amor: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento” (Mt 22, 337-38).
“En esto reconocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad unos para con otros” (Jn 13, 35).
“Todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4, 7-8).
Este es el estilo de vida seguido por Cristo hasta sus últimas consecuencias y que es permanentemente propuesto a sus seguidores: “Si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 43-45)
No se nos da, ni tampoco necesitamos, otro referente para examinarnos a nosotros mismos y comprobar si en verdad somos seguidores de Cristo, no sólo de palabra, sino de obra. Esta es la confirmación segura acerca de si la vida de Cristo rebosa en nuestro corazón, o por el contrario permanecemos todavía en la muerte espiritual, preludio de muerte eterna: “Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. Quien aborrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que todo homicida no tiene en sí la vida eterna” (1 Jn 3, 14-15)
María, siempre virgen, Sierva y Esclava del Señor, nos conduzca en pos de su Hijo por el camino del amor y de la entrega: camino de cruz, pero senda segura que conduce a la luz y a la gloria.
*P. Manuel María de Jesús F.F.

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