REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

jueves, 29 de marzo de 2018

SACERDOCIO, EUCARISTÍA, MANDATO NUEVO

   “Nosotros debemos gloriarnos de la cruz de nuestro Señor Jesucristo en quien está nuestra salud, vida y resurrección y por quien hemos sido salvados y libertados”.
Con estas palabras de la Carta de San Pablo a los Gálatas, comienza la Iglesia en el introito la celebración de la Santa Misa de este día.
Sin duda alguna, estas palabras centran el contenido del misterio que en este día de Jueves Santo celebra la Iglesia e ilumina para nosotros el sentido de lo acontecido en el primer Jueves Santo de la Historia.
El Jueves Santo no está desligado del misterio de la Cruz, al contrario forma una unidad indisoluble con el Viernes Santo y con los misterios de la Pasión y de la Muerte del Señor.
En la noche del Jueves Santo, en el contexto de la Última Cena del Señor con sus Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sacramento de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada para la salvación del mundo. Y como culminación de la institución dio el Señor a su Apóstoles el mandato de actualizar y renovar permanentemente hasta la consumación de  los siglos el Sacrificio Eucarístico: HACED ESTO, EN CONMEMORACIÓN MÍA. Esto es, renovar a través de los tiempos el Sacramento de la Nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y para la salvación del mundo.
Quiso el Señor dotar a su Iglesia de un Sacrificio visible aunque incruento, renovación del Sacrificio de la Cruz, para que a través de su renovación se fuese aplicando a las almas la virtud salvadora de la Cruz, las gracias de la redención.
No es otra, pues, la misión fundamental de la Iglesia de Cristo que completar la obra redentora de su Señor. La completa renovando el Santo Sacrificio ofrecido en el Altar de la Cruz, acercando a cuantos  desean salvarse hasta la Cruz redentora, para que del Costado herido y abierto del Salvador beban de las fuentes de la Salvación.
Comprenderemos, pues, que la Iglesia tiene su razón de ser en el Sacrificio de Cristo que perdona los pecados del mundo y otorga a las almas los frutos de la Redención. Y es en íntima asociación con el Sacrificio de Cristo que nace, se renueva y se fortalece la vida sobrenatural de los cristianos.
Para que el Sacrificio de la cruz pudiese ser renovado de tal forma que las gracias redentoras fluyan hacia las almas, instituyó el Señor el sacerdocio católico.
No puede haber sacrificio sin sacerdocio, ni tiene razón de ser el sacerdocio si no es en función del sacrificio.
Los sacerdotes católicos son los dispensadores de los misterios de Dios, los dispensadores de las gracias de la Redención que brotan abundantes de la Cruz del Salvador.
El Sacerdote es para el Altar y para el Sacrificio. Es ahí donde está el sentido de su vida y de su vocación, la razón de ser de su altísima dignidad y de su altísimo ministerio. Para eso ha sido configurado con Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia, de tal manera que una vez ungido por Dios ya no se pertenece a sí mismo, ni ha de vivir para sí mismo, sino únicamente para Aquél que por nosotros murió y resucitó, para Aquél que lo ha elegido, consagrado y enviado para ser instrumento suyo en la propagación de la obra redentora. Más que nunca hemos de renovar la fe y la estima en el inmenso y maravilloso don que nuestro Señor Jesucristo ha dado a su Iglesia y al mundo entero a través del sacerdocio católico, pues cada sacerdote es misteriosa y verdaderamente  “otro Cristo”, “el mismo Cristo” que a través de sus ungidos continúa haciendo presente en la historia de los hombres su misión salvadora.
¿Es pues de extrañar que las insidias del infierno y las maquinaciones del mundo se dirijan hacia otro lado que no sea el corazón mismo de la Iglesia fundada por  Cristo?
Sólo así podemos explicarnos como los ataques más virulentos, desde la falta de fe, los errores doctrinales y la propagación del escándalo tienen su meta principal en la destrucción del Santo Sacrificio de la Misa y en la perversión de la identidad y la misión del sacerdocio católico.
“Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” que es nuestra vida y salvación “porque en atención a Cristo crucificado envió el Padre Eterno a nosotros el Espíritu Santo que es el principio de nuestra vida espiritual. Es, en fin nuestra salud, porque como dice Isaías, la sangre de sus llagas y los cardenales de todos sus miembros bárbaramente flagelados son como un bálsamo, medicamento de vicios y de pasiones”.
Hagamos de la Cruz de Cristo que se eleva en nuestros altares el centro de nuestra vida cristiana. Hagamos de la vida eucarística el principio y fundamento de nuestra vida espiritual.
Recuperemos la fe en el ministerio sacerdotal, presencia de Cristo Salvador a favor de los hombres par alcanzar la meta de la Salvación eterna.
Y vivamos el mandato nuevo de Cristo aprendiendo de Nuestra Madre Santísima  a ofrecernos juntamente con Él haciendo de nuestra vida y de nuestra lucha espiritual una oblación para la gloria de Dios.
Manuel María de Jesús F.F.

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