REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

viernes, 30 de marzo de 2018

OFRECERNOS AL PADRE CON CRISTO INMOLADO

Ofrecernos al Padre con Cristo inmolado sobre altar

    La pasión de Jesús ocupa un lugar tan importante en su vida; es de tal forma su obra, ha puesto tal valor en ella, que ha querido que su recuerdo perdurara entre nosotros, no solamente una vez al año, durante la semana santa, sino cada día; ha creado Él mismo un sacrificio para perpetuar a través de los siglos la memoria y los frutos de su oblación en el Calvario; es el sacrificio de la Misa: Hoc facite in meam commemorationem
   Una participación íntima y muy eficaz en la pasión de Jesús consiste en asistir a este santo Sacrificio, u ofrecerlo con Cristo.
   En efecto, sobre el altar, como sabéis, se reproduce el mismo sacrificio del Calvario; es el mismo pontífice, Jesucristo quien se ofrece a su Padre por manos del sacerdote; es la misma víctima; sólo se diferencia en la manera de ofrecerlo. Con frecuencia decimos: “¡Oh, si hubiese podido estar en el Gólgota con la Virgen, San Juan, la Magdalena!” Mas la fe nos sitúa ante Jesús inmolándose en el altar; El renueva, de una manera mística, su sacrificio, para hacernos participantes de sus méritos y de sus satisfacciones. No le vemos con nuestros ojos corporales, mas la fe nos dice que Él está allí, con los mismos fines por los que se ofrecía sobre la cruz. Si tenemos una fe viva, doblaremos nuestras rodillas a los pies de Jesús que se inmola, nos unirá a Él, a sus sentimientos de horror al pecado; nos hará decir con Él: “Padre, heme aquí, para hacer vuestra voluntad”: Ecce venio, ut faciam, Deus voluntatem tuam.
   Debemos estar unidos a Cristo en su inmolación, ofrecernos con Él; entonces nos une a Él, nos inunda con Él, nos coloca ante su Padre in odorem suavitatis. Somos nosotros mismos los que debemos ofrecernos con Jesucristo. Si los fieles participan por el bautismo del sacerdocio de Cristo, es, dice San Pedro, “para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo”: Sacerdotium sanctus, offerre spirituales hostias, acceptabiles Deo per Jesum Christum. Eso es tan cierto, que en más de una de las oraciones que siguen a la oblación que acaba de hacer a Dios, esperando el momento  de la consagración, la Iglesia hace notar esta unión de nuestro sacrificio con el de su Esposo. “Dignaos, Señor, dice, santificar estos dones, aceptando la ofrenda de esta hostia espiritual, haced de nosotros mismos una oblación eterna a gloria vuestra, por Jesucristo Nuestro Señor”, Propitius, Domine, quaesumus, haec dona sanctifica, et hostias spiritualis oblatione suscepta, NOSMETIPSOS tibi perfice munus aeternum.
   Mas para que seamos aceptados por Dios, conviene que la ofrenda de nosotros mismos sea unida a la que Jesús hizo de su persona sobre la cruz, y que renueva sobre el altar. Nuestro Señor nos ha suplido en su inmolación; El nos ha reemplazado a todos, y, por esto, el golpe que fue de gracia para Él nos ha hecho morir a todos con Él: Si unus pro ómnibus mortuus est, ergo omnes mortui sunt:  “Si uno ha muerto por todos, todos, por tanto, han muerto”. Por nosotros, nosotros no morimos con Él sino uniéndonos a su sacrificio del altar. Y ¿cómo nos uniremos a Cristo en concepto de víctima? Entregándonos, como Él, al cumplimiento perfecto del beneplácito divino.
   Dios debe poder disponer plenamente de la víctima que se le ofrece: debemos permanecer en esta actitud básica de darlo todo a Dios, de llevar a cabo nuestros actos de renunciamiento y de mortificación, de aceptar los sufrimientos, las pruebas y las penas de cada día por amor a Él, de manera que podamos decir como Jesucristo en los momentos de su Pasión: Ut cognoscat mundus quia diligo Patrem, sic facio: “Obro así, para que el mundo sepa que amo al Padre”. Esto es ofrecerse con Jesús. Cuando ofrecemos al Padre eterno su divino Hijo, y nosotros nos ofrecemos a nosotros mismos “con la Hostia santa”, con las mismas disposiciones que animaban el Corazón Sagrado de Cristo sobre la cruz, es decir: amor intenso a su Padre y a nuestro hermanos, deseo ardiente de salvar las almas, abandono completo a la voluntad de lo alto, sobre todo en aquello que encierra algo de penoso o contrario para nuestra naturaleza, entonces es cuando ofrecemos a Dios el homenaje más agradable que puede recibir de nosotros.
Beato Dom Columba Marmión

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