LA ENCARNACIÓN ES UN
AUXILIO PARA EL HOMBRE QUE TIENDE A LA BIENAVENTURANZA
Si alguien
considera diligente y
piadosamente los misterios
de la Encarnación, encontrará
tanta profundidad de sabiduría, que sobrepasa todo conocimiento humano. Y ocurre
que cuanto más medita en ellos con piedad, más razones admirables se descubren
en este misterio. Consideremos,
pues, cómo la
Encarnación de Dios
es un auxilio eficacísimo para el hombre que
tiende a la bienaventuranza.
1º) La
perfecta bienaventuranza del
hombre consiste en
la visión inmediata de Dios.
Pero esta visión podía parecer imposible a causa de la infinita distancia de
las naturalezas. Mas por el hecho de que Dios ha querido unir a sí mismo la
naturaleza humana, se demuestra evidentísimamente a los hombres que el hombre
puede unirse a Dios por su inteligencia en una visión inmediata. Fue por lo
tanto muy conveniente que Dios tomase la naturaleza humana para acrecentar la
esperanza del hombre en la bienaventuranza. Por ello, después de la
Encarnación, comenzaron los hombres a aspirar más intensamente a la
bienaventuranza. Con razón se lee en San Juan: Yo he venido para que tengan
vida, y para que la tengan en más abundancia (Jn 10, 10).
2º) Como la perfecta bienaventuranza
consiste en un conocimiento tal de Dios que excede la capacidad de todo entendimiento
creado, fue necesario que existiese en el hombre cierta anticipación de aquel
conocimiento que se ordenase a la plenitud del conocimiento bienaventurado, lo
cual tiene lugar ciertamente por la fe; mas es necesario que sea ciertísimo el
conocimiento por el cual el hombre se dirige al último fin, porque es principio
de todas las cosas que a ese último fin se enderezan. Fue por consiguiente
necesario que el hombre, para seguir la certeza de la verdad de la fe, fuese
instruido por el mismo Dios hecho hombre, a fin de que percibiese a la manera
humana la instrucción divina. Y así
vemos, después de la Encarnación de Cristo, que los hombres se instruyen
con más claridad y certeza en el
conocimiento divino, conforme a aquello
de la Escritura: La tierra está llena de la ciencia del Señor (Is 11, 9).
3º) Supuesto que la
perfecta bienaventuranza consiste en el goce de Dios, fue necesario que el
afecto del hombre se dispusiese al deseo de ese goce divino; así como vemos que
en el hombre reside el deseo natural de la felicidad, y que el deseo del goce
de alguna cosa es producido por el amor a dicha cosa, del mismo modo fue
necesario llevar hacia el amor divino al hombre que se dirige a la
bienaventuranza perfecta. Nada nos lleva tan intensamente a amar a alguno como
la experiencia del amor que aquél nos profesa. Mas el amor de Dios al hombre no
pudo mostrarse de modo más eficaz que habiendo querido unirse en persona al
hombre. Porque es propio del amor unir al amante con el amado, en cuanto es
posible. Fue por consiguiente necesario, al hombre que se dirige a la
bienaventuranza perfecta, que Dios se hiciese hombre. Además, como la amistad
consiste en cierta igualdad, no parece que puedan unirse en amistad seres que
son muy desiguales. Pero para que fuese más familiar la amistad entre el hombre
y Dios, fue conveniente que Dios se hiciese hombre, porque también el hombre es
naturalmente amigo del hombre; y así, conociendo visiblemente a Dios, somos
arrastrados al amor de lo invisible.
4º) Es evidente que la
bienaventuranza es premio de la virtud; luego es conveniente se dispongan con
las virtudes los que se dirigen a la bienaventuranza. A la virtud se nos incita
con las palabras y los ejemplos; los ejemplos y las palabras de alguno tanto
más eficazmente llevan a la virtud,
cuanto se tiene una opinión más firme de la bondad de él; pero de la bondad de
ningún puro hombre puede tenerse una opinión infalible, pues sabemos que aun
varones santísimos han faltado en algunas cosas. Luego fue necesario al hombre,
para confirmarse en la virtud, que recibiese del Dios humanizado doctrina y
ejemplos de virtud.
Santo Tomás de Aquino (Contra Gentiles, lib. 4,
cap. 54)
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