No
se puede tratar filialmente a Nuestra Madre y pensar sólo en nosotros mismos.
No se puede tratar a la Virgen y vivir encadenados a egoístas problemas
personales, creados a menudo por uno mismo. La Virgen María nos lleva a Jesús,
y Jesús es el Primogénito entre muchos hermanos. Conocer a Jesús supone
aprender y decidirse a vivir entregados al servicio de los demás.
Todo
cristiano ha de vivir como María, mirando a Dios, a la Iglesia y al mundo, sin
dejar de preocuparse activamente por la salvación de las almas. Hemos de
colaborar empecinadamente con la gracia de Dios en cuanto se refiere a nuestra
vida interior y en el desarrollo de las virtudes cristianas, sintiéndonos en
todo momento miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia. La
santidad personal, misterio de gracia recibida y de correspondencia personal,
beneficia a todos los miembros del Cuerpo, nuestros hermanos. Si caminamos de
la mano de la Virgen Santísima, Ella hará que nos sintamos hermanos de todos
los hombres: porque todos somos hijos de ese Dios, del que Ella es Hija, Esposa
y Madre, y por lo mismo también entrañable Madre nuestra.
Los problemas de los hermanos no
deberían sernos ajenos. El sentido de fraternidad cristiana ha de estar
profundamente arraigado en nuestra alma, de tal manera que ningún hermano nos
sea indiferente.
Santa María, Madre de Jesús, que lo crió, lo
educó y lo acompañó en su vida terrena y que ahora está junto a Él en los
Cielos, nos ayudará a reconocer a Jesús que pasa a nuestro lado y se nos hace
presente en las necesidades de nuestros hermanos los hombres, muy especialmente
a través de los que viven a nuestro lado y con los que compartimos la andadura
diaria.
Debemos tratar a la Virgen María, Madre
de Dios y Madre nuestra, como a una
persona viva, porque sobre ella no ha triunfado la muerte, sino que está en
cuerpo y alma junto a Dios Padre, junto a su Hijo, junto al Espíritu Santo.
Sólo así podremos experimentar su acción materna y de su mano irá creciendo en
nosotros la conciencia de nuestra filiación divina, creceremos en espíritu y
sensibilidad fraterna.
La fe católica reconoce en la Virgen
María un signo privilegiado del amor de Dios. Para comprender el misterio que
la envuelve hemos de hacernos como niños, y porque Ella es Madre nos enseñará a
querer como hijos, a querer de verdad, sin medida, a ser sencillos, sin esas
complicaciones que nacen de la actitud egoísta de pensar sólo en sí mismo, a
estar alegres. Si buscamos a la Virgen María, a través de Ella encontraremos a
Jesús, y comprenderemos un poco de lo que hay en ese Corazón Divino que se
humilló y no hizo alarde de su categoría por la salvación de los hombres, sus
hermanos.
Hna.
Mª Elvira de la Santa Cruz MF
No hay comentarios:
Publicar un comentario