CIUDAD DEL VATICANO, 17 de setiembre de 2014 – La “revolución” del papa Francisco en el gobierno eclesiástico no pierde su empuje propulsor. Y así, como acontece en toda revolución que se precia de tal, siguen cayendo cabezas de eclesiásticos considerados merecedores de esta metafórica guillotina.
En sus primeros meses como obispo de Roma, el papa Bergoglio procedió rápidamente para transferir a cargos de menor rango a tres destacadas personalidades curiales: el cardenal Mauro Piacenza, el arzobispo Guido Pozzo y el obispo Giuseppe Sciacca, considerados por su sensibilidad teológica y litúrgica entre los más “ratzingerianos” de la curia romana.
También parece signada la suerte del arzobispo español Celso Morga Iruzubieta, miembro del Opus Dei y secretario de la Congregación para el Clero, destinado a dejar Roma por una diócesis ibérica que no es de primer nivel.
Pero ahora estaría por producirse una decapitación todavía más notable.
La próxima víctima sería efectivamente el purpurado estadounidense Raymond Leo Burke, quien de prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica no sería promovido – como fantasearon algunos en el mundo web – a la difícil pero prestigiosa sede de Chicago, sino que sería degradado al pomposo – pero eclesiásticamente modestísimo – título de “cardenal patrono” de la Soberana Orden Militar de Malta, reemplazando al actual titular Paolo Sardi, quien hace poco cumplió 80 años de edad.
Si se confirma, el exilio de Burke sería todavía más drástico que el impuesto al cardenal Piacenza, quien ha sido transferido de la importante Congregación para el Clero a la marginal Penitenciaría Apostólica, aunque de todos modos ha permanecido a la cabeza de un dicasterio curial.
Con el desplazamiento en ciernes, Burke sería desplazado totalmente de la curia y colocado en un cargo puramente honorífico y sin ninguna incidencia en el gobierno de la Iglesia universal.
Este sería un movimiento que no parece tener precedentes.
En efecto, en el pasado el título de “cardinalis patronus” de los Caballeros de Malta, en vigor desde 1961, así como el anterior de Gran Prior de Roma, ha sido asignado siempre a cardenales de primer o primerísimo plano como un cargo superior respecto al principal.
Sucedió así con los cardenales Mariano Rampolla del Tindaro (nombrado Gran Prior en 1896, pero permaneciendo como secretario de Estado), Gaetano Bisleti (en ese momento prefecto de la Congregación para la Educación Católica), Gennaro Granito Pignatelli (cardenal decano y obispo de Albano), Nicola Canali (gobernador de la Ciudad del Vaticano), Paolo Giobbe (en la conducción de la dataría apostólica), Paul-Pierre Philippe (también prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales hasta que cumplió 75 años de edad), Sebastiano Baggio (removido de la Congregación para los Obispos pero mantenido como gobernador de la Ciudad del Vaticano y camarlengo), Pio Laghi (hasta los 77 años de edad también prefecto de la Congregación para la Educación Católica).
Dos casos distintos ha sido los del cardenal Giacomo Violardo, quien dos meses después de haber recibido la púrpura al término de un largo servicio curial, a los 71 años de edad reemplazó como patrono al octogésimo nono Giobbe, y del saliente Sardi, nombrado a los 75 años pro-patrono en el 2009 y creado cardenal en el 2010, luego de haber sido durante muchos años el responsable de la oficina que redacta los documentos pontificios.
Además, la jubilación de Sardi no sería una acción obligada, dado que para los cargos extracuriales no vale el límite de los 80 años de edad. En efecto, con la excepción de Paolo Giobbe, todos los cardenales patronos arriba citados pasaron a mejor vida “durante munere”.
Burke tiene 66 años, es decir, está en la plenitud de la edad. Ordenado sacerdote por Pablo VI en 1975, trabajó en la Signatura Apostólica como simple sacerdote con Juan Pablo II, quien en 1993 lo hizo obispo de su diócesis natal de LaCrosse, en Wisconsin. También el papa Karol Wojtyla lo promovió en el 2003 como arzobispo en la prestigiosa sede, alguna vez cardenalicia, de St. Louis, en Missouri. Benedetto XVI lo llamó a Roma en el 2008 y lo creó cardenal en el 2010.
Personalidad muy piadosa, se reconoce también en él la rara virtud de no haber negociado jamás para obtener promociones o prebendas eclesiásticas.
En el campo litúrgico y teológico está muy próximo a la sensibilidad de Joseph Ratzinger. Ha celebrado muchas veces según el rito antiguo, revestido también con la “capa magna”, como por otra parte lo siguen haciendo también los cardenales George Pell y Antonio Cañizares Llovera, sin que por esto hayan sido castigados por el papa Francisco.
Gran experto en Derecho Canónico, por eso mismo nombrado en la Signatura Apostólica, no teme extraer las consecuencias más incómodas, como cuando a tono con los artículos del Código – precisamente el 915 – sostuvo la imposibilidad de dar la comunión a los políticos que pertinaz y públicamente reivindican el derecho al aborto, razón por la cual se ha ganado la recriminación de dos colegas estadounidenses valorados por el papa Francisco: Sean Patrick, de Boston, y Donald Wuerl, de Washington.
Libre en sus juicios, ha sido uno de los pocos que desarrolló anotaciones críticas sobre la "Evangelii gaudium", señalando, a juicio suyo, su valor programático pero no magisterial. Y en vista del próximo sínodo de los obispos reiteradamente ha tomado posición contra las tesis del cardenal Walter Kasper – notoriamente agraciado por el papa Francisco – favorables a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.
El dicasterio presidido por Burke, eminentemente técnico, ha aceptado recientemente un recurso de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada contra una medida tomada respecto a ellas por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apóstolica. Un valiente movimiento a contramano por parte de Burke, que se sitúa en el interior de la acción punitiva emprendida por la Congregación vaticana contra una de las realidades más emblemáticas del tradicionalismo católico, acción que el papa Francisco ha avalado aprobando en forma específica la decisión de la Congregación de impedir a los frailes de la Inmaculada la celebración de la Misa según el rito “tridentino”. Efectivamente, sólo con este tipo de aprobación pontificia un decreto de la curia puede contradecir la ley vigente y, en este caso específico, el motu proprio "Summorum pontificum", de Benedicto XVI.
Es difícil individualizar entre estos antecedentes a los que pueden haber influido en la suerte del cardenal Burke.
Pero es fácil prever que esta degradación definitiva provocará tanto una tumultuosa reacción en el mundo tradicionalista, donde Burke es considerado un héroe, como una oleada de júbilo en el mundo opuesto, donde por el contrario es considerado un esperpento.
Respecto a esta segunda vertiente se puede recordar que el comentarista católico "liberal" Michael Sean Winters, en el "National Catholic Reporter" del 26 de noviembre de 2013, había pedido la cabeza del cardenal Burke, en cuanto miembro de la Congregación para los Obispos, por la nefasta influencia, según su criterio, que él ejercía sobre los nombramientos episcopales en Estados Unidos.
En efecto, el 16 de diciembre el papa Francisco humilló a Burke eliminándolo de los miembros de la Congregación, entre los hosannas del catolicismo "liberal" no sólo estadounidense.
Por cierto, el Papa no lo hizo para obedecer a los deseos del "National Catholic Reporter".
Pero ahora parece justamente que está a punto de dar curso a la segunda y más grave degradación de una de las personalidades más ejemplares que conoce la curia vaticana.
Sandro Magister
Fuente: http://chiesa.espresso.repubblica.it/
No hay comentarios:
Publicar un comentario