LA MISTERIOSA VIRTUD DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA
PARA EL BIEN DE LA SOCIEDAD HUMANA
Sólo
la Iglesia puede volver a conducir al hombre desde estas tinieblas a la luz;
sólo ella puede devolverle la conciencia de un vigoroso pasado, el dominio del
presente, la seguridad del porvenir. Pero su supranacionalidad no actúa a
manera de un imperio que extiende sus tentáculos en todas las direcciones con
la mira de una dominación mundial. Corno una madre de familia, reúne todos los
días en la intimidad a todos sus hijos, esparcidos por el mundo; los recoge en
la unidad de su principio vital divino. ¿No vemos, acaso, todos los días sobre
nuestros innumerables altares cómo Cristo, Víctima divina, con sus brazos,
extendidos de un extremo al otro del mundo, abraza y contiene al mismo tiempo,
en su pasado, en su presente y su porvenir a toda la sociedad humana? Es la
santa misa aquel sacrificio incruento instituido por el Redentor en la última
Cena, quo cruentum illud semel in Cruce peragendum repraesentaretur eiusque
memoria in finem usque saeculi permaneret, atque illius salutaris virtus in
remissionem eorum, quae a nobis quotidie committuntur, peccatorum
appilicaretur: «para que se representase el sacrificio cruento realizado una
vez en la cruz y permaneciera su recuerdo hasta el final de los tiempos y se
aplicase su saludable eficacia para perdonar los pecados que a diario
cometemos». Con estas palabras lapidarias del concilio de Trento, esculpidas,
para perpetua memoria, en una de las horas más graves de la historia, la
Iglesia defiende y proclama sus mejores y más altos valores, que son también los
mejores y más altos valores para el bien de la sociedad, los cuales unen
indisolublemente su pasado, su presente y su futuro, y arrojan una viva luz
sobre los inquietantes enigmas de nuestros tiempos.
En la santa misa, los hombres se hacen cada
vez más conscientes de su pasado culpable, y, al mismo tiempo, de los inmensos
beneficios divinos en el recuerdo del Gólgota, del acontecimiento más grande de
la historia de la humanidad, reciben la fuerza para librarse de la más profunda
miseria del presente, la miseria de los pecados diarios, mientras hasta los más
abandonados sienten una brisa del amor personal de Dios misericordioso; y su
mirada queda orientada hacia un seguro porvenir, hacia la consumación de los
tiempos en la victoria del Señor allí sobre el altar, de aquel Juez supremo que
pronunciará un día la última y definitiva sentencia.
Venerables
hermanos, en la santa misa, por tanto, la Iglesia ofrece el apoyo más grande
del fundamento de la sociedad humana. Todos los días, desde donde nace el sol hasta
donde se pone, sin distinción de pueblos y de naciones, se ofrece una oblación
pura (cf. Ml 1,11) en la que participan en íntima fraternidad todos los hijos
de la Iglesia esparcidos por el universo, y todos encuentran allí el refugio en
sus necesidades y la seguridad en sus peligros.
(Venerable Pío XII. Discurso 20 de febrero de 1946)
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