A partir del Concilio Vaticano II los católicos han sufrido un lento y capilar lavado de cerebro sin precedentes. Muchos se sienten ateos y otros agnósticos. Pero la mayoría está afectada por el sincretismo religioso, consciente o inconscientemente. Recordemos que el sincretismo es la columna vertebral de la masonería, que los Papas han condenado 586 veces.
En el club del pensamiento maso-sincretista podemos encontrar sacerdotes que repiten obsesivamente el mea culpa iniciado, espero que ingenuamente, por Juan Pablo II. Delante del altar pasamos a ver desfiles de moda, banquetes para los “hermanos” musulmanes, sacerdotes que bailan, bailarines hindúes, etc. Los católico-sincretistas presentes aplauden, en lugar de salir de la iglesia y regañar al tipo vestido de sacerdote. Los que hacen alarde de equilibrio de criterio pueden preguntarse: ¿qué hay de malo en ello? No sabemos cuántos de ellos son ignorantes, ingenuos, y tal vez engloben las dos cosas, pero representan ciertamente la comunidad más plagiada y estupidizada del planeta.
El católico-sincretista abraza y absuelve a todos, excepto al católico racional. Sucumbiendo a la corriente principal, es un racista que acusa de racismo a los no alineados. Es un odiador serial que cuando surge la oportunidad arroja las dos palabras que le han enseñado: hate speech, discurso de odio. Es genial y le hace sentirse inteligente.
Sin embargo, no nos sorprende. Sabemos que las escuelas e institutos católicos difunden montañas de relativismo, acompañado de leyendas negras que han creado metástasis de culpa en las conciencias. ¿Cómo puede, entonces, un niño o un adulto pensar como un católico, cuando también la Iglesia bergogliana señala con el dedo a quienes se atreven a decir que Jesús es el único Salvador?
Muchos católicos han perdido su identidad, se han convertido en hojas de papel en blanco que esperan que algún anticatólico le escriba lo que deben pensar y defender. La deconstrucción mental recuerda a la impuesta a los pueblos comunista y nazi. Sabemos lo que les pasó, y esto no augura nada bueno.
El católico sincretista no ve las diferencias entre las culturas, y si le dices que el Occidente cristiano ha tenido el mayor desarrollo en todas las artes y ciencias de la historia, te mira con el ceño fruncido. Contra el católico sincretista no hay racionalidad, evidencias tangibles a simple vista, pruebas documentadas, porque su vida está atada a un buenismo delirante y a un prejuicio anticatólico del que ahora ni siquiera es consciente. En 2004 el cardenal Ratzinger configuró esta tipología humana en una lectio magistralis en el Senado de la República Italiana, en la que afirmó que Occidente se odia a sí mismo: https://www.youtube.com/
El peor enemigo del cristianismo, y por tanto de Occidente, no son las ideologías, la masonería y el Islam, sino el católico-sincretista: el que vota a los abortistas que le prometen un buen sueldo, el que se complace con los que desprecian el catolicismo y se conmueve con los que reducen a Cristo a uno entre muchos. Una tipología humana que recuerda a Fantozzi, quien frente a su verdugo exclama: ¡qué bueno eres! La diferencia entre Fantozzi y el católico-sincretista es que el primero demuestra su cobardía, el segundo, su falta de previsión.
Básicamente, el católico-sincretista carece de discernimiento. Para él, un cualquiera que se destaca con éxito en su profesión es automáticamente un sabio todoterreno. Puede disertar sobre política y religión, filosofía y mística, es suficiente una buena retórica y un mínimo de cultura para que el católico cualquiera y sincretista quede encantado como los ratones de Hamelín.
El sincretismo, escribe el diccionario Zanichelli, es la unión y fusión de elementos religiosos e ideológicos irreconciliables. Es -recurro a un ejemplo provocador- como si alguien pusiera en la misma taza leche y ketchup, y luego afirmara que sólo quien está condicionado por las pastas no aprecia su delicadeza. Si lo digo, me arriesgo a la flagelación. Si, por el contrario, lo dice alguien que navega en las alas del éxito, millones de idiotas intentarán probar la receta sugerida por el genial desconocido, hasta el punto de considerar las pastas como pan para los granjeros (pensemos en las mortíferas hamburguesas que los jóvenes prefieren a la sana comida italiana).
T. S. Eliot los tildó de individuos de moral higiénica. Es decir, esos católicos que, para un buen vivir, o por una fascinación particular del personaje no católico o sincretista, se arrodillan ante éste, aunque les envenene el alma. El portador de una moral higiénica es libre de tomar aquí y allá del supermercado de las religiones, pero por favor, deje de profesarse católico.
La verdad no es subjetiva. Nos guste o no, dos más dos son cuatro. Y dado que, entre otras pruebas, el universo es inteligible, dudamos de que no exista una Mente creadora, cosa que las religiones orientales niegan. No es casualidad que estas religiones y filosofías orientales atrajeran tanto a los nazis, que utilizaron como su marca ideológica la esvástica -símbolo de la divinidad y de la espiritualidad en las religiones indias, como el hinduismo, el budismo y el jainismo.
El apóstol más amado por Jesucristo da una idea clara de su desprecio por los católicos sincretistas, católicos comunistas y católico informes: “Ya que eres tibio, y no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
Agostino Nobile
No hay comentarios:
Publicar un comentario