Espantemos de nuestro
corazón cualquier tentación de rutina, pues esta oscurece y mata la vida. Y
nosotros, hijos de Dios, hemos sido creados para la vida y no para la muerte.
La gloria de Dios es el hombre vivo, decía San Ireneo, Dios nos quiere pujantes
de vida y para eso Él ha venido al mundo y se ha quedado entre nosotros: para
que tengamos vida y vida en abundancia.
El Adviento no es un
tiempo para esperar al que viene, sino tiempo para disponer nuestro corazón,
nuestra alma, nuestra vida para recibir a Aquél que ya está en medio de
nosotros. No caben la duda ni la incertidumbre de si el Esperado vendrá o no
vendrá; de si llegará tal día o tal otro, a tal o cual hora. El Mesías, Señor,
Salvador y Redentor ya está aquí, en medio de nosotros, a nuestro lado,
compartiendo nuestros gozos y sobre todo nuestras penalidades y dificultades.
Él nos trae la fuerza de su gracia, el torrente de su amor, el aliento de su
ánimo. ÉL ESTÁ CON NOSOTROS.
Es Adviento porque el Hijo
de María Virgen ya está en su seno. Ella lo custodia en su seno y en su corazón
como el mayor de los tesoros con el fin de dárnoslo y entregárnoslo a nosotros.
Es Adviento porque el
Príncipe de la Paz ya está en medio del mundo luchando al lado de los pacíficos
contra toda forma de violencia, extorsión, guerra y muerte.
Es Adviento porque el
Mesías pobre y humilde ya está en medio de nosotros compartiendo la suerte y la
causa de los pobres y desheredados. Él grita a nuestras conciencias dormidas
para que escuchemos el clamor de los pobres.
Es Adviento porque el Rey
de Reyes, nacido en una humilde cueva de pastores y despachado de la posada de
Belén, está hoy en medio de nosotros, compartiendo la marginación de los que no
tienen techo, la humillación de los que son arrojados de sus hogares.
Es Adviento, porque el
hijo del Carpintero sufre en carne propia la angustia de los que no tienen
trabajo ni pan para llevar a sus casas y preparar la mesa para sus pequeños.
Es Adviento, porque Él está sufriente y
enfermo, perseguido y calumniado, despreciado y olvidado. Porque todo cuanto
vive, sufre y padece uno de sus más humildes hermanos, lo vive, sufre y padece
Él en carne propia.
El Adviento es una
oportunidad para que tomemos conciencia de esta presencia suya que no se reduce
a su presencia sacramental, siendo esta excelente y maravillosa, sino que va
mucho más allá.
La Iglesia para permanecer
fiel a su misión profética ha de anunciar alto y claro esta presencia de su
Señor en medio de nuestro atribulado mundo, en medio de una sociedad que se
desangra por la injusticia, por la violencia y el egoísmo.
La Iglesia habrá de ser la
primera, por obligación y convicción, en levantar bien alto la antorcha de la
luz de Cristo. Una luz que es la esperanza única para cuantos hoy viven tantos
dramas de oscuridad personal, familiar y social.
Este es el verdadero
Adviento, el de la luz y el de la esperanza que hay que comunicar y llevar a
todas y cada una de las personas de esta tierra, tiernamente amadas por Aquél
que por nosotros vino al mundo, padeció y murió extendiendo sus brazos en la
cruz. Brazos vigorosos extendidos para acogernos y abrazarnos a todos en un
abrazo divino.
El Adviento reclama de
nosotros un cambio profundo del corazón y del estilo de vida, para que también
nosotros estemos allí donde está Él, en medio de todas esas realidades, al lado
de nuestros hermanos.
Manuel María de Jesús
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