Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo
del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase
al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a
enviar a la tierra a su unigénito para la salvación del mundo, designó a este
otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó señor y príncipe
de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más
preciosos. Porque tuvo por esposa a la Inmaculada Virgen María, de la cual por
obra del Espíritu Santo nació nuestro Señor Jesucristo, tenido ante los hombres
por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y
profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino que conversó
con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó
al que el pueblo fiel comería como pan bajado del cielo para la vida
eterna.
Por esta
sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia,
después de a su esposa, la Virgen Madre de Dios, lo veneró siempre con sumos
honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia. Y
puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier
por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los
impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos
de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados,
elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san
José por patrono de la Iglesia universal.
Y al
haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y votos durante el
santo concilio ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por
la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los
fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso
satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declaró Patrono de la
Iglesia católica.
También
dispuso que esta declaración se publicara por el presente decreto de la Sagrada
Congregación de Ritos en este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen
madre de Dios y esposa del castísimo José.
Pío IX,
Decreto Quemadmodum Deus, 8 de
diciembre de 1870.
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