Las dificultades no son
siempre una mala cosa, ciertamente no son una mala cosa en sí. Esto es cierto
para la vida personal y lo es para la vida pública. Es cierto para la vida
espiritual y es cierto, muy cierto, también para la vida de la Iglesia.
El mal es sólo uno: perder a Cristo y su
gracia. El mal es la condenación, no el sufrimiento.
Estamos tan inmersos en la mentalidad pagana
de este mundo que no nos damos cuenta que razonamos como él.Muchas veces para nosotros el mal es sufrir y, lo que es peor, valoramos la bondad de las cosas, la corrección de las decisiones y de las obras realizadas, por el hecho de que nos den o no serenidad y tranquilidad. Si no nos hacen sufrir, las cosas para nosotros son buenas.
Esta forma de pensar y sopesar las cosas son lo más alejado del cristianismo que pueda ser. Por ellas pasa el rechazo práctico de la
Cruz de Cristo.
Esto es cierto para todas las cosas, también para el retorno a la Tradición y a la Misa de siempre.
En estos años, después de la
promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum , con el cual Su Santidad
Benedicto XVI declaró abiertamente que la Misa tradicional nunca fue abolida, y
le dio el poder a los sacerdotes para volver a celebrarla; después de su
entrada en vigor en septiembre de hace siete años, muchos se asustaron
tanto de la resistencia puesta en marcha por las curias diocesanas contra el
retorno de la Tradición en la Iglesia, hasta tirar la toalla desde el principio, en aquella que debería haber sido una "gloriosa batalla".
Muchos sacerdotes, convencidos en su corazón que
era necesario volver a la Misa "Tridentina", tuvieron miedo de las
posibles medidas punitivas contra ellos y no hicieron nada; así que los fieles
confiados a ellos ni siquiera tuvieron tiempo para darse cuenta de lo que está en
juego.
Nos atrevemos a decir que todas estas medidas
punitivas, con respecto a los sacerdotes decididos a celebrar según el rito
antiguo, con las consiguientes resistencias y amenazas, pequeñas o grandes restricciones , transferimientos o confinamientos, que en sí mismos son injustos, han sido también un bien.
Sí, el sufrimiento que nos han causado, el
sufrimiento causado a los sacerdotes y fieles que pidieron abandonar la desastrosa reforma litúrgica postconciliar, han sido en el fondo un bien que
Dios ha permitido providencialmente, para que la lucha por vivir y morir como católicos y no como cripto-protestantes, fuese purificada.
¿Qué queremos decir? ¡Simplemente que el
sufrimiento experimentado por Cristo, además de santificar a los que viven con Él, nos preserva del mal más profundo para la Iglesia de estos tiempos, que es la
ambigüedad!
¿Cómo ha avanzado el desastre en el Catolicismo moderno? Exactamente con el método de la ambigüedad: aparentemente en la Iglesia se salvaba todo el aspecto tradicional, pero se despojaba de su contenido verdadero y se reinterpretaba de acuerdo a una mentalidad ya no
plenamente católica. En el post-concilio sucedió así, traduciendo primero la
misa en italiano, a continuación cambiando los textos, después repensando el sacerdocio en un modo más democrático, hasta llegar a la hipótesis moderna
de modificación de la moral y de la disciplina de los sacramentos (véase, por ejemplo, la petición de comunión para los divorciados y vueltos a casar en la vida
civil). La ambigüedad es el método práctico del modernismo en la Iglesia:
fingir respeto por la Tradición, cambiando de hecho la fe y la moral en
nombre de la adaptación a los nuevos tiempos y en nombre de una profundización
de la fe misma.
La última arma del demonio sería permitir
alguna misa tradicional aquí y allá, dentro de un contexto eclesial de hecho modernista y protestantizado, con el fin de "anestesiar" la conciencia de los sacerdotes y de los fieles tradicionales.
En la época del inmediato post-concilio el diablo adormeció la conciencia de muchos católicos en nombre de la
obediencia: cuántos obispos, sacerdotes y fieles, llorando, sacrificaron la Verdad sobre el altar de una falsa obediencia, abriéndose a las novedades peligrosas; hoy, en una época no más cristiana y sustancialmente desobediente, el
demonio usa otra arma, aquella de la unidad. Así en la Iglesia te pueden conceder un poco de Tradición, siempre que no se convierta en una elección exclusiva, de lo
contrario -te dicen- rompe la unidad. En nombre de la unidad de la
Iglesia te piden aceptar todas las reformas e innovaciones que hoy
están de moda, y que están, literalmente, quemando el campo de Dios, olvidando que la unidad se realiza sobre la fe.
Es por eso que la resistencia de las
jerarquías, los sufrimientos de medidas duras, son un dolor bueno, porque
nos salvan del engaño de una falsa obediencia y de una falsa unidad. En una
palabra, nos salvan de la ambigüedad.
Volver a la Misa de la Tradición, sin
abrazar todo el Catolicismo de la Tradición, sería una locura mortal. Sería mortal mezclar Misa tradicional y apostolado "modernista". Pero de esta locura mortal nos salva propiamente el sufrimiento.
Sí, porque el sufrimiento de las pequeñas y grandes persecuciones de parte de los hermanos en la fe, nos dice que la vida
católica de hoy, tal como se vive y se propaga, no tiene nada que ver con la Tradición
de la Iglesia.
Cierto, volverá quizás un poco de latín en algún
canto; desempolvarán hábitos y estandartes para las procesiones ... pero
vivirán todo esto en un modo demasiado humano y no cristiano. Habrá la fachada de un
folclore tradicional, pero en su interior habrá una "congregación
protestante."
¡Benditos los pequeños y grandes sufrimientos que deberemos vivir, las pequeñas o grandes marginaciones de las que seremos objeto, queridos
sacerdotes y fieles; benditos si nos impiden este engaño mortal, haciéndonos buscar con toda humildad la gracia de Cristo en la Iglesia de siempre.
Fuente: Radicati nella fede
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