Cielos,
enviad rocío de lo alto, y las nubes lluevan al justo: ábrase la tierra, y
brote al Salvador (Is 45, 8).Aquí anuncia el profeta tres cosas referentes al
nacimiento de Cristo, a saber: el principio del nacimiento, el mismo nacimiento
del que es dado a luz y del fruto de ese nacimiento.
I.
El principio es triple. El primero es el cielo que destila el rocío, como
principio efectivo, es decir, la operación de las tres Personas, por lo cual se
dice cielos en plural. El Padre enviando
al Hijo; el
Hijo tomando carne;
el Espíritu Santo realizando la concepción en María. El
segundo principio es la nube que llueve, que es el principio de preparación en
el cual entra el misterio del ángel anunciador: Haciendo de las nubes carro
tuyo (Sal 104, 3).El tercer principio
es la tierra
fecunda, que es
el principio de
la concepción, a saber, la Bienaventurada Virgen, de la cual se dice:
Nuestra tierra producirá su fruto (Sal 84, 13), y cuyo corazón se abrirá para
recibir el privilegio de la gracia: No temas, María, porque has hallado gracia
(Lc 1, 30). Su entendimiento se abrirá para creer las palabras del ángel; y su
seno para concebir al Hijo de Dios.
II.
El nacimiento se compara al rocío, a la lluvia y al germen; porque Cristo es
rocío para refrigerar, como nube de rocío en el calor de la siega (Is 18, 4) Es
lluvia para fecundar: Descenderá como la lluvia sobre el retoño (Sal 71, 6). Y
como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que
empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al
sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que
no tornará a mí vacía, sino que haya hecho cuanto yo quise y haya cumplido
aquello a que la envié (Is 55, 10-11). Es por último germen para fructificar: Y
suscitaré a David un Germen justo (Jer 23, 5).
III.
El fruto del nacimiento de Cristo es la justicia, que nace con él de tres
maneras: ya la que
cumplió con la obra: Porque
así nos conviene cumplir toda
justicia (Mt 3, 15); ya la que enseñó con las palabras: Yo soy el que hablo
justicia, y el que combato para salvar (Is 63, 1); ya la que dio como
dádiva: El cual para nosotros ha sido
hecho por Dios sabiduría, y santificación, y justificación, y redención; para
que como está escrito: El que se gloria, se gloríe en el Señor (1 Cor 1,
30-31).
Santo Tomás de Aquino
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