* COMMUNIUM RERUM. CARTA ENCÍCLICA DE SAN PÍO X
Los ataques solapados del modernismo
Pero con no menor severidad y dolor Nos vemos obligados a denunciar y
reprimir otro género de guerra, interna y doméstica, pero tanto más funesta,
cuanto que se lleva a cabo más solapadamente. Esta guerra, movida por algunos
hijos desnaturalizados, que viven en el seno de la Iglesia para desgarrarlo
sigilosamente, se dirige en primer término a la raíz, al alma de la Iglesia;
trata de enturbiar los manantiales de la piedad y de la vida cristianas, de
envenenar las fuentes de doctrina, de disipar el sagrado depósito de la fe, de
conmover los mismos fundamentos de la divina institución, por medio del
desprecio de la autoridad pontificia y episcopal; pretende dar nueva forma a la
Iglesia, prescribirle nuevas leyes y nuevos derechos, según lo exigen los
monstruosos sistemas que ellos sostienen; en suma, quieren deformar toda la
belleza de la Esposa de Cristo, movidos por el vano resplandor de una nueva
cultura, a la que falsamente se da el título de ciencia, y sobre la cual nos
previene muchas veces el Apóstol con estas palabras: "Mirad nadie os
engañe con una filosofía sin sustancia y capciosa, según los principios humanos
y mundanos, y no según Cristo" (Col 2,8).
Los funestos efectos del modernismo y de la incredulidad
Algunos, seducidos con esta vana filosofia y con engañosa y afectada
erudicion, unida una extremada audacia en la crítica, "extraviarón en sus
ideas (Rm 1,21), y dejando de lado... la buena
conciencia, naufragarón en la fe" (1Tm 1,19);
otros, en fin, entregándose exageradamente al estudio se perdierón en causas, y
se alejaron del estudio de las cosas divinas y de las verdaderas fuentes de la
ciencia. Por otra parte, esta mortal corrupción, tomó el nombre de
"modernismo", debido a su morboso afán de novedad, aunque denunciada
muchas veces y desenmascarada por los mismos excesos de sus fautores no deja de
ser un mal gravísimo y profundo para la república cristiana. Se oculta el
veneno en las venas y en las entrañas de nuestra sociedad que se apartó de
Cristo y de la Iglesia, y "como un cáncer", va carcomiendo las nuevas
generaciones, más inexpertas y más audaces. No se debe ciertamente esta manera
de proceder a los estudios profundos y a la verdadera ciencia, pues es evidente
que entre la fe y la razón no puede existir contradicción alguna (24); sino que
ello se debe al orgullo de su entendimiento y a la atmósfera malsana que se
respira en todas partes, de ignorancia o de conocimiento confuso y erróneo de
cosas de la religión, unido a la vanidosa presunción de hablar y discutir de
todo. Esta peste malsana es fomentada por el espíritu de incredulidad y
rebelión contra Dios, de tal manera que los que son arrastrados por este ciego
frenesí de novedad, creen fácilmente que se bastan a sí mismos, y que pueden
prescindir, abierta o hipócritamente, del yugo de la divina autoridad, y
crearse una religión que se mantenga dentro del derecho natural, y que se
acomode al carácter y manera de ser individuales, la cual toma las apariencias
y nombre del cristianismo, pero en realidad se halla muy alejada de su vida y
de su verdad. (24) Conc. Vatic. Constit. Dei
Filius, cap. 4 En todo esto no es difícil ver una de tantas formas de la
perpetua guerra que se hace contra la verdad divina, y que ahora se lleva a
cabo tanto más peligrosamente, cuanto más insidiosas son las armas de esta
nueva y fingida piedad, del sentimiento religioso y la sinceridad con que los
sectarios de esta doctrina se esfuerzan por conciliar cosas enteramente
opuestas, como son las locuras de la ciencia humana, con fe divina, y los
cambios del mundo, con la firmeza estable de la Iglesia.
En estas
públicas calamidades debemos elevar Nuestra voz, y predicar la grandeza de la
fe, no solamente al pueblo, a los humildes, a los afligidos, sino también a los
poderosos, a los ricos, a los gobernantes y a todos aquellos en cuyas manos se
halla el destino de las naciones; y demostrar asimismo a todos las grandes
verdades que la historia confirma con sus terribles y cruentas lecciones, a
saber, que "el pecado hace miserables a los pueblos" (Pr 14,34), "los poderosos serán grandemente
atormentados" (Sg 7,7), de donde aquél aviso del Salmo 2º: "Ahora
bien, reyes, prestad atención, y aprended, jueces de la tierra. Servid a Dios
con temor... Abrazad la disciplina, no sea que se aire el Señor y os apartéis
del camino verdadero". Y hánse de esperar las más terribles consecuencias
de estas amenazas, cuando las culpas sociales se multiplican, cuando el pecado
de los grandes y el del pueblo consiste en la exclusión de Dios y en la
rebelión contra la Iglesia de Cristo: doble apostasía social que es fuente de
anarquía, de corrupción y de un cúmulo infinito de desgracias para los
individuos y para la sociedad.
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