"En
aquel primer Adviento unos ojos amantes y silenciosos contemplaban a María...
Eran
unos ojos que, atraídos por el misterio, se dejaban abrazar por él aún sin
comprenderlo; unos ojos que, sin saber que la maravilla que contemplaban
ocultaban una maravilla aún mayor, no dejaban de amar mirando; unos ojos que intuían
algo sin saber qué era; unos ojos que esperaban pacientes la revelación de Dios
porque siempre miraron confiadamente a su Creador. Eran los ojos de José.
Esos
ojos fueron causa de angustia cuando mostraron algo inesperado e inaudito y
lloraron sin comprender. Pero siguieron esperando contra toda esperanza hasta
que sonara la hora de Dios.
Los
ojos de José... El misterio de los ojos de un hombre santo que mereció de Dios
el encargo de cuidar de la Madre y del Hijo. Los mismos ojos que contemplaron
atraídos, primero sin saber; los mismos que fueron golpeados por la sorpresa
inesperada; los mismos que lloraron mientras veían la oscuridad del silencio de
Dios fueron los que un día contemplaron junto a los de María el mayor de los
misterios: Dios hecho Carne, hecho Niño.
Unos
ojos contemplativos, sufrientes y dichosos, siempre fieles, que fueron
premiados con la contemplación de Jesús, el Señor."
Anónimo
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